Cada vez se hace más difícil percibir la diferencia entre el mundo virtual, online, y el físico, aquel en el que interactuamos con toda nuestra persona.
Para los más jóvenes esta diferencia se ha diluido casi por completo y la balanza se inclina insistentemente hacia el mundo virtual en el que transcurre gran parte de su tiempo. Es allí donde encuentran sus referentes y lo que aprenden allí es lo que les parece importante y cierto.
Esto no es nuevo, a partir de cierta edad los jóvenes dejan de guiarse por sus padres y el foco pasa al grupo de iguales. Este grupo de iguales se encuentra y se comunica hoy mayoritariamente en el mundo virtual. Y es allí también donde buscan y encuentran su identidad.
Me llama la atención una tendencia que se ha vuelto muy común entre jóvenes (y no tan jóvenes) en el proceso de búsqueda de identidad; diagnosticar y diagnosticarse. El diagnóstico como etiqueta identitaria. De entre los diagnósticos „de moda“ uno de los más populares es el TDAH, mucha gente comienza a identificarse con él y acuden a la consulta específicamente para „confirmar“ sus sospechas.
Es una necesidad humana sentirse aceptado y parte del grupo, como tambien lo es comprender nuestro comportamiento. Esta necesidad es aun mayor si en algún momento de nuestras vidas nos sentimos incomprendidos, insuficientes, raros o diferentes. El diagnóstico nos proporciona un nombre y parece explicar retrospectivamente nuestros problemas.
Pero esto es una ilusión. Una ilusión peligrosa.
Describir no es explicar y un diagnóstico no explica nada, es un nombre dado a un grupo de síntomas que suelen aparecer juntos. La explicación para el TDAH, la causa, no se conoce pero se busca, como aquel borracho que buscaba sus llaves debajo de la farola, obstinadamente en los genes. La hipótesis de que se trata de una alteración genética o fisiológica no es más que eso, una hipotésis sin evidencia científica.
Y recordemos que un diagnóstico sigue considerándose una desviación y una enfermedad (es por eso lo encontramos en el Manual Diagnóstico Psiquiátrico, DSM).
Decía antes que los jóvenes (y no tan jóvenes) buscan hoy sus referente entre su grupo de iguales y en el mundo virtual. Y el mundo virtual no es equivalente a la calle, internet no es un medio tan libre ni neutral como aquella sino que esta sujeto a control, manipulación, selección y censura de información por intereses varios. El grupo de iguales virtual se diferencia significativamente del físico.
Por otra parte y como decía McLuhan, el medio es el mensaje y el medio virtual esta modificando nuestras funciones cognitivas, en concreto nuestra capacidad de atención. A través de videos cada vez más cortos y simples se esta generando una sociedad de individuos cada vez menos capaces de concentrarse y comprender información compleja.
Con esto no quiero decir que la causa del déficit de atención sea Internet pero si que es un serio agravante.
Lo que me parece preocupante es que hoy, bajo la consigna de „tolerancia“, se esta validando la enfermedad.
Y si la enfermedad es lo normal deberiamos comenzar a preguntarnos qué significa y que implicaciones tiene este oximoron.
Hay un hecho curioso en política, observado y seguramente analizado muchas veces y es que, en comparación a la llamada derecha la llamada izquierda no consigue „unirse“. Lo mismo parece que pasa con el feminismo. Teóricamente el feminismo reivindica igualdad para mujeres y hombres. En la práctica nadie sabe exactamente de que se trata (igualdad, venganza, control, poder, insatisfacción...) y cada vez menos.
Hace unas semanas apareció un artículo en el semanal alemán (de tendencia izquierdosa) die Zeit. Se llamaba Sugar-Dating. La autora comentaba que había aparecido una corriente de mujeres que se habían cansado de esforzarse para parecerse a los hombres y empezaban a cuestinar ese feminismo de „igualdad de sueldos“ y „mujeres en puestos de poder“. El esfuerzo no les compensaba y además (más vale tarde que nunca) parecían haberse dado cuenta de que estaban apoyando el modelo capitalista.
Una buena opción podía ser el Sugar Dating. Es decir, el „buscarse un hombre rico que las mantuviese“ de toda la vida. Sobre el procédere hay unas cuantas you tubers que dan consejos para encontrar a los Daddys y atraparles (manipulación, psicología inversa, fingir emociones, es decir cualquier cosa menos tener escrupulos). Los hombres incapaces de mantener a una mujer había que desecharlos y hasta se proponen conceptos para designarlos (polvorientos).
Lo innovador de esta idea es en todo caso el medio (las apps) y la connotación de „movimiento feminista“.
Comentaba la autora además que en un mundo en el que las relaciones humanas están subordinadas a la economia el único amor posible era el amor propio. Del otro amor, del romántico, había que ir olvidándose y en eso si parecen estar de acuerdo todos los feminismos.
No se si la autora estaba siendo cínica, pero le doy la razón; esa es la tendencia. La buena noticia es que las tendencias siempre fueron nefastas. El que quiera escapar de ellas tiene que labrarse su propio camino.
Y el que se deje arrastrar que luego no se queje ni exija compensación.
Los escépticos, actitud hoy en día intolerable, ya intuían que esa agenda verde hacia la que todos marchamos juntos, sonrientes y cogidos de la mano tenía truco. Pero claro, ellos son conspiranoicos, es decir sospechan de todo infundadamente y nadie -sobre todo después del 2020- los puede tomar en serio.
Otra cosa es que sean precisamente los ecologistas (Greenpeace, WWF entre otros) los que esten alzando la voz contra la llamada transición ecológica. En Alemania esta transición esta siendo impulsada por el partido de los verdes (que gobierna en coalición desde hace dos años) y es justamente contra ellos, antiguos aliados, contra los que arremeten ahora los grupos ecologistas.
La acusación no es baladí: el enorme daño que en el breve periodo que llevan en el poder están haciendo a la naturaleza.
Devastar el habitat de diversas especies de pájaros (cigüenzas, aguilas..) para implantar sus verdes tecnologías, ignorar evidencias científicas (necesidades espaciales de las especies) para seguir con sus planes, hacer excepciones con leyes que implicaban la opinión del pueblo pudiendo o priorizar, apelando a un bien mayor las energias verdes frente a la protección de la naturaleza, son algunas de las acusaciones.
La indignación de los ecologistas es notoria.
La estrategia que se ha utilizado para convencer a todo el mundo es la siguiente: transformar una realidad innegable, la destrucción impúdica de la naturaleza que el hombre está llevando a cabo desde hace varios siglos en nombre del progreso en una consigna sencilla y atemorizadora: el cambio climático, y pretender tener el plan de urgencia y sin alternativa ni apelación posible para salvar el planeta (para nuestros hijos o nietos pues a nuestra generación le ha tocado el sacrificio consistente en no dar prioridad a ninguno de los muchos otro sacrificions que nos están exigiendo).
El proyecto se llama agenda 2030 y está omnipresente gracias a las generosas subvenciones de prácticamente todas las instituciones públicas.
Los verdes se habían estado riendo de las graves críticas que han recibido sus impositivas políticas pues contaban con el jocker de que estas venían de partidos de ultra derecha. Cuando los agricultores se revelaron utilizaron el mismo Jocker. Pero ese Jocker no les sirve en el caso de grupos ecologistas que tienen más conocimiento de causa que ellos mismos y lo que está sucediendo es que los verdaderos intereses de los verdes están quedando al descubierto.
Los grupos ecologistas empiezan a sospechar que los objetivos de estos simpáticos políticos no eran tan loables ni tan distintos de los de los demás partidos ni de los de siempre.
Es decir, que no se trata de construir un mundo mejor y más verde a largo plazo sino, ay! de conseguir más poder y más dinero inmediatamente.
Y si tiramos del hilo de Ariadna aparecerán también los grandes filántropos que parecen haber encontrado la fórmula mágica para enriquecerse haciendo el bien.
La destrucción de la naturaleza, esta vez en nombre del cambio climático, sigue su curso pues como decía Hegel, no pararemos hasta vivir en un mundo artificial, es decir construido por nosotros mismos.
Lo que no es seguro es que vaya a ser mejor.
Hace ya más de 20 años pasé por Berlin y fuí seducida, antes de quedar atrapada, por esta ciudad de la cual su alcalde más mediático dijo una vez que era „pobre, pero sexy“.
De aquellos días de paseos por Berlín guardo algunas fotos y unos pocos recuerdos. Uno de los más vívidos es precisamente el del Tacheles, aquel cutre y colorido espacio en el centro de la ciudad.
Poco después del flechazo me las arreglé para trasladarme aquí con la idea de quedarme unos meses. Venir a Berlín entonces no era lo mismo que hacerlo ahora. Aunque es cierto que de todo hay en todas las épocas, por aquel entonces Berlín todavía hacía honor a aquella canción alemana que decía:
tu estas loco hijo mio,
irás a Berlín,
donde están los locos
alli está tu lugar
si consideramos que la locura es lo particular, lo inadaptado, aquello que se desvía de la norma, se podría decir que por aquel entonces y durante algún tiempo mucha gente venía a Berlín buscando diluirse en la masa…. sin tener que renunciar a su parte de locura. Sentirse aceptado sin tener que acoplarse, vivir su lado más loco, más reprimido... para esto Berlín era el lugar.
Hoy más que nunca la fisionomía de la ciudad hace honor a aquella vieja canción; las calles y el metro de Berlín están más llenos de desadaptados, mendigos y locos que nunca pero la gente que viene hoy a Berlín, viene simplemente en busca de trabajo.
Berlín es hoy la ciudad de las start ups.
Sigue siendo pobre, pero ya no es sexy y Tacheles, que fue una vez un espacio cultural, con un cine, un bar y hasta una librería de segunda mano, se ha convertido en un lugar rico pero aburrido.
Y aséptico.
Y este parece ser la derrota de todas las ciudades modernas; en el momento en que, primero tímidamente y poco después con absoluta falta de pudor, deciden vender su alma al mejor postor, su destino queda sellado y es este.
Todos lo sabemos. Pero seguimos aferrados al progreso.
Con Poor Things vuelve Yorgos Lanthimos, uno de los directores de cine que mejor retratan la sociedad contemporanea y, después de La Favorita, director consagradisimo que ya forma parte del main stream.
Personalmente vivo estos saltos a la fama de artistas tan profundamente lúcidos y pesimistas con sorpresa.
No puedo evitar preguntarme cómo es posible admirar a Lanthimos y seguir creyendo en las bondades de la sociedad. Pero así somos los humanos, contradictorios.
Aunque supongo que lo que sucede es más bien que las revelaciones del director griego o bien se desvanecen en el mismo momento en el que abandonamos la sala o ni siquiera las percibimos de tanto mirar la realidad a través de prismas multicolores.
Y es que en este mundo, en el que todo esta invertido, nos tomamos en serio la mentira y la verdad, que no reconocemos entre tanta paja, la usamos como satisfyer mental.
El arte es para nosotros entretenimiento, una parte más de la cultura, siendo como decía Blake, que el verdadero artista siempre esta de parte del diablo y en contra de la cultura de su tiempo, es decir, en contra de ese main stream que, a pesar de la turbación que le provoca, ha decidido unanimemente celebrar a Lanthimos.
Se ha querido ver en esta película una reivindicación feminista y es que la protagonista, en su periplo para devenir humana (y al contrario que la mayoría de nosotros - y nosotras) no pierde en ningún momento la conexión con su deseo, el cual reivindica siempre y con violencia si lo cree necesario (Dios se lo permitió).
Poor Things nos habla de la creación, y de como lo creado escapa siempre al control del creador. Muerto Dios, Bella pasa a ser la matriarca del mundo que ha heredado, un mundo femenino, repleto de criaturas grotescas, en el que el hombre ha sido degradado (en este caso concreto merecidamente) a la condición de animal (motivo recurrente en Lanthimos) y la mujer, termina haciendo lo que le ensenaron a hacer y siguiendo los pasos de su padre, busca entender (y controlar) la vida desde la ciencia de lo muerto, confirmando con ello lo que el personaje más lúcido de la película, el cínico, le intentó transmitr:
que no hay remedio para la humanidad. Que nada avanza ni progresa, que todo se repite, aunque con otra máscara y otra tecnología.
Y que tampoco la mujer nos salvará.
Antonio Altarriba es uno de mis grandes referentes. Sus libros, que versan sobre temas tan esenciales como el crimen, la locura o la mentira tienen en común que, independientemente de la materia que aborden, la tratan desde esa perspectiva que la mayoría de nosotros preferiría que quedase oculta. Pero como dice él, dándole la vuelta al dicho, las rosas hacia dentro y las espinas hacia fuera.
Decía C. G. Jung que todo lo que tiene un lado claro debe de tener necesariamente un lado oscuro y reprimirlo, negarlo o ignorarlo no es posible sin consecuencias; lo reprimido retornará siempre con fuerza. Precisamente con esa fuerza que habremos empleado previamente en reprimirlo.
La física siempre se impone.
Vivimos un momento histórico que se caracteriza por su creciente hipocresía y una de las herramientas para la impostura es el lenguaje que, como decía aquel ilustrado, sirve más que para comunicarnos para ocultar nuestras verdadera intenciones y justificar nuestras acciones viles. Y a pesar de la adopción del vocabulario woke (sostenible, resiliente, inclusivo, ecológico, diverso…), el conjurado salto mágico del lenguaje a la vida no se termina de producir. Incluso podria parecer que la frase de Lampedusa sigue vigente y, bajo otra máscara, seguimos siendo los mismos y nuestra progresada sociedad tan jerárquica, injusta, opresora, clasista y elitista como siempre. Y a medida que el dinero se concentra en menos manos, incluso más.
En su último libro „El cielo en la cabeza“ Antonio narra los avatares de un „sin papeles“ de esos que vienen a „quitarnos el trabajo“. Dos expresiones bastan para conseguir que la mayoría de nosotros albergue inconfesados (o confesos, todo depende del partido al que uno vote) pensamientos racistas. Pensamientos que hacen que proyectemos la culpa de nuestros males en estos pobres diablos y no en los poderosos que toman las decisiones guiados por sus bolsillos. Ya lo dijo Nietzsche: las palabras fueron inventadas por las clases superiores y nunca son inocentes. Y hay que andarse con ojo con ellas pues pueden hacer tanto daño como las armas.
Pero el humano, más pragmático y cobarde que lógico, intuye que cuestionar las palabras y mirar la realidad a la cara solo le hará sentirse peor. El hombre nunca ha buscado la verdad (y la mujer tampoco, por cierto). Sencillamente porque no la tolera.
Y el poder siempre ha tenido interés en hacernos creer que el síntoma es el problema.
Pero volviendo al libro: El cielo en la cabeza es la imperecedera historia del viaje del heroe, esa historia que la mayoría de nosotros ya solo conoce por Netflix. La última hazaña del heroe es volver a casa y compartir el conocimiento adquirido en la odisea, pero este mundo pone cada vez más fronteras a los que vienen a traer verdades. Por suerte, lo que no pudo hacer Nivek lo hace Altarriba.
Porque Antonio Altarriba, tambien es un heroe.
„...porque aquí no hay un solo lugar que no te vea. Debes cambiar tu vida“ Rilke
Decía en el artículo anterior que el hombre de acción, el emprendedor, esta socialmente sobrevalorado. Aunque más acertado sería decir que su poder destructor esta infravalorado. Quiere transformar el mundo y a sí mismo sin haber entendido.
Personalmente del festival de humanidades me interesa más la parte de humanidades (estrictamente hablando son todo humanidades) que la de ciencia-tecnologia. Es un poco menos pretenciosa.
El arte no estaba invitado a este festival. Es propio del artista mantenerse alejado de este tipo de eventos.
Supongo que se le sobreentiende incluido en el apartado „cultura“, sin embargo arte y cultura no son lo mismo. Incluso se podría decir que existe cierto antagonismo entre los dos. La una va con el Zeitgeist, el otro contra él (es propio de todas las culturas velar las verdades incómodas).
Cultura es, sensus stricto, todo aquello que una sociedad produce. El arte tiene una aversión a la impostura y la conveniencia así como una pretensión de acercarse a la verdad que aquella desconoce.
Dicho esto se podría decir que somos presa de una confusión cuando alabamos la cultura como un bien en sí mismo. En primer lugar, porque hay cultura basura, banal, dañina -las armas tambien son cultura- y conformista.
Ni la lectura de un libro ni la visita a un museo nos hace mejores personas.
Este es un lugar común con el que creo que deberíamos terminar definitivamente.
Decir que la cultura nos hace mejores o más criticos es un sinsentido.
¿Es esto tambien válido con respecto al arte?, a esa obra que sin pensar en el aplauso nos revela las verdades inmutables de nuestra naturaleza. Les plantee la pregunta a los escritores (Portela, Sanz, Amat) y todos estuvieron de acuerdo:
-si.
Amat cito muy acertadamente a Rilke. Su poema, Torso de Apolo Arcaico plantea esta cuestión. En él, la obra de arte le habla al que la contempla para decirle: debes transformarte.
Si alguien, contemplando (leyendo, esuchando..) una obra de arte, ha llegado a esta conclusión ya ha llegado muy lejos. No es tán sencillo escuchar esa timida voz que nos impele a transfigurarnos. Pero una vez escuchada, esa voz puede quedar en nuestra mente y nosotros en nuestro dia a día seguir siendo las mismas personas, disociando estas verdades de la vida. Como si allí no aplicaran. Y es que en la vida nos toparemos con que actuar acorde a estas grandes verdades nos reportará un coste social, que en el 99% de los casos (me atrevo con la estadística) nos estaremos dipuestos a pagar. Preferiremos dejar la transformación en nuestra mente, donde no hará mal (ni bien) a nadie.
El filósofo Martín Buber decía que cuando el hombre se veía confrontado con su propia complejidad quedaba tan abrumado que escapaba de ella de dos modos, o bien desviando la mirada al cielo y estudiando las estrellas y los astros, o dividiendo al hombre en partes y dedicándose apasionadamente al estudio de alguna de ellas.
Es fácil inferir que con ninguna de estas dos estrategias se podrá comprender nunca la naturaleza humana. En el primer caso esta claro porqué. En el segundo sucederá que la complejidad de cada una de estas partes irá aumentando y el momento de juntarlas nunca llegará.
Esta división, disgregación, separación o como se la suele llamar especialización ha ido in crescendo -hoy todo son especialidades y experto- como pudimos observar en el Festival de Humanidades celebrado en Denia este mes pasado.
En una de las últimas ponencias, trás escuchar al biólogo evolutivo Tomás Marqués i Bonet, un oyente le preguntó por la relación entre el cuerpo y el alma. El ponente se disculpó humildemente alegando que no podía responder a esa pregunta porque „él era un técnico“.
Alguien dijo que un experto es uno que lo sabe casi todo de casi nada. Tambien se podría decir que un experto es aquel al que los árboles le impiden ver el bosque. Y esto es así, entre otras cosas, porque no le han formado para ver el bosque o aun peor; le han formado en la idea de que el bosque es demasiado complejo y que debe seleccionar una parte y estudiarla a fondo, algún día, en un futuro cada vez más cercano el bosque aparecerá, por arte de magia.
En dirección a esa improbable utopía creemos movernos sin darnos cuenta de que cada día estamos más alejados de ella pues, a medida que aumenta nuestro conocimiento, aumenta tambien la dificultad de ver el bosque, en este caso el de nuestra naturaleza.
Lo peor de esto es que, sin siquiera conocerlo, los expertos ya están tomando las decisiones pertinentes para transformarlo, a ciegas, o guiándose por su conocimiento de los árboles (o de las hojas).
Puede que el bosque nos de miedo y aceptar que tiene miedo es algo que al hombre siempre le ha costado. No le gusta verse débil. Sobre todo al hombre optimista de acción.
John Gray, un gran pensador actual, decía que la mayoría de „los que trabajan en la mejora del mundo (y del hombre) no son rebeldes luchando contra el orden establecido, sino que buscan consuelo para una verdad que su debilidad no les permite soportar. En el fondo, su fe de que el mundo puede ser transformado a través de la voluntad humana es una negación de su propia mortalidad.“ El auge del transhumanismo es la consecuencia lógica de este modo de pensar.
Solemos pensar que la única alternativa al hombre de acción es el pesimista depresivo y perdedor que ninguno de nosotros quiere ser. Pero en realidad éste es el optimista confrontado con la realidad. En las antipodas del hombre de acción están el hombre de la contemplación y el artista. A ellos les dedicaré el siguiente artículo con el que cerraré mi reflexión sobre el Festival (de Humanidades celebrado en Denia el pasado Octubre).
„He nacido de la tristeza y me han vestido con decepciones“ Maustetytöt
Los occidentales tenemos una serie de creencias tácitas a menudo contradictorias entre si.
Estas contradicciones pueden convivir sin problemas en nuestro cerebro; Musil ya decía que el humano tiene la capacidad de mantener activas dos creencias contadictorias y conseguir que estas jamás se toquen. Si en algún momento este cruce se produce y nos vemos confrontados con nuestro autoengaño y nuestra profunda irracionalidad se producirá un breve instante de turbación, de lucidez intolerable….y enseguida nos encogeremos de hombros y seguiremos como si nada.
Una de estas creencias tácitas (sobre todo entre los que se autodenominan progresistas) es que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que aun va a mejorar más (como decía el Superratón). De los hechos, noticias, experiencias cotidianas y recuerdos que entran en directa contradicción con esto no es necesario hablar.
Y de entre los mejores mundos posibles hay algunos que son mejores que otros; según el índice global de felicidad de 2023 Finlandia es el país más feliz del mundo (seguido de cerca por Dinamarca, Islandia, Israel y Países Bajos).
Aki Kaurismäki, que ha retratado recurrentemente ese paraiso nórdico, vuelve con „Fallen Leaves“ la mejor película del año, me aventuro a decir, sin haberlas visto todas (la vida es tan larga y el arte tan escaso).
Los personajes de Kaurismäki son parcos en palabras y muetran una mímica mímica. Cualquier psiquiatra vería claramente que adolecen de autismo. Y en estos tiempos saturados de gesticulaciones histriónicas y estúpidas, de muecas congeladas y en serie, de discursos interminables y huecos es un deleite contemplar las sutiles miradas y escuchar los diálogos reducidos al mínimo necesario ( pero qué mínimo!) que se dedican dos personas que se encuentran casualmente en el bar más sordido del país mas feliz del mundo y se enamoran, con un amor de verdad, de esos que ya no parecen posibles, sepultados como estamos en capas y capas de ruidos y mentiras.
Cansada de oir consignas sobre la guerra la protagonista apaga la radio:
-Mierda de guerra. (no se puede decir mejor, por mucho que nos esforcemos)
A los que conocemos la filmografia de Kaurismäki nos cuesta creer que Finlandia sea el país mas feliz del mundo. Pero claro, no es lo mismo el mapa que el paisaje y el índice de felicidad se calcula considerando variables como el ingreso per cápita, el bienestar social, la salud y esperanza de vida, la libertad social, la generosidad y la ausencia de corrupción.
Interesante es que muchos de los paises mas felices del mundo encabecen también las listas de los índices de suicidios más altos. Lo dicho; el mapa no es el paisaje o más claramente con Aute: todo es mentira menos tu.
Kaurismäki vuelve para recordarnos que en este mundo de mierda lo único que podría salvarnos es el amor (si consiguiesemos apartar la mirada del movil).
Primer capítulo de un relato (sólo) para desencantados
En el que se esboza una relación entre el enfriamiento del Eros y el rechazo a la Verdad
"(...) por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará" (MAteo 24:10-12)
Antes de introducir a los protagonistas de este relato voy a permitirme unas divagaciones.
En estos días, en los que no conseguimos ponernos de acuerdo en nada, hay algo en lo que, al menos tácitamente, todos coincidiremos: el amor se está enfriando.
De tanto prepararles para el futuro los padres no tienen tiempo de querer a sus hijo. Por su parte, los hijos se olvidan de sus padres porque el peso de sus rencores a duras penas reprimido, ya no es compensado por la culpa del deber, el qué dirán o la tradición. Argumentos racionales y un Flyer con viejos sonrientes bailando y tocando el tambor acaban por convencernos de que una estadía en instituciones debidamente especializadas es la mejor alternativa para ellos.
Los amantes escasean, el grueso de las parejas no merece este calificativo, el miedo (disfrazado de autonomia) y los algoritmos estan acabando con el Eros.
Aunque no con las pasiones.
El odio, por ejemplo, va en aumento. Se odia a los inmigrantes, a los políticos, a los indigentes, al vecino, al que se sienta a mi lado en el metro, al de la cola del supermercado y a muchos otros en el mundo virtual (las posibilidades de odiar se han multiplicado). Y sobre todo, nada nuevo sobre la faz de nuestro planeta, se odia a los herejes. A los que se resisten a aceptar que, dejándolo casi todo a un lado, vivimos en el mejor de los mundos posibles. Y sobre todo mucho mejor que ayer.
A estos últimos se les odia con un fervor pasional.
Odiamos a todo aquel que ose cuestionar las mentiras consoladoras sobre las que construimos nuestras vidas.
A estas mentiras consoladoras la gente les llama esperanza. U optimismo.
Es un optimismo basado en nada. Al menos yo nunca he conocido a nadie que haya podido hacerme entender su lógica. Entre los argumentos y las conclusiones hay siempre un salto cuántico. Se trata de un círculo vicioso que va del optimismo a la esperanza y vuelve y en el que ambos se explican y se justifican mutuamente.
Y sobre todo justifican a su portador.
Y es que, como suele decirse para simplifcar, y simplificar es cada vez más necesario si uno quiere pensar con claridad, existen dos clases de personas: las que buscan la verdad y las que buscan el consuelo.
La proporción entre ambos grupos pueden ustedes imaginársela, me abstendré de especulaciones innecesarias y no me consta que existan estadísticas fiables.
Los del primer grupo no podrían vivir sin incursiones en el segundo y con toda probabilidad la búsqueda de verdad no es otra cosa que otra manera más de buscar consuelo.
Los del segundo grupo, sin embargo, una vez acomodados, no abandonan nunca su posición. Cada vez soportan menos verdad y necesitan más mentiras. A la verdad, a fuerza de negarla, se han vuelto intolerantes. Como al gluten. Les molesta su existencia y les molesta, sobre todo, que haya gente que pretenda buscarla.
Es lícito estarse preguntando en este punto qué es la Verdad y cómo podríamos conocerla.
Hablaremos de ello en la segunda parte en la que se presentará a uno de estos buscadores.
La inteligencia artificial está avanzando al mismo ritmo que la natural se va atrofiando.
Puede que por falta de demanda.
Personalmente pienso que eso que llamamos inteligencia está enormemente sobrevalorado, atribuyéndosele logros que son mérito de otras cualidades humanas.
La falta de principios, por ejemplo, trae bastantes más ventajas socioeconómicas que la inteligencia. No somos conscientes de la cantidad de problemas que los principios morales y los escrupulos nos traen, a la hora de progresar economicamente o ascender en la escala social. Si rozas la excelencia en algún ámbito pero tus esfuerzos no se ven recompensados por la comunidad, planteate que quizás el problema no sea la falta de excelencia sino el exceso de principios.
„Estos son mis principios, si no te gustan, tengo otros“ decía Marx (Grouxo). Esta es la verdadera clave del éxito.
La cosa no acaba aquí. Si nos ceñimos a la definición clásica de inteligencia según la cual esta incluye la capacidad de lógica, comprensión, autoconciencia, aprendizaje, conocimiento emocional, razonamiento, planificación, creatividad, pensamiento crítico o resolución de problemas los „de arriba“ pueden llegar a ser mucho menos inteligentes que los „de abajo“.
Los delirios de grandeza de los megaricos que, entre otras muchas cosas, se han propuesto ganarle la batalla al sol para revertir el calentamiento global (al que tanto partido estan sacando) es un buen ejemplo de falta de cualidades que se asocian con la inteligencia y exceso de otras -bien distintas.
Ùltimamente la vergüenza prometeica de la que hablaba Anders está llegando a su máximo esplendor. Nos avergonzamos de haber nacido y no haber sido creados como las máquinas, frente a las que nos sentimos inferiores.
Queremos ser artificiales.
(Obviamente la mayoría de nosotros no, pero este es el mensaje de la narrativa dominante que se expresa cómo si hablase en nombre de la mayoría, seduciendo sobre todo a los más jóvenes, que no han conocido una vida separada de los dispositivos electrónicos y tienen por ello una mayor querencia a aceptarlas como prolongaciones suyas. Además ellos todavía creen ingenuamente que en el mundo se respetan los principios morales. Aun no han vislumbrado la farsa.)
En el principio fue el género, que poco a poco acabó con la idea de que existen dos sexos biológicos. Ahora ya (casi) todo es sospechoso de ser una mera construcción.
Un ejemplo de esto es el libro „Brust“ (Pecho) publicado recientemente y cuya autora, Anja Zimmermann, afirma que la asociación entre pecho, amamantar y feminidad a lo natural es arbitraria y esta construida socialmente.
¿Que ventajas tiene la eliminación de lo natural? Nos preguntaremos.
Muchas.
Algunas muy arcaicas como el orgullo, de la especie más avergonzada de sí misma, de haber ganado la guerra contra la naturaleza, declarada abiertamente por Francis Bacon en el SXVI cuando dijo aquello de que „había que someter a la naturaleza y arrancarle todos sus secretos“. Nos sentimos tan insigniicantes como individuos que nos cubrimos con el orgullo de la especie.
Tambien tiene ventajas económicas para los que se encargan de proporcionarnos las prótesis (desde los smartsphones, hasta la comida artificial, pasando por los labios de goma) que necesitamos para convertirnos en posthumanos.
Para el individuo de a pie, por desgracia y como siempre, no hay grandes ventajas. Solo un motivo más y más profundo por el que avergonzarnos. Y muchas promesas.
No vamos a vencer a la naturaleza (porque somos parte de ella entre otras cosas). Todo sustituto de lo natural es defectuoso y no hace más que generar nuevos problemas y robarnos el precioso tiempo, finito, del que disponemos.
No podemos renunciar a todo lo artificial (creado por el hombre), pero si deberíamos ponerle algún límite. De otro modo estaremos admitiendo la derrota, ante las máquinas, pero sobre todo ante aquellos a los que tan inteligentes consideramos.
El padre de mis hijos es polaco. Durante los primeros años crecieron escuchando tres idiomas que aprendieron y dominaron pronto y sin ningún esfuerzo. Nunca nos sentamos con ellos a enseñarles a hablar ni tuvimos que explicarles ninguna regla gramatical. En algún momento el padre se pasó al alemán y el polaco, aparentemente, se perdió. Ahora, con 12 años, mi hijo pequeño me anunció que había decidido estudiar el idioma por su cuenta y en algún momento sorprender al padre.
Que cómo lo iba a hacer, le pregunté. Con una app, me respondió.
Bill Gates, ese filántropo que hace predicciones y da consejos de todo tipo a la humanidad, predijo hace unos días que pronto las inteligencias artificiales tipo Chatgpt iban a reemplazar a los profesores en la escuela.
Primero sería utilizadas como ayudantes de los profesores y poco a poco los sustituirían.
Me vinieron a la cabeza los cajeros de los supermercados que se cavan su propia tumba enseñando a los clientes a usar las cajas automáticas que pronto trabajarán gratis en sus lugares.
Para que alguien se atreva a hacer este tipo de predicciones -que por cierto, no son predicciones sino planes ya que no serán las inteligencias artificiales las que apliquen a puestos de profesores sino que serán implantadas por los políticos de turno- tiene que tener una ceguera absoluta para reconocer facultades humanas importantes para el aprendizaje que la IA no tiene ni va a tener -para qué si la puede simular- como por ejemplo la empatía.
Hoy se habla tambien de resonancia. Los bebes ya nacen con una tendencia a la imitación que empieza de manera totalmente automática e inconsciente y sucede no solo en el cerebro sino en todo el cuerpo. De ese modo el aprendizaje sucede a una velocidad muy superior al de la IA.
La gran desventaja de las IA no es que no tengan alma sino que no tienen cuerpo.
La tendencia a reproducir aquello que ven en otro humano en el propio cuerpo es la base del aprendizaje humano y de la empatía. Si en lugar de tener una persona delante tenemos una máquina podemos imaginar como se desarrollarán los niños.
Me pregunto como se puede ser filántropo y no ser capaz de reconocer la importancia de cualidades humanas que una máquina nunca podrá tener. La respuesta es sencilla, ya lo dijo algún político, es el mercado amigo. El mercado y el progreso. Y quizás ciertas carencias emocionales.
Cegados por la aparente velocidad de las inteligencias artificiales las sobreestimamos y somos ciegos para ver aquello de lo que carecen. No lo vemos en ellas y vamos dejando de verlas en nosotros de modo que se van atrofiando progresivamente...
Mi hijo es un chico de su tiempo. Le desaconseje usar la app. Teniendo un padre que domina el idioma, sería más fácil y rápido pedirle que vuelva a hablarlo con él, le dije. Mi hijo no se fia, dice que el padre le habla y él no entiende nada. Le dije que lo iría entendiendo poco a poco, que se trataba de escuchar y fiarse un poco de si mismo. De momento se ha decidido por la app. Veremos que pasa.
Una gran mentira nos posee y nos impide ser felices ocupados como estamos en fingir felicidad.
Las redes sociales dejan esto en evidencia; nuestra tendencia a fingir, a imitar, a impostar y a sufrir viendo a otros que lo hacen mejor (y a los cuales creemos).
Tambien de este sufrimiento humano se ha intentado sacar partido creando un Instagram grotesco en el que uno ya no decide qué cuelga ni cuándo sino que es un algoritmo el que te dice cuando hacerte una foto y subirla. #Bereal...
Sorprende que una idea tan absurda acabase viendo la luz y que haya gente que participe de esta simulación convencida de que el resultado es real.
La tendecia a fingir -y la perfección que hemos alcanzado en ello- es uno de los rasgos que más nos distinguen de otras especies. Lo hacen los niños -y sobre todo las niñas- cuando de pequeños cuando juegan a ser los adultos. Es un rasgo de salud, pues los que no lo hacen suelen tener graves problemas de socialización. Así por ejemplo los autistas en cuyos juegos este hacer como si suele estar ausente y que intentan comprender la vida sin tener en cuenta la farsa social.
La gran mentira que nos posee es la del disfrute y el goce ajeno. Vemos la farsa, somos incluso participes y a pesar de eso nos la creemos.
Esta tendencia a la imitación con la que nacemos es la semilla que nos hace vulnerables al desvio de nuestro deseo. Desvio que la sociedad (que hace mella en cada uno de nosotros de manera distinta a traves de nuestros padres particulares) dirige para que creamos en ella inculcándonos sus mitologias sobre sí misma, sus maravillas y sus promesas. Y situando el goce, el éxito (ya lo dice la palabra) siempre se situa fuera de nosotros, pues como decía Rilke „..ya al niño en tierna edad lo ponemos de espaldas“.
El resultado es que la enorme mayoría de la población no es capaz de valorar su propio deseo y necesitan un mediador. alguien que lo valide. Alguien que les diga qué deben desear, a qué deben aspirar, qué deben aparentar. Esto no solamente tiene como resultado la disociación y la insatisfacción crónica (a la cual, sabido es, se le saca partido) sino que fomenta sentimientos como la envidia e incluso el odio. No sólo hacia aquellos en los que proyectamos disfrute, sino en especial y más intensamente hacia aquellos pocos ejemplares que, por una especie de milagro y a pesar de las circunstancias, son capaces de permanecer fieles a su deseo.
Rene Girard analiza el deseo mediado en su libro „Geometrias del deseo“ a través de la obra de autores clásicos como Cervantes, Flauvert, Proust o Dostojevski.
La teoría de Girard -a la que estos novelistas se adelantaron- es que en el deseo desviado la figura importante e imprescindible para suscitar el deseo no es tanto el objeto de nuestro deseo sino el mediador, a menudo rival. Es este el que hechiza el objeto que posteriormente desearemos.
La socialización nos ha llevado a un punto de disociación y autodesconfianza en el cual infravaloramos nuestro deseo tanto como nos infravaloramos a nosotros mismos.
Por supuesto que todo esto se desarrolla en la sombra, hacia fuera nos presentamos como seres disfrutones y autónomos. La envidia del deseo ajeno es nuestro secreto mejor guardado.
„No quiero seguir viviendo en los corazones de las personas amadas, sino en mi casa“ W.Allen
Desde abril hasta noviembre de este año se puede ver en el Hulboltforum de Berlín, una exposición que lleva el título „In-finito, vivir con la muerte“.
Se trata de un drama en cinco actos, que pretende abordar este delicado tema desde diferentes perspectivas.
Suena lógico decir que desde que el hombre tomo conciencia de la muerte pretendió escapar de ella pero, a juzgar por las estadísticas de la encuesta que se hizo para la exposición y en la que participaron más de 9000 personas, tán solo un 20 % querría vivir eternamente.
El 80 % restante parece tener una relación algo más realista con la finitud de la vida.
O sea que, aunque la muerte nos atañe a todos la obsesión por la inmortalidad no parece representarnos como especie.
La ciencia ha „liberado“ al ser humano de la religión pero las preguntas acerca del sentido de la vida y de la muerte siguen ahí. Y en estos ámbitos los científicos no se mueven con la misma soltura que los sacerdotes.
Confrontada con la mortalidad de la especie, la ciencia nos brinda algunas soluciones.
Emil Kendziorra, director de la empresa Tomorrow Biostasis y presidente de la Fundación Europea Biostasis afirma que „la muerte debería ser algo que deseáramos, no una necesidad“. Por ello nos propone crionización (congelación especial después de la muerte para ser descongelado en el futuro) a un precio accesible.
Según Kendziorra todo es muy simple, la gente que se crioniza es gente que ama la vida y no le gusta la muerte, el futuro será siempre mejor que el presente y no existe ningún argumento pro-muerte asi es que... al congelador.
Otro de los temas que se abordan es el del efecto pernicioso del homo sapiens (así se dirigen a nosotros las voces que nos interpelan) en el planeta, la catástrofe ecológica que hemos provocado y la necesidad de cambio, de cambio doloroso. Un cambio que se conjura constantemente pero no se llega a concretar nnca, nos dejan, por asi decirlo, en suspense.
El colofón son unas cabinas que prometen immersión en la vivencia de la muerte. Una vez dentro, una voz que parece ser la de tu profesora de yoga te advierte de que puedes escapar si te pones muy nervioso (esto es solo un ensayo) para acto seguido comenzar a narrarte en tono sugestivo como será tu último aliento.
Es una muerte científica, la que nos relatan, una muerte estandar y es que, como decía Rilke, pronto tener una muerte propia será tán dificil como ya lo es tener una vida propia.
Habría mucho más que decir, sobre la exposición y sobre el tema que trata.
Personalmente no la recomiendo, es prototípica de unos tiempos en los que se sobreentiende que la tecnología tiene el poder de mejorar todo lo que toca. Cada vez son más frecuentes este tipo de exposiciones que prometen „vivencias immersivas“ en cuadros de El Bosco o Van Gogh.
Pero...¿es necesario decirlo?: El Bosco no es mejorable.
Constato con tristeza que las Exposiciones en las que se profundizaba en los temas que trataban están siendo sustituidas por aquellas que se sirven de trucos técnicos.
Y „In-finito“, a pesar del potencial del tema que aborda y del despliegue de medios, no pasa de ser una mera repetición de consignas, parte de un proyecto de futuro sin alternativa cada vez más ubicuo.
Una última cosa; si hay alguien a quién le interese realmente profundizar en el tema de la eternidad puede leer „La Canción de Medianoche“ de Nietzsche.
La mejor medicina para la tristeza, la soledad y la melancolía es el amor, la segunda la poesia y la literatura.
En los momentos más bajos de mi vida siempre ha venido a mí, como a Bastian Baltasar Bux su historia interminable, un libro para acompañarme.
„El viaje al fin de la noche“ fue uno de estos compañeros y nunca he dejado de volver a él.
Hace unos días volvió a caer en mis manos y constaté que los clásicos siempre parecen haber sido escritos para el momento actual. Y es que nada cambia, como decía Cioran, otro poderoso desencantado „nuestras verdades no valen más que las de nuestros antepasados. Tras haber sustituido sus mitos y sus símbolos por concetos, nos creemos más „avanzados“; pero esos mitos y esos símbolos no expresan menos que nuestros conceptos. (...) El Saber -en lo que tiene de profundo- no cambia nunca:solo su decorado varía“.
He estado releyendo el libro pues, aunque sospecho que el último gran golpe al pensamiento lógico lo sufrimos hace ya un par de años, la locura progresa. Escucho a consagrados filósofos y filósofas hacer malabares con la lógica y el lenguaje para sostener que la únicar manera de llegar a la paz es la guerra y que tenemos que seguir exportando armas si queremos que la guerra termine.
A justificar este absurdo se dedican libros y más libros.
Y es que ya lo decía Celine, en su viaje:
"la poesia heróica se apodera sin resistencia de quiénes no van a la guerra y aún más de aquellos a quiénes está enriqueciendo de lo lindo. Es normal"
En mi trabajo de psicoterapeuta me encuentro cada vez más frecuentemente con mujeres jóvenes con un conflicto entre su ideología feminista y su deseo de ser madre.
Cuando deciden tomar esta decisión sienten que van a decepcionar a sus amigas, ante las cuales siempre dieron la imagen de independientes y empoderadas.
Lo que estas mujeres temen es lo de siempre; el rechazo social.
El miedo al rechazo hace que nos sometamos a presiones externas y renunciemos a nuestros deseos.
Existe, actualmente, una nueva presión sobre las mujeres:la presión feminista.
En las ubicuas charlas sobre feminismo, algunos de los temas de los que se quejan recurrentemente sus representantes es de la dificultad que tienen las mujeres para acceder a según qué puestos o sueldos en el ámbito laboral.
El cuestionamiento penetrante del rol de madre y de las oportunidades que las mujeres perdemos por dedicarnos a la crianza parecen dar por supuesto que ser madres, no trabajar o dedicarse a labores domésticas fuese algo deleznable que hubiese que evitar a toda costa.
Cierto sector femenino ha interiorizado estos valores y se encuentra, en el momento en el que deciden ser madres, además de con las contradicciones de su propio discurso, con el rechazo real del grupo feminista con el que hasta el momento se sentían identificadas.
La sociologa Orna Donath publicó hace unos años „Madres arrepentidas“ un libro en el que da voz a una serie de madres que se arrepienten de haberlo sido y hablan de la presión social que les llevó a tomar esta decisión.
No sabiendo oponerse a ella se convirtieron en madres insatisfechas no una sino varias veces (ni siquiera la brutal experiencia de rechazar a sus hijos les dió la fuerza suficiente para enfrentarse a la presión social).
La sociedad siempre ejerce presion sobre los individuos (y esta termina siendo ejercida por los propios miembros unos contra otros) y hay dos maneras de luchar contra ella.
La primera es adherirse a una causa y la segunda rechazar la presión concreta en el momento en el que se hace efectiva y en solitario. Ambas son importantes y no se excluyen. La primera no va nunca a sustituir a la segunda y la única que nos „empodera“ como individuos es la que ejercemos en solitario.
La primera es, sin embargo, más golosa, sobre todo cuando la causa es apoyada por el poder (lo cual ya debería hacernos desconfiar) porque nos ofrece plataformas de expresión, subvenciones y muchas otras facilidades.
Pero por suerte (o por desgracia) todavía nos queda un resquicio de libertad individual que nos obliga a decidir y es de eso de lo que la causa feminsta parece olvidarse cuando señala siempre el problema fuera de las mujeres.
Pues aquel que ve siempre el problema fuera, sin plantearse sus posibilidades de acción individual, termina victimizándose.
Y esto es lo que esta pasando con las mujeres; pretendiendo emanciparse se estan volviendo víctimas de su propia causa y se están cargando con nuevas presiones sociales.
Rebelión en la granja, de Orwell, nos cuenta como el poder es siempre poder y puede cambiar de rostro.
Y es fundamental que aprendamos a reconocerlo.
„El artista no solo debe pintar lo que ve delante, sino lo que ve dentro de sí, y si no ve nada dentro de sí, abstengase también de pintar lo que ve delante“ C.D. Friedrich
Hubo un tiempo en que filosofar era un intento de adaptar el alma a la naturaleza, que se percibía como más sabia que aquella. Esta actitud tenía la ventaja de que, reconociendo y aceptando ciertos límites, el ser humano quedaba protegido de elevarse a los altares.
Andando el progreso fuimos creyéndonos no solo capaces sino obligados, por algún designio divino, a dominarla y la ecuación se invirtió.
La magia y después la ciencia, que parece querer delegarlo todo en su hija predilecta, la tecnología, creyeron poder burlarla y hemos llegado al punto (tragicómico) de tratar a la naturaleza con condescendencia: hoy creemos que somos nosotros los que tenemos que protegerla.
Ay del estupor que nos espera! como decía el poeta.
En aquellos tiempos, en los que aceptabamos finitudes, la filosofía podía servirnos de consuelo y el arte, me aventuro a decir, quizás no era tán necesario.
En un mundo sepultado de capas y velos de mentiras, en el que la impostura ha penetrado tan profundamente en nuestro lenguaje que hemos perdido la capacidad de reconocerla, en el que, delegándolo todo, nos hemos convertido en tan débiles y dependiente que no encontramos el valor de cuestionar nada, el arte, más necesario que nunca, brilla por su escasez.
Pintamos, declamamos, escribimos, esculpimos….buscamos reconocimiento. No encontramos ya fuerza en nosotros mismos y la buscamos en los demás. Pero donde no hay verdad, no puede haber arte.Y quizás por esto está quedando reducido a círculos donde se lo conjura en vano.
La civilización, más práctica y desalmada, en su cruzada contra lo sagrado, hace ya tiempo que dejo de hablar de arte y se quedó con su parte aplicada, la creatividad.
La creatividad es lo último que parece quedar de aprovechable en nosotros, humanos, antes de que se nos declare, como especie, superada y obsoleta.
Hace muy poco tuve que visitar la planta psiquiátrica del hospital de esta ciudad y volví a hacerme la misma pregunta que hace unos años me llevó a dejar mi trabajo en hospitales psiquiátricos y neurológicos. La pregunta era:
¿Es posible que alguien se cure en este ambiente frio y hostil, con este trato jerarquico y autoritario y con estos remedios tan sobrios?
¿Es posible que los antiguos tuviesen, para los problemas del alma mejores curas de las que tenemos nosotros?
Entonces se tendía a recomendar una cura holística, que tuviese en cuenta, además de las necesidades del cuerpo como gimnasia o dieta, las del espiritu para las cuales se recomendaba, reposo, poesia, filosofía o música. (Para ser justos hay que decir que muchas instituciones cuentan todavía con algunas de estas terapias, pero al aplicarlas de una manera tan fragmentada, burocratizada e inconexa, los pacientes sienten a menudo que se trata poco menos que de rellenar las horas que pasan internos).
¿Es posible que una parte importante del problema radique en el hecho de que ya no creemos en la existencia del alma, el espiritu o la psique, más que como una emergencia, algo así como un residuo sobrante de las interacciones de nuestros neurotransmisores?
¿Es posible que ya no vinculemos nuestra tristeza, desmotivación, nuestros miedos, nuestras paranoias incluso (en un mundo paranoico como el nuestro, lo verdaderamente inexplicable es que no lo seamos más, inexplicable y además peligroso), a las relaciones deshumanizadas que mantenemos con otras personas y las exigencias cada vez mayores de nuestra sociedad?
¿Es posible que las pocas esperanzas que nos quedan las tengamos puestas en los cockteles farmacológicos, cada vez mas extremos (la delgada linea roja que separaba las drogas de los medicamentos ha desaparecido, Ketamina, TCH o psicodélicos han pasado a formar parte del arsenal del psiquiatra)?
Rilke decia que al niño al nacer ya se le da la vuelta, para que no VEA el mundo y se preguntaba si es posible que siglos de ciencia esten equivocados por haberse centrado en general y descuidado al individuo.
¿Es posible que el mundo haya tomado un camino equivocado y que seguir este camino signifique ser cada vez más infelices?
Y si esto es posible, si el mundo esta invertido, ¿no tendríamos que comenzar a darle la vuelta a nuestras creencias?
En la pelicula de Subiela, „El lado oscuro del corazon“ la prosituta romántica guarda sus libros de poesia en el botiquin. Y es que la poesia (como el amor) proporciona algo que los fármacos no nos pueden dar, consuelo, y por el consuelo necesita siempre comenzar la cura.
Invirtamos pues el orden establecido, devolvamosle al arte, al amor y a la vida el lugar que le corresponde y si bien, en este mundo hostil, de vez en cuando, la anestesia pueda ser necesaria, no le otorguemos un lugar de honor en nuestras vidas.
Desde que el hombre descubrió que frotando dos piedras podía controlar el fuego, la humanidad no ha cesado de desarrollar herramientas para someter a la naturaleza. Y como el poder siempre reclama más poder llegó un punto en el que el hombre se dejo de tonterias y quiso convertirse en Dios.
Para ser Dios no le bastaba con dominar la naturaleza, tenía que parir su propia criatura.
Ahí la tenemos, ha nacido el hijo del hombre: el Chatgpt.
„“Modelamos nuestras herramientas y estas nos modelan a nosotros“ decía McLuhan allá por los 60 en su obra „Comprender los medios de comunicación“- las extensiones del ser humano.
En poco tiempo el libro se convirtió en Bestseller y McLuhan en poco menos que un gurú„
„El medio es el mensaje“, decía y terminaba de un plumazo con la creencia optimista a la que seguimos aferrados de que pudiesemos controlar la tecnología controlando nuestra relación con ella.
„Depende de como la utilices“ decimos, en nuestra ilusión, obviando la dimensión social de esta y su poder de transformar la sociedad obligándonos finalmente a utilizarla de una manera determinada y a adaptar nuestras necesidades naturales a los mecanismos de la máquina.
Kubrick, en su visionaria 2001, planteaba la posibilidad de un mundo en el que las máquinas se humanizaban, es decir, comenzaban a sentir y a tomar decisiones libremente, al tiempo que el ser humano perdía estas facultades, la primeras por parecerle innecesarias, la segunda por haberla delegado en la máquina. En la cosmogonía de Kubrick no es la máquina la extensión del humano sino al revés; la única función del humano en ese punto de la evolución es la de apretar botones mientras vuela a gran velocidad no se sabe a dónde ni para qué (en la película es HAL, la IA, el único que conoce el fin de la misión).
Magnifica metáfora.
Hoy, fascinados con nuestra creacion, el Chatgpt, el hijo listo capaz de hacer tantas cosas que en pocos años dejará sin trabajo a media humanidad (aunque este probablemente no sea el peor de los males), nos hemos olvidado de un pequeño detalle en el que no estaría mal volver a pensar….
¿En qué nos estamos convirtiéndo?
A medida que la pandemia va cediendo protagonismo a la actualidad y la nueva normalidad deja de ser nueva (a fuerza de golpes hemos asimilado lo inasimilable y estamos ya predispuestos a seguir asimilando) la vida va brotando por las grietas que la primavera va abriendo en "la ciudad gris".
Es difícil transmitirle a un mediterraneo el poder que el Sol tiene en Berlín; transforma a los ciudadanos en lagartos, es capaz de dibujar una sonrisa en rostros acartonados por la tristeza e incluso de hacer que los encargados de velar por el orden permitan, por un momento, que emerja el caos.
Fue en una de estas magníficas tardes de primavera, en el puente de Varsovia, una parada de metro que conecta dos barrios que antaño estuvieron separados por un muro, que tres músicos -un polaco, un brasileño y un australiano- sacaron sus bártulos e improvisaron un concierto cuyo magnetismo embrujó a los castigados berlineses que pasaban por allí.
Seducidos por el ritmo, olvidaban sus planes y, atrapados por la alegría de estos magos disfrazados de doctores, dejaron, sin pensarlo dos veces, el futuro a un lado y se arrojaron a los brazos de Dionisio.
Uno de estos transehuntes era yo y el plan que procastiné era un concierto en el legendario bar "de izquierdas" que sobrevive, adaptándose, a la implacable gentrificación de Friedrichshain, el Supermolly.
Y es que la explosión espontanea de alegría que se produjo en el puente de Varsovia era un canto de sirenas capaz de retener al más teutón de los teutones.
En una hora y sin pretenderlo, estos tres jóvenes hicieron más por la salud de los allí presentes que en dos años expertos, políticos, gentes importantes e instituciones varias. En el punto álgido de lo que acabó siendo un festival en toda regla, un viejo punk, alcohólico y visiblemente castigado por la vida, arrojó la muleta en la que había estado apoyando el cansancio de vivir y se puso a dar saltos mientras alguien gritaba "milagro!".
Terminó el concierto dejándonos a todos un poco más felices y seguí con mis planes. O mejor dicho; lo intenté. En el Supermolly no nos dejaron entrar. Allí aplicaba la regla 2G+ y mis papeles no estaban en regla.
Esta vez no me importó.
En su tratado "Anatomia de la melancolía" (1621) Robert Burton dedicó un capítulo entero al amor romántico, llamado entonces, quizás más acertadamente, amor heroico.
Según Burton -que para escribir el libro hizo un titánico trabajo de investigación y recopilación de literatura, mitos y leyendas- el amor heroico, si bien encontraba su máxima expresión en el humano, no era exclusivo de este.
"viven las hojas para el amor, y todo árbol fecundo a su vez ama: las palmeras se pliegan para comunes pactos, los álamos suspiran por la caricia de otros álamos, el plátano por la de otros plátanos, el aliso silba a otros alisos"
Supuestamente encontró muchos los ejemplos de amor en el reino vegetal y de entre las especies vegetales, las palmeras parecian estar especialmente decantadas a este sentimiento. Se hablaba por aquel entonces del caso de una palmera "que amaba con fervor y que no se consolaba hasta que su amor se tendía sobre ella; podíais ver entonces cómo los dos árboles se doblaban y, de común acuerdo, tendían sus ramas hasta abrazarse y besarse. Manifestaban los síntomas de un amor recíproco"
Galeno, una autoridad en el campo de la medicina, observó que los vegetales enfermaban de amor hasta marchitarse y morir. Cuando los campesinos se percataban del enamoramiento entre los árboles, por la "curvatura de sus ramas y la inclinación de sus troncos", ataban las hojas y ramas de la una a las raices de la otra haciendo así que las dos floreciesen mejor.
El hombre actual, sobrio y orgulloso de ello, se reirá con autosuficiencia de estas historias. Carece del tiempo necesario para la contemplación y además poda compulsivamente todos los árboles a su alrededor, siempre por una razón, aunque sea estética.
Hasta que punto la estética, la seguridad, el orden y todos esos criterios que pretenden mejorar y dominar la naturaleza, la de ahi afuera pero también la nuestra, están amenazando al Eros es uno de los temas centrales de la Exposición "Eros y Melancolia" que se podrá disfrutar en Denia del 25.02 al 13.06 en el Centre de Art l´Estació.
En estos días me estoy acordando del bien común del que tanto se hablaba en el 2020 y del que todavía hoy se oyen ecos. Un pelín menos vehementes, eso sí (ahora el discurso oficial es el del castigo altruista para aquellos que se nieguen a contribuir).
Me acuerdo del bien común cada vez que abro el buzón y leo los emails de gente que busca terapia desesperadamente. O cuando veo en el periódico la caida en picado de la curva de satisfacción -para qué usar palabras mayores- de las personas en esos últimos dos años. O las estadísticas de suicidio que empiezan a publicarse tímidamente en algunos medios (bien escondiditas). En Alemania uno tiene ahora el doble de probabilidades de suicidarse que de morir contagiado. En España tambien hemos batido recods.
O con cosas más concretas como los rumores que corren de que el rastro de Denia, una de las pocas cosas auténticas que quedaban, va a ser gentrificado, convirtiéndose en un mercado de antigüedades.
Me preguntaba si estos precarios vendedores ambulantes habrían estado apelando al bien común y me viene a la cabeza aquella frase del poeta maldito (y visionario);
"qué es mi nada comparada con el estupor que les espera a ustedes".
Pero no hay que ser pesimista; es necesario seguir viendo siempre el lado positivo de las cosas. Y hay gente que sí se ha beneficiado del bien común, además de los filántropos. Jeff Bezos, por ejemplo, a él le ayudó bastante el sacrificio mundial de la humanidad que, por el bien común, se quedó en casa y le hicieron más rico si cabe. Gracias a esos enormes esfuerzos comunales su proyecto de irse a vivir al espacio va tomando forma. En un futuro próximo, anunció, únicamente bajará a la tierra para venir a Denia a comerse las gambas.
Algunos hosteleros están frotandose las manos viendo como aumentará, gracias a Bezos, el bien común en nuestra región.
"Everybody knows that it's me or you" L. Cohen
Todo el mundo sabe...cantaba Leonard Cohen, no obstante, en vista del estado del mundo, deberíamos demorarnos un momento y observar de cerca eso que todo el mundo sabe.
Al menos eso sostiene el Doctor Peter Doshi, editor del Britisch Medical Journey, una de las revistas científicas de alto impacto más importantes en la actualidad.
Según Doshi, es hora de revisar criticamente esas verdades que todos decimos saber. En un pleno, al que fue invitado en calidad de experto por el senador Ron Johnson, se lamentó de la ausencia absoluta de metodología científica en la investigación e implementación de la llamada vacuna contra el Covid. Asimismo planteó -y en parte respondió- algunas preguntas incómodas alrededor del tema, que no se están planteando porque al parecer....todo el mundo sabe.
"Voy a aprovechar estos cinco minutos para hacer uso del pensamiento crítico. Me entristece que como sociedad estemos atrapados en la actitud del "todo el mundo sabe". Esta actitud acaba con la curiosidad científica y nos lleva a la autocensura. Déjenme comenzar con algunos ejemplos del "todo el mundo sabe" de los cuales no estoy tan seguro si podemos estar tan seguros. Todo el mundo sabe que esta es la "pandemia de los no vacunados". Sin embargo, si realmente los únicos que estuviesen saturando hospitales fuesen los no vacunados, ¿sería necesaria una 3era dosis? y ¿porqué las estadísticas del Reino Unido muestran otra cosa? Allí vemos que la mayoría de los hospitalizados y fallecidos por covid son personas completamente vacunadas, como bien dice el senador Johnson. Parece ser que hay algunas relaciones que no estan claras, hay algo que nos mueve la curiosidad y deberiamos preguntarnos: ¿Es esto realmente una Pandemia de no vacunados? ¿Y que significa esto?"
Decía Marc Twain que es más fácil engañar a las personas que convencerlas de que han sido engañadas. Y más si hay intereses tan fuertes en seguir engañando y estos son tan poderosos. Para el humano reconocer que se ha equivocado implica sentir vergüenza y si hay algo peor para nosotros que el miedo es la vergüenza, que no es otra cosa que el miedo social; la perdida del prestigio que creí tener cuando me apoyaba en la opinión dominante (que los medios me vendieron como científica).
Los humanos preferimos ir a la tumba antes que reconocer un error y exponernos al juicio de aquellos que podrían juzgarnos. Y con respecto al poder....¿alguien recuerda la última vez que se retractó de algo, que reconoció un error?
"Palante como los de Alicante", es su máxima. Para desgracia de todos.
En un momento de su vida, Proust debió de sentir que se le había acumulado demasiada vida sin procesar.
Decidió ir en busca de su pasado y comenzó a vivir retrospectivamente. Su búsqueda del tiempo perdido termina con el tiempo recobrado y poco después Proust muere.
La nostalgia es la búsqueda de un consuelo, que no se encuentra en el futuro ni en el presente, en el pasado.
Pero no hay consuelo duradero para el melancólico que, dudando constantemente de su persona, sus acciones y sus decisiones, no puede reconciliarse con su existencia y siente con dolor que se ha quedado atrás en las expectativas vitales que un día tuvo.
La inseguridad del melancólico -Proust lo era- se ve salpicada de momentos de inseguridad extrema, en los que la duda se somatiza y comienza a afectar al funcionamiento de su cuerpo (a priori independiente de su voluntad, pero no completamente desligado de esta).
Aquí comienza una fatal espiral que de no ser interrumpida le impedira vivir.
Nuestra sociedad esta viviendo un momento de hipocondria y pretende recuperarse -lo pretende verdaderamente?- con más control. Pero jamás ningún hipocondriaco se recuperó de esta manera. Al contrario, es necesario dejar de observar y medir para poder comenzar a buscar las causas donde están; fuera, en sus relaciones con el mundo -y no con su cuerpo- y entonces y solo entonces podrá comenzar su proceso de sanación.
En el pasado melancolía e hipocondria eran palabras intercambiables, pero la tendencia de la ciencia a separar y convertir cada síntoma en un trastorno independiente provoca que cada vez sea cada vez mas difícil comprender la esencia de los fenómenos.
Otro rasgo interesante del melancólico es que encuentra anclado en la forma verbal del pluscuamperfecto de subjuntivo. Su narcisismo fatal le hace asumir la responsabilidad -y por ende la culpa- de todo lo que ha ido mal en su vida. En su mente se ha instalado una voz que le dice:
"si (no) hubieras tomado aquella decisión, no habrías destrozado tu vida y ahora serias feliz".
Esta fórmula inútil pero irrebatible, pues parte de la falsa premisa de que se pudiese volver al pasado, le provoca un placer culpable, el de poder, al menos, imaginar una alternativa.
El problema del melancólico hace tiempo que se conoce y es su incapacidad de echarle la culpa al otro (de cuya presencia a menudo ni siquiera es consciente, preocupado como esta de si mismo). Y es que culpar al otro en una etapa muy temprana de la vida significa asumir demasiado pronto que estamos desprotegidos en un mundo que puede llegar a ser cruel y peligroso. Y eso es, para un niño, imposible de asumir.
Prefiere pensar que el malo es él, inconsciente de que de este modo está sembrando la semilla de la que será su futura y principal tortura.
El arrepentimiento que implica el pluscuamperfecto de subjuntivo tiene que ver con el peso excesivo que pone en sus decisiones, que le hacen concluir que su tristeza, que tiene un origen interpersonal, es el resultado de haber errado.
La sociedad rechaza estas explicaciones psicológicas. Todos tenemos grabado a fuego que no debemos echar la culpa a los demás, sino asumirla. Y mucho menos a nuestros padres, que son los que estaban -o a menudo no estaban- ahí cuando se formaba, al margen de nuestra voluntad, nuestra personalidad.
La liberación del melancólico -y esta lectura será rechazada por él, a menudo con fervor, para poder seguir protegiendo al otro y sientiendo cierto control culpable- comienza con el desprendimiento de la culpa.
De otro modo, la inseguridad adquirida provocará que base sus decisiones en criterios externos, o en complacer a otros, de modo que sus necesidades, deseos y potencialidades irán quedando atrás y esta traición a si mismo irá aumentando la tristeza que siente y de la que no consigue librarse.
La nostalgia y la utopía, aparte de la literatura, serán entonces sus únicos consuelos.
Tras haber dedicado la vida a cumplir con sus obligaciones, un viejo funcionario se ve confrontado con un cancer terminal que reduce sus espectativas vitales a pocos meses.
Esta confrontación implacable con su propia finitud le hace tomar conciencia de que ha decidado su vida a actividades y personas que no valían la pena. Con la determinación que solo la plena conciencia de la propia mortalidad puede dar, decide que a partir de ese momento va a dedicar su vida a una única cosa: vivir. "Vivir" es l título de esta película de Akira Kurosawa inspirada en la novela "La muerte de Ivan Illich" de Tolstoi.
A nuestra lógica moderna le puede parecer paradójico que sea la "enfermedad" la que, en el último momento, salva a este funcionario de una vida mediocre y carente de sentido, pues en los últimos tiempos la salud ha avanzado a tema de capital importancia, desplazando incluso a la vida.
¿Pero que significa exactamente "salud"?
Según la OMS la salud es un "estado de perfecto (completo) bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad".
El avance de las tecnologías y la acumulación de datos nos obliga a ir ampliando y redefiniendo constantemente esta "perfección". Y es que la proliferación de dispositivos capaces de penetrar en nuestro organismo, ya sea proporcionándonos imagenes precisas de nuestros órganos internos, registrando las concentraciones químicas de las sustancias que nos componen o midiendo nuestos ritmos vitales, nos confronta con cada vez más y más variables -y más precisas- supuestamente relacionadas con nuestra salud.
Lo mismo sucede con el llamado bienestar mental; los trastornos psicológicos se multiplican; en la actualidad existen casi 400 formas distintas de estar trastornado. Por lo que respecta al bienestar social, si todavía creemos en aquel viejo axioma de que los vínculos son sanadores, nunca hemos estado tan solos y separados. Y más que lo vamos a estar pues una de las cosas que nos ha traido la llamada nueva normalidad son facilidades para no relacionarnos con el otro.
El conocimiento es dolor, dice el dicho y efectivamente cada vez es más difícil acercarse a este estado completo de bienestar físico que postula la OMS, cada vez estamos más alejados de la salud, es decir, más enfermos.
Por si esto fuera poco hoy nos vemos constantemente obligados a "demostrar que estamos sanos" pues la presunción de salud ha desaparecido. A partir de ahora solo estará sano el que sea capaz de pasar ciertas pruebas. La enfermedad se ha convertido en nuestro estado natural y siendo sospechosos de estar enfermos, cada uno de nosotros representa un peligro latente para el bien común.
Probablemente la esencia de la naturaleza humana, aquello que nos hace humanos, sea precisamente nuestra tendencia a huir de nuestra naturaleza, a desconfiar de ella y a intentar sustituirla por simulacros creados artificialmente. No nos fiamos de nuestra subjetividad y buscamos medidores para todo. Ya solo creemos en lo medible, material y general. Hoy una piltrafa humana con test negativo en mano es considerado más sano que un joven vigoroso, pero no vacunado.
Pretendemos sanarnos con dietas, deportes, privaciones y control de variables sin darnos cuenta de que este proceso es tan absorvente que cuando queramos darnos cuenta habremos dilapidado los mejores años de nuestras vidas en esta obsesión narcisista que nos aleja de la vida y del otro.
Y es que la salud nunca debería ser fin sino medio para la vida y el protagonista de la película de Kurosawa nos muestra como, confrontados con la muerte, la única alternativa no es abandonarnos en manos de expertos y pasar nuestros últimos meses en tristes salas de hospital.
El viaje más conocido es el de Ulises en la Odisea y la primera guía de viaje, de Pausanias, tambien se remonta a esa época. Parece ser que fue concebida desde la intuición de que una civilización, la griega, estaba a punto de ser sustituida. Esta primera guia de viaje puede leerse como un recuento de esculturas y edificios emblemáticos y bellos, muchos de los cuales iban a ser destruidos poco después por los conquistadores romanos.
Fue mucho más tarde, en la época de la ilustración y el romanticismo cuando los románticos, desencantados con el resultado de la revolución francesa, cuyas promesas de emancipación se demostraron fradulentas y viendo que en esa nueva forma de vida, secularizada e industrializada, perdiamos algo esencial y necesario, popularizaron la idea del viaje como búsqueda de la felicidad.
"Allí donde Tu no estás, allí está la Felicidad"
decía un poema de Georg Philipp Schmidt al que Schubert puso música y cuyo título, "El viajero o el extraño o el infeliz" sintetiza una verdad conocida desde hace siglos: que es imposible encontrar la felicidad perdida (si no estuviera perdida la búsqueda sería superflua) en otro lugar, pues allí donde vayamos arrastraremos con nosotros a ese viajero infeliz que somos nosotros mismos.
Tectum fugis; es imposible huir de sí, y mejor haríamos, decía Séneca, cambiando nuestros puntos de vista que errando de un lado a otro. Hay un tipo de melancolía en la cual la persona es incapaz de permanecer quieta en un mismo lugar. Hoy hablamos de ansiedad o desasosiego como síntomas de la melancolía. El melancólico que proyecta la felicidad en otro lugar, utiliza la geografía como alibi para evitar enfrentarse a sí mismo y encontrará en cada lugar al que se desplace motivos para justificar su infelicidad y sus viajes....
Dicho esto, aclarar que lo contrario no es cierto: quedarse quieto, permanecer en el mismo lugar, no es garantía de felicidad. Ni de valentia. Se puede huir de uno mismo a través de la filosofía, encontrando en ella postulados tranquilizadores...que tampoco terminan de tranquilizar. Kant, que nunca viajó, ni vio la necesidad de hacerlo, intentaba consolarse con su filosofía pero sufrió su vida hasta el punto de llegar a afirmar que por nada del mundo quisiera volver a vivirla. Estar dispuesto a revivir eternamente la propia vida era para Nietzsche (un antikantiano) la mejor prueba de que llevamos una buena vida.
Hay infinitas formas de huir de la confrontación con uno mismo y la huida geográfica es tan solo una de ellas. Tan frecuente o más es la proyección de la felicidad perdida en un punto del pasado; el temible " y si"....si hubiera tomado en aquel momento aquella decisión, si no hubiera hecho esto o aquello, si hubiera....Tambien aquí el pasado funciona como alibi.
Otras formas son cambiar de identidad, ya sea escapando de nuestra vida, como el protagonista de la novela de Pirandello, "El difunto Matias Pascal" o multiplicándonos para dividirnos en diversos personajes, como Pessoa. Dormir, drogarnos, comprar compulsivamente o matarnos a trabajar como los japoneses.
Todo formas de escapar a la única manera que podría, después de un viaje interior o exterior transformador, reconciliarnos con nuestra existencia, que es quizás lo más alto a lo que podemos aspirar en cuestión de felicidad.
hasta nueva orden no cantaremos al amor
hasta nuevo orden
A. Pizarnik
"Y un día prohibieron hacer el amor. Argumentaron que como la reproducción de nuestra especie estaba totalmente garantizada por los avances científicos, ya no sería necesarip ensuciar nuestros cuerpos con actos impuros.
Al principio, desafiamos la ley y haciamos el amor en privado, hasta que comenzó la represión.
Entraban de noche en las casas de todos los que eramos sospechosos de infringir el artículo 47.7 con la intención de sorprendernos in fraganti. Rompieron cristales. Derribaron puertas. Nos fotografiaron desnudos y nos sacaban a rastras de las habitaciones. Se nos acuso de pervertidos, de inmorales, de revolucionarios. Empezaron las declaraciones y los interrogatorios, los procesos, las castraciones, las ablaciones. Pronto se prohibieron las caricias, los besos, las miradas. Para entonces muchos ya habiamos decidido huir de las ciudades y cada noche haciamos el amor en los baños de los aeropuertos abandonados, en los coches de los desguaces, en las barcas encalladas en las playas, en los cobertizos de las granjas derruidas que encontramos de camino hasta aquí, donde todos vosotros habeis nacido, donde podreis seguir amándoos en libertad."
Furtivos. Ernesto Ortega
-Hasta hace dos semanas teniamos la sensación de que el mundo estaba en orden (Comenzaba una entrevista a Theodor Adorno, filósofo de la escuela de Francfurt. Corria el año 1969.)
-Yo no, contestó este lapidario.
Me pregunto si ha pasado suficiente tiempo desde aquel marzo del 2020 para poder escribir esta reflexión que emerge de una mezcla de sentimientos que van desde la nostalgia hasta el temor. Ya por aquellas fechas, en medio del estado de schock, y sin haber tenido tiempo de asimilar lo que nos decían que estaba pasando, comenzó a cursar por los medios un extraño concepto: la "nueva normalidad".
La idea no era nueva pero hasta ese entonces la vinculabamos con los conspiranoicos. Y de pronto, todos los periódicos "serios" comenzaban a hablar de ella como de un siguiente paso necesario, nadie entendía muy bien porqué. Me atrevería a decir que la primera recepción fue de rechazo unánime. Intuiamos que nada bueno podía esconderse detrás de ese siniestro concepto.
Siempre que la humanidad ha tenido la sensación de que una era tocaba su fin, se ha postulado - siempre desde arriba- el advenimiento de un nuevo orden, una nueva realidad, un nuevo ser humano etc, etc. De la noche a la mañana el mundo se había vuelto obsoleto y resultaba que la antigua normalidad, esa que habíamos estado viviendo sin planteárnosla mucho, nos había llevado al callejón sin salida del presente, en el que ahora nos tocaba pagar por nuestras faltas.
Stefan Zweig, en su fantástico libro, "El mundo de ayer", reflexiona sobre los cambios y transformaciones que sufrió la sociedad europea, desde el principio del fin del imperio austrohúngaro hasta la segunda guerra mundial. A la cual decidió no sobrevivir.
Según Zweig, en la época anterior a la primera gran guerra, las personas no eran capaces de imaginar, ni en sus noches más negras, lo que estaba por venir y menos aún el nivel de crueldad que puede alanzar el ser humano. Este odio "de pais a pais, de pueblo a pueblo, de masa a masa" que comenzaba peligrosamente a tomar forma en la primera década del SXIX, no hubiera podido surgir ni expandirse, según Zweig, sin la colaboración de los medios y de todos aquellos que en aquel momento tomaron la palabra para encender y dirigir a las masas hacia la idea de una guerra inminente y absolutamente necesaria, que les llevaría, como no, a una nueva normalidad en la que todo sería mejor.
Unas pocas décadas después, reflexionaba Zweig, al volver la vista atrás, resultaba imposible encontrar un motivo lógico por el cual aquella guerra hubiese sido necesaria pero por aquel entonces, hasta la panadera sin nociones de geopolítica, que no había abierto un atlas desde sus años escolares, era incapaz de concebir una Austria sin la anexión de un pequeño territorio fronterizo de Bosnia.
La gente parecía haber perdido la cordura. El odio y las ansias de poder, irracional y ajeno, les había invadido, o mejor dicho; se lo había inculcado.
"En aquellas primeras semanas de 1914 se volvió imposible sostener una conversación racional. Los más pacíficos, los más bondadosos estaban como embriagados de una sed de sangre. Amigos a los que siempre había tenido por individualistas convencidos, incluso anarquistas, se habían transformado, de la noche a la mañana, en fanáticos patriotas y de patriotas en insaciables anexionistas. Todas las conversaciones terminaban con el tópico "el que no sabe odiar, tampoco sabe amar". Camaradas, con los que no había tenido ni una discusión desde hacia años, me acusaban burdamente de no ser austriaco, proponiéndome que me fuese a Francia o a Bélgica. Llegaban a insinuar, que puntos de vista como el mio, en esta guerra, deberían ser considerados delito que habría que denunciar a las autoridades, pues los "Defaitistas", esa bonita palabra inventada en Francia (eso de inventar palabras vacias para neutralizar la oposición tampoco es nuevo) era el peor de los delitos."
Tuvieron que pasar muchos años (entre medio sus libros fueron prohibidos y el mismo obligado a exiliarse para sobrevivir), muchos crimenes y muchas desgracias, para que la humanidad fuese capaz de reflexionar sobre todos aquellos sucesos. Y me atrevería a decir que la condición necesaria para que esta reflexión (o simulacro de reflexión) y condena fuera posible, fue la derrota, la derrota y la existencia de un vencedor capaz de emitir juicios con valor histórico.
Y efectivamente, el mundo de ayer se transformó, y llego una nueva normalidad en la que muchas cosas siguieron siendo igual y otras cambiaron sustancialmente. Se podrían llenar muchas páginas sobre estas transformaciones, pero Zweig lo resume así; "a pesar de todo el progreso en lo social y técnico que este cuarto de año ha traido consigo, no habrá ninguna nación de nuestro pequeño mundo que no se haya empobrecido increiblemente por lo que respecta a sus ganas de vivir y su naturalidad".
Puede que esta frase nos sirva todavía hoy para entender eso que hemos perdido en unos cuantos meses y que tanto nos cuesta poner en palabras.
Habrá mucha gente que piense, como pensaban la mayoría entonces, que hemos superado el pasado y progresado moralmente. Y que ya no somos capaces de ciertos crimenes (pensamiento que denota una ceguera total frente a acontecimientos que suceden cada día).
Y ese es posiblemente uno de los motivos por los que no aprendemos de la historia, porque pensamos que nosotros y los de antes, no somos los mismos. Que en el pasado la gente era bárbara y que de haber estado nosotros allí hubiesemos pertenecido, sin lugar a dudas, al bando de los buenos. Y nos hubiesemos opuesto a todas las maldades que hoy, en los museos, horrorizados, condenamos unanimemente.
Pero como Zweig analiza, para no colaborar en aquella locura el individuo debía enfrentarse a la masa dominante y poderosa. Y poner su vida en peligro. Y no fue esto lo que pasó sino que; "todos se pusieron a colaborar"; el médico promocionaba sus prótesis con tanto entusiasmo que uno casi tenía ganas de ser mutilado, el poeta rimaba guerra con triunfo (Krieg und Sieg), el filósofo, veía de pronto en la guerra un revitalizante de las almas...Detrás de este forzado entusiasmo se escondía una necesidad humana, demasiado humana: la de pertenecer.
Somos muy valientes en épocas de paz.
En un ejercicio autoreflexivo podriamos preguntarnos cuando fue la última vez que nos opusimos a una masa dominante, en solitario y en persona, arriesgando algo (y no bailando en una manisfestación).
Y si no encontramos muchos ejemplos, deberíamos permanecer atentos.
"I´ve seen the future Baby
it is murder"
The Future. Leonard Cohen
A finales del 2020 los estados (en concreto el nuestro) sacaban pecho anunciando que el imparable y progresivo proceso de tecnologización de la sociedad se había acelerado, gracias a la pandemia, unos cuantos años.
Y es que, como a la mayoría le gusta decir, hay que ver siempre el lado positivo de las cosas. Y ya venían diciéndonos hace tiempo que la tecnología es avance y lo analógico un anacronismo.
Hoy es el propio humano el que ha quedado obsoleto. Era cuestión de tiempo.
Lentos pero imparables, los algoritmos han ido sustituyéndole en todo tipo de trabajos y actividades. El sueño de la razón va camino de cumplirse: pronto máquinas, robots y algoritmos trabajarán para nosotros que podremos dedicarnos a desplegar esa enorme creatividad que nos caracteriza como especie.
Entre tanto no nos quejemos por nuestra miserable vida. Solo es una fase. Una fase en la que tenemos que actualizarnos constantemente sobre el estado del mundo para ver que nueva regla interiorizar. Y si al interactuar con los empáticos algoritmos, que ni nos entienden ni consiguen resolver nuestros problemas, llegamos a odiar esos aparatitos negros de los que tanto dependemos, tampoco saquemos conclusiones precipitadas. Todo irá bien. El presente no es más que un tramite para llegar a un momento mejor:
el Futuro.
Un poco cansados de esperar, algunos han decidido irse a vivir temporalmente a Instagram. Se sirven del mundo real únicamente como decorado, de necesario retoque, para que su avatar, pasado por todo tipo de filtros, pueda proyectar belleza y disfrute en redes y reciba los likes necesarios para que el fastidioso cuerpo se calme. Hasta el siguiente bajón de dopamina.
Suerte que el futuro esta al caer.
He oido a las sirenas cantándose cara a cara.
No creo que canten para mi
T.S. Eliot
Que "el virus sigue ahí" se está convirtiendo en motivo suficiente para prohibirlo, ordenarlo y regularlo todo.
Y eso a pesar de que la letalidad de la nueva variante, llamada también "fiesta", se hace esperar.
En poco más de un año hemos olvidado de que nuestro cuerpo está repleto de virus y bacterias, la mayoría de ellos inocuos mientras nuestro sistema inmune funcione.
De hecho hemos olvidado que, al menos hasta el 2020, teníamos un sistema inmune.
No nos ha costado demasiado esfuerzo este olvido. Llevábamos ya tiempo acostumbrados a delegarlo todo en la tecnología, a dejar que ella pensara por nosotros. Así que, por la misma regla de tres, hoy esperamos que las vacunas, reforzadas eso si con rituales higiénicos que llevamos a cabo concienzudamente, nos defiendan de toda la suciedad biológica que pueda haber ahí fuera. (Dentro pareciera que todo es pureza).
El trauma social que ha generado el pánico mediático constante nos ha convertido en gallinas espantadas y corderos obedientes que aceptan sin rechistar que el único recurso ante un enemigo invisible y omnipresente es cerrarlo todo, en especial todo aquello que produzca placer.
Está prohibido vivir. Nos sentimos indignados cuando alguien lo pretende. Cada vez que alguien lo intenta recibe una condena unanime. Especialmente si son jóvenes. En las ganas de vivir de los jóvenes vemos reflejado nuestro miedo a la vida o peor: el tiempo que perdimos. El tiempo que no vivimos. Los años que procastinamos la vida, guardándola para más adelante, confiando siempre en aquello de que cualquier tiempo futuro sería mejor.
Y ahora que (nuestra lógica aun se resiste a aceptarlo) tomamos conciencia de que ese tiempo es irrecuperable (así vivamos 100 años más en este estado de conservación) no podemos aceptarlo.
Ni siquiera para buscar culpables nos queda energía. Esperamos que nos los sirvan.
"Yo soy exáctamente lo que ves, dice la máscara,
y todo lo que temes, detrás" Elias Canetti
Alguien dijo una vez que si la teoría de que el ser humano es un ser racional fuese científica, haría tiempo que habría sido falseda.
Parece ser que después de una investigación científica que reunió (de incógnito como ya es tradición) a los mejores expertos y en la que se analizaron cientos de estudios controlados y aleatorizados, los científicos llegaron a la conclusión de que el 26.06.21 los aerosoles dejaban de ser peligrosos y el virus ya no viajaría libremente por la atmósfera española (en otros paises nunca lo hizo).
El presidente del gobierno, solemnemente y después de tenerlo varios días en ascuas, lo comunicó al pueblo.
Lejos de provocar una euforia colectiva (los que lo hicieron fueron debidamente amonestados) la mayoría de los ciudadanos siguieron como si nada; la máscara siguió tapando sus bocas y narices a pesar de la ley y de los 30 grados a la sombra.
Interesada por este hecho insólito, he estado preguntando a algunos conocidos, pero ninguna de las respuestas me ha sonado convincente (ni siquiera ellos parecían convencidos); que no se dan cuenta de que la llevan (hasta que llegan a casa), que la quieren seguir llevando porque ha sido la medida más efectiva (otra teoría que hubiera sido falseada de ser científica).....Los más sinceros (y en el fondo los más racionales) son los que dicen seguir teniendo miedo, aunque es difícil encontrar a alguien que confiese esta debilidad.
En todo caso, a juzgar por otro tipo de comportamientos, no parece ser el miedo (a los contagios) el motivo de que tanta gente se aferre a ella. Es probable que la máscara viniese a llenar un vacio existencial (y de mercado). Y es que es la forma más vistosa de decirle al otro: - miramé, soy cívico, responsable y solidario. (El carnet de vacunación lo certifica pero, por desgracia, no se lleva impreso en la cara.)
Otra de sus ventajas es que nos camufla y nos ahorra la farragosa tarea de ponerle buena cara al otro (bastante nos cuesta ya la sonrisa perpetua en Instagram).
En vista de todo esto habría al menos que admitir que no somos seres racionales: no justificamos nuestras acciones con argumentos lógicos, no nos interesa la Verdad (nunca nos ha interesado y menos nos va a interesar ahora, en un momento tan delicado).
Lo que nos interesa hoy y siempre es la superviviencia. Y esta nos la asegura el grupo.
Somos animales de costumbres (y un año es demasiado tiempo para soltar certezas que los medios han grabado a fuego en nuestros cerebros). Y antes que nada somos miméticos y haremos exactamente lo que haga el vecino, como siempre hemos hecho.
Así es que, ¡a seguir sudando!
"Mantienes la palabra.
Pero ¿qué dijiste?
Eres sincero, das tu opinión.
¿Qué opinión?
Eres valiente.
¿Contra quién?
Eres sabio.
¿Para quién?
No persigues tu beneficio personal.
¿Qué persigues entonces?"
B. Brecht. La pregunta sobre el bien
Que ibamos a ser mejores personas fue una de las frases más repetidas al principio de la pandemia. Más solidarios, más conscientes, más ecológicos, más tolerantes. Todo lo bueno que ya teniamos, pero un poco más.
Ahora que ha pasado un tiempo prudencial podriamos dedicarle unos minutos a reflexionar sobre esta profecia.
¿Qué efecto ha tenido en nosotros la campaña educativa con la que se nos ha estado machacando desde todos los ángulos?
¿Somos hoy, año y medio después de que empezara todo esto, mejores personas?
¿Qué es ser buena persona?
Comencemos con una de las teorías psicológica del desarrollo moral más conocidas, la de Kohlberg. Este distinguía seis estadios que subdividia en tres etapas; la preconvencional, convencional y posconvencional (más tarde revisó sus teorías y postuló la existencia de un séptimo estadio pero como era inalcanzable no hablaremos de él).
El estadio preconvencional es propio de los niños. Estos regulan sus comportamiento a través de controles externos. Su "buen" comportamiento es fruto de dos motivaciones básicas: el miedo al castigo y la búsqueda de recompensa. Todavía no están maduros para reflexionar y no han interiorizado las normas de la sociedad, así que más no se les puede pedir.
En el estadio convencional la persona se orienta en base a lo "socialmente esperado". A través de la aceptación de las normas de su comunidad obtiene el reconocimiento de sus congéneres y se integra en la sociedad.
Y por último el estadio posconvencional, al cual, según Kohlberg, la mayoría no llegarían nunca. En este estadio la persona es capaz de distanciarse de las normas de su comunidad y orientarse en base a principios morales universales, éticos y que incluso pueden entrar en contradicción con las normas de su comunidad.
Este modelo ha sido criticado desde diferentes frentes. Desde la perspectiva de género se planteó la cuestión de posibles diferencias morales a favor de la mujer (como no podía ser de otro modo) pero los estudios que se hicieron al respecto no pudieron mostrar tales diferencias; no parece que haya un género más bueno que otro.
Más interesante es la crítica al cognitivismo, el hecho de que deje a un lado emociones y motivaciones. Así por ejemplo, no contempla el efecto que pueden tener las pasiones sobre la moral.
Platón ya decía que el eros ponía en peligro el orden social por lo cual se hacía necesario domesticarlo. A esto se refería también Robert Musil cuando dijo aquello de que "el amor es una rebelión de los amantes contra la sociedad". Me pregunto si el poliamor será la forma moderna de domesticar el amor, pero esta es otra historia y debera se contada en otra ocasión.
Y si el eros es una amenaza para el comportamiento "moral" el miedo lo es todavía más. El miedo a la autoridad y al juicio social desfavorable provoca en el ser humano el abandono inmediato de toda moral, la desconexión de las instancias cerebrales pensantes y el sometimiento al poder (o a la opinión dominante).
El miedo nos hace descender al subsuelo de la moral. Esto lo ha demostrado la historia repetidas veces (y también la actualidad). El colofón que en este sentido fue el Holocausto planteó la pregunta que motivó los experimentos de MIlgram y Stanfort:
¿cómo pudo ocurrir?, ¿cómo pudimos ser tan malos?
Estos ya clásicos experimentos vinieron a demostrar lo que ya se había visto fuera del laboratorio: que la mayoría de los seres humanos sucumben al miedo a la autoridad y llegan incluso a convertirse en asesinos torturadores.
Hannah Arend, que analizó implacablemente este tema, dijo una frase que nunca deberíamos olvidar: nadie tiene derecho a obedecer.
Y tampoco la inteligencia nos hace mejores personas.
Kant, al cual la ley moral en el hombre le hacía estremecerse, pretendió reducirla a un imperativo (categórico): "Actua de modo que puedas elevar tus actos a ley moral universal"
Parece que Kant fue presa de la misma confusión que más adelante Kohlberg y hoy la mayoría de nosotros: confundir la esfera de las palabras con la de los actos. También a Kant le llovieron críticas, las más interesantes de las cuales son las de Nietzsche, filósofo dionisíaco y por ello gran enemigo del racionalista. Según Nietzsche alguien que pretendía que su ley moral fuese válida para todo el mundo, tenía que ser alguien que no se conocía nada. Solo alguien asi podía ser tan arrogante y pretender universalidad.
Por otra parte, la existencia del masoquismo ya pone al imperativo en graves apuros.
Y además, ¿quién me asegura que siendo bueno los demás van a ser buenos conmigo? ¿que pruebas tengo de que los demás van a aplicar el imperativo categórico conmigo? No hay ningún motivo lógico -y mucho menos humano- que nos asegure esto. Y la existencia del poder anula la reciprocidad porque este puede hacer a los demás cosas que ellos no le pueden hacer a él.
Resumiendo: el imperativo categórico cae por su propio peso.
Volvamos a la diferencia entre la esfera de las palabras y la de los actos pues es especialmente interesante. Musil decía que el lenguaje sirve para ocultar el pensamiento y este para justificar lo injustificable. Y efectivamente; gracias al lenguaje podemos disociar el comportamiento del discurso y efectivamente hoy nuestro discurso es más tolerante, más solidario y más responsable que nunca (si no fuera porque existe Twiter...). Pero cuando apago los dispositivos....
Otra forma de justificar nuestro comportamiento amoral es dividiendo a la humanidad en dos y colocándome yo del lado de los buenos. Podríamos decir que hoy si soy mujer, progresista y feminista caigo automáticamente de ese lado y en él casi todo me esta permitido.
O sea que en la esfera de la palabra, que es tambien la de la tecnología, me muevo siempre en estadios muy altos de la moral, en el de los actos otro gallo canta pero...a quién le importan lo actos si la vida se desarrolla ya en un mundo virtual al que puedo entrar y salir con un clic.
Nos dicen que una buena persona es aquella que deja sus intereses a un lado y se sacrifica por el bien común.
Pero ¿quién me puede asegurar que el bien común no es el bien de unos pocos privilegiados (sobre todo viendo el aumento imparable de las desigualdades sociales y el enriquecimiento obsceno de unos pocos)? y ¿quién tiene la potestad (y la arrogancia) de definir qué es el bien común? o ¿qué pasa cuando la sociedad esta pervertida, como ha sucedido tantas veces en el pasado, y obedecer es hacer el mal?
Kohlberg, Kant y todos los optimistas (o deberíamos de decir anestesistas) que afirman que somos cada vez mejores personas ignoran sistemáticamente el lado oscuro del ser humano. Y esto hace que Rimbaud acertase para siempre cuando dijo aquello de que "qué es mi nada comparado con el estupor que les espera a ustedes". Al final de cada ciclo histórico el ser humano siempre se da de bruces con el mismo estupor y se pregunta cómo pudo suceder.
Aunque bien mirado en la mayoría de los casos ni siquiera aparece el estupor, ni la autocritica, tiramos palante como los de Alicante, con nuevos proyectos tecnológicos y la memoria ya se encarga lavar nuestras conciencias.
Otra pregunta que yo me hago últimamente es que si somos tan buenos y tan mejores ¿a qué se deberá esta avalancha de depresiones? y ¿porqué porque los suicidios van aumentando al ritmo del progreso?
No hay más misterio que éste; el ser humano es egoista por naturaleza y altruista por necesidad, pues todo gira alrededor de su propia supervivencia, la real y la social. Y hoy, que en la sociedad occidental no es tanto nuestra vida sino nuestra imagen la que debe sobrevivir, necesitamos más que nunca aparentar buenos sentimientos y es por eso que constantemente se nos llena la boca de grandes palabras.
Ser altruistas se ha vuelto menos importante y por ello somos tan indolentescon el dolor real pues una de las bondades de la tecnología es que me transmiten la sensación de que no necesito al otro. Con un clic lo puedo tener todo. Y al otro, al real, lo quiero cada vez más lejos. Y la comunidad la he reducido a mis seguidores.
Dejemos ya de engañarnos, no tenemos comunidad y la solidaridad requiere presencia y para la presencia hay cada vez más obstáculos.
Freud decía que no hay cambio sin (auto)vergüenza y podriamos comenzar reflexionando sobre la frase de Celine"a mi la moral de la humanidad me la trae floja; como a todo el mundo, por otra parte".
Dejemonos de solemnidades y de fingir sentimientos imposibles que no tenemos, ni podemos tener, y comencemos a ser conscientes de los que sí tenemos (aunque no nos gusten) antes de que sea demasiado tarde. Y preguntémonos si estamos en condiciones de tirar la primera piedra.
Kierkegaard daba uno de mis consejos favoritos: Arreglate tú, es lo mejor que puedes hacer por los demás. Este es el verdadero imperativo categórico. Arreglate tú y deja al otro en paz pues probablemente sabe mejor que tú lo que le conviene.
Parara percatarnos de que a lo largo de este último año y medio han aumentado las depresiones no hace falta esperar a que la OMS publique un estudio. Basta con mirar alrededor. Por mi parte he pasado de tener varias solicitudes de cita a la semana a tener varias al día.
Especialmente preocupante es el aumento de las depresiones infantiles, que darán que hablar en los próximos años. Y es que los niños -y los ancianos en residencias- han sido los grandes sacrificados; han sufrido las medidas más extremas sin tener practicamente ninguna posibilidad de defenderse de las buenas intenciones de la sociedad.
Hay una teoría que dice que la depresión es un estado en el que uno ve el mundo como es. Y ver el mundo como es tiene la desventaja de que veré cosas que no me gustarán.
Pero aún hay otro problema peor; en cuanto exprese lo que no me gusta vendrá el positivista de turno y me intentará convencer de que no es el mundo el que falla sino yo el que miro mal.
Me dirá que no sea negativo, que mire el lado positivo de las cosas.
Esta es otra de las cosas que han aumentado a lo largo de este año; la presión para ver el lado positivo de la vida. Libros de autoayuda que desbordan los estantes de las librerias y expertos psicólogos que aparecen de debajo de las piedras para explicarnos 10 maneras de controlar los pensamientos negativos, de ser más positivos, más felices, más resilientes y menos tóxicos o narcisistas. (Y cómo huir cuando nos crucemos con alguien que no siga estos consejos).
¿Es posible que sea nuestro criterio el que falla? y ¿por qué nos falla a todos a la vez, niños incluidos?
Zorman, uno de mis you tubers favoritos, contaba el otro día en una entrevista que había pasado por una depresión. Decidió ir a terapia y allí aprendió dos cosas: que debía forzarse a ver el mundo de manera más positiva y a ser menos tóxico. Se había puesto a la labor y de momento parecía ayudarle.
Parece que Zorman se ha puesto en manos de uno de esos psicólogos positivistas, cuyo único recurso parece ser forzar a sus pacientes a ponerse unas gafas rosas que distorsionen el mundo. Estos terapeutas parecen partir de dos supuestos:
que la depresión es el resultado de ver el lado negativo de la vida y que uno puede cambiar/controlar sus pensamientos al gusto.
Ambas hipótesis fueron refutadas por la psicología hace muchos años.
Forzarse a ver el lado positivo de las cosas no solo no ayuda a salir de la depresión sino que la cronifica, pues al desviar la atención de lo negativo, que es donde está el potencial de cambio, no permitimos que nada cambie. La génesis de la depresión no son los pensamientos negativos, sino estos son el resultado de la depresión. Y son nuestras experiencias, pasadas y presentes, las que nos hacen sentir y pensar de una determinada manera.
Por otra parte los pensamientos no son controlables, son el resultado de nuestras interacciones con el mundo y las personas y están en congruencia con los sentimientos que estas interacciones nos generen. Para cambiar los "pensamientos negativos" debo de cambiar mi forma de interactuar con el mundo y para hacerlo bien primero deberé analizar lo que esta pasando. Es decir, debo mirar lo negativo, no ignorarlo.
Además necesito incluir en la ecuación la posibilidad de que no sea yo el que este esforzandose demasiado poco, sino el mundo o el otro el que me este tratando mal.
O dicho de otro modo; que la culpa no siempre es mia.
Los psicólogos del positivismo les transmiten a sus pacientes dos mensajes, uno directo, "debes pensar en positivo" y otro indirecto, "estás equivocado, estás haciendo algo mal, tu sufrimiento es culpa tuya".
Y por ello, el bienestar que Zorman dice sentir, no es más que el efecto placebo del primer mensaje y no durará. Ver el mundo de forma positiva es sano, pero solo cuando coincide con las emociones que la persona siente. Y las emociones negativas no pueden cambiarse a través del pensamiento. No de forma duradera.
Uno de los problemas está en las universidades. En España no se enseña la psicoterapia de una manera profunda. En muchos casos los terapeutas unicamente tienen un saber teórico. Conocen las teorías, pero nunca se han enfrentado a sus propios miedos, sus barreras, sus emociones con el resultado que no pueden acompañar a sus pacientes en el proceso terapéutico sencillamente porque ellos no lo han atravesado. La impotencia que les provoca no poder ayudar a sus pacientes les hace persistir en teorías que no funcionan, como la del positivismo, y acaban dañando a sus pacientes en lugar de ayudarles.
No debemos aceptar el criterio de los expertos, sean los que sean, si no nos está funcionando. Así que, ahi va un consejo; si tu terapia no te esta ayudando, díselo a tu psicólogo, confróntalo. Pues también cabe la posibilidad de que el problema no sea del terapeuta. La terapia es un proceso duro y es normal sentirse mal (incluso peor) a su comienzo. Pues el terapeuta me confrota con temas dolorosos, que en el día a día prefiero reprimir. Lo importante es que me transmita confianza y que yo vaya entendiendo mis mecanismos que es en lo que consiste la terapia: en el análisis.
Zorman es humorista. Su gracia consiste en que ve el mundo como es y además es capaz de contarlo en clave de humor.
A la pregunta de cuándo supero su depresión, Zorman, con su risa contagiosa, contestó que todavía no. Sostengo que si sigue forzandose a ver el mundo de manera positiva no solo no saldrá de la depresión (por suerte las crisis depresivas a menudo remiten espontaneamente) sino que corre el peligro de acabar perdiendo la gracia.
"Desde que tu no me quieres, yo quiero a los animales" Extremoduro
Hace ya tiempo que los humanos nos estamos separando unos de otros.
A ello han contribuido diversos factores como los avances tecnológicos, que nos han hecho más independientes, o el urbanismo que nos aisla de una manera cada vez más eficaz, pero también ideologias supuestemente bienintencionadas pero que remarcan las diferencias, como el feminismo.
Todo esto no sería tan efectivo si la relación humano-humano no fuera una relación ambivalente per se. Y es que, como afirmaba Kafka, nada puede prodcirnos más satisfacción ni más sufrimiento que una relación con otro humano.
El otro nos atrae tanto como le tememos y conforme vamos perdiendo el contacto con él, menos creemos necesitarle, más le tememos y mayor es el muro invisible que de él nos aleja.
Y más baja lo que podríamos llamar la líbido social.
Las políticas del Corona están siendo la guinda final; a partir de ahora, al otro se le añade otro peligro potencial; el de contagiarnos una enfermedad mortal.
Habrá gente que jamás se reponga de este miedo y nunca más se acerque al otro. Pagando un precio; la soledad. Pues no somos lobos solitarios y necesitamos al otro, así que no nos quedará más remedio que sustituirle. Y las mascotas (vivas) son el primer paso.
El mundo se esta llenando de gente que ya no espera nada de las personas y todo de las mascotas que además no ofrecen ninguna resistencia. Aceptan su rol. Y tienen la gran ventaja (para nosotros) de que al no tener lenguaje no pueden opinar.
Y precisamente porque no tienen lenguaje es por lo que las mascotas están comenzando a mostrar síntomas; ansiedad de separación, depresión, conductas autolesivas.....los dueños están muy preocupados. Pronto saldrá al mercado el primer manual diagnóstico psiquiátrico de animales de compañia. Y la profesión de terapeuta de mascotas será una con mucha salida.
Pero sospecho que los terapeutas no pretenden encontrar el origen del problema sino ayudarnos a someter a las mascotas, enseñarles a que se adapten a nuestro modo de vida. Ese modo de vida que los desnaturaliza y descontextualiza, que les arranca todos los instintos y les aplasta con emociones que quizás no quieren pero que en todo caso no saben gestionar. Ese modo de vida que es probablemente la fuente de su infelicidad (como de la nuestra).
Pero a nosotros siempre nos quedará Netflix.
"La culpa es de uno cuando no enamora", decía Benedetti sobreestimando su influencia y condenándose así a sufrir más allá de la pérdida.
Que alguien se enamore o no de uno es algo sobre lo que no tengo poder (absoluto), pues depende, al menos en parte, del otro.
Pero al narcisista (hay que aclarar que un narcisista no es, a priori, un malvado como se tiende a presuponer, sino uno cuyos pensamientos, generalmente negativos y autodenigrantes, son autoreferentes, es decir, giran en torno a sí mismo) le cuesta repartir ciertas responsabilidades.
El Individuo es el gran absorvedor de culpas.
Las acusaciones son de lo más hetereogeneas y lo único que tienen en común es que le señalan a él; por haber vivido por encima de sus posibilidades (culpable de provocar una crisis), por ser un hombre opresivo (heteroculpa), por no tener un cuerpo suficientemente bello y sano, por el cambio climático o por esparcir enfermedad con su incivismo y su falta de responsabilidad.
La sociedad cuestiona al individuo y este siempre está intentando mejorar y portarse bien. Hay algo superior a él que le impide cuestionar qué tanto de responsabilidad recae sobre el otro ya sea un amante, un jefe, un padre, una multinacional, un banco o una corporación farmacéutica.
La culpa es de uno, y echarsela a otro denota inmadurez.
Para entender la culpa previamente hay que distinguir entre la culpa por un acto concreto cometido y la culpa como sentimiento vital.
La gran culpa, como dicen los católicos.
Esta gran culpa va más allá de la herencia judeocristiana. La relacionamos con esta institución en parte porque utilizaba el vocabulario que conocemos e identificamos (culpa, pecados etc..) y en parte porque la Iglesia ha perdido ya suficiente poder como para que seamos capaces de cuestionarla. Hoy es inocuo (no arriesgo nada) cuestionar a la iglesia y por eso lo hago. Al igual que casi todo lo que se cuestiona socialmente, se hace cuando el poder lo permite.
Sin embargo una mirada atrás, adelante y a cualquier lado nos permitirá ver que cualquier sistema que quiera imponer algo se servirá de la culpa del individuo. Tambien aquellos con supuestas buenas intenciones como el feminismo, el veganismo, el animalismo. La civilización se nutre y se sostiene sobre la tendencia del individuo a la aceptación de la culpa, que hoy llaman responsabilidad, pero que es lo mismo, no nos engañemos.
En el pasado la religión nos impuso que nuestras almas eran débiles y necesitaba el beneplácito de Dios. A él le debiamos nuestra existencia y a él teniamos que rendir cuentas. Esto implicaba aceptar los rituales de arrepentimiento, confesión y expiación.
Hoy nos encontramos en una situación similar, aunque ahora es el cuerpo (objeto de la ciencia, como el alma lo fue de la religión) el imperfecto y el que precisa de la Ciencia para defenderse de sus enemigos. Porque solo no puede.
Y al igual que los rituales religiosos de arrepentimiento-confesión-redención-expiación se repetían cada domingo sin conseguir librarnos de la (gran) culpa pero constituyéndose en un modo de vida también la impotencia del cuerpo y la nueva dependencia de la Ciencia son dogmas que han venido para establecerse.
La culpa es la conciencia de estar en deuda.
Todo ser humano llega al mundo con esta marca ya que por nuestra naturaleza dependemos de otros para sobrevivir. Sin cierto cuidado del otro no sobreviviriamos y al otro, al gran Otro, tendemos a verlo durante mucho tiempo como omnipotente. Porque en algún momento lo fue. Tuvo el poder de salvarme y hubiera podido aniquilarme también. Pero no lo hizo, me regaló la vida y yo quedé en deuda, sujeto a esta gratitud, que me hace dependiente y obediente. Quedé debiendo a una instancia superior.
La relación particular que cada uno desarrolle con la culpa (su vivencia subjetiva) dependerá de multiples factores individuales como la constelación familiar y cultural concreta en la que nace, el modo en que sus padres, maestros, hermanos ejercieron el poder, cómo se relacionaban ellos con sus propias instancias de poder etc...
En el peor de los casos el sentimiento de culpa se convierte en omnipotente y aplastante llegando a generar graves depresiones.
Pues es la culpa y no la tristeza lo que caracteriza la depresión. Los depresivos pierden la motivación y la capacidad de decidir, pues sobre cada insignificante decisión acaba recayendo el poder de destrozarnos ( o destrozarle a otro) la vida. La obra literaria de Kafka es una metáfora del sentimiento individual de culpa, la grandeza del otro, el sinsentido del mundo y la impotencia del individuo.
El sentimiento de culpa se vive internamente como un autorreproche constante e implacable. Me acabo reprochando cualquier cosa que pueda ver como una mala decisión que marcó el curso de mi vida y lo dirigió hacia la infelicidad.
La culpa acaba culminando en la sensación de haber perdido mi vida. Por mi culpa.
Y por desgracia, esto último acaba siendo cierto; sujetos a este eterno agradecimiento, subordinamos nuestras necesidades a lo que "se esperaba de nosotros". Nos sacrificamos, renunciamos a Ser, siendo unicamente para otros. Y nos perdimos.
Leonard Cohen habla de este sentimiento en su canción"El traidor", según él, se llamó así "por ese sentimiento que tenemos de traicionar una especie de mandato universal que se nos ha impuesto y nos obliga a cumplir con él. Siendo incapaces de cumplirlo, nos damos cuenta de que el auténtico mandato era no cumpir con él, que el mandato universal era permanecer sin culpa, en cada aprieto, y es así como te conoces a ti mismo."
"Primero vacunarse, después festejar", leemos allí donde antes se anunciaban conciertos y fiestas.
Primero el sacrificio, después el disfrute, dice una máxima muy humana. Aunque en realidad el orden está invertido; se nos insta al sacrificio (castigo) para expiar una supuesta fiesta, un supuesto disfrute excesivo y ofensivo a los Dioses.
El ser humano siempre se ha relacionado con lo terrible e incomprensible a través del sacrificio. Enfrentado a experiencias que no es capaz de entender -como la muerte- las dota de sentido (es el castigo por una culpa cometida) recuperando así el control perdido. Es su respuesta ante la impotencia en la que le sume un universo oscuro, terrible e inefable. Y es también venganza de los celosos Dioses ante el disfrute de los mortales.
La película de Yorgos Lanthimos, "El sacrificio del ciervo sagrado" aborda el tema de una manera magistral.
El título alude al mito de Agamenon.
Este había matado a un ciervo consagrado a la Diosa Artemisa. No contento con ello, alardeó de sus dotes de cazador. Artemisa lo castigó impidiendo a sus barcos avanzar hacia la ciudad de Troya, donde se estaba librando una guerra. Al consultar al oráculo para librarse de la maldición, este le dió la solución; debía sacrificar a Ifigenia, su hija más hermosa. Solo asi conseguiría aplacar la ira de la diosa y que esta los dejara partir. En un principio Agamenón se negó, pero finalmente, al ver que no había alternativa, aceptó llevar a cabo el sacrificio.
Agamenón había matado a un ciervo sagrado y ahora debía sacrificar a otro: su propia hija.
En el origen se supone una culpa. En el mito, matar al ciervo. Pero esto es solo el pretexto. La verdadera culpa de Agamenon es la del único pecado capital que los Dioses nunca podrán perdonar; la de la arrogancia. Agamenon osó compararse con la Diosa.
En la película de Lanthimos la culpa que pesa sobre el padre/cirujano es una supuesta negligencia que acabó con la vida de un hombre en la mesa de operaciones. Es el hijo de este hombre el que la simboliza. Lo veremos aparecer en la vida del médico en los momentos más inesperados -e inoportunos.
El cirujano, cada vez más irritado, se esfuerza por expulsar la culpa de su vida; le dedica migajas de su valioso tiempo, le hace pequeños obsequios y finalmente pretende deshacerse de ella de malas maneras.
En vano; la culpa está cada vez más presente.
Es entonces cuando los hijos del cirujano comienzan a mostrar extraños síntomas y la profecía se hace palabra: su condición culpable traerá una desgracia sobre la familia si no es expiada.
El médico, científico racionalista, se niega a aceptar lo que únicamente puede entender como irracional; los síntomas innegables, deben tener sin embargo un origen genético o, haciendo ya una gran concesión, psicosomático.
Y es que en el universo de Lanthimos la Ciencia es un poder hegemónico que domina todas las esferas de la vida, que lo explica todo y que no admite alternativa.
No hay otros dioses.
Indiferente a la arrogancia del cirujano, la profecía sigue su curso y al médico no le queda otro remedio que aceptar que su ciencia no sirve aquí y no hay modo de salvarse que no sea ofreciendo un sacrificio de la magnitud del daño provocado.
Solo un sacrificio así volverá a equilibrar las fuerzas.
Lanthimos nos confronta con la eterna lucha entre Apolo y Dionisio, una lucha en la que no puede haber nunca un ganador... sin nemesis.
Actualmente sin ser conscientes (el pueblo nunca se entera de nada) estamos soportando las tensiones y aceptando los sacrificios fruto de luchas de poderes; los poderes científicos, seculares (hoy también puritanos) y lo sagrado en todas sus manifestaciones.
Hace ya siglos que las fuerzas seculares se nos vienen imponiendo.
Hay un cuadro de Goya que representa esta masacre. El "Saturno devorando a sus hijos". Vemos en él a un Saturno de mirada desencajada presintiendo la inutilidad de su exterminio; cuando haya devorado al último de sus hijos quedará solo en un universo oscuro y terrible.
Pero el ansia de poder no tolera resistencia pues, si existen otras fuerzas, entonces es que existen otros Dioses. Y en un mundo monoteista, el poder tiene que ser absoluto y el otro aniquilado.
Y poco a poco se va haciendo desaparecer todo lo sacro. Fiestas (dionisiacas), rituales religiosos, conciertos, bailes y por último la noche.
¿Es casual que se hayan usado los lugares de ocio y disfrute como centros de vacunación y testeo? ¿Es casual que haya sido un virus el motivo del cambio de paradigma? ¿Es casual que el Otro haya sido sustituido por una pantalla? ¿Es casual que el agua bedita haya sido sustituida por gel hidroalcóholico? ¿Es casual que la noche, símbolo de todo lo incontrolable, oculto, terrible y misterioso, este prohibida? ¿Y es casual que se nos exijan más y más sacrificios?
No, no es casual.
Cuando un poder pretende imponerse, lo primero que hace es derrocar viejos símbolos. Y sustituirlos. Por eso se han elegido los centros lúdicos, como centros de vacunación, aún habiendo alternativa. Por eso hay militares en los centros de vacunación -ellos representan el poder.
Nos prestamos al sacrificio porque se nos inocula una culpa ( que cae en terreno fértil).
Tendemos a atribuir este sentimiento tan fácil de despertar a nuestra herencia judeocristiana. Sin embargo la culpa es infinitamente más antigua. Es incluso anterior al pecado. No existe ese gran pecado, ese pecado original, solo existe la conciencia de insignificancia y dependencia y esta misma conciencia es la culpa. Y es el mismo sentimiento de culpa persistente y recurrente el que nos hace inventarnos siempre nuevos pecado que podamos expiar y obtener la anhelada redención (que no llega). Viviamos por encima de nuestras posibilidades, estábamos disfrutando demasiado, estábamos maltratando a los animales y provocando al clima, hemos sido irresponsables....en el fondo el tema es lo de menos pero siempre, siempre seán los sacrificados y no los verdugos, los que sientan la culpa. Curioso.
Se dice que para que el sacrificio sea efectivo la víctima tiene que entregarse voluntariamente. De otro modo sería un asesinato. La posibilidad de eludir el sacrificio, de resistirse a ese nuevo bautismo que nos permitirá pasar a una nueva era, es cada vez más reducida. Pero sigue habiendo resistencia. Pues algunos han tomado conciencia que aquello que los poderosos, la sociedad, nos ofrecen a cambio del sacrificio es: NADA.
Y en es precisamente en esta entrega y sumisión, en esta aceptación del sacrificio a cambio de NADA donde radica nuestra verdadera culpa.
En todo caso mientras siga habiendo resistencia, hijos que devorar, seguirán habiendo medidas aparentemente inutiles, pero repletas de sentido simbólico.
Y seguiran diciéndonos que no nos hemos sacrificado lo suficiente.
La idea de un nuevo mundo puro no es nueva. Es recurrente en la historia.
Y siempre que se han postulado nuevos mundos, ha habido gente que no ha sido invitada.
Los que no se sacrifican. Veremos que ocurre con ellos.
Virginia Wolf perdió a su madre cuando tenía 13 años. Estuvo obsesionada con ella hasta que un día, mientras paseaba, llegó a su cabeza como una revelación su novela Al faro. La escribió casi del tirón. Cuando la terminó dejó de estar obsesionada con su madre. Dejó de verla y oir su voz en todas partes. Tenia 44 años.
La figura de la madre ha representado en todas las culturas y religiones el amor más profundo que podemos conocer. Un amor que, ha diferencia del del padre o amante, es incondicional y piadoso. La clásica representación en nuestra cultura es la Virgen María sufriendo en silencio con su hijo muerto en brazos.
En la mítica calle "Unter den Linden" de Berlín, en una especie de templo no excento de cierta mística, hay una escultura de Kathe Kollwitz, una artista berlinesa de principios del SXX, que se llama "Madre con hijo muerto". Había perdido a su hijo 10 años antes de realizar esta escultura durante la primera Guerra mundial. Pero según Kollwitz su "madre" ya no está sufriendo. Está reflexionando.
El amor incondicional de una madre que nunca nos abandonará es una fantasia tranquilizadora a la que todos nos aferramos. Aún a costa de la madre real.
De esta, de la de carne y hueso, negaremos siempre su lado oscuro. Muestra de esto es que si bien todos conocemos a Eva, apenas nos es conocida la figura de Lilith, supuestamente la primera mujer de Adán, creada del barro como este en condición de igual. Lilith es la mujer fatal, seductora y un tanto bruja.
Según cuenta la leyenda fue condenada por arrogante (no quiso someterse a Adán) a parir hijos demoniacos y muertos. Representa la sombra de la madre/mujer, que enturbia los ánimos de las madres en sus primeras semanas infundiéndoles temores e inseguridades. Es la ladrona de bebes. Aparece en diversos cuentos y leyendas como bruja o ente misterioso que intenta engañar a las madres para robarles sus bebes. Lilith representa también la sexualidad y la independencia, la parte mas amenazante y egoista de la madre.
En un principio la madre es para el hijo un ser sobrenatural.
Es su primer objeto del deseo, susceptible de calmarlo y colmar todas sus necesidad. Ante tamaño poder, el niño no puede menos que sentir devoción y fascinación ante ella. La mirada que la madre dirige al niño es de suma importancia para su supervivencia. Es el primer espejo en el que el hijo se mirará y este primer reflejo será lo que seguirá viendo en ellos toda la vida.
La mirada extática del bebe a la madre es la de alguien que esta frente a lo sagrado.
Es la mirada que mas tarde se dedicarán los enamorados.
Cuando la mirada de la madre está enturbiada por miedos, depresiones o anhelos frustrados, los hijos la rehuyen, y esta huida de la mirada materna es equivalente a la huida del amor de aquellos que, como Kierkegaard, temen a la intimidad pues no quieren volver a verse en un espejo desfavorable o peor aún: uno que ni siquiera les refleja.
La madre es uno de los arquetipos principales del inconsciente colectivo de Jung. Representa lo bodadoso, protector, sustentador pero también lo secreto, escondido, tenebroso, el abismo, el reino de los muertos, lo que seduce, envenena y devora.
Esta otra madre aparece en los sueños de los niños, donde no es posible evitar pensamientos que de día no podríamos soportar. Tan potente es la reticencia a dudar de la madre (y todo aquello que más tarde la simbolizará) que preferimos la locura al desamparo. Pero nuestros sueños pueden ser proféticos, a veces podemos encontrar allí facetas de la madre que preferiríamos no conocer. Una amiga que sufrió anorexia en su juventud me contaba que su hija soñaba recurrentemente que ella moría. Incapaz de quitarle este persistente miedo un día le preguntó:
-¿Y de qué muero?
-De hambre.
Hay madres que vampirizan a sus hijos, que se alimentan de su cariño filial y lo utilizan como combustible. Qué viven y reafirman su autoestima a través del amor incondicional de sus vástagos. Cuando se da una relación así, a menudo el hijo no llega a emanciparse nunca y cuando la madre muere, en casos extremos de falta de terceras personas, el hijo no puede soportar la pérdida y se reencarna en la madre. Cual Norman Bates en psicosis.
Hay madres arrepentidas, que proyectan en los hijos el final de la posibilidad de Ser ellas mismas. Madres que rechazan visceralmente a sus hijos, como la del poeta maldito que refiriendose a ella escribió:
" ¿Por qué no parí un ovillo de vívoras en lugar de dar vida a irrisión semejante?"
C
reo que fue Pizarnik la que dijo que no habia nada mas extraño que una madre y Daniel Tammet, un conocido autista savant, dijo una vez que en toda su vida sólo había querido responder a una pregunta:
-¿Quién es mi madre?
Tammet la espiaba para entender su comportamiento y descubrir, mezclando recuerdos y experiencias, la fórmula que le permitiría predecir su comportamiento.
En vano, las madres siempre permanecerán inexcrutables. Como todo ser humano.
Nuestro comportamiento nunca podrá ser atrapado por un algoritmo (por suerte), ni ser cien por cien comprendido. Pretenderlo nos está llevando al empobrecimiento de la vida.
La madre no es sagrada, es un ser humano como otro, con sus virtudes y sus mezquindades, pero (probablemente) es el primer encuentro con ella, el que nos proporciona la experiencia de lo sagrado.
Esa que ya no podemos soportar.
(Ilustraciones/Scherenschnitt, de Yvonne Ribes Zankl)
Qué es peor, morir de hambre y frio en el bosque, ser devorado por un animal más grande o fingir hemorragias nasales , se pregunta un personaje de la película "The Lobster", del director griego Yorgos Lanthimos.
Y es que si la muerte es la única alternativa, cualquier sacrificio es poco.
La historia de la humanidad puede verse como una lucha sin fin del hombre consigo mismo en un intento desesperado por domesticar sus amenazantes pasiones a través de la razón.
Este enfrentamiento entre pulsiones seculares y sacrales subyace también a la mayoría de los conflictos sociales e históricos. Es la eterna lucha de la razón contra la fe, que tanta sangre ha derramado y que a través de los siglos ha ido mutando de rostro pero no de esencia; una se convierte constantemente en la otra y la otra en la una: hoy la ciencia reclama para si una fe incondicional.
Una de las formas preferidas de domesticar las pasiones ha sido institucionalizarlas.
Y de la institucionalización del amor trata "La langosta".
Las películas de Lanthimos suelen describirse como surrealistas, distópicas, fantásticas o ficticias. Pero no nos engañemos más; estamos ante un cine hiperrealista. A través de sus lacónicos personajes Lanthimos nos muestra diferentes facetas del mundo en el que estamos viviendo. Nuestra tendencia a considerarlo ficción se debe a nuestra casi innata incapacidad de reconocer el horror cuando estamos viviéndolo, es decir, se trata de uno de nuestros muchos mecanismos de defensa. A esto se añade nuestra dificultad para abstraernos de los detalles, detectar patrones y de reconocer analogías. Se nos ha enseñado desde pequeños a pensar de una forma lineal, literal, unívoca, lógica y racional.
La langosta nos muestra un universo asfixiante donde las personas se expresan de un modo mecánico y politicamente correcto, donde las emociones parecen haber sido erradicadas y lo poco que queda de ellas son arrebatos de violencia incontrolados. La pasión, la alegría, la espontaneidad y la levedad no existen.Todo esta regulado y bajo control.
Hasta el amor. Algún Big Data parece haber llegado a la conclusión de que para la estabilidad de la sociedad (ellos dirán; para la felicidad de las personas) todos deben estar emparejados. Por su propio bien se presiona a las personas para que encuentren a su media naranja en un tiempo determinado. Si no lo consiguen dejarán automáticamente de ser personas (en la película literalmente).
En un mundo donde la espontaneidad, la casualidad, el riesgo no existen, donde la subjetividad y el conflicto han sido sustituidos por lo politicamente correcto, los criterios de emparejamiento son por supuesto lógicos y racionales; algorificables. Dos personas que tengan afinidades similares deberán necesariamente encontrarse atractivas.
Y si no deben fingirlo.
Otra de las características de las películas de Lanthimos es la farsa; la necesidad de mentir y ocultar cualquier sentimiento subjetivo para adaptarse al mundo. Los personajes están aterrorizados y es que, como dice uno de ellos...¿hay algo peor que la muerte?
Con un poco de imaginación (muy poco) podríamos ver en "The Lobster" una analogía con respecto a nuestra forma actual, cada vez más ineludible, de buscar el amor. Tinder y co. Antes de la pandemia las aplicaciones eran una opción más, ahora, para muchos, es la única.
Con el resultado de que estamos en una situación muy similar a la que Lanthimos describe en la película. Sobre todo en grandes y hostiles ciudades como Berlín. La búsqueda del amor, incluso la búsqueda de la amistad o la vida social, se convierte en un trabajo que genera presión (la que nosotros nos metemos y la que nos meten las aplicaciones que se promocionan con esloganes como ese de que "cada 11 minutos se enamora un singel"), desencuentros, decepciones, aburrimiento y que rara vez da buen resultado.
Y es que el amor pasional, el enamoramiento, esa pasión de las pasiones, que nos hace obsesionarnos con una persona a la que en una foto quizás no hubiesemos prestado atención, es algo que sucede y no se puede provocar. Sucede cuando confluyen una serie de factores, tan individuales e intransferibles que los algoritmos y las aplicaciones no solo no son capaces de generar, sino que en la mayoría de los casos eliminan a priori, al intentar generalizarlos.
Enamorarse es un proceso espontaneo que precisa lentitud y cierto azar, que se nutre de emociones y estados ambiguos como la irritación o la fascinación, que rara vez puede provocar una imagen. No es la parte lógica del cerebro la que se enamora. Es el cuerpo el que decide. Pero los cuerpos que vemos en "The Lobster" estan encorsetados, obligados a vivir en un mundo correcto, lógico y digital.
Y en un mundo donde todo es supervivencia, no hay lugar para el amor.
El hombre es un animal de costumbres. Y es que acostumbrarse es la opción más cómoda ante el cambio y la comodidad es la gran aspiración de la humanidad. Evolucionamos, sin duda, hacia una vida más cómoda. Sobre todo algunos.
Por lo demás, el cambio tiene buena fama. La concepción religiosa de progreso ha grabado a fuego en nuestras mentes la idea de que cualquier tiempo futuro será mejor (como los ipads) así que tenemos que estar siempre dispuesto a abandonar nuestra forma de vivir y sustituirla por la nueva.
En esas estamos; después de retirar silenciosamente los vistoso carteles de "todo ira bien" y de aceptar que la fiesta tan conjurada en aquel abril tan cruel nunca se celebrará, hemos asumido esta nueva vida y adoptado la costumbre de no profundizar demasiado en nuestras tímidas quejas cotidianas. No vaya a ser que la contradicción nos explote en la cara. La memoria (esa es su función) acude en nuestra ayuda difuminando los recuerdos. Para que no duelan.
Recién llegada (a Denia) de Berlin, todavía no me había acostumbrado a esta nueva versión de la farsa y confrontaba a la gente con aquello que no entendía o me costaba asumir. Lo acabé dejando rápido; la incomodidad y el rechazo del interlocutor eran demasiado patentes. Lo intenté de una manera más profunda con una persona muy cercana. En vano. Aquello se convirtió en una interacción bizarra e incómoda y yo me ví interpretando aquella mítica escena de They Live.
Decía Musil que el hombre tiene la facultad de poder sostener en su cerebro ideas contradictorias lo suficientemente alejadas entre sí para que nunca se toquen, recurso que sin duda hemos perfeccionando en este último año.
A los pocos que intentaban entender los rechazamos instintivamente, por negacionistas, conspiranoicos o ignorantes y es que la mayoría entendió rápidamente que allí no había nada que entender.
Se trataba de obedecer.
A día de hoy, con todo lo visto, decretado, sucedido, ignorado e impuesto cuesta imaginarse una conspiranoia más grande que la idea de que hay alguien ahí arriba que quiere nuestro bien.
Pero es nuestra condición humana; tan pronto gallinas espantadas como corderos solícitos. Nos sabemos solos e indefensos y no somos capaces de renunciar a ese ente protector que hoy representan los poderes seculares; médicos, científicos y farmacéuticas.
Ellos nos irán diciendo como debemos vivir y nosotros solo tendremos que ir acostumbrándonos.
"Ja s´acosta San Jusep, el tio Pep....(canción popular valenciana)
Los primeros años de mi vida los pase en Sueca, ese pueblo tan valenciá.
Mi madre, a pesar de ser alemana -quizás justamente por eso- fue una gran disfrutadora de la vida mediterranea, con todo lo que ello implicaba; tradiciones, música, comida, albufera, arroces y arrozales, campos de naranjos (el olor a azahar y aquellas naranjas!), el mar y como no las fiestas.
Hace unos años a los médicos les dió por decir que la "dieta mediterranea" era buena para la salud. Probablemente no fuese sólo la dieta; estoy convencida de que lo que era bueno, no solo para la salud sino sobre todo para la vida, era aquella forma de vivir.
Por desgracia bastaron unas pocas décadas para que los avances tecnológicos y la búsqueda de rendimientos varios acabasen con aquello. La gente fue vendiendo sus tierras y sustituyendo a sus vecinos por el Netflix , donde había naranjos se plantaron caquis, más rentables pero no más ricos, las costas continuaron con su proceso de destrucción hasta que ya no hubo nada que destruir e incluso la comida fue deconstruyéndose y perdiendo poco a poco su sabor .
Finalmente los médicos atribuyeron los efectos beneficiosos para la salud al aceite de oliva y ahi terminó la cosa.Ya no se habló más del tema.
De entre todas las fiestas había una que destacaba por encima de todas: las fallas.
Más que una fiesta aquella maravillosa brutalidad dionisiaca era, para mucha gente, un motivo por el que vivir. Toda su vida se organizaba alrededor de las fallas; en los casales se hacian chocolatadas y se celebraban bingos, cenas y verbenas, se vendía lotería, se elegían falleras mayores y presidentes....y mientras tanto ibamos socializando sin siquiera darnos cuenta.
Las fallas suspendían la normalidad durante prácticamente todo el mes de marzo. El paisaje cambiaba por completo en todos los sentidos; olía a pólvora y sonaban petardos y tracas, paellas gratis en cualquier esquina, nos deleitábamos con aquellos buñuelos y la horchata con fartons marca Baldoví.
Por no hablar de la libertad sin límites de la que gozabamos los niños que transnochábamos mucho más allá de lo sano y permitido...
Todo terminaba apoteosicamente con tres días de catársis en los que al ritmo de la música y del alcohol, sin dormir ni mucho menos trabajar, desfilábamos por las calles dirigiéndonos al lugar donde la cremá de aquellos enormes monumento, que se burlaban de nuestros dirigentes y que habían estado obstruyendo el tráfico y sumiendo los pueblos valencianos en un estado de excepción....pero tán diferente.... pondría punto final a aquella locura.
El día 20 volvíamos, con un poco de resaca, a la normalidad.
De ninguna manera conseguirán convencerme de que hemos mejorado como especie ni de que la tecnología ha mejorado nuestras vidas. El año pasado se anularon las fallas y parecía lógico. Este año se han vuelto a anular y ahora ya comienza a dar un poco de miedo. Incluso se ha pretendido hacer "damnatio memoriae" con la festividad. Esta vez no ha colado pero en vista de la poca resistencia que está ofreciendo la gente estoy segura de que es cuestión de tiempo.
Ojalá me equivoque, pero creo que estamos muy cerca ya de mirar al pasado, no con nostalgia sino con horror, llevándonos las manos a la cabeza y escandalizándonos con nuestro superado salvajismo, nuestra inconsciencia, nuestro incivismo. Cómo podiamos disfrutar quemando aquellos monumentos y juntándonos sin distancia en casales hacinados. Y sobre todo, cómo se nos ocurría celebrar el día del patriarcado!
Juntos hemos contribuido a crear un mundo impecable; sano, seguro, ordenado, cívico y feminista.
Es la nueva mediocridad, sin riesgos ni fiestas.
Tan solo hemos olvidado un detalle y es que la necesidad de disfrute, de descontrol y de catarsis no solo sigue intacta sino que,con tanta represión, incluso ha aumentado. Y si se prohiben las fiestas, seguro que acabamos encontrando nuevos mecanismos.
Dicho esto, ante todo, manténgase sano!
Nos deciamos unos a otros que la salud era lo primero pero hacia ya un tiempo que la salud era lo único.
Cuando la realidad comenzó a parecer una distopía dejó de interesarnos Huxley.
"El hombre nace y muere en hospitales, ¿debería vivir tambien cómo en una clínica?" R. Musil
Todos queremos progresar. No sabemos a dónde queremos llegar (ni nos lo preguntamos) pero sabemos que es hacia delante y lejos de aquí.
Para ayudarnos a ir hacia delante los científicos cuestionan las teorías vigentes con todos los métodos que tienen a su disposición. Acaban llegando a conclusiones que tendrán el valor de certezas pasajeras, válidas hasta que se demuestre lo contrario. Si se demuestra, lo contrario, los científicos abandonaran inmediatamente sus certezas. Por algo son científicos y no sacerdotes.
Desgraciadamente esto no sucede exactamente así, ya que las instituciones que representan a la ciencia, como los periódicos, tienen su linea editorial; los paradigmas.
En cada época rige un paradigma y este funciona a modo de manual de instrucciones. El paradigma sirve a los científicos comunes (que en el 90% de los casos son personas que cayeron en la ciencia por falta de alternativa y no mentes brillantes con una curiosidad intelectual por encima de la media). Un paradigma dice qué se debe cuestionar, hasta qué punto y con qué métodos. Y que no. La mayoría de los "científicos" siguen estos preceptos a rajatabla y por ello rara vez encuentran algo significativo (esta nunca es la meta de la ciencia institucionalizada). La mayoría de los científicos abandonaron (si es que la tuvieron) muy pronto esta ambición sustituyéndola por otra más mundana; encontrar un puesto de trabajo que les permita vivir.
Y si bien es cierto que a lo largo de la historia unos paradigmas van sustituyendo a otros, esto, al contrario de lo que se suele sobreentender, no ocurren cuando un científico "descubre" que una teoría no se sostiene, sino cuando mueren los miembros de la comunidad que se adscribían a un paradigma o cuando la comunidad científica, adaptándose a su época, ve conveniente este cambio por cualquier tipo de interés.
Actualmente en el ámbito de la medicina, aunque conviven varios paradigmas, domina el biomecánico, según el cual todo trastorno, toda enfermedad, también las mentales, tienen una génesis física.
Y lo que suele suceder cuando algún científico cuestiona algo en lo que la comunidad cree (que no sea un detallito sin importancia que son las únicas discrepancias que se admiten) la reacción automática de la comunidad científica no es cuestionarse a si misma y cambiar, sino resistir y aferrarse a lo "viejo conocido" hasta que le sea posible.
Para ello no dudará en aniquilar al hereje (Copérnico, Semmelweis o cualquier médico que se atreva a discrepar del omnipresente tema actual) con los métodos de la época, que actualmente, de momento, es el descredito.
Todo esto sucede de esta manera por el simple hecho de que la comunidad cientifica no está formada por científicos independientes y libres de pasiones demasiado humanas (competitividad, narcisismo, pereza de pensar, ansias de poder etc, etc...).
Desengañemonos; los científicos (como los curas) no son mejores personas (ni más listas).
Y no deberiamos confundir las grandes ideas, en este caso la de la Ciencia en mayúscula, con lo que resulta cuando el ser humano las aplica.
¿Y porqué creemos tan firmemente en la ciencia?
El ser humano en cuanto se ve confrontado con realidades existenciales (la muerte en cabeza) que es incapaz de soportar intenta aferrarse al primer clavo que vislumbra. Pero su mezcla de cobardia y arrogancia le impide asumir esta debilidad. Prefiere creer que se mueve hacia un lugar mejor, una especie de utopía informe.
Y que si no estamos ya allí es porque nos falta "conocimiento". Así que reclamamos más dinero! para más investigación! cuando en realidad nos sobra conocimiento (al menos para vivir mejor).
Sobra tanto conocimiento como burócratas de la ciencia. Y el dinero lo podriamos invertir, si quisieramos y fuéramos menos hipócritas, en cosas más urgentes.
Si no vivimos mejor es porque no queremos, porque no sabemos lo que eso significa, porque no nos atrevemos y sobre todo porque no queremos decidir nada, no queremos asumir ninguna responsabilidad, ni equivocarnos.
Preferimos que nos obligen a vivir, de cualquier manera.
La ciencia toma nota de esto y asume la responsabilidad que nosotros no queremos. Sabe que responsabilidad significa poder. Y nos ofrece lo mejor que tiene, sus datos y fórmulas, para mejorar nuestras vidas.
Más datos para prevenir la catástrofe. Esa catástrofe que cuando finalmente llegue y nos sorprenda armados y atrincherados con todo tipo de artilugios preventivos y contadores, se reirá de nosotros....y nos matará igualmente. Pues a pesar de todo la ciencia todavía no ha logrado su objetivo último que es vencer a la muerte.
Aun no hemos vencido a la muerte, pero podemos disimular su cercania gracias a la cirugia estética y consolarnos pensando que sabemos más cosas que en otras épocas que imaginamos muy oscuras. Sabemos ya tantas cosas y tan contradictorias que no nos sirven de nada.
Quizás le estemos pidiendo demasiado, a la Ciencia, pero abolida la religión hemos tenido que depositar nuestra fe en algún lugar y fue ella, la Ciencia, la que nos aviso del peligro y nos dijo que traia también el remedio.
Y así nos hemos arrodillado ante la Ciencia y experimentamos los mismos sentimientos de Misterio, nos sentimos igual de miserables e insignificantes y practicamos el mea culpa con el mismo ahinco, con el que generaciones anteriores se postraban ante Dios.
Y esta mitificación del conocimiento, del saber por el saber, esa idea equivocada de que saber más cosas, tener más datos, es siempre es mejor y siempre va a sernos útil para mejorar nuestras vidas nos está llevando a una situación soporífera y desesperanzadora.
Ya lo decía aquel viajante de la noche, "la ciencia y la vida forman mezclas desastrosas! Procure siempre no cuidarse, créame...Toda pregunta hecha al cuerpo se convierte en una brecha...Un comienzo de inquietud, una obsesión."
“Siento curiosidad por saber qué pasaría si el arte fuese reconocido de repente por lo que es, es decir, una información exacta acerca de cómo reorganizar nuestra psique para adelantarnos al próximo golpe de nuestras facultades extendidas.” Mc Luhan
De camino al trabajo paso por delante de algunos de los cines de la cadena York. Donde antes se anunciaban los próximos estrenos, ahora se leen frases como; 30 days?, Home alone 4, Nigthmare before Chrismas, Stranger than fiction o.....Wie lange ist für immer? (cuánto tiempo es para siempre)....Parecen asustados, los cines.
Y es que el cine en concreto, y el arte en general, ha sido uno de los sectores más golpeados por las leoninas normas de esta pandemia. Aunque ya estaban en decadencia, las salas. Incluso algunas de las salas más comerciales han cerrado sus puertas, por no poder pagar los alquileres. Gentrificación, lo llamán, pero los motivos son multiples y la pandemia únicamente la gota -el chorro más bien- que colmo el vaso.
Pues según parece, la gente había dejado de acudir a los cines. Preferían, desde hacía ya algún tiempo, quedarse comodamente en casa, conectados a plataformas como Netflix o Amazon, que es donde hoy parece suceder todo lo interesante cinematográficamente hablando. Y por un precio irrisorio.
Las nuevas plataformas ofrecen muchas ventajas. La mayor de todas; no hay que salir de casa. Puedes quedarte en pijama todo el día consumiendo una serie tras otra, junto a las palomitas, que además te salen más baratas.
Los avances tecnológicos han hecho que nuestra vida sea cada vez mejor, a la vista está. De lo que perdemos, no solemos ser conscientes, obnubilados ante tanta posibilidad. La Posibilidad y el Confort que nos ofrecen las nuevas tecnologías encajan a la perfección con nuestra pereza innata.
La tecnología nos lo pone todo al alcance de la mano, de modo que ya podemos quedarnos sentados cómodamente en el sofá y hacerlo todo desde allí; trabajar, comer y sentir.
Qué más se puede pedir.
Con todas estas ventajas y posibilidades, ¿quién necesita los cines?
Y cuidado con criticar los avances tencológicos, te acusarán de retrogrado, conservador, antitecnológico... o peor aún; de que te estás haciendo viejo. Y lo que te aqueja es la enfermedad de todo viejo, la de idealizar el pasado, la nostalgia. Todos los viejos la sufrieron en todas las épocas. Y, como puede verse, estaban todos equivocados. Los jóvenes, pero sobre todo los adaptados, todos tán sanos, te mirarán con condescendencia. Y no les faltará razón; el problema de los nostálgicos es el de un exceso de memoria. Y los jóvenes, por definición, no tiene memoria y no se puede echar de menos lo que no se conoce.
En realidad esto pretendía ser un alegato a favor de las salas de cines y es que, lo que no saben los sanos (o no recuerdan), es que el cine tenía poderes mágicos. El cine salvó a Woody Allen del suicidio. Y al cine era donde acudía el mayor pesimista de la literatura, después de la gran guerra, en busca del consuelo perdido.
"Se estaba bien en aquel cine, cómodo y cálido. (..)Te sumerges de lleno en el perdón tibio. Habría bastado con dejarse llevar para pensar que el mundo acababa tal vez de convertirse por fin a la indulgencia. (...) No esta del todo vivo lo que sucede en las pantallas, queda dentro un gran espacio confuso, para los pobres, para los sueños y para los muertos. (...) Eliges de entre los sueños, los que más te reaniman el alma. (...) Y que valor te da! El valor, lo sentía ya, me iba a durar dos días por lo menos. (...) Una vida interior intensa se basta a sí misma y podrá fundir veinte años de hielo."L.F.Celine
Yo misma me curé de una crisis en los cines berlineses. Y es que cuando la farsa del mundo supera ciertos niveles es necasario acudir a la ficción, en busca de verdades que te hagan recuperar la vitalidad. La falta de amor no solo llenaba los bares y en las salas de cine las personas parecen algo mejores. Hay momentos en los que solo allí, en el silencio de la sala, rodeado de cómplices, puedes compartir tus soledades identificándote con aquel Marlon Brando cuyo grito de desesperación era sofocado por el progreso.
Antes a uno siempre le quedaba el cine.
Fotos de Sofia Szabo
El mundo entero se ha puesto de acuerdo en que necesitamos encontrar un culpable para la situación en la que estamos.
En concreto se han localizado dos; el conspiranoico, que contagia sus locuras de pensamiento a gentes de buenas intenciones pero incapaces de distinguir las true de las fake news y el festero, que baila despreocupado en masificadas fiestas secretas.
El puritanismo está definido como esa insoportable sensación de que alguien, en algún lugar, está disfrutando. Al puritano genuino esto le molesta tánto, porque él no ha sido nunca capaz de disfrutar. Sus trabas mentales le vetan el camino del disfrute que supone, siempre, la asunción de cierto riesgo para la salud así como la pérdida momentanea de control. Esto requiere ciertas dotes que no todo el mundo tiene.
Y es que gozar, como todo, requiere aprendizaje.
Una de las consecuencias de la situación actual es que de la noche a la mañana, a base de true news, nos han convertido a todos en puritanos. Y a estas alturas de una curva que solo fluctua al alza, llevamos demasiado tiempo reprimidos, demasiado tiempo siendo responsables, demasiado tiempo solos.... y el cuerpo pide marcha. De algún tipo. Catarsis. Pero ahí nos encontramos con el problema de que todos los espacios de disfrute se han ido limitando hasta acabar prohibiendose completamente.
Es sabido que al ser humano no se le puede prohibir todo.
Los sentimientos reprimidos acaban encontrando siempre una válvula por la que escapar. O lo que es lo mismo, siempre encontraremos nuevos modos de disfrute. Por ejemplo, el castigo altruista, poco conocido, a pesar de que se ha practicado bastante.
Existen estudios científicos que han indagado en las bases neurológicas de esta conducta; " The neural basis of Altruistic Punishment", de. D.J.F. de Quervain y colaboradores, publicado en la revista Science en el 2004.
Se le llama altruista porque el beneficio del castigo no es directamente para el que castiga sino para otros. Castigar a alguien por saltarse la normas sociales, genera un coste energético en el castigador y como esto no provoca un beneficio directo en él, este debe obtener su beneficio del mismo acto de castigar. Esta tesis se basa en la teoría de la evolución que viene a decir que, ya que castigar no tiene un beneficio directo para el organismo, porque es un acto reflexivo debe de existir otro mecanismo que provoque satisfacción. A partir de un juego que se llama el dilema del prisionero se llegó a la conclusión de que el castigo altruista le reporta al castigador un alivio y satisfacción que se veía en la activación del nucleo accumbens (el llamado centro del placer).
Y como hoy estamos tan necesitados de alivios y satisfacciones y además este es el único placer que podemos practicar impunemente, nos hemos puesto a la labor.
Políticos, científicos, artistas, medios....todo el mundo parece coincidir en que es el maldito empeño en disfrutar de algunos sujetos, el motivo de que no termine todo esto.
La falta de lógica o pruebas que avalen esta afirmación no nos importa demasiado. Cada nueva fiesta descubierta se magnifica en nuestra memoria, nos hace olvidar lo que constatamos cotidianamente, es decir, que la gente se contagia en todo tipo de situaciones, y perder, un poco más si cabe, el sentido de la estadística que, por otra parte, al igual que el del disfute, la mayoría de nosotros nunca lo tuvo. Y es que como Tweek (South Park) por exceso de café, nosotros por exceso de alarma, hemos llegado a un estado en el que nos cuesta mucho pensar.
Podría ser que, para poder volver a hacerlo, pensar, nuestro cerebro necesitase un little reset, una pequeña pausa, una desinfoxicación.
Pues hemos llegado al estado de aquel científico de la novela el cual "había aprendido (...) tantas y tan diversas cosas, con demasiada frecuencia tan contradictorias sobre la enfermedad, que había llegado a serle muy difícil, como quién dice, imposible, formular en relación a ella y su tratamiento, la menor opinión concreta".
Estamos saturados de tanta información, necesitariamos una autoridad (y la buscamos y reclamamos con desesperación), una autoridad absoluta, que pretendemos encontrar en la ciencia (que nunca pretendió ser una autoridad!), una autoridad que nos proporcione el único derecho que nos interesa a estas alturas:
el derecho a no pensar.
O el amor según Kierkegaard
Et qui vim non sentis amoris, aut lapis est, aut bellua. (El que no sienta la fuerza del amor es un animal, o una piedra)
Este es el segundo de una serie de artículos/videos en los que analizaré, junto a la filósofa Irene Martín, la idea de amor en diferentes autores.
Decía Robert Musil que el mundo no mejorará hasta que no haya amantes felices.
Pero qué es el amor. Y ¿es posible que, como decía Rilke, cada uno de nosotros tenga una idea distinta de lo que es el amor?
Kierkegaard no es conocido como el filósofo del amor, sino en todo caso de la angustia y la melancolía.
"Mi vida ha comenzado sin espontaneidad, con una melancolía terrible, perturbada en su base más profunda desde mi niñez mas temprana" S. Kierkegaard
Sin embargo existe una relación directa entre el amor y la melancolía, bien conocida desde hace milenios. Robert Burton, en su libro "Anatomia de la melancolia", escrito en el SXVII, dedica un capítulo entero a la melancolía causada por el (des)amor, el amor heroico o melancólico, como se le llamaba, el pasional, el que surge cuando la persona amada se convierte en una obsesión, una necesidad, una droga.
Un amor que es reminiscencia, en la edad adulta, de la experiencia individual de amor en la infancia.
Partiendo de esta idea; que es en la infancia cuando aprendemos nuestra individual forma de amar, vamos a dedicarle unas pocas lineas a la biografía del filósofo que nos ocupa.
A la biografía de Kierkegaard se le han dedicado cientos de interpretaciones filosóficas, psicológicas y psiquiátricas, a menudo contradictorias entre sí. El mismo decía que su vida habia alcanzado una importancia demasiado esencial en su obra.
Fue un extraño en el mundo. Un solitario. Su soledad se vió reforzada por sus dotes para la impostura de las cuales da fe su novela, "El diario de un seductor". El mismo decía que su capacidad de sufrimiento sólo era superada por su extraordinaria capacidad para ocultarla y disfrazarla de alegría.
Su caracter cerrado le hacía sospechoso de ser melancólico o estar enamorado. Kierkegaard era un Individuo, en mayúscula, pues rechazaba cualquier generalización sobre la naturaleza humana. En esto coincidía con Rilke que decía que toda la historia de la humanidad estaba equivocada por su tendencia a hablar siempre de "los hombres" o "las mujeres" suponiendo que esas palabras pudiesen tener plural. Quiso permanecer un Individuo, aun a costa de la soledad que esto traía consigo y ese fue el epitafio que eligio para su tumba. Fue el Individuo.
De niño no salía practicamente de casa. El padre, melancólico como él, le acostumbró a dar paseos por la habitación y a imaginarse la calle o el mercado con pelos y señales.
De su padre aprendió, a fuerza de paseos caseros, a imaginar, dialéctica sin síntesis y heredó también la condición de pecador. El padre se había casado, pero la mujer murió al poco tiempo. Poco después dejó embarazada a su criada con quien tuvo seis hijos y con la que nunca formalizó la unión.
De los hijos sobrevivieron dos; Kierkegaard y su hermano mayor. Los dos vivieron más de 33 años, para extrañeza de Kierkegaard que creía que sobre los hijos de su padre pesaba una madición y que nunca pasarían de esa edad.
De la madre, lo más llamativo es que Kierkegaard guardo silencio en su obra. Algunos biógrafos piensan que nunca abandonó el estatus de criada. Quizás fuese el objeto materializado de la vergüenza del padre.
El padre fué uno de los motores de su obra y el pecado que cometió (y la vergüenza con la que lo vivió) recayó literalmente sobre las espaldas de Kierkegaard, materializado en una joroba, cuya importancia algunos biógrafos exageraron estrepitosamente, en ese empeño tan humano de encontrar para toda genialidad o temperamento una causa material y apresable.
Kierkegaard tuvo una educación particular. Su padre ponía un énfasis especial en la responsabilidad personal, de modo que él terminó siendo una persona con una elevada conciencia moral y un hipertrofiado sentimiento del deber.
Tardío escritor de diarios, parecía dar poca importancia a lo realmente acontecido. Kierkegaard prefería el musiliano sentido de la posibilidad, por el que vivió aplastado.
Detractor de Hegel, consideraba que el sistema sin grietas en el que había acorralado al pensamiento no dejaba espacio para la vida. Pensaba que todos los filósofos que intentaba encorsetar la vida en un sistema, acababan teniendo que mudarse a vivir fuera de él, pues la vida no puede ser apresada al estar en movimiento y no haber terminado.
La filosofía no puede estar a margen de la vida, pensaba Kierkegaard.
Para él tanto la filosofía como la poesia y en el fondo todo pensamiento, debía necesariamente emerger de la vida y si no era así, enntonces era falso. "Los versos no son sentimientos, sino experiencias", decia Rilke.
Dudo, no tanto de la existencia de Dios, como de su bondad, y no fue Hegel ni niguna filosofía lo que le llevó a dudar sino la miserable vida de su padre, plagada de culpa y vergüenza, con su falta de esperanza en la redención. Observar como se consumia su padre le hizo pensar que el cristianismo, en lugar de fortalecer al inviduo, le robaba la fuerza.
Kierkegaard empezó muy pronto a sospechar que la beatitud del padre era más una derrota que una esperanza de salvación.
Particular en la obra de Kierkegaard era su tendencia pseudonímica, que él relacionaba, con una sensación de monstruosidad, de locura. "Mi melancolía ha hecho que durante años no haya podido dirigirme a mí mismo como a un tú".
Kierkegaard veía en la melancolía la madre de todos los pecados y en su naturaleza melancólica uno de los grandes impedimentos para permanecer con su amada. Y el sentido de la posibilidad, lo que podría haber ser o haber sido en lugar de que lo que era, le atormentó siempre.
Los pensamientos del melancólico giran en torno a sí mismo, en un narcisismo negativo que imposibilita la conexión con el otro, que no es visto. "La melancolia es una contracción, un inclinarse hacia si mismo" en palabras del filósofo. La obsesión por librarse de "culpa" en toda acción actua como freno a cualquier decisión, en especial las que implican a otra persona.
Se dice que no tuvo sexo con ninguna mujer. Una visita al burdel terminó con un apunte ambigüo y escueto sobre la risita de la prostituta, que le persiguió torturante durante algún tiempo.
Se enamoró de Regina Olsen visitando a otra damisela a la que quería hacer la corte -y de la que se olvidó muy pronto.
"puedo realmente creer los relatos del poeta, que cuando uno ve por primera vez el objeto de su amor, imagina que lo ha visto hace mucho tiempo, que todo amor, como todo conocimiento, es reminiscencia, que el amor también tiene sus profecías en el individuo. ... creo que habría de poseer la belleza de todas las chicas para poder dibujar una belleza igual a la tuya; que habría de navegar alrededor del mundo entero para poder encontrar el lugar que me falta y hacia el que apunta el más profundo misterio de mi completo ser, y al momento siguiente estás tan cerca de mí, llenando mi espíritu tan poderosamente que me glorifico y siento que es bueno estar aquí" .
La penosa y trágica historia de amor con Regina está contada en "El Diario de un seductor".
Después de declararse y enamorar a la muchacha, que tenía 15 años cuando la conoció, la acaba abandonando por no creerla capaz de soportarle con su meláncolia y su carga de culpa ancestral. En un acto de cobardía heroica quiso dejarla, haciéndole creer que era ella la que tomaba la decisión, pretendiendo así ahorrarle un sufrimiento que él situaba más en la culpa que en el abandono.
Acabó ocurriendo lo probable; superado el duelo, ella rehizo su vida y se casó con otro. El nunca pudo olvidarse de ella. Lleno páginas y páginas intentando comprender desde todos los ángulos imaginables lo que había hecho y dotar de sentido a su decisión aparentemente inútil, durante algún tiempo confiando en la reversibilidad del asunto, finalmente en su decisión y compromiso con el modo de vida religioso.
"El diario de un seductor" es un libro extraordinario sobre la manipulación inútil. La manipulaciónque que no tienen, como suele ser lo común, el fin de dominar sino el de liberar al otro de una culpa que probablemente ni siquiera sentiría. Cargandosela él, junto al resto del pesado equipaje, que ya llevaba a sus espaldas.
"El diario de un seductor" es una muestra de la discrepancia que puede llegar a haber entre los actos y las palabras y lo difícil que es desentrañar las intenciones ocultas de la persona que ama.
Quién sabe que pensaría Regina Olsen de todo esto....
No hay cura para el amor, decia Leonard Cohen. Incluso Apolo, que se había propuesto sanar todas las enfermedades, fracasó cuando se enfrentó a esta.
Robert Burton, trás llenar páginas enumerando todo tipo de yerbajos y paliativos inútiles acaba concluyendo que sólo hay dos curas definitivas para el amor: precipitarse por un acantilado (en Grecia había uno en concreto que los amantes escogian con predilección) o quam ut amanti cedat amantum.
Dale al amante lo que desea; el amado.
No hay amor sin riesgo.
La resiliencia está de moda. Cuando un concepto se pone de moda no sucede de una manera casual, en la mayoría de los casos suele haber una intención detrás.
No es casual que en un momento en el que las depresiones aumentan exponencialmente, en el que la gente viendose superada por las circunstancias, está literalmente quebrándose, se apele a la resiliencia.
El psiquiatra y psicoanalista Boris Cyrulnik divulgó este concepto que extrajo de los escritos de John Bowlby, uno de los investigadores que remarcó la importancia del vínculo en las relaciones personales.
Originariamente la palabra resiliencia viene de la física y se refiere a la capacidad de un material de volver a su posición inicial después de un impacto. Un material es resiliente cuando resiste los impactos sin quebrarse.
Aplicado a las personas, se dice que alguien es resiliente cuando es capaz de sobreponerse a contratiempos e incluso salir fortalecido de ellos.
Hasta aquí todo bien.
¿Dónde la intención oculta?
Observemos con detenimiento este cuadro.
Es una obra del pintor Roberto Calvo inspirado en el libro "Los días felices" de Samuel Beckett.
La protagonista es Winnie, una mujer que podriamos llamar resiliente ya que, a pesar de que vive confinada y semienterrada, reducida a mera espectadora de una vida en la cual los días se suceden sin pena ni gloria, ella no deja de sonreir y hablar de la felicidad.
- Eso es lo que me parece tán maravilloso, que no pasa ni un día sin alguna bendición, dice Winnie.
Delante de Winnie hay dos objetos; el peine y la pistola.
¿Alguien se ha preguntado porque al principio de la pandemia las peluquerías permanecieron abiertas?
Volveremos a esta cuestión, de momento vamos a centrarnos en la resiliencia.
¿Porqué es problemático el concepto?
En primer lugar porque pone el foco en el sujeto y no cuestiona la situación (lo cual da a entender que la resiliencia es independiente de la situación). En este sentido induce a la resignación, la aceptación y la adaptación a costa del análisis/confrontación de la situación conflictiva.
El cambio se ve reducido a "el modo en que nos adaptamos a algo".
Por otra parte, al insinuar que hay gente resiliente se nos induce a pensar que nosotros no lo somos, o que deberíamos serlo más. Es una presión que pone el foco en la propia personalidad, que me lleva a pensar que algo esta mal conmigo. Genera culpa y sensación de insuficiencia con respecto a un supuesto otro que se enfrenta mejor a las cosas.
Además, decirle a alguien que está en plena depresión que debe aprender a ser resiliente es como decirle que debe ver el lado positivo de las cosas. Esta presión acaba inmovilizando y debilitando la autoestima.
La resiliencia, de la manera que se predicaen la actualidad, normaliza situaciones que no deberiamos aceptar, haciendo que cale el mensaje enganoso de que alguien resiliente se adapta a todo. Al final el concepto acaba sirviendo para que nada cambie en la situación, porque todos estamos ocupados pensando en cambiarnos a nosotros mismos, en "mejorarnos".
Y finalmente acabamos haciendo aquello que mejor sabemos hacer; fingir (que somos resilientes mientras vivimos en la impotencia).
Se acuerdan cuando después del confinamiento todo el mundo decía que: "lo había llevado bien" o del hagstag #confinadosperocontentos.
Y es que nadie quiere presentarse al mundo como poco resiliente, débil o quejica. Sabemos que las debilidades son rechazadas.
Finalmente a fuerza de fingir y simular nos acabamos convenciendo unos a otros de que una situación insostenible se puede y se debe llevar bien. Que estar deprimidos es una elección.
Al final todos somos Winni. Y nuestros días, los días felices.
Volvamos a la pregunta; ¿porqué en la pandemia las peluquerias permanecieron abiertas?
No hay una respuesta racional y convincente a esto.
La respuesta la encontramos en esos dos objetos que están delante de Winni; el peine y la pistola. El peine simboliza asumir, fingir, acicalarse, estar presentable para los demás, hacer ver que todavía nos queda dignidad. La pistola viene a ser lo contrario; rebelión. Tanto si la utilizamos para el suicidio como para el ataque.
Ah! y por cierto, ¿sabeis cual es el consejo de Boris Cyril para aumentar la resiliencia?
No te quedes solo. (Ironico, no?)
Mi consejo: olvidate de la resiliencia. No aporta nada. Nadie es tan limitado como para no saber que es mejor tomarse las cosas bien pero los sentimientos negativos no habría que enterrarlos ni redefinirlos, pues si aprendemos a escucharlos, nos están diciendo verdades.
Este año la sociedad ha acelerado su proceso de tecnologización.
Esto no le extrañará a nadie ya que durante largos periodos la pantalla ha sido la única alternativa.
Y esta no ha sido ni siquiera la única via; un amigo me contó la triste historia de la montaña de Cáceres. Al parecer han encontrado allí litio. El litio es un material que se usa, entre otras cosas, para las baterias eléctricas y para tratar el trastorno bipolar. Y este año las empresas de tecnología y las farmacéuticas han acumulado fortunas capaces de comprar al más insobornable.
Además desde la pantalla los activistas heroico-trágicos lo tienen bastante difícil para oponer resistencia y esto no les vendrá mal a los interesados en acelerar el proceso.
Y es que en el mundo moderno todos los intereses están interconectados, lo cual nos sitúa constantemente ante la paradójica situación de que al contrario que Mefistófeles, a menudo intentando hacer el bien acabamos haciendo el mal. Comportándonos como ciudadanos cívicos y responsables contribuimos a la destrucción de la naturaleza. Cumpliendo las normas estamos poniendo nuestro granito de arena para la destrucción del empleo y el aumento de la pobreza. Respetando al otro le estamos abandonando, haciendo que se deprima, obligándole a que recurrir a los fármacos y contribuyendo a aumentar la riqueza de las empresas farmacéuticas en un bucle infinito.
Podría continuar por aquí hasta el infinito pues todo, absolutamente todo, está interconectado y si únicamente nos centramos en una porción de la realidad, en algún momento, el estupor nos alcanzará.
Se podría seguir por aquí pero no lo voy a hacer porque mucha gente se siente irritada por esto. Hablar de estas cosas provoca que te cataloguen de negacionista, narcisista, conspiranoico o barbaridades aún peores. Y es que el debate en este ámbito ha sido completamente anulado, para beneficio de muy pocos y desgracia de la mayoría.
Se podría seguir por aquí pero no lo voy a hacer porque puede que alguien salga con aquello de que "y tú que propones!". Probablemente hay otras vías, pero las soluciones son posteriores al análisis y si no hay análisis no habrá soluciones alternativas a las que llevamos soportando durante todo este año y que no parece que vayan a tener fin. Estaría bien que los expertos al menos aceptasen que la curva que dibujaban en Marzo para justificar el encierro fue una hipótesis fallida. Que se equivocaron defendiendo aquello con tanta vehemencia y que puede que se sigan equivocando. Que nos dejen la duda.
No hay nada que hacer; la humanidad ha sido presa del miedo a discrepar. Y estamos sufriendo en silencio porque sobre todas las cosas nos interesa evitar que nos tomen por "egos" y que piensen que les damos importancia a nuestros pequeños problemas (que qué son comparados con los del resto del mundo). Preferimos creer que todo esta bien pues la alternativa sería, siempre, la muerte o el asesinato.
Porque la salud es lo primero. Y la vida.... ya vendrá después.
"Sobre los individuos y sobre las familias hay siempre dos versiones: la leyenda épica y la verdad". L. Panero
En la película el Desencanto vemos como tres hijos, a la muerte del padre, desvelan sistemáticamente la verdad de una familia, los Panero, confrontando al espectador con un axioma del que siempre partimos: el del amor incondicional de los padres.
EL Desencanto cuestiona ese tabú y habla de lo indecible y es únicamente el talento narrativo de los protagonistas el que proporcionan la distancia mínima necesaria para hacer soportable el terrible relato de tres hijos que no se sintieron amados.
Todas las familias construyen una leyenda épica apoyandose en este axioma (el del amor incondicional de padres a hijos) y extendiendo un manto sobre aquello que Leopoldo Panero llama la verdad, que no es otra cosa que lo verdaderamente vivido, que es individual y nunca coincide con la leyenda épica.
Existe entre los miembros de toda familia un acuerdo tácito que les impele a creer en esta narración de modo que el vínculo sagrado entre sus miembros pueda sostenerse. Dentro de esta narrativa a cada cual debe desempeñar su rol. Dejar de creer en la leyenda familiar suele significar, soledad, rechazo e incluso locura. Y sin embargo a menudo hay al menos un miembro que no consigue creer.
Aquellos que como yo pasaron muchos domingos de su infancia en misa recordarán una historia por la que los sacerdotes, al menos el de mi pueblo, parecían tener predilección: La parábola del hijo pródigo.
La parábola del hijo pródigo es una de las tres parábolas llamadas de la misericordia o de la alegría.
Es la historia del hijo que abandona el hogar para enfrentarse a un mundo hostil y después de haber dilapidado sus recursos vuelve a casa donde es recibido con los brazos abiertos.
La parábola hace hincapié en la misericordia de Dios (padre) hacia los pecadores arrepentidos y su alegría ante la conversión de los descarriados. Esto ha llevado a muchos teólogos a pensar que el nombre de la parábola debería ser “el padre misericordioso” o “parábola del amor del padre”.
Y en efecto, el foco de la parábola no está en el hijo joven y rebelde sino en el misericordioso padre que perdona.
La vuelta de la oveja descarriada al redil se presenta como una fatalidad.
En su única novela, fuertemente autobiográfica, "Los apuntes de Malte Lauren Brigge", Rilke propone una reinterpretación de la parábola del hijo pródigo, esta vez desde el (sacrílego) punto de vista del hijo que se marchó.
Este libro nos ayuda además a entender la idea que Rilke tiene del amor y que encontramos en muchos de sus poemas. A través de esta reinterpretación de la parábola entendemos porque el amor en Rilke nunca parece ir dirigido a una persona concreta, y es por ello que, al menos el Rilke literario, se propuso no amar para no "poner a nadie en el aprieto de ser amado".
Y es que el amor para Malte/Rilke es un gran malentendido que implica además el sacrificio de la identidad, carga al amado con las expectativas del amante que son, además, imposibles de cumplir.
Esta idea del amor emerge directamente (la filosofía, incluso la poesia, es previamente vivencia) de su experiencia de ser amado durante el tiempo que tuvo que pasar con esa gente que "el abuelo llamaba la famlia".
El amor que Malte/Rilke recibió fue un amor nunca dirigido a él y que ya comenzó mal, con una madre incapaz de diferenciarlo de su hermana muerta.
Incomprendido desde el principio Malte/Rilke empieza a experimentar las virtudes de sus juegos en soledad, únicos momentos en los que puede fantasear con diferentes identidades, de las que además se puede desprender con total impunidad.
La soledad acaba siendo para Malte/Rilke la única posibilidad de Ser.
Por eso se marcha.
Se marcha y Rilke ve en ese acto de marchar la fuerza de todos los jóvenes, una fuerza que se nutre del hecho de no ser hijo de nadie y que es, en definitiva, la fuerza de todos los jóvenes que se van.
(Una interpretación interesante para todos aquellos que se fueron).
Rilke/Malte está incapacitado para amar a otra persona pues ve en ello el sacrificio necesario de la identidad. Porque así es como él lo vivió. Después de un breve episodio con su tía Abelone se decidirá conscientemente por dirigir su amor a un Dios incapaz de decepcionarle y que guardará siempre silencio.
Un silencio que parece ser para Rilke la única posibilidad de que se dé el amor.
Hoy que las Apps se han apropiado de un concepto tan complejo y necesario como el del amor, explotándolo sin escrúpulos, confundiéndonos e impidiéndonos al menos intentar aprender a amar, deberiamos recordar a Rilke que se preguntaba si es posible que cuando decimos amor, o como dice Rilke, Dios, haya gente que piense que esto puede ser algo común.
La psiconeuroinmunologia es una rama de la medicina que estudia la interacción e influencia mutua de la psique, el sistema nervioso central y el sistema inmune.
Hay diferentes formas de entender y abordar la PNI dependiendo de la definición y acotación que se haga de cada uno de estos subsistemas y del respectivo peso que se atribuya a la hora de influir en el organismo.
En todo caso la mera existencia de la disciplina desmonta una creencia largo tiempo sostenida; que el cuerpo está formado por módulos (sistema hormonal, sistema inmune, sistema nervioso central...) y que estos funcionan con independencia unos de otros.
Decía Martin Buber que el hombre, enfrentado a la complejidad de su propio ser, se vió abrumado y decidió diseccionarse en infinitas partes para limitar su estudio a una de ellas, relegando al futuro la tarea de unir sus conocimientos. Este momento del futuro cada vez se fue alejando más; la parte demostró ser infinita y por otra parte, ya lo decían los gestálticos, el todo nunca fue igual a la suma de sus partes.
Sabemos desde hace ya tiempo que el sistema inmune, al igual que la mente, es individual (cada uno tiene el suyo) y que por este motivo no todos reaccionamos a las amenazas de la misma manera. Un mismo virus puede ser inocuo para algunas personas y mortal para otras. Nuestro sistema psiconeuroinmunológico será el responsable de cómo reaccionemos a agentes extraños y externos. Y el potencial dañino que estos agentes extraños tengan en nosotros dependerá, entre otras cosas, de la connotación que se les otorge desde fuera.
Sabemos que el miedo es un factor crucial a la hora de explicar la reactividad del sistema inmune. Y sabemos también que nuestro sistema psiconeuroinmune no solo reaccionará a agentes nocivos sino que es susceptible de reaccionar a cualquier cosa que tome por amenaza (como ocurre en las alergias) y que incluso, al igual que la mente del obsesivo, puede volverse contra uno mismo, como sucede en las misteriosas enfermedades autoinmunes.
Sabemos también que no hay nada peor para el sistema inmune que la soledad. La falta de contacto físico y social. Numerosos experimentos demostraron ya por los años 50 que la falta de contacto físico en niños pequeños era un factor suficiente para explicar el retraso mental y físico e incluso la muerte. Más tarde supimos (vease los numerosos estudios que surgieron del Bucharest Early Intervention Project) que la llamada hormona del estrés (cortisol) que el cuerpo produce cuando se siente solo y en peligro, era un factor clave. Sabemos que no hay nada que provoque más estrés que la soledad. Y que la soledad es mortal para el ser humano y la causa de numerosos trastornos, tanto psicológicos como físicos (Einsamkeit, Manfred Spitzer), también en adultos.
Sabemos todo esto, pero seguimos actuando como si no lo supieramos.
Preferimos seguir buscando la seguridad fuera de nosotros y, ofuscados y optimistas, pretendemos que con ayuda de nuestros mejores métodos (que cada vez son más mejores) acabaremos con todos los peligros. No pararemos hasta tener un mundo seguro y no hemos caido en la cuenta de que esta limpieza se está volviendo ya contra nosotros. Y es que hay una cosa que nunca podremos eliminar; el miedo, y el miedo, al igual que el sistema inmune, siempre encontrarán enemigos, que serán, eso si, cada vez más ridículos.
Y es que, como decía Baudrillard,"como el cuerpo confía cada vez menos en sus anticuerpos, hay que protegerlo desde fuera. La limpieza del medio en el que vive deberá compensar la debilidad interna del sistema inmune. Los sistemas inmunes fracasan, porque existe una imparable tendencia, a la que a menudo se llama progreso, a intentar que el cuerpo y la mente abandonen sus sistemas de defensa y se apoyen cada vez mas en artefactos artificiales. Pero el hombre al que se priva de sus sistemas de defensa se vuelve vulnerable a la técnica y la ciencia, al igual que, despojado de sus pasiones, se vuelve vulnerable a psicologías y terapias, o separado de sus afectos y enfermedades a la medicina. No es absurdo el supuesto de que la destrucción del ser humano comienza con la eliminación de los gérmenes. Pues, al igual que el hombre, tal como es, con sus afectos, sus pasiones, su risa, su sexo, sus excreciones es solo un sucio germen que molesta en la transparencia del universo.
Cuando el virus sea eliminado, cuando todo este limpio y se haya puesto límite a todo contagio social y bacilar solo quedará el virus de la tristeza en un universo mortiferamente limpio y una tecnología letalmente perfecta".
"La verdad es lo único que nadie cree" Bernard Shaw
El 21 de Noviembre tuvo lugar otro de nuestros míticos debates sobre temas eternos y actuales. Esta vez hablamos de la conspiración.
Guiaron la charla la psicóloga Georgia Ribes y el germanista Juan Pedro Ledesma.
Una pareja de humoristas se burlaba el otro día de esos conspiranoicos que temen que el gobierno controle sus pensamientos a través de mágicos y electromagnéticos procedimientos. Paralelamente, un archiconocido, omnipresente e influente presentador contribuía con su granito de arena al escarnio de un cantante caido en deshonra en los últimos tiempos.
Satisfechos con sus propias bromas parecía escaparseles un detalle y es que los gobiernos, si no controlan, al menos influyen fuertemente en nuestros pensamientos a través de un medio mucho más prosaico: los medios.
El mero hecho de que ellos -y también nosotros- estemos aquí hablando de la conspiración está directamente relacionado con que se haya hecho del tema actualidad.
La tendeciosidad con la que se esta tratando el tema oficialmente, pareciera que la única postura posible fuese la burla y el escarnio, nos llevó a plantearnos que sería interesante abordar el tema ahondando en las raices psicológicas y sociales de este fenómeno. Aun a riesgo de ser incluidos en el pac.
Cuando digo de alguien que es conspiranoico implicitamente le estoy tachando de loco/ignorante y, consciente o inconscientemente, me estoy situando a mi en un plano moral y/o intelectualmente superior desde el cual me permito juzgarlos con condescendencia. Al menos esto último, es cuestionable.
Antes de empezar a debatir y teniendo en cuenta que la semántica es una de las principales fuentes de confusión consideramos necesario aclarar algunos términos: conspirar es aliarse secretamente contra alguien o algo mientras que conspiranoia, es un neologismo compuesto por conspiración y paranoia (que vendría a ser una sospecha infundada). Se llama teorías conspirativas a algunas teorías alternativas a las oficiales que explican un acontecimiento o una cadena de acontecimientos a través de la acción secreta de grupos poderosos, que en el fondo tienen intereses contrarios a los que abiertamente defienden.
En todos estos casos existe una sospecha o certeza, de que alguien que tiene poder sobre nosotros puede estar utilizándolo con fines que no corresponden a su discurso. Es decir; tanto el que conspira como el conspiranoico dudan de la veracidad y de la buena intención de las teorías/acciones oficiales.
Cuando nos reimos o nos sorprendemos de las teorías conspirativas solemos centrarnos en la paranoia "influyen nuestros pensamientos a traves de ondas electromagnéticas" y a ignorar "la duda de que los intereses de los poderosos tengan los fines que nos dicen que tienen", que si nos paramos a pensar no es tan descabellada. La segunda parte de la palabra invalida la primera y la conspiranoia se relaciona entonces directamente con la paranoia y con el delirio. Con la enfermedad mental.
Y al enfermo no hay que tomarle en serio ni intentar entenderle.
Pero, nos hemos parado a pensar ¿Porqué no le vemos sentido a la conspiranoia?
Hagamos una breve incursión en la historia de la psiquiatría.
Karl Jaspers, un influyente psiquiatra y filósofo alemán, apuntaba a la necesidad de aplicar la distinción entre comprender y explicar a los fenómenos psiquiátricos.
Comprender es hacer inteligible la conducta por los motivos, explicar es intentar desvelar las causas y los mecanismos. Así por ejemplo, si te doy una bofetada, las causas y los mecanismos de que tu cara se sonroje son obvios y visibles pero no así los motivos.
Jaspers afirmó entonces que algunos delirios eran incomprensibles y unicamente explicables por sus mecanismos, por ejemplo por un fallo cerebral. Es decir, estos tendrían causas pero no motivos así que no tenia sentido intentar descifrarlos.
Jaspers no negó el sentido a todos los delirios, pero como suele ocurrir siempre, su distinción fue simplificada y generalizada y desde entonces la mayoría de los psiquiatras e incluso psicólogos niegan el sentido a todos los delirios, a menudo porque ellos no han aprendido (ni se les han enseñado) a interpretarlos.
Hoy hacemos algo similar con los conspiranoico; primero los tachamos de locos o ignorantes, explicando así sus delirios (el loco dice locuras) que ya no tendremos que comprender. Después nos reimos nerviosamente, como bien apuntó un participante, como si quisieramos remarcar la distancia entre ellos y nosotros.
Y cuando algo no tiene sentido el único remedio es erradicarlo. En psiquiatría esto se suele hacer hoy con medicamentos, antaño con métodos más radicales.
Previo al tratamiento es la inclusión dentro del sinsentido.
Si hacemos una analogia entre esquizofrenia paranoide o el delirante y la conspiranoia, también a estos últimos se les considerara "enfermos" arrancándoles de este modo cualquier credibilidad y haciendo así, de una manera efectiva, inocua su crítica.
En el caso de los delirios el poder de definición lo tiene la psiquiatría. Desde su paradigma ella sentencia la verdad, qué tiene sentido comprender y que no. En la sociedad no es de otro modo, son los poderes del momento los que deciden quién está conspirando.
Y es que la verdad social es relativa y depende directamente de quién la sostenga, y, cuando una teoría es sostenida por las instituciones que tienen el poder en un determinado momento histórico o por una mayoría deja automáticamente de ser considerada conspiración o conspiranoias para pasar a convertirse en realidad social, que puede hacer necesarias determinadas acciones. Por ejemplo la de censurar al que la crítica. En la historia tenemos varios ejemplos de este mecanismo.
Solo a posteriori y a condición de haber sido condenadas por el poder dominante, pasarán a ser consideradas históricamente conspiraciones o conspiranoias.
Así que, como resumía un you tuber; puesto a creer alguna chorrada, creete al menos la que sostiene la mayoría así al menos conservaras tu cordura.
El dogma de que los delirios no tienen sentido fue cuestionado por un grupo de terapeutas en los años 50/60. Fue al comenzar a ver a los pacientes (esquizofrénicos) en su contexto (familias) cuando ciertos pensamientos delirantes comenzaron a hacerse comprensibles.
De pronto, analizadas en su contexto, también las psicosis cobraban sentido.
Detrás de una paranoia o un pensamiento conspiranoico, uno muy común es la sensación de ser controlado o manipulado, solía haber una situación que lo hacia comprensible como por ejemplo unos padres excesivamente intrusivos, preocupados o controladores.
El paciente, incapaz de cuestionar a sus padres (esto es un tabu y existe aquí una barrera psicológica fuerte) pero necesitado de una explicación para sus sensaciones, generaba una explicación alternativa que daba coherencia a sus emociones; la conspiranoia, "extraterrestres controlan mis pensamientos".
Desde fuera nadie comprendía esto y por consiguiente se le consideraba un loco.
La narrativa loca del deliro cumplía dos funciones para el afectado: protegía a los padres y daba coherencia a sus sensaciones. (Recordemos que los pensamientos están subordinados a los sentimientos y no viceversa.)
Cuando los reptilianos dudan de la bondad del estado y transforman a los poderosos en reptiles están protegiendo a los humanos pues piensan; un humano no puede ser tan perverso ergo tienen que ser extraterrestres.
Las personas que piensan analogicamente (los locos suelen hacerlo, pero también los artistas o los -verdaderos y escasos- científicos) perciben realidades que el pensamiento racionalista, lineal y secuencial no es capaz de percibir.
Recordemos a los humoristas que cegados por el sinsentido de la paranoia e incapaces de hacer analogias se rien de los conspiranoicos y no perciben ninguna influencia externa en el hecho de que ellos mismos esten hablando recurrentemente del tema "de moda" de un modo muy concreto.
Génesis de la conspiración
En el principio estaba la frustración. Los seres humanos nacemos dependientes del Otro. Somos la especie que más tiempo va a depender del cuidado de su grupo (empezando por los padres) para poder subrevivir. Unos cuatro cinco años mínimo dependemos de nuestros padres o cuidadores para la mera supervivencia y solo a partir de la adolescencia una persona podría valerse relativamente por si misma.
Esta dependencia significa que nacemos con una tendencia a la fe ciega en el adulto del que dependemos. Esta fe ciega nos permite delegar en nuestros padres y reducir así la complejidad del mundo, que de otro modo nos sobrepasaría haciendonos sentir en peligro. De adultos no somos tan distintos; ahora depositamos la fe en las instituciones, el sistema etc..para reducir la complejidad y lidiar con la incertidumbre.
Pero la frustración, la decepción es inevitable ya que, por muy perfectos que pretendan ser nuestros padres, no es posible satisfacer todos nuestros deseos o necesidades. Mientras todo suceda en un marco más o menos congruente y nuestros padres sean suficientemente comprensibles para nosotros todo irá mas o menos bien, es decir mientras el mundo exterior sea suficientemente coherente para que sigamos creyendo en él, seguiremos teniendo fe pues como he dicho nuestra tendencia es a la fe que no a la duda.
La duda es un accidente, una patada que da comienzo al pensamiento como decia Celine.
En la infancia la duda sobre la bondad de los padres es practicamente imposible. En la practica clínica es curioso observar que es prácticamente imposible que un niño piense mal de sus padres; sabe que su vida depende de ellos. Los defenderá a muerte y antes negará sus propias percepciones y sentimientos estrujándose el cerebro para buscar teorías que expliquen lo inexplicable que se le pasará por la cabeza pensar que los padres quieren hacerles daño o, como suele ser, que le están haciendo daño sin querer.
Esto significa: nacemos con una tendencia a la fe en la instancia superior de la que dependemos lo cual explica el éxito de religiones y nuestra querencia a confiar en las instituciones basadas en el poder de unos pocos y a someternos a él.
Ahora bien, el niño (y el adulto) tiene siempre dos vias de percepción; una consciente (que es la que defenderá a sus padres a muerte y que selecciona la narrativa que será su discurso) y otra inconsciente (que registra exactamente todo lo que le sucede para, en caso de que sea necesario salvar su vida en el último momento). Si la brecha entre lo que necesitamos y queremos creer y lo que realmente está sucediendo es demasiado grande se generará la duda, la sospecha
Como decía Castilla del Pino "la posibilidad de ser engañado y, posteriormente, la de engañar son algunos de los grandes descubrimientos que el niño hace en etapas primarias del desarrollo y que moldearán su actitud básica de desconfianza en la interacción con los demás. Confiado hasta un determinado punto, desconfiado, incluso suspicaz (desonfiado de todos), serán actitudes que presidirán sus futuras interacciones." Hablamos de alguien suspicaz cuando tiende a sospechar de todo, cuando tiene una teoría sistematizada que le lleva a dudar de las buenas intenciones de la gente, los estados etc...
En el polo opuesto del suspicaz está el crédulo, que se fia de todo el mundo y de todo. A veces porque la brecha entre lo que debería haber sido y lo que fue no era muy grande pero por regla general por miedo a las consecuencias que tendría su sospecha sobre el mundo y lo que esto significaría para él. Y es que todo se vuelve más complejo cuando dudamos. Y una mayor responsabilidad (la de pensar) recae sobre nosotros.
La mayoría de las personas llegadas a un determinado momento de su vida dudan, pero en la mayoría de las ocasiones no soportan la idea de ser consecuentes con sus dudas por miedo a lo que esto supone y entonces lo que suelen hacer es ignorar la duda y hacer como si creyesen o, cuando esto no les es posible, inventan una realidad alternativa, que si es muy descabellada y poco comprensible desde afuera se la llamará conspiranoia o locura.
Sostener la duda nos permitiría tener una actitud abierta ante la vida, pero nos restaría seguridad.
Empezariamos a ver cosas que no funcionan como deberían pero ante las cuales estamos impotentes. Al igual que lo estabamos con nuestros padres de pequeños. Desde el punto de vista pragmático, esto no tiene sentido, porque vemos pero no podemos hacer nada y el hombre es pragmático y no científico -ni siquiera la mayoría de los llamados científicos lo son. Por eso muchas personas "deciden" no ver aquello contra lo que nada pueden. Y en contra de las recomendaciones de Aute, detienen su pensamiento.
Ni el conspiranoico/loco ni el filósofo/artista/científico pueden hacerlo, su duda es demasiado grande. Pero cada uno lo resuelve a su modo. El conspiranoico se adhiere a una teoría alternativa, el loco inventa una personal y el filósofo seguirá dudando y navegando en la incertidumbre.
Y si existe algún derecho que nadie debería quitarnos es este: el derecho a dudar. El derecho a dudar no puede estar condenado. Si lo está, entonces no existe el pensamiento crítico sino la censura, por muchos eufemismos que inventemos.
El conspiranoico y el crédulo que se comporta como un ciudadano ideal se parecen en que ambos necesitan certezas, el primero alternativas, el segundo oficiales. Se diferencia de ellos el que piensa criticamente, la figura mas escasa socialmente.
Y lo que impide al ciudadano ideal y al conspiranoico renunciar a la fe en una teoría es el miedo. Miedo a la autoridad y miedo a la duda que llevan al ciudadano ideal a obedecer y pueden llevar al conspiranoico a inventarse otra realidad y someterse a ella.
Dicho esto solo queda añadir que antes de reirnos del conspiranoico nos planteemos si no será nuestro propio cerebro el que ha sido manipulado. Como en pocas palabras le dijo Alaska a Broncano.
En esa inusual película de Jaime Chavarri que es el Desencanto, un alterado Michi Panero comienza proclamando una verdad incuestionable desde el punto de vista lógico; que no es posible desencantarse cuando uno no ha estado nunca encantado.
Pero como la vida, tampoco la lógica es infalible, y al igual que cuando uno piensa que ya no puede ser peor viene y te demuestra que siempre puede empeorar, que despues de tocar fondo siempre queda escarbar, de vez en cuando constatamos que, por poca fe que tengamos en el mundo y en las personas, siempre es posible desencantarse y que cuando estos desencantos se acumulan es posible incluso quebrarse. Y es que...
¿Cuántas veces podemos desencantarnos sin rompernos?
La psiquiatría tiene la respuesta: ninguna.
Al margen de las vivencias de cuada cual, el que sucumbe y pasa más de dos semanas triste o embotado emocionalmente, sin interés por su entorno, con problemas para conciliar el sueño y comenzando a pensar en el suicidio como liberación es un enfermo.
"La depresión es una enfermedad", anuncia estos días una pancarta gigante al lado de mi consulta en Berlin Neukoelln.
El mensaje; el individuo -y no el mundo- está enfermo y es por tanto al individuo al que le toca aceptar su patología y acudir al médico a que le devuelva su cordura. La cordura viene en forma de pastilla que anestesiándolo emocionalmente confirmará que su cerebro era incapaz de hacerlo por su cuenta.
De manera lapidaria la psiquiatría da así por finalizada la historia milenaria de eso que los antigüos llamaban melancolia. En la época de Aristóteles al meláncolico al menos podía quedarle el consuelo de su genialidad.
Despojado de toda épica hoy el depresivo es tan solo un enfermo.
Por otra parte, redefiniendo la depresión en enfermedad se separan convenientemente los síntomas arriba mencionados de posibles causas reales que, de ser analizadas, podrían arrojar preguntas incómodas como por ejemplo, si las medidas sin alternativa de este último año han resuelto o generado más problemas.
En todo caso la proliferación de depresiones confronta a la sociedad con una cuestión cada vez más difícil de eludir;
¿quién esta enfermando el individuo o la sociedad?
O como decía Primo Leví, ¿qué es un hombre, si su única posibilidad de ser considerado sano es no reaccionar a las multiples decepciones de la vida en general y de este año en particular?
Con el tema del Doppelgänger (el doble) en la vida y en el arte inauguramos la temporada de otoño 2020 retornando a nuestros ya míticos debates en la libreria la Escalera.
La particularidad de los Debates de la Escalera es abordar temas existenciales que a primera vista pueden parecer alejados de nuestra cotidianidad. Nos interesan temas que no están -nunca lo han estado- de moda pues han sido sepultados por otros más actuales y convenientes, más capaces de provocar la ilusión de progreso.
El Doppelgänger es uno de los nombre que damos a nuestro lado oscuro, nuestra sombra, lo expulsado.
Hablamos del Doppelgänger desde diversas perspectivas partiendo de la convicción de que el lado oscuro no esta en otro lugar que en cada uno de nosotros. Y que aquel que no acepta esta presencia, corre el riesgo de ser presa de ella.
El Doppelgänger guarda una relación directa con algo tan humano como es el problema del bien y del mal. Dilema a su vez relacionado con nuestra tendencia al pensamiento binario (0-1). O quizás sea al contrario, y somos binarios, precisamente por el temor que le tenemos al mal.
Quizás sea este miedo ancestral nuestro a identificarnos con el mal el origen de nuestra necesidad imperiosa de dividir el mundo en dos; luz/sombra, bien/mal, mujer/hombre, salud/enfermedad, vida/muerte. Convirtiendo progresivamente categorias que eran complementarias en antagónicas.
Y olvidado aquello que decía Schopenhauer; que la vida es fundamentalmente ambigüa. Y que ni en la vida ni en nosotros existe esa linea divisoria. La hemos trazado nosotros. Aunque sería más justo decir; nos la trazaron. Nos la trazaron y nosotros nos la seguimos trazando y se la trazamos a nuestros hijos.
Nos la trazaron y nos dijeron que debíamos identificarnos con uno de los lados; el claro. El oscuro, en el que se encuentran nuestras debilidades, vergüenzas, deseos inconfesos y políticamente incorrectos fue censurado (primero desde fuera y luego tomamos el relevo) y su contenido enviado a las profundidades. Reprimido.
Pero como no pudimos hacerlos desaparecer lo sellamos con la culpa, esa eterna sensación nuestra de insuficiencia con respecto a la autoridad que nos somete.
Expulsados y sellados con culpa o vergüenza, mantuvimos nuestros instintos ocultos de modo que nuestro rechazo hacia ellos (que es el rechazo que originariamente generaron en nuestros educadores) llegó a ser tan potente que quisimos olvidar que nos pertenecian. Los disociamos expulsándolos de nuestra memoria.
Pero cuanto más identificados estabamos con la luz, cuanto menos aceptabamos nuestro lado oscuro, más poder le estabamos dando. Pues como decía Bataille; cuando mayor es la belleza, más profunda es la mancha. Y lo que comenzó siendo mero instinto de supervivencia, necesaria autoafirmación, a base de frustración y condena terminó convertido en sed de venganza.
Pues cuando el deseo no puede fluir, como advertia el poeta, deberemos esperar veneno.
¿Y cuál es el mal que rechazamos?
El mal es lo que la moral social define como mal.
El mal son los impulsos individuales que ponen en tela de juicio los valores de la sociedad. Y hay que aplacarlos para que la sociedad pueda seguir avanzando sin trabas.
El mal es aprendido , cuando nacemos no somos ni buenos ni malos, tenemos instintos, capacidad mimética y de aprendizaje. Y progresivamente la sociedad nos va civilizando, se va encargando de enseñarnos qué es lo que podemos mostrar, que tenemos que ocultar y que no deberiamos siquiera sentir.
El mal (lo indeseable) es en sus matices cultural pero en su esencia universal.
Los pecados capitales (pereza, gula, lujuria, envidia, avaricia, ira y soberbia) siguen teniendo vigencia hoy en día en nuestra sociedad occidental progresista. Lo único que ha variado ligeramente es la forma de transmitirlos, que hoy es más seductora -manipulativa- que autoritaria.
Alimentate bien, haz deporte, no levantes la voz, se feminista y sobre todo, no seas soberbio, pues la soberbia es el peor de todos los males.
No llames la atención, no te creas más que nadie, deshazte de tu ego, deconstruyete; son los imperativos modernos que pretenden la adaptación al grupo a costa de las necesidades individualidad, hoy ego.
La soberbia, el "non serviam" fue el pecado de Lucifer, doppelgänger de Dios. Y lo pagó caro. Como ya antes lo había pagado caro Prometeo. Y lo seguirá pagando caro por los siglos de los siglos todo rebelde que ose retar a los Dioses.
No serviré; ese es el verdadero mal. El mal es una cuestión de perspectiva. Para la sociedad siempre estará en el individuo. Ira mutando lampedusianamente, dependiendo del poder que lo defina; ayer la religión (el pecado original), hoy la ciencia (un narcisista con una amígdala demasiado pequeña).
Pero la condena de los instintos individuales no sale gratis, y si no que se lo pregunten a Jekyll. La represión producirá un exceso de energia y que puede volverse contra el individuo incluso, aunque esto sucede menos a menudo, contra la sociedad.
De esto tomaron conciencia, a finales del SXVIII, una serie de artistas y comenzaron a plasmarlo en los más diversos géneros fundando ese movimiento que hoy conocemos como romaticismo.
El romanticismo fue un doppelgänger que emergió como reacción a la negación en masa del lado oscuro del mundo y del ser humano que fue la ilustración, aquel sueño de la razón al que seguimos enganchados.
Primero los románticos, y luego un medicucho vienés que nos espeto aquello de "no somos dueños en nuestra propia casa" generándole a una humanidad envalentonada otra "herida narcisista" (después de las de Copérnico y Darwin).
Decía Aute que siempre es lo mismo, pero con distinta voz y efectivamente, así seguimos, empeñados en negar nuestra sombra, la individual y la colectiva. Y somos tan invidentes para las consecuencias de nuestro punto ciego como para nuestro lado oscuro. No queremos creer que todo tiene sombra; la ciencia (el conocimiento es dolor), las ciudades (los suburbios), internet (donde el feminista goza con prácticas que de día condena). Incluso los datos tienen un lado oscuro (paises con excelentes datos de crecimiento e innovación y apabullantes cifras de suicidio).
Negamos nuestra sombra y lo hacemos porque a pesar de todos nuestros logros seguimos temiendoles a los Dioses (los modernos).Y nos esforzamos por portarnos bien y ocultarles todo lo que pueda resultarles ofensivo.
Y a eso que les ocultamos le llamamos mal.
Pero pagamos un precio por esta negación pues lo reprimido siempre encontrará formas de expresión, en el arte y en la vida. No siempre será un doble, que es la expresión extrema de la disociación, puede ser cualquier enfermedad, física, psicológica y social. Según Thomas Mann la enfermedad es la venganza del amor reprimido que se expresa en el sujeto, vengandose de la represión con consecuencias a menudo finestas
El mal es relativo; para el individuo es el sistema que le reprime, para el sistema el individuo que le cuestiona. Ambos son archienemigos.
Y cuanto más poder tenga uno, menos tendrá el otro. Y el doble será la némesis, que viene a reestablecer el equilibrio.
En estos días el mundo se ha llenado de buenos.
Y es que nunca fue tan fácil ser bueno como hoy. Nunca fuimos tan solidarios como cuando la solidaridad se definió oficialmente como obediencia y sumisión a la autoridad.
En realidad la "bondad" siempre estuvo relacionada con la pasividad. Fijémonos si no en los santos y los mártires; entes pasivos que aceptaban todo tipo de vejaciones, cuando no se las provocaban ellos mismos. Ellos nunca alcanzaron la santidad por sus buenas acciones sino por su capacidad de sacrificio. Un sacrificio destinado a purgar una culpa en la mayoría de los casos inexistente. Para llegar a ser santo esta pasividad tenia que ser además autodestructiva, épica y con matices sexuales.
El mensaje a transmitir: el bueno se sacrifica.
Es el mismo mensaje que hoy recibimos pues en su esencia, ya lo decia Lampedusa, las cosas nunca cambian.
Los santos se consolaban con la otra vida, una vida en la que regirían leyes muy distintas y en la que ellos recibirían el amor de Dios, "vivo sin vivir en mi, y tan alta vida espero, que muero porque no muero".
Con algo tenían que consolarse pues en vida no llegaban a ser santos sino que eran percibidos como pringados y la gente se burlaba de ellos, como lo hacemos hoy cuando nos cruzamos con alguno y decimos: "de bueno es tonto".
Resumiendo: el bien consiste hoy como ayer en obedecer y el mal en rebelarse. Bueno es aquello que sirve para que la sociedad no cambie demasiado (y siga dando beneficios a los mismos) y malo es todo aquello que la cuestiona. Y el pecado capital por excelecia fue siempre y sigue siendo la soberbia.
El bueno se define, no por el bien que hace, sino por lo poco que molesta, su aceptación pasiva de todo, su tendencia a asumir, casi agradecido, que se lo quiten todo "por la causa" (cualquier causa sirve).
Y como ya no hay fe en el otro mundo, nos toca consolararnos con la conciencia de nuestra propia bondad, aunque hoy ya no hablamos de bondad (el lenguaje, como toda tecnología, evoluciona) sino de solidaridad o heroismo (nos han dicho que hay un heroismo implícito en el hecho de hacer sacrificios).
Dicho esto habría que matizar; todo esto solo aplica para el vulgo. Los sacerdotes siempre fueron ateos y en las altas esferas el bien y el mal no cuentan. Allí solo cuenta el rendimiento.
Uno que salió por primera vez a cenar -seis meses después de comenzar la pandemia- me contaba el otro día que no pudo disfrutar la cena por sentir un fuerte sentimiento de culpa;
- Sentí que los estaba matando a todos.
¿Cómo es posible que una persona que se ha comportado de forma responsable, respetado todas las normas, hecho todos los sacrificios exigidos durante tanto tiempo se sienta tan culpable?.
¿No debería ser al revés? ¿No sería más lógico que fueran los irresponsables los que más culpa sintiesen?
Si, sería más lógico, pero la culpa no forma parte del reino de la razón ni de la lógica sino del sentimiento.
La culpa es un sentimiento social y obedece a leyes que no son razonables.
Y es consustancial a la culpa que no desaparece sino que aumenta con la obediencia. Cuanto más obedezco más distancia genero y percibo entre mí y el poder (que no es otro que el que dicta las leyes). Y cuanta más distancia entre mi y el poder percibo, más impotente -y culpable- me siento, más le temo y más poder le doy al poder.
Todos los grupos de poder, religiones, sectas, gobiernos (dictaduras y democracias) y empresas se han aprovechado de esta "lógica" de la culpa para aumentar su poder.
Atribuyéndole la culpa al individuo se le exigirá que se porte mejor y haga más y más sacrificios. Y el individuo que se someta a esta lógica en lugar de verse recompensado lo que verá aumentar es su sensación de no estar haciendo suficiente.
Tambien hoy el individuo es el culpable.
"El público en general y la economía de Berlín están pagando un alto precio por las acciones irresponsables de algunos individuos, y por el hecho de que el cumplimiento de las reglas existentes se supervisa de forma demasiado laxa e inconsistente" , leíamos estos días en una revista berlinesa.
Y es que después de tantos meses de ser machacados día trás día con el mantra del "irresponsable culpable" muchos han asumido como cierta la más que dudosa hipótesis de que que existe una masa de irresponsables y que hay una relación causa-efecto entre sus acciones y el endurecimiento de las medidas.
A estas alturas debería habernos quedado claro que los contagios se han dado en todo tipo de circunstancias: en el trabajo, el colegio, la consulta del médico (algunos incluso se han contagiado sin salir de casa) y bajo todo tipo de condiciones, incluso (o precisamente allí) en los lugares con las medidas más draconianas (España es el mejor ejemplo). Y que el endurecimiento de las medidas no ha guardado ninguna relación con el comportamiento individual.
Pero cuando la atribución de culpabilidad ha penetrado con tanta fuerza en nuestro cerebro no es tan fácil sacarla de allí. Y considerando culpable al individuo encontramos una válula de escape acusando impunemente a una figura más o menos abstracta.
Y esperemos que siga siendo abstracta pues la humanidad ha acumulado mala experiencia cuando ha concretado demasiado.
Que la realidad supera a la ficción es un lugar común que todos conocemos pero que, inmersos como estamos en nuestras rutinas cotidianas, todos parecemos querer olvidar. Esta falta de atención, quizás necesaria para vivir tranquilos, nos impide percatamos de los constantes excesos de la vida, los desvarios diarios de la curva de la normalidad, las situaciones aventurescas en las que día tras día nos vemos inmersos.
De este modo podemos vivir tranquilos, a menudo demasiado tranquilos.
Puede que sea esta misma tranquilidad la que nos motiva a abandonar la gemütlichkeit del hogar y salir desesperadamente en busca de una sala de cine. Esa sensación de no tener suficiente con nuestra vida, de querer más.
Aunque presa de este embrujo, me decanto a pensar que más que ante una realidad estamos ante un problema de percepción. Recordemos a Kafka o Pessoa, con vidas supuestamente monótonas pero cuyas plumas nos trasladan a mundos fantásticos (y basados en hechos reales).
Una suerte que exista el cine. En uno de estos improvisados cineforums berlineses ayer tuvimos ocasión de ver la película del director sueco Ruben Östlund "The Square".
The Square es un retrato sobre la vida y el ser humano moderno. Un retrato descarnado a través de los avatares del comisario de arte Christian que, durante dos horas y media, se verá confrontado con una serie de conflictos morales, con los cuales todos podemos identificarnos.
Como buen artísta Öslund nos pone un espejo y nos pregunta si aceptamos mirarnos en él.
La vida como farsa, el ser humano como gran postureador y la confianza como forma de continuar la mentira, tan frágil como necesaria.
La impostura; esa eterna e inflacionaria necesidad del ser humano de aparentar lo que no es. Ese aferrarse a sus míseros logros laureándolos con ridículos discursos. Esa incapacidad que tenemos de estar a la altura de nuestros ideales, de comportarnos acorde a nuestros propios principios.
Y la farsa, que consiste en justificar todas estas performance nuestras y hacer como si nos creyesemos nuestras propias justificaciones. Fingir que confiamos en el prójimo; en The Square, como en la carta de las naciones unidas, todos tenemos los mismos derechos y obligaciones. Seguiremos fingiendo confianza para que la fiesta (o el horror, depende del momento histórico) pueda seguir.
No contento con ponernos un espejo, en la escena cumbre de la película, Öslund se regodea con nuestra incapacidad de mirarnos en él. Pues ese es precisamente el gran drama del ser humano.
El gran problema del ser humano no es ni la violencia, ni la injustica (estos son meros efectos secundarios) como tendemos a pensar, el gran problema del ser humano es su incapacidad para aceptarse a sí mismo.
Negamos nuestra sombra. Jung decía que todo lo que tiene un lado claro tiene también un lado oscuro. Y cuanto más brille el primero, más turbio será el segundo. Pero no queremos admitir esto así que rechazamos de forma visceral y desesperada nuestro lado oscuro, el más animal. Y el individuo que ose comportarse como un animal será aniquilado por la multitud con violencia, pero de la buena, y buenas ostias, como diría Brech.
Esa es la tragedia humana; que por mucho que nos esforcemos en negar o esconder, con bellas palabras, ideologías o bonitos vestidos, nuestro lado oscuro, éste siempre retornará, vengándose de nuestro rechazo.
En The Square no hay buenos. Hasta los mendigos desempeñan su rol, que parece consistir en hacernos sentir incómodos.
Terminó la película, comenzó el debate y en medio de las disquisiciones sobre nuestra reprobable inhumanidad con los sin techo, la realidad le hizo un guiño a la ficción y por la puerta del cine apareció, triunfal, un mendigo como diciendo;
-Venga, poned en practica vuestro discurso.
Pero no hubo manera de comportarnos como es debido.
La conformista es una persona sin muchos atributos.
Cuesta mucho diferenciarla de la masa porque en el fondo en nada se distingue de ella. De esto último ella puede ser más o menos consciente, pero lo cierto es que en toda su vida nunca le movió ningún otro interés que parecerse lo máximo posible a la masa.
A parecerse a la masa ella lo considera (y no le falta razón) ser sensato y, dendiendo de la masa a la que se quiera parecer, tener ideologia, principios o intereses. Eso si; no le preguntes nunca porqué se quiere parecer a esa masa. La pondrías en una situación incómoda y qué necesidad hay.
No hay que imaginarse a la conformista como una persona tímida o recatada, al contrario, puede ser extremadamente beligerante. Todo depende de que se le presente la ocasión y se sienta suficientemente arropada por sus iguales. En todo caso, cuando se manifiesta públicamente (en el fondo no le disgusta el aplauso) nunca lo hace movida por un interés personal; ella siempre representa a alguien (tiene querencia por la primera persona del plural). La aquiescencia y por ende la validación de su persona ella la busca intentando ser más masa que la masa (esa es su idiosincrasia).
Lo dije al principio, la conformista es difícil de diferenciar del resto, pero si uno se esmera un poco podrá reconocerla por su lenguaje. Le gusta repetir coletillas escuchadas no sabe muy bien donde y mientras lo hace siente un placer particular.
Al igual que le ocurre con las ideas, no sabe muy bien de donde proceden esas palabras ni como llegaron a su lengua. Tampoco le importa. Lo importante es que le suenan bien y la hacen sentir perteneciente a algo más grande que ella misma.
Le gustan las palabras nuevas y algo rimbombantes o pertenecientes a algún ámbito que le es absolutamente ajeno. Ella las incorpora sin pudor a su vocabulario, donde no encajan por mucho que se esmere en colocarlas con cuidado. Estas palabras nunca permanecen, ejercen su función y luego se van por donde vinieron. El hueco que dejaron es rellenado por otras.
A la conformista le molesta la gente que dice cosas que ella no entiende. Cosas que no encajan en su sencillo esquema de pensamiento. Cosas que van en contra de la sensatez. Le molesta (aunque ella no lo formularía nunca así) la gente que parece querer distinguirse de la masa. Porqué va a querer nadie distinguirse de la masa? quién es nadie para creerse mejor que una masa!.
Estos individuos son para la conformista el único obstáculo para su bienestar. El desprecio que le producen le hacen sentir mal. Siente un fuerte deseo de que no existan. Si el estado pudiese hacer algo.....
El humor, como el arte, puede definirse desde el plano psicológico como un mecanismo de defensa ante una situación en la que no se perciben posibilidades de acción directa. Emerge como válvula de escape a la parálisis y se caracteriza por el momento liberador ya sea en forma de carcajada, risa como simplemente como repentina percepción de una contradicción que, no pudiendo ser resuelta, provoca una catarsis.
El humor es una forma de sublimación de impulsos violentos o rebeldes una forma de lidiar con lo inexplicable, de encajar lo incoherente.
Para que el humor provoque ese efecto liberador que llamamos risa tiene que ser auténtico, lo cual significa entre otras cosas que tiene que elegir bien su objetivo. La buena elección no le asegura el éxito pero sin ella el fracaso está asegurado. Además el humor tiene que ser insobornable y guiarse únicamente por criterios intrínsecos.
El humor es pues un proceso complejo y cuando falla algo en lugar del humor aparecen sus "falsos amigos"; el humor blanco, la sorna o la burla por ejemplo. El humor blanco suele fallar por haber sucumbido a la corrección política; provocar el momento catártico sin ofender a nadie es complicado.
En la burla se ha abandonado el terreno de la sublimación, a menudo por falta de imaginación (el humor es un arte), para entrar en el terreno de la agresión (verbal). Es por ello que la burla provoca en el burlado impulsos violentos.
El humor es un refugio cotidiano al sinsentido de la vida. Pero últimamente ocurre una cosa curiosa y es que, a pesar de que el sinsentido es cada vez más obvio y las posibilidades de acción directa son cada vez más reducidas, el humor tiene cada vez menos gracia.
El motivo podría ser que -salvando escasísimas excepciones- los humoristas hayan olvidado que en el humor no todo vale (y no estoy hablando de ese falso debate sobre los límites del humor).
Uno de los enemigos del humor es la habituación (por saturación); ¿a alguien le siguen haciendo gracia a estas alturas los chistes sobre Trump? ¿o sobre el partido político contrario? En la mayoría de estos casos, el humor ha dejado de ser humor para convertirse en sorna y la sorna cansa.
Por otra parte ocurre que a menudo es demasiado obvio que el objeto de la broma, chiste o "meme" es un chivo expiatorio que desvia la atención del verdadero objetivo. Se ha desviado la desviación. Y esto la gente lo percibe y aunque se esfuerza por fingir risa (aquí existe un consenso tácito) lo que le sale no es una risa catártica sino histérica. Y es que, como observaba Celine en su viaje, detrás de esa apariencia inocua del público se esconden ganas de matar (recordemos que el humor es sublimación), pero en este caso ganas de matar al blanco equivocado. Se esta errando el tiro y nuestro subconsciente (que es más listo que nosotros) lo percibe. ¿Miguel Bose? ¿en serio alguien piensa que es él el verdadero responsable de su frustración? En casos como este la sorna ha dejado paso al escarnio.
La sorna es el humor de los cobardes (que ya no se atreven a reirse de los que tienen poder) pero la cobardia en el humor tiene un precio. No un precio oficial ni social, al revés, si eres políticamente correcto y te ries de quien tienes (puedes) que reirte te darán trabajo y reconocimiento.
El precio de la cobardia en el humor es mas grave, la ausencia de humor.
¿Será esto lo que esta sucediendo?
Avenidas/Avenidas y flores/
Flores/Flores y mujeres/
avenidas/avenidas y mujeres/
avenidas y flores y mujeres y/
un admirador
Este poema fue escrito por Eugen Gomringer en 1951.
Muchos años después, en 2011, un instituto berlinés lo eligió para decorar una de sus fachadas.
Se organizó un homenaje al autor y ahí permaneció el poema, durante un par de años. Hasta abril del 2016.
En ese momento la dirección del instituto recibió una carta -anónima- de un grupo de estudiantes en la que se quejaban del contenido ofensivo, machista y peligroso del poema.
Esta carta desencadenó un debate sobre qué hacer con el poema y, no esta claro si por no poder resolverlo o por dar visibilidad al dilema, la dirección del colegio consultó al senado. Tras farragosas discusiones e indignaciones varias por parte de la escena artística berlinesa, finalmente se decidió eliminar el poema, que fue sustituido por otro -que dicho sea de paso, provenía de una pluma femenina.
Las víctimas son los nuevos heroes es el título del último libro del periodista alemán Matthias Lohre.
Según Lohre lo sucedido en este instituto berlinés no es una anécdota sino una tendencia.
En este caso las víctimas/heroes son mujeres a las que en algún momento se decidió incluir, por siempre jamás – se ha calculado que harán falta cerca de 3000 años para que mujeres y hombres estén al mismo nivel- en uno de esos "grupos desfavorecidos" concluyendo que es necesario protegerlas del mundo cruel en el que se ven obligadas a vivir.
La teoría "científica", nos cuenta Lohre, que subyace a esta tendencia fue definida hace algunos años por un profesor de la universidad de Columbia, Nueva York, Derald Wing Sue. Él mismo perteneciente a un grupo desfavorecido, en este caso una minoría étnica.
Sue construyó su teoría basándose en sus propios sentimientos y apoyándose en el concepto de microagresión, acuñado en 1970 por Chester Pierce. Microagresiones son comentarios cotidianos que el receptor considera ofensivos y que hacen referencia a la pertenencia a un grupo minoritario y desfavorecido. Sue da varios ejemplos de microagresiones, así por ejemplo la pregunta:
-De dónde eres? puede ser una microagresión, dependiendo de quién la haga.
Y este es otro punto central de las microagresiones; que se definen a partir de quién las pronuncia. Y ahí aparece el otro protagonista, el agresor, que además lo es por definición y no puede ser nunca "víctima" de una microagresión ya que pertenece a una mayoría privilegiada; el hombre blanco heterosexual. Una persona por definición llena de privilegios y privada -según ciertos grupos- del derecho a quejarse. Y de defenderse, pues cuando un miembro perteneciente a una minoría se sienta ofendido por algún comentario que él haga solo le quedará admitir su culpa.
Pues la ofensa ya no se define por el contenido de la frase sino por el sentimiento subjetivo de la víctima.
Los defensores de estas teoría pretenden (y consiguen) hacer creer a las personas que ellos definen como pertenecientes a grupos minoritarios y desfavorecidos que les están empoderando. Cuando en realidad el único que se está empoderando es el grupo (que paradojicamente puede y suele estar constituido por el mismísimo enemigo) que hace suya la causa y con la excusa de defender a los débiles adquiere licencia para legislar, criticar, ridiculizar y censurar.
El poder ha quedado en el grupo y el individuo -tanto el opresor como la víctima- han quedado totalmente debilitados. El primero, condenado a la autocensura (que ahora eufemísticamente se llama deconstrucción) e incapacitado para la réplica y el segundo necesitado crónicamente de un padre/grupo protector que elimine del mundo todo aquello que a él le pueda molestar, adelantándose incluso a su propia sensibilidad.
En el ejemplo de arriba el grupo de representantes de posibles ofendidas ni siquiera tuvo el coraje de firmar la carta. Y otra cosa; los que decidieron eliminar el poema se olvidaron de informar a una persona; el autor del poema, que tuvo que enterarse de la polémica por la prensa pues nadie tuvo el detalle (o el valor) de informarle directamente.
Efectivamente, no es una anécdota, es un buen resumen de cómo funciona un mundo en el que, como dice Lohre, los heroes son las víctimas.
Es una persona concienciada y preocupada por el funcionamiento de la sociedad.
Le preocupa incluso más allá de su propio interés. Se considera un humanista, no obstante piensa que deberían ser las leyes las que regulasen las relaciones humanas.
Leyes sólidas.
No cree en el mal y está convencido que si alguien no cumple la ley es por desconocimiento o por un malentendido que él esta dispuesto a aclarar. Tiene algo de misionero; su misión es concienciar a las personas, eso si, siempre de un modo no violento.
Este último aspecto es fundamental para él; todo debe ser no violento. La violencia es lo que más asusta al moralista. Le asusta hasta unos niveles paralizantes, por lo cual la evita a toda costa. El sería incapaz de violencia, de esto está totalmente convencido. Para evitar la violencia, piensa, deberían endurecerse y ampliarse las leyes (en esto el moralista no ve violencia). Le sorprende que a las instituciones se les escapen grietas que el detecta sin grandes esfuerzos y aunque nunca osaría confesarlo en su fuero interno esta convencido de que deberían darle un puesto de poder, que él desempenaria con celo y eficiencia. Todos se sorprenderían de su valía y de este modo contribuiría con su granito de arena a hacer de este un mundo un lugar mejor (aquí el moralista se estremece).
La libertad no es un valor para el moralista y le molesta cuando alguien trae el tema a colación. No se explica porque la gente se empeña en hablar de libertad cuando la cuestión estriba en que todos y todas cumplamos las normas. Si todos actuasemos adecuadamente, el mundo sería necesariamente un lugar mejor.
Y esto es una verdad innegable, absoluta, matemática, que nadie en su sano juicio se atrevería a cuestionar.
En todo caso él no necesita más libertad, al revés, considera que ya hay demasiada y no entiende por qué la gente no se da cuenta de que si todo esta regulado, habrá una respuesta para todo y eso nos permitirá tomar decisiones sin equivocarnos. Pues este es otro de los temores secretos del moralista; equivocarse (y tener que respüonder ante alguna instancia).
Pero lo que más atormenta al moralista, le hace sentir una punzada en el estómago, altera la expresión de su rostro e incluso le impide dormir por las noches es que haya gente que disfrute más que él. Disfrutar de una manera que a él le es ajena.
Cuando el moralista detecta algo así siente una necesidad imperiosa de denunciarlo y siempre acaba encontrando un subterfugio para poder hacerlo en nombre de alguno de esos grandes principios que él defiende.
El sacrificio del ciervo sagrado es mi película favorita del director griego Yorgos Lanthimos.
Todas las peliculas de Lanthimos son obras de arte y con ello quiero decir; imperecederas. Se hace necesario remarcar este aspecto porque hoy nos hemos creido aquello de que "todo el mundo puede ser un artista" y el resultado ha sido el sacrificio del arte, que ha terminado convirtiendose en esclavo de dos instancias censoras: la ideología y la corrección política.
Y es que si se deja penetrar la ideología en el terreno del arte, los grandes temas existenciales, eternos e inmutables a través del tiempo, quedarán subordinados a una idea utilitarista, dividiendo además al ser humano en partidos, grupos y minorías artificiales que ya solo serán capaces de ver el mundo a través del prisma que les proporciona su respectiva agrupación.
Por su parte la corrección política es el gran superyo, una instancia que aniquila toda posibilidad de auténticidad, moralizando algo que no es moral. La moral y la estética son dos esferas que deberiamos mantener radicalmente separadas, para evitar que se aniquilen mutuamente.
El filtro ideológico y la corrección política en el terreno del arte unicamente sirven para impedirnos discernir lo realmente bueno y dejarnos pensar en lo realmente importante. Que nunca será si en una obra aparecen más o menos mujeres, negros o personas con habilidades especiales.
Hoy más que nunca decimos arte y cultura sin saber de que estamos hablando.
Lanthimos si lo sabe.
En esta película utiliza la medicima moderna como excusa para hablar de salud, culpa, sacrificio y muerte. Temas que erroneamente relacionamos con siglos de hegemonias religiosas.
Hoy la secularización progresiva de la sociedad unida a la permanencia de estos temas nos muestra que esto no es así.Que solo hamos cambiado de vestiduras.
Hacía tiempo que la culpa y el sacrificio no estaban tan presentes como en este 2020.
El ciervo sagrado aborda criticamente un tema que hoy somos incapaces de criticar. Que creemos intocable considerando que cuando el experto habla los legos hemos de callar. Expertos que, a diferencia de los antigüos sacerdotes, ni siquiera son capaces de prometernos de la vida eterna pero que nos advierten de que la única alternativa a sus arbitrarios dogmas es la muerte.
Lanthimos, haciendo alarde de la genialidad que le caracteriza, confunde en esta película ciencia y religión para mstrarnos que en realidad nada ha cambiado. Que no hemos progresado. Al menos no en el ámbito moral. Y que no hay progreso sin sacrificio. La medicina moderna, cada vez más centrada en contar el mundo, en reducirlo a datos, ha conseguido sustituir la pregunta del porqué (el sentido) por la pregunta del qué (mecanismos). Pero un mundo sin sentido es un mundo inhabitable, en el que el ser humano se verá reducido a mero superviviente. El sacrificio del ciervo sagrado es una película de terror, pues un mundo en la que la ciencia aplicada (que lo reduce TODO a unas pocas variables controlables) ha triunfado es un mundo soporífero.
Un mundo ordenado en el que algunos prefieren no vivir.
Según la social brain hypothesis en algún momento de la evolución nuestros ancestros los monos comenzaron a tener "demasiados amigos" (relaciones sociales) para su capacidad cerebral. Por suerte todavía había espacio y flexibilidad dentro del craneo, además de no haber alternativa (aun no se había inventado el plástico ni descubierto el coltan), de modo que el cerebro se hipertrofió desarrollando esa protuberancia que hoy conocemos como lóbulo frontal. Nuestro primer smartphone
El lóbulo frontal es el ejecutivo de nuestro cerebro y, a pesar de que ya se sabe que hay otras regiones cerebrales mucho más importantes para la supervivencia, mucho mejor organizadas y bastante menos susceptibles a todo tipo de interferencias, es la parte de la que los neurocientíficos están más orgullosos. Pues con el cerebro ocurre como con las personas; admiramos lo que mejor se vende y esto es algo que el lóbulo frontal hace como nadie, no en vano alberga el lenguaje.
Y como no nos gusta nada que nos relacionen con el resto de especies, vemos en el lóbulo frontal y en sus funciones ese detalle importante que nos hace especiales, mejores.
Es curioso que cuando hablamos de tecnología tendamos siempre a exagerar sus ventajas e ignorar sus inconvenientes.
Y ello a pesar de que son obvios; los inconvenientes de la hipertrofia del cerebro (recordemos que el lóbulo frontal es el precursor de la tecnología) los hemos sufrido todas las madres al parir: el craneo humano ya apenas puede salir al mundo por el agujero que le corresponde (que por algún motivo no se ha ensanchado a la misma velocidad). Como tarde en ese momento las mujeres renunciariamos a todo progreso y evolución.
La cuestión es que llegó un momento en el que ya teniamos tantos amigos y tanta información (la mayor parte de ella irrelevante) que nuestro lóbulo frontal ya no podía gestionarlo y entonces apareció el ordenador que luego derivó en smartphone, pues todos creimos que teniamos preciosa información que guardar. El smartphone es nuestro nuevo órgano de los sentidos y en él el intentamos delegar lo máximo posible.
A esta delegación de funciones la consideramos avanzar y nadie parece acordarse de lo que hemos perdido, sacrificado en el camino. Pero es ley de vida; lo que no se usa se atrofia.
Imaginamos la vida sin smatphone como una vida de renuncias, no como una vida cualitativamente distinta. Por ejemplo como una vida sin interrupciones constantes. Una vida en la que no teniamos que saber tantas cosas de nuestros amigos. En la que nuestro corazón latía sin que tuviesemos que estar pendientes de él. En la que no importaba si andabamos 10.000 pasos o sólo 9.999.
Una vida distinta.
La pandemia 2020, por ejemplo, no hubiese tenido las repercusiones que esta teniendo sin tecnología. El miedo no se hubiese expandido a esa velocidad. Las figuras retóricas virtuales, por ejemplo el tan conjurado irresponsable, no existirían porque quizás todos seriamos un poco más conscientes de que cuando la ley lo prohibe todo en algún momento todos nos vemos obligados a ser irresponsables.
Es imposible ya un mundo sin tecnología. Pero la tecnología no es una fatalidad y es posible encontrar una relación con ella que no sea de esclavitud y subordinación. Pero para ello tendríamos que recorar lo que perdimos. Y la memoria es una de las funciones que estamos sacrificando.
A lo largo del 2020 hemos podido observar un fenómeno interesante que al parecer comenzó en China pero que se extendió rápidamente al mundo entero; la curación masiva y expontanea de uno de los trastornos que más sufrimiento subjetivo produce, el trastorno obsesivo compulsivo (TOC).
En realidad la curación no se debió a una desaparición milagrosa de los síntomas sino al contrario, a una masiva generalización de estos. De pronto era cínico hablar del cuadro clínico como de un trastorno y miles de psiquiatras perplejos se vieron obligados a declarar sanos a la mitad de sus pacientes.
Algo similar había sucedido algunos años antes con el trastorno narcisista de la personalidad, aunque por algún motivo no fue eliminado del DSM (el libro oficial de los trastornos), probablemente pensando en que en un futuro podía ser de utilidad (y no les faltó razón).
Y es que los trastornos psiquiátricos (y no solo estos) están definidos en base a una supuesta normalidad y cuando esta normalidad cambia y pasa a ser nueva provoca a su vez una serie de cambios que no son percibidos de inmediato.
Y si la sociedad está obsesionada con la higiene y sus rituales no podemos ir diagnosticando TOC alegremente como si de una enfermedad se tratara. Este proceso obviamente no ocurrió de un día para otro. Políticos, publicistas, pedagogos, instituciones varias etc...llevaban ya mucho tiempo sensibiliándonos y concienciándonos en cada vez más cosas, de forma que llegó un momento en que casi cualquier movimiento podía ser una ofensa para alguien o un peligro para la salud; nos habiamos convertido en una sociedad altamente sensible, con sus pros y sus contras.
La culpa, esa culpa tan humana, que en las últimas decadas había perdido fuerza, reaparecía.
Por otra parte las distracciones eran ya tantas que a nadie se le ocurría enredarse en preguntas existenciales: siempre había algo más urgente que hacer. Y la pregunta existencial por excelencia, la de nuestra relación con la muerte, la habíamos delegado en expertos, confiando en que ellos la irían resolviendo.
Resultó que no; la muerte nos pilló por sorpresa. Nuestros vanos intentos de combatirla (higiene, distancia, ilusión de control) se institucionalizaron, perdiendo su patología inicial y lo que ayer se veía como una afección invalidante comenzó a ser normal; de pronto todos andabamos lavándonos las manos, contando cosas y manteniendo distancias con el otro, potencial sucio e infecto. Y sin darnos cuenta hemos reducido la muerte a una única posibilidad, ignorando todas las demás muertes posibles.
Esta normalización de la sintomatología fue bien recibida por algunos, pues validaba su comportamiento.
Ahora estas personas esperan en secreto, o reclaman abiertamente con cualquier pretexto, que las cosas sigan así y que en ningún caso vuelva la normalidad anterior, en la que se veian obligados a enfrentarse a todo tipo de miedos. Para ello aceptan los sacrificios, que a menudo ni siquiera perciben como tales.
Huelga decir que este estado de alivio es transitorio y termina mucho antes de lo esperado.
Al poco tiempo el sufrimiento vuelve con toda su fuerza pero con una diferencia: ahora ya no hay esperanza de sanación (pues no se puede sanar de algo que es normal).
La SOC (sociedad obsesivo compulsiva) ha venido a sustituir al TOC y con ello ha dejado de ser competencia de psicólogos y psiquiatras para pasar a ser un fenómeno de masas.
Donde antes sufría el sujeto ahora sufre la sociedad entera.
Los que antes ya lo sufrían seguirán sufriendo de forma similar (aunque diran lo contrario) y los que no lo sufrían sufrirán ahora la represión y la multiplicación de normas, solo que ahora no vendrán de la pareja o el compañero de piso, sino del estado.
¿Tiene remedio esto?
La pregunta es ¿ tenía el TOC remedio?
Intentare resumir las posturas:
Aquellos expertos que tienden a pensar que todas las afecciones, tambien las mentales, tienen un origen biológico responderán que (todavía) no, que de momento solo se pueden paliar los síntomas con medicación o terapia (del tipo "no pienses en negativo").
Otros piensan que sí hay tratamiento y cura, aunque es un proceso difícil y doloroso para el afectado, que requiere de mucho valor, pues detrás de los síntomas suele esconderse un conflicto que la persona no puede ver, pues sabe que de verlo sería incapaz de enfrentarse a él, pues suele ser con una persona de autoridad.
El tratamiento consistiría en ir fortaleciendo sus recursos a la vez que destapando su conflicto y en un momento la "curación" (que nunca es milagrosa ni repentina pero si puede tener grandes momentos de catarsis) puede darse.
En ese momento la persona cambia su vida y su modo de interactuar con el mundo. Se deshace de la culpa y es capaz de delegar responsabilidades.
Lo mismo puede decirse para el SOC.
La versión oficial sostiene más o menos abiertamente que no hay cura y hay que ir acostumbrandose a vivir en esta nueva normalidad con sus nuevas normas (con tendencia inflacionaria, como en el TOC), sus nuevos rituales, sus nuevas autoridades y sus siempre nuevos peligros.
Y aunque es cierto que esta no es la única alternativa, si es la más probable. He visto poca gente sanar de TOC, pero los he visto, y, cuando la "curación" no se ha debido a golpes de la vida, ha dependido en gran medida de las teorías y métodos del profesional que se haya encargado de su tratamiento. Si el profesional no cree en la posibilidad de cura, esta no sucederá.
Pero si ya es improbable la "curación" de un ser humano, qué decir de la de una sociedad entera.
Me atrevería a decir que esto nunca ha sucedido. Lo que si sucede es una cosa y es que, si bien pocos afectados de TOC (que de tanto tragar tienen grandes cantidades de violencia reprimida) explotan individualmente, si lo hacen en masa. Entonces se producen las grandes catarsis de la humanidad.
Depués de las cuales está tiene una oportunidad de reinventarse.
Aunque actualmente, gracias a la tecnologia, ya no es posible retroceder mucho ni hacer grandes cambios.
Resumiendo: poca esperanza para la humanidad.
Además, en contra de lo que pudiera parecer una sociedad enferma no quiere decir una sociedad menos cómoda y lucrativa, al menos para algunos.
Finalizaré estas reflexiones con algunas propuestas terapéuticas,
Cómo sanar de SOC:
En primer lugar hay que plantearse cuál es la autoridad a la que no queremos enfrentarnos y porqué. Hecho esto, analizar qué conflicto social no queremos ver. Acto seguido cuestionar los métodos que se están aplicando y constatar que el control como estrategia solo funciona a costa de la vida (esto lo saben dolorosamente los afecados de TOC).
Es posible sobrevivir con el control, las obsesiones y las compulsiones, pero siempre será a cambio de la alegria de vivir y aquellos que creen que cuando todo este ordenado y controlado seremos felices se equivocan por tres motivos sencillos.
El primero es que esto nunca sucederá, por exceso de factores.
El segundo porque la vida tiende a la entropía, y si no aprendemos a vivir con cierto caos nos veremos obligados a invertir toda nuestra energía en seguir manteniendo un orden que amenazará constantemente con quebrarse.
Y el tercero porque al aspirar a la seguridad, tendremos, en el mejor de los casos, ilusión de seguridad, pero renunciaremos a todo lo que hace la vida digna de ser vivida (desde el amor, hasta el juego, pasando por los placeres) pues todo ello implica riesgo.
Con SOC la sociedad será una sociedad dedicada a sobrevivir.
En los últimos meses una serie de expertos han estado dándole vueltas a una misma pregunta:
¿ porqué hay gente que no obedece?
Las respuestas oscilan pero van en una misma dirección.; los desobedientes sufren algún trastorno de personalidad grave y peligroso.
Aunque estos expertos no recurrieron a ella, el tema de la obediencia fue tratado en profundidad hace casi un siglo por Hannah Arendt.
Hannah Arendt (1906-1975) fue una pensadora del siglo pasado que vivió algunas de las grandes performance de la humanidad: dos guerras mundiales, el Holocausto y el lanzamiento de dos bombas atómicas.
Hoy nos horrorizamos ante la mínima alusión al Holocausto (es interesante que la bomba atómica no nos cause la misma conmoción) y, aunque por regla general no nos gusta pensar mucho en ello, cuando la situación nos obliga (visita a algún museo), acabamos llegando siempre a la misma pregunta, una de esas preguntas que los alemanes, en honor a Goethe, llaman la Gretschenfrage (pregunta clave), en este caso:
¿cómo pudo suceder algo así?
A Arend le atormentó toda su vida ésta pregunta; ¿cómo pudo el ser racional y progresado que era el alemán del SXX, organizar y llevar a cabo un genocidio de esas dimensiones?
Y sobre todo, ¿cómo fue posible que todo el mundo estuviese de acuerdo (no hubo grandes movimientos en contra) con una bestialidad semejante?
Arendt, que siempre se reservó el derecho a no ser asociada a ninguna causa (las feministas la odiaban por ello), no cesó en su empeño de llegar al fondo de la cuestión. Y parece ser que fue durante los juicios de Nurenberg que tuvo una revelación; observando detenidamente a Eichman, ese nazi impenitente que se negaba a hacer acto de contrición, no pudo descubrir en él ninguna cualidad extraordinaria.
Eichman no parecía ser ni un monstruo, ni un narcisista ni un psicópata.
¿Qué era entonces lo que distinguía a Eichman del resto de la humanidad?
Nada.
Esa fue la conclusión de Arendt.
Eichman era un burócrata común que se limitaba a cumplir las órdenes que le llegaban de arriba. Lo que hoy llamariamos un buen trabajador. Una persona cívica y responsable con su trabajo.
A partir de esta observación Arendt desarrolló su conocida tesis sobre la banalidad del mal; el mal no es exclusivo de seres perturbados. Algún tiempo después, un par de experimentos psicológicos ya clásicos, demostraron que además, esta banalidad del mal, era universal y no exclusiva del pueblo alemán.
Estos días hay en Berlín una exposición sobre Hannah Arend en el museo de historia alemán.
Tiene gracia que el Leitmotiv de la Expo sea una frase con la que Arend se hizo famosa (e impopular): "Nadie tiene derecho a obedecer".
Justo al lado, otro cartel te advierte que obedezcas las órdenes de los responsables del museo.
Hay un lugar común que dice que los museos son mausoleos del arte. Si visitas esta exposición podrás comprobar que no solo del arte. En este contexto la frase de Arendt pierde todo su significado.
Queda en anécdota histórica.
En el libro de comentarios la gente escribía: „necesaria exposición“, „gran mujer“ y cosas por el estilo. Todo el mundo salia compungido, pero satisfecho, convencidos de que todo horror pertenece al pasado.
(Es
increible lo efectivo que es nuestro cerebro a la hora de reprimir)
Nadie parecía percatarse de la contradicción de la entrada, nadie parecía ver paralelismos con la situación actual. Hoy a los que no quieren obedecer ciegamente y se plantean preguntas se les llama negacionistas, narcisitas, psicópatas, incívicos, irresponsables y muchas otras cosas. Creemos tener una buena justificación para ello.
Tambien los nazis creían tener una justificación que les eximía de sentarse a discutir y les daba permiso para actuar.
Irene Martín nació en Barcelona en 1981. Estudió Filosofía en la Universidad de Barcelona y se formó durante 9 años en psicoanálisis en el Espacio Psicoanalítico de Barcelona. Entre 2015 y 2018 cursó un máster en Filosofía para el que escribió el trabajo De Eros a Narciso. Tres lecturas sobre el deseo: Platón, Freud y Han, que meses después se publicó como libro. Finalizado el máster, se mudó a Berlín, donde hoy está escribiendo su tesis en la misma línea del libro.
Irene y yo nos conocimos en la segunda parte del Debate que se celebró en Junio en la librería berlinesa “La Escalera”. El tema del Debate era el erotismo. Ella se había enterado del evento el mismo día a través de una amiga (Irene no tiene redes sociales). Nos pidió si podía aprovechar la ocasión para presentar su libro. Comenzó a hablar e inmediatamente quedé hipnotizada: el libro parecía escrito para la ocasión y no solo coincidía con ella en prácticamente todo, sino que introducía aspectos interesantísimos que yo había pasado por alto. Leí su libro con avidez y no solo no me decepcionó, sino que me atrevería a decir que está a la altura de los filósofos que trata. Irene ha sido para mí un descubrimiento.
Irene, ¿qué significa para ti ser filósofa?
Buena pregunta, pues yo nunca me he presentado a mí misma como filósofa, siempre es otra persona quien me llama así (y, sinceramente, me lo tomo como una forma de reconocimiento). Si tengo que decir qué significa para mí, diría que es buscar la coherencia, vivir en coherencia entre lo que siento, digo, pienso y hago. En realidad, algo para lo que no necesariamente hay que estar en un ámbito académico.
Por otro lado, en su sentido etimológico de amor a la sabiduría, significa que amo y busco algo que constantemente se me escapa. Algo que encuentro y a la vez no encuentro, y que siempre tengo que volver a buscar. En esa búsqueda, te vas transformando, tu perspectiva se va volviendo más amplia.
Diría que he encontrado en la filosofía un lugar desde el que puedo crear, y me refiero tanto a la escritura como a crear el modo en que vivo.
Buena pregunta, pues yo nunca me he presentado a mí misma como filósofa, siempre es otra persona quien me llama así (y, sinceramente, me lo tomo como una forma de reconocimiento). Si tengo que decir qué significa para mí, diría que es buscar la coherencia, vivir en coherencia entre lo que siento, digo, pienso y hago. En realidad, algo para lo que no necesariamente hay que estar en un ámbito académico.
Por otro lado, en su sentido etimológico de amor a la sabiduría, significa que amo y busco algo que constantemente se me escapa. Algo que encuentro y a la vez no encuentro, y que siempre tengo que volver a buscar. En esa búsqueda, te vas transformando, tu perspectiva se va volviendo más amplia.
Diría que he encontrado en la filosofía un lugar desde el que puedo crear, y me refiero tanto a la escritura como a crear el modo en que vivo.
Me gusta eso de que “no necesariamente hay que estar en el ámbito académico para ello”. Puedo corroborarlo: trabajé 15 años rodeada de académicos formadísimos, pero nunca había tiempo -la mayoría de las veces tampoco interés- para divagaciones filosóficas. Es en los bares, en las barras, donde he tenido las conversaciones más interesantes.
¿Por qué viniste a Berlín? ¿Qué es lo que más te gusta de esta ciudad?
En realidad, es la segunda vez que vivo aquí. Quería aprender bien el alemán y había pasado aquí unos meses entre 2008 y 2009, pero por entonces no me decidí a quedarme. Entretanto, he venido varias veces de visita y a partir de un momento empecé a tener la sensación de que quería quedarme aquí. Entonces, estando aún en Barcelona, empecé a soñar seguidamente que vivía en Berlín. Ahora sueño en Berlín. Fue en gran parte una corazonada. Hay algo aquí que me llama y que aún tengo que descubrir qué es.
En cuanto a arquitectura, no me parece una ciudad especialmente bonita (antes sí lo era, claro), pero sí que encuentro aquí cierta calma, a pesar de ser una gran ciudad, y sé que esto suena extraño a mucha gente que vive aquí. Me gustan sus parques y los espacios amplios. En esas visitas previas a 2018, fui conociendo algunos lugares en los que me siento muy a gusto y que me inspiran para escribir.
Entre una psicóloga y una filósofa afín al psicoanálisis no puede faltar una breve alusión a la infancia ¿Cómo era Irene de niña?
Era tímida y bastante miedosa, pero también me gustaba mucho crear situaciones cómicas y hacer reír. Tenía mucha imaginación (creo que, por suerte, no la he perdido), me gustaba mucho dibujar y me interesaban mucho los sueños.
¿Y te siguen interesando?
Muchísimo. Me parecen un fenómeno maravilloso. Me enfoco mucho en recordarlos y a menudo los escribo y, a modo de asociación libre, escribo también todo lo que se me ocurre con cada fragmento. Es como una constante autoobservación. Eso me ha hecho ver conexiones y aspectos de mi vida que quizá de otra manera difícilmente habría llegado a ver. Esos mensajes que nos enviamos a nosotros mismos son, como decía Freud, la vía regia al inconsciente.
¿Y cuándo empezaste a interesarte por el tema del erotismo/deseo?
No sabría definir el momento… Muy probablemente, este interés surgió la primera vez que me enamoré y empecé a hacerme preguntas al respecto. Me parecía algo enigmático y quería comprender mejor qué me estaba pasando. En esa época, empecé a leer a Freud y me interesó mucho cómo trata el tema de los vínculos y la afectividad. En realidad, creo que todo interés intelectual, por muy abstracto que parezca, arraiga en una inquietud vital, incluso en un dolor que queremos reparar.
¿Se podría decir también que toda filosofía emerge de una psicología personal? Hay un libro de divulgación muy interesante, se llama "Die philosophische Hintertreppe" (La escalera trasera de la filosofia) , analiza las vidas de los grandes filósofos en busca de la motivación que les llevó a desarrollar sus teorías. En general se rechaza este tipo de análisis pues a la gente no le gusta relacionar su vida emocional con su raciocinio. No nos gusta la sensación de que se nos escapa algo. Queremos ser dueños en nuestra propia casa. En ese sentido me fascina la combinación filosofa/psicoanalista. Yo abogaría por que todas las formaciones incluyesen una parte de autoexploración. Como dice ese aforismo griego: conócete a tí mismo. Deberíamos indagar más en la cuestión de la motivación que Freud volvió a introducir en la psicología. La pregunta ¿por qué hago lo que hago?¿Tu como lo ves?
Es cierto lo que dices. Hay una tendencia a separar la teoría de la vida, pienso que es un vicio de la mentalidad de hoy, que necesita separar y clasificar todo. A mí me parece mucho más rico un punto de vista integrador en el que la teoría forma parte de la vida. Y de esas conexiones podemos aprender mucho, porque la vida de otro nos puede hacer ver cosas de la nuestra. El problema es cuando tomamos los aspectos biográficos como un chisme o cuando queremos desechar una teoría por algo que el autor ha hecho en su vida. Eso es tirar pelotas fuera.
Efectivamente, este otro aspecto del que hablas también está muy extendido: invalidar la obra de un autor porque su vida no ha sido impecable moralmente. Hoy está muy de moda aplicar criterios morales para juzgar el arte o el pensamiento. Un grave error.
Y sobre lo que dices del autoconocimiento, sería muy bueno que en la educación y en cada formación se fomentase. Esa coherencia de la que hablé antes tiene que ver justamente con eso, con conocerse.
Hablemos de tu libro. "De Eros a Narciso: Tres lecturas sobre el deseo: Platón, Freud y Han" .¿Por qué escogiste a estos tres autores?
De entrada me entusiasmé con la lectura de La agonía del Eros de Han. Y ya tiempo atrás, desde que empecé la carrera, me había interesado mucho por el Banquete de Platón y por el psicoanálisis de Freud. Al ver que eran dos influencias presentes en ese texto de Han, decidí indagar y buscar las resonancias entre los tres autores respecto al asunto del amor y el deseo. Me apasionan los tres y creo que tienen entre ellos mucho que decirse.
¿Sería posible sintetizar brevemente las diferencias entre estos tres autores con respecto al tema del eros?
Sí: Platón vivió en un momento histórico y una sociedad en que el Eros era especialmente bien visto entre hombres, o más bien entre un adulto y un adolescente, cosa que hoy nos parecería escandalosa. La relación erótica era pedagógica, el adulto formaba al adolescente y le enseñaba a sentirse. Aunque Platón da al Eros un sentido mucho más amplio e incluso a veces rompe esos roles, este aspecto aparece en sus diálogos y es algo que lo diferencia de los otros dos autores. Por otro lado, su Eros está ligado a lo divino, es intermediario entre los dioses y los mortales. En Freud, el Eros no es una fuerza divina, sino psíquica. Es, como en Platón, aquello que tiende a unir, pero en Freud tiene más bien ese carácter energético: la libido es la energía psíquica del Eros. Entregamos nuestra libido a aquello que amamos. Y aquí entra el asunto del narcisismo, que es cuando no podemos entregar nuestra líbido. El enfoque de Han retoma rasgos tanto del Eros platónico (la relación entre el Eros y lo bello) como del de Freud (el deseo como libido dirigida hacia el otro), pero está más centrado en hacer una crítica de la sociedad capitalista y en hacernos ver esa falta de Eros que provoca el sistema.
¿Has llegado a alguna conclusión?
Si hay algo que veo seguro, es que todo lo que hacemos y lo que somos empezó en un deseo y que mientras seguimos vivos es porque seguimos deseando. Quizá es muy obvio, pero como lo obvio se nos olvida fácilmente, justo por eso hay que decirlo y recordarlo.
No me parece nada obvio. De hecho, es quizás esta cualidad de deseantes insaciables lo que nos hace tan susceptibles de ser manipulados por la sociedad (de consumo). Deseamos, pero no sabemos qué y desde fuera se rellena nuestro deseo. Aquí se abren campos muy interesante psicológicamente hablando, las adicciones, por ejemplo, como una especie de hipertrofia focalizada del deseo. O la medicalización, como calmante de un deseo que amenaza en desbordarse.
El consumo explota esa cualidad. Nos hace sentir carentes tengamos lo que tengamos, y esto es una trampa. Lyotard dice algo muy bello: cuando deseamos, eso que deseamos nos falta, pero a la vez ya lo tenemos, pues, de lo contrario, no nos estaría llamando. Tenemos que aceptar esa paradoja. El hecho de desear es ya un regalo, o un don. Es el objeto de deseo el que nos llama, tenemos que afinar bien el oído y saber por dónde va nuestro deseo. Esto, bien entendido, nos protegería de llegar a las adicciones y a la medicalización.
Eros(tismo) y Narciso(ismo), ¿qué son exactamente, en que se distinguen?
El narcisismo justamente viene a suplantar al Eros. Es como un impostor del amor. Para poder amar, evidentemente, necesitamos habernos sentido queridos, o sea, el amor (también el propio) viene de otro, y de él nace la amabilidad, el agradecimiento y también los límites. Donde no hay amor, aparece el narcisismo, que lo que busca es más bien autocomplacencia y validación, el otro es visto meramente como un instrumento.
Importante que hagas hincapié en eso de que "necesitamos habernos sentido queridos". Acabas con ese topicazo dañino de que "el que no se quiere a si mismo no puede querer a los demás". Es al revés, y luego ya comienza el círculo vicioso.
Claro, en ese tópico se han saltado un paso, que es que alguien te ha tenido que querer. De lo contrario, parece que todo sale de uno, que uno es el origen de todo, y no es así. El que se quiere a sí mismo es porque ha sido querido, y ahí sí, puede quererse bien a sí mismo y a los demás. Este amor propio es firme y sereno; el narcisismo es tenso y compulsivo.
Como le oí decir el otro día a un youtuber; igual no es autoayuda sino simplemente ayuda lo que necesitamos. ¿Y a qué crees que se debe esta ola de narcisismo que vivimos en la actualidad?
Creo que las redes sociales son en gran parte responsables. Generan una especie de adicción a la validación. Que mucha gente tenga afán de exhibir una versión deformada de sus vidas por la red para recibir aprobación es algo que se ha masificado con las redes sociales. Ese comportamiento, que parecería una tontería sin importancia, no se queda en las redes, cambia el modo general de percibirse de quienes se habitúan a ello. Pero no sólo las redes alimentan esa ola. La industria de la estética y de la moda meten también ahí su cucharada. Y muy probablemente una de las raíces está en la educación: en muchos ámbitos se nos enseña desde pequeños a ser narcisistas. Falta más amor propio.
Importantísimo esto que dices. Falta muchísimo amor propio, y eso se ve no solo en el aumento del narcisismo sino en la tendencia, a la autoflagelación, o peor aún, en la búsqueda de chivos expiatorios donde proyectar nuestras sombras. Creo que existe un gran malentendido (que parece que a nadie le interesa aclarar) en la sociedad que radica precisamente en la disolución del amor propio en el narcisismo. Hemos llegado a pensar que darle importancia a nuestros sentimientos, nuestras dudas o nuestras necesidades es ser narcisista. Y nos hemos quedado vacíos y desorientados. La seguridad perdida la buscamos en el grupo, para al menos tener la aprobación de la mayoría. Pero como tampoco podemos diluirnos del todo, vuelve a emerger el narcisismo; empezamos a vender la imagen de guapos, seguros, positivos, optimistas, que es la que creemos que va a ser amada. Intentando evitarlo, somos cada vez más narcisistas.
Muy interesante. Si nos falta el amor o el Eros, entramos en un círculo vicioso en el que, de un modo u otro, nos dañamos. Y sí, se confunde el prestar atención a las propias necesidades con el egoísmo y entonces uno se empieza a culpabilizar y a confundirse y no sabe cómo salir de ahí, cuando en realidad esa atención es necesaria. El narcisismo patológico es muy dañino, pero el amor propio o, en términos de Freud, un cierto grado de narcisismo (no patológico) es necesario. No hay que demonizarlo.
Respecto a las propias sombras, nos producen temor, en gran parte porque juzgamos eso que contienen. Nos ayudaría observarlas sin juzgarlas y hacerlas conscientes. Y ahí perderían ese carácter tan tenebroso que parecen tener.
¿Aparte de Platón, Freud, y Han estuviste dudando entre alguno más?
De entrada tuve muy claro que debían ser estos tres. Lo que sí me planteé es dedicar algo más a Heidegger y a Hegel. Algo que me llamó mucho la atención al leer a Han es que tiene mucha influencia de Heidegger, a quien yo había leído intensamente años atrás. Inicialmente pensé en incluir algunas reflexiones sobre la conexión entre amar y pensar. Heidegger habla en ocasiones del amor, pero lo hace más bien en sus cartas. Finalmente, aunque hago algunas referencias a Heidegger, decidí no centrarme en su obra, ya que para este asunto me parecen mucho más relevantes las teorías de Platón y de Freud. Y el autor que de entrada no preví que iba a tener tanta importancia es Marshall McLuhan.
¿Y qué aporta McLuhan?
McLuhan aporta, por así decir, el eje transversal del texto. Su trabajo me parece apasionante, echa mucha luz sobre nuestra relación con las tecnologías que creamos como extensiones de nuestros propios órganos o funciones. De entrada, iba a tratar el mito de Narciso y la concepción del narcisismo en Freud y Han. Pero la lectura de McLuhan sobre el mito permite conectarlo con el asunto de las tecnologías: Narciso quiere decir narcosis, entumecimiento; el joven se enfrenta a su propia imagen como a una tecnología y queda entumecido. Este entumecimiento es la vía contraria a la de conocerse a sí mismo.
El tema de la tecnología ocupa un lugar fundamental en tu libro. ¿Qué es exactamente la tecnología?
La tecnología es todo aquello que construimos artificialmente, lo que no surge de la naturaleza. El caso es que para los seres humanos, muy probablemente por el hecho de que nuestro nacimiento es siempre prematuro y necesitamos un periodo muy largo hasta que podamos valernos por nosotros mismos, la tecnología es en cierto modo casi natural. Hoy día, cuando hablamos de tecnología, estamos acostumbrados a pensar en máquinas y aparatos electrónicos, pero también la ropa, el papel, los utensilios que usamos a diario, etc. son tecnologías que en un momento de la historia han cambiado los modos de vida y de interacción. Lo que me preocupa, respecto a las tecnologías y a otros asuntos, es en qué medida somos conscientes de los cambios que provoca en nosotros todo aquello que “usamos”. Sólo por el hecho de “usarlas”, algo en nosotros se adormece. Si acogemos nuevas tecnologías sin ser conscientes de los cambios que están produciendo en nosotros, caemos en una servidumbre. Hoy, para algunas personas, ya no es que su móvil sea una extensión suya, sino que ellas son una extensión de su móvil.
Aquí, probablemente haya resistencias. Se argumentará que depende como lo utilices, pero coincido contigo, y con la famosa frase de McLuhan, "el medio es el mensaje".
Exacto, no hay algo así medios “neutros”. Cuando creemos que depende de cómo los usemos, tenemos una relación alienada con ellos y damos por supuesto que somos sujetos independientes, separados de las cosas. McLuhan observó muy bien que, cuando nos exponemos a los medios, es como si estuviesen dentro de nosotros, y le parecía absurdo que nuestra vida se transforme sin que ni siquiera lo advirtamos por algo que hemos creado nosotros mismos. Necesitamos una autoobservación muy atenta para frenar el camino que todo esto está tomando y decidir qué queremos y hasta qué punto.
¿Qué piensas de la situación actual, estamos viviendo el retorno del puritanismo (siempre con otro rostro), la aniquilación del Eros (pienso en las prohibiciones de lo lúdico; el baile, la fiesta...)?
Creo que a medida que hemos ido creando más tecnologías, nos hemos ido desconectando cada vez más de nuestro cuerpo y de nuestras propias sensaciones e intuiciones. Hay una trama que se ha ido deshaciendo. En la situación actual, parecería como si se hubiese creado una nueva tecnología: ha habido un shock y estamos en un proceso de readaptación. Para ello, estamos usando máscaras y paneles y se nos pide que pongamos distancia entre nosotros y evitemos el contacto físico; la asistencia presencial se sustituye por la virtual; tenemos que desinfectarnos las manos después del contacto, etc. Con la entrada de las tecnologías digitales, ya estábamos en un proceso de descorporalización y de abstracción. Y, en realidad, me parece que todas estas reglas encajan muy bien con ese proceso que ya estaba en marcha, sumando el bombardeo de miedo que se está llevando a cabo desde muchos medios. Con esto no pretendo decir si las normas se tienen que seguir o no, sino que no son neutras. Esa abstracción y el puritanismo coinciden.
Yo pienso que este puritanismo no es nuevo y que tiene un precedente en el feminismo mainstream y mal entendido, que ya venía fomentando la distancia (entre el hombre y la mujer) y la regulación de las relaciones. ¿Qué piensas tu?
Creo que arraiga en todo el desprecio al cuerpo que impregna gran parte de la cultura occidental. Toda tendencia que identifique lo femenino con la mujer y lo masculino con el hombre, cae en ese malentendido, porque, desde mi punto de vista, pasa por alto que cada persona lleva en sí algo femenino y algo masculino. No se debería separar ni reducir a un único aspecto. No soy muy conocedora del tema, pero quizá el feminismo mainstream, sin advertirlo, reproduce esa separación.
Por otro lado, gracias a la situación actual, se han puesto algunos frenos al consumo sin límites que estaba teniendo lugar en los últimos años, por ejemplo, en el ámbito del turismo y el transporte. La pena es que no se ha puesto freno por el daño ecológico que provocan, sino exclusivamente por el virus.
Yo lo veo como un espejismo. Ahora mismo estamos en una especia de stand by, esperando a ver que pasa mañana. Pero las máscaras y los guantes tirados por el suelo vienen a recordarnos que no hemos cambiado. Por otra parte la frenética producción y consumo de máscaras (cada vez más estetizadas) y geles deja en evidencia que tampoco vamos a dejar de consumir. Aunque igual consumamos otras cosas. Como decía Lampedusa: Todo cambiará, para que todo permanezca igual o como dijo Houllebecq, más pesimista aun; un poco peor.
Hasta las máscaras se han vuelto un complemento narcisista de consumo… Es que este sistema se traga todo lo que le eches.
Lo interesante es, que a pesar de todo, mucha gente piensa que cada vez estamos mejor. ¿Qué piensas tu del concepto de progreso?
Creo que es un término muy engañoso, porque implica que avanzamos linealmente hacia un punto (supuestamente mejor). Que la ciencia y las tecnologías adquieran más reconocimiento no quiere decir que vayamos hacia adelante… y tampoco que vayamos hacia algo mejor. Pienso que en realidad no hay progreso ni avance; hay descubrimientos y cambios tecnológicos que traen novedades y por los que dejamos de usar parte de los anteriores. Con esto, a veces se cae en la idea de que los seres humanos progresamos, cuando en realidad somos como hace siglos, tenemos los mismos sentimientos y las mismas necesidades, quizá revestidas de otro modo, pero son las mismas: necesitamos protección, alimento, afecto, amamos, tenemos miedo, estamos alegres o tristes, etc. Esto no hay progreso que lo cambie (o eso espero).
Habría que recuperar la sabiduría del pensamiento mítico. Aquí estoy con McLuhan, él decía que "el mito es una visión instantánea de un proceso complejo que suele prolongarse durante un largo período". El pensamiento científico, positivista, del que hoy tanto pendemos y en el que hemos depositado nuestra fe, pretende que vamos a algún lugar distinto y por supuesto mejor que nos espera en un punto incierto del futuro.
¡Sí! Justo estaba pensando en los mitos y en los poetas antiguos. La mitología griega tiene más de 2.500 años y, contando sobre los dioses, ilustra cómo somos los humanos, por entonces y hoy. Y si leemos, por ejemplo, El arte de amar de Ovidio, del siglo I a. C., vemos que las inquietudes amorosas de los romanos y las nuestras son las mismas, ya sea con normas sociales diferentes. Si desechamos la sabiduría mitológica y poética porque no es científica, nos empobrecemos terriblemente. Y olvidamos que la ciencia es un fenómeno histórico bastante reciente y es sesgada, no una verdad absoluta y universal.
¿Eres optimista con respecto al futuro de nuestra especie?
Quisiera serlo. Quizá este sería un buen momento para replantearnos cómo queremos vivir y dar primacía a la tierra y no al sistema económico. Mucha gente se ha dado cuenta de que es posible vivir de otra manera, aunque no sé si suficiente gente como para que se produzca una mejora para la especie...
Yo si lo sé. No. Pero bueno, habrá que dejar un pequeño espacio para el milagro. Irene, ¡muchísimas gracias por esta conversación!
¡Un placer! Muchísimas gracias a ti.
2020: el excepcional año donde solo pasó una cosa
Asintomático: Figura de nueva creación sobre la que se sustenta el encierro del sano
Ansiedad: Sentimiento inexplicable que aparece más o menos a los 20 días de no salir a la calle.// Sentimiento que reaparece cuando despues de 40 dias de estar encerrado hay que volver a salir
Absurdo: única explicación que les queda a las personas que no quieren ser tachadas de conspiranoicas para explicar la nueva normalidad*
Aplausos: ritual espasmódico disfrazado de solidaridad
Autodisciplina: Reforzamiento del superyo
Antivacunas: Figura retórica que sirve para invalidar a todo el que disiente
Buen ciudadano: Hoy como antaño, sumiso y obediente
Balcón: torre de control individual
Botellón: Lugar donde se gestan los rebrotes
Baile: Actividad muy peligrosa
Bicho (el): no tomarás el nombre de Dios en vano
Covid19: aunque todo el mundo hable de él, nadie sabe lo que es
Corona: nombre coloquial del covid19
Contagios: Algo que antes no ocurría
Conspiranoia: Enfermedad de la mente que unicamente afecta a los demás
Científicos: nuevos sacerdotes en los que depositamos nuestra fe y la llamamos razón
Ciencia: La nueva religión. Idea cuya aplicación produce monstruos
Control: mecanismo que intentando detener el virus, acaba deteniéndolo todo (menos el virus)
Confinamiento: encarcelamiento casero
Cuarentena: encierro de duración arbitraria
Crisis: otro de los efectos secundarios del Covid19, que al principio no se sospechaba
Civismo: obediencia ciega
Colas: Tiempo materializado
Creatividad: al constatar durante el encierro que carecian de ella, el 99% de las personas se llevaron una significativa decepción
Concienciar: imponer el pensamiento único
Colegio: Lugar donde se enseña lo realmente importante; lavarse las manos, mantenerse sano y a una distancia prudente de tus amigos.
Culpa: talón de Aquiles de todo ser humano que el poder ha sabido aprovechar
Curva: Garabato parecido al elefante del principito que todo el mundo te dibujaba en marzo para convencerte de tu ignorancia (y que resulto ser falsa!)
Denuncias: única forma permitida de obtener placer
Deporte: intento vano de huir de la realidad// Droga legal
Depresión: Sentimiento inexplicable ligado a la cuarentena. Se esta investigando si no será efecto de virus, que se ha colado por el balcón
Distancia social: Salto cuántico hacía el suicidio programado de la raza humana
Datos: Lo nuevo que aprendió el que pensaba que el lenguaje era la mejor herramienta para la manipulación
Desinfección: Paripe que se lleva a cabo cuando hay gente mirando
Experto: Nuevo Dios
Estadísticas: Forma aceptada de mentir
ERTE: Paro
Estrés: Estado que aparece inmediatamente después de leer los titulares del Pais (o El mundo o cualquier periódico)
Farmacéuticas: Instituciones benéficas sin ánimo de lucro que estan luchando a contratiempo para salvar a la humanidad
Farmacias: Bares de viejas e hipocondriacos
Fronteras: Lugares que hace un tiempo queriamos abolir y ahora queremos reforzar
Fiebre: condena mortal
Focos: Donde no hubo distancia social
Fiesta: Lo que se supone que ibamos a hacer al terminar la pandemia
Gotículas: misiles inteligentes
Gel: Pasta inútil
Guantes: trozos de plásticos que te encuentras por la calle // prueba irrefutable de que no nos hemos convertido en mejores personas (que somos los mismos)
Higiene: Estado de gracia muy difícil de alcanzar: cuanto más te acercas, más lejos estás
Heroe: persona
Hospitales: Lugares donde se trata el covid19 (pero no vayas si no estas moribundo)
Irresponsable: El que osa intentar vivir
incívico: Lo mismo que arriba, pero suena mas culto
Ignorante: dicese de aquel no se traga todo lo que dicen los medios oficiales
Insomnio: La sombra del encierro.
Jóvenes: terroristas inconscientes
Kilos (de más por la cuarentena): abulamiento de la carne que apareció en la cuarentena, a pesar del yoga y el pilates. Se suele detectar al subir a la báscula o intentar ponerte los pantalones
Libertad: Valor que a perdido todo valor
Manifestación: acto de terrorismo colectivo
Miedo: sentimiento que nadie admite tener //Verdadero motor del progreso
Máscaras: Símbolo inequivoco de nuestro progreso como raza// Trozo de tela que cubren boca y nariz pero sin impedir que entre el oxigeno (según últimos estudios) // Motivo por el cual tienes que volver a subir la escalera cuando llegas a la calle// Trapo que te encuentras por la calle tirado, lleno de virus y bacterias y que utilizamos por higiene
Muertos: los hay de dos tipos; los de toda la vida, que no le importan a nadie y los que mueren por covid19, a los que se rinde homenaje
Muerte: EL tabu. Algo que les ocurre a los demás
Multas: nueva forma de recaudación de fondos
Nueva Normalidad: Figura retórica vacia, rellenable por el poder con cualquier cosa
OMS: Moises con dudas
Orden: El nuevo caos
Odio: el verdadero motivo de las denuncias altruistas
Pandemia: Histeria colectiva
PCR: Partido comunista republicano
Prensa/Periodistas: gente que no ha tenido nada que ver en todo esto, que se ha limitado a informar objetivamente
Políticos: gente que salva vidas (en Espana se calcula que 450.000)
Papel higiénico: metáfora que nos ha dejado con el culo al aire
Policia: heroes a los que les debemos mucho. Son muy educados, suelen interpelarte así: Disculpe caballero....
Pantalla: Los nuevos altares
Positivo: mal asunto
Protocolo: por fin algo que no solo siguen los ricos y famosos
Quedateencasa: depende de la casa
Rastreo: dime con quién andas.....
Recomendación: Sucede un día antes de obligarte so pena económica
Recesión: Que recesión?
Responsabilidad: Obediencia ciega
Redes: los nuevos vomitorios
Residencias: Lugares donde se abandonaba a los ancianos y ahora además se les encierra
Rebrotes: Excusa para seguir decretando
Sanitarios: Heroes mal pagados
Salud: aun a costa de la vida
Segunda ola: As en la manga
Solidaridad: Disfraz que se le pone a cualquier emoción
Todoirábien: a la vista está
Teletrabajo: Primero te alegras y luego te quieres pegar un tiro // La prueba de que la mitad de los trabajos son prscindibles
Tos: si es seca, malamente
Temperatura: El nuevo pasaporte
Trump: Blanco favorito del humor blanco
UCI: el infierno
Vacunas: El advenimiento
Virus: uno grande y libre
Virólogo: Nuevo Mesias
Videoconferencias: si creias que te habías librado de la familia....
W ?
X ?
Yomequedoencasa: que tengo jardín
Zombis: Habitantes de la nueva normalidad
Zoom: La excusa " no tengo Skype" ya no sirve
El día uno de Agosto, mientras los periódicos más leidos seguían intentando convertirnos en ciudadanos cívicos y responsables con titulares del estilo "Fui una irresponsable, andaba por ahi sin mascarilla" (El Pais 01.08.20) en la puerta de Brandenburgo miles de personas (20.000 según la policía, más de un millón según otras fuentes) se manifestaban en contra de las medidas que los gobiernos están tomando para hacer frente a la pandemia.
Cabe hacer hincapié en este detalle; que la gente se manifestaba en contra de las medidas, es decir de la acción humana en la pandemia, no en contra de la existencia del virus, como de nuevo nada sutilmente sugería la prensa (Tagespiegel) llamando a los manifestantes negacionistas.
Negacionistas, neonazis, conspiranoicos o directamente „covidiotas“ es como las fuentes oficiales se han estado refiriendo a los manifestantes en su empeño, perfectamente simbolizado por la máscara, de anular cualquie voz discordante. Y es que el argumento ad hominem es una técnica que siempre funciona. Ser tachado de conspiranoico, esotérico o nazi es una condena social y es el crédito social, más incluso que la salud, lo que la gente responsable y cívica teme perder.
El miedo genuino al virus existe, pero esta menos extendido que el miedo al devastador juicio social. Esto es así hoy, y lo ha sido siempre; clásicos experimentos de psicología han comprobado repetidas veces que la gente es capaz de negar su propia percepción con tal de estar de acuerdo con la mayoría.
"Calumnia que algo queda" parece ser la actitud oficial, ante cualquier movimiento discordante. Y, aunque si bien es cierto que situaciones como la que estamos viviendo propician la proliferación de todo tipo de explicaciones alternativas a la hegemonica – teorías conspirativas-, no lo es menos que este hecho está directamente relacionado con que la versión oficial se esta inculcando de una manera cada vez más autoritaria y represiva. "No se puede dudar de las medidas" se leía esta semana en un periódico alemán.
Movimientos científicos alternativos que presentan discursos interesantes y bien argumentados, que plantean preguntas importantes que se están obviando (informar tambien es omitir) y denuncian la tendenciosidad y falta de objetividad de las noticias con que estamos siendo bombardeados sin pausa desde Marzo ("La OMS afirma que los efectos del virus se sentirán durante décadas“ o "Las medidas han salvado 450.000 vidas“, ambos titulares del Pais nada científicos ni basados en la evidencia) son tachados de falsos de antemano sin ser siquiera desmentidos. Constantemente se nos advierte de la peligrosidad de estas teorías.
¿Alguien cree que esta gente es peligrosa? ¿En serio?
El mismo día de la manifestación, la prensa (DW entre otros) ya comenzaba, como quién no
quiere la cosa, a asociar el lema de la manifestación „El final de la Pandemia- El principio de la
libertad“ con una película fascista de la época nazi.
Puede que hubiese nazis en la manifestación, pues había de todo, pero desde luego que esas
abuelas que fueron a contra-manifestarse contra ellos lo debieron de tener crudo para
encontrarlos. Nosotros, en la hora y media que pasamos observando, no vimos ninguno. Y me
preguntaba si es posible que los que acusan a los manifestantes de neonazis no perciban que el
fascismo ahora esta del otro lado.
Me lo pregunté hasta que vi a los contramaniestantes, que, hartos de buscar, supongo, gritaban
"nazis fuera" al todos los manifestantes. En la escena que recoge un video en you tube,
concretamente a un negro y un viejo. Estas abuelas eran todo agresividad. Estaban muy
enfadadas con los nazis, el único problema era que nazis allí no había ninguno. Pero ellas había
ido allí a odiarlos y fue lo que hicieron. Alguien debería darles a leer Rebelion en la granja,
antes de que sea demasiado tarde.
Decía Orwell que „en su juventud ya se dió cuenta de que los periódicos jamás informan
correctamente sobre evento alguno, pero que (precisamente) en España vió por primera vez
reportajes periodísticos que no guardaban la menor relación con los hechos, ni siquiera el tipo
de relación con la realidad que se espera de las mentiras comunes y corrientes.
Esta frase no ha perdido vigor o lo está recuperando a marchas forzadas.
La prensa y algunos políticos ya estan pidiendo castigo. Pronto dirán que por culpa de los irresponsables
manifestantes vuelven a subir los contagios, dirán que es por culpa de ellos es necesario aplicar medidas
más duras. No dirán, y nadie parece percatarse de ello, que ni la dureza de las medidas ha sido
directamente proporcional al control de la pandemia (sino al contrario) ni estas han sido precedidas por
acciones de irresponsables (sino por el miedo y las denuncia). Con todo eso que dirán no harán más que
repetir el mensaje de siempre: no se puede disentir, solo hay una verdad. La verdad oficial.
En esta manifestación había grandes ausencias; las máscaras, el miedo o la distancia social (#stayclose).
Pero que se queden tranquilos los que ahora se revuelven; el organizador ya ha sido denunciado. Por el
contrario, se practicaba la risa y el baile y alguna otra práctica terrorista prescrita en la actualidad. Había
lemas que reconfortaban el alma (esas abuelas generosas que pedía un mundo sin represión para sus
nietos) y chocaba de bruces con otra de las actitudes en voga; el odio al joven irresponsable en el que ha
recaido la culpa de lo que se ha convenido en llamar rebrotes, sin esperar siquiera a la segunda ola con
la que se nos venia amenazando.
Nosotros somos la segunda ola, decía una pancarta. Nosotros, los que protestamos.
Todo psicólogo que se precie ha confeccionado a estas alturas su lista de consejos para sobrellevar la pandemia. Los más comunes, son los de siempre; ten paciencia, se agradecido, piensa en positivo o huye del estrés.
He pensado que quizás podría ser más útil que comenzasemos a dar consejos de abajo arriba, algo muy poco común pues choca de bruces con el principio de humildad, al que tácitamente, y no sin un punto de hipocresia, la mayoría de nosotros se atiene. Personalmente creo que, como todo, este principio tiene que poder ser cuestionado cuando sea necesario y me pregunto porque será que la arrogancia siempre se ha considerado pecado y el miedo nunca.
Desde las altas esferas, que hace tiempo que no están ocupadas por Dios, se critica la proliferación de teorías de la conspiración y creo que este artículo puede ayudar a los científicos a entender el porqué de este fenómeno y como se podría comenzar a atajar.
Decía Marshal McLuhan, un gran teoríco de los medios parece ser que poco leido hoy en día, que los medios no conciencian sino que hacen que algo suceda.
Consejos:
1.- Tomar conciencia del lenguaje.
Dejar de hablar de rebrotes y explicar que simplemente el virus se sigue extendiendo, pero a una velocidad mucho menor que en los primeros tiempos de la pandemia. Tampoco sería necesario utilizar términos, de momento poco claros y algo oximorónicos, como nueva normalidad. Alguna noticia tranquilizadora de vez en cuando tampoco haría daño.
2.- Publicar datos realmente importantes (evitar la saturación) y bien explicados (no todo el mundo tiene porque tener nociones de estadística).
Las medidas que se están tomando se sustentan sobre, al menos, tres supuestos básicos. El primero: que el virus es muy mortal. Necesitamos ese dato: mortalidad por edades y contemplando las comorbididades. El segundo: que el asintomático es contagiosos. Datos claros de hasta que punto esto es cierto. El tercero: que probabilidad hay de que uno se contagie al aire libre.
3.- Admitir que la crisis económica esta provocada en gran parte por las medidas tomadas y reflexionar sobre ello. Baremar antes de prohibir.
4.- No adelantar acontecimientos (segunda, tercera ola...). Recordemos, los medios son los que hacen que algo suceda.
5.- Tematizar el daño que hacen las denuncias a vecinos y la búsqueda (que siempre es fructifera) de chivos expiatorios (jóvenes, gente que no lleva máscara, extranjeros etc...) y, sobre todo, no proporcionarlos.
6.- No fomentar el lado oscuro de la gente. Denunciar produce placer (sobre los efectos neurofisiológicos de la denuncia altruista hablaremos en otra ocasión).
7.- Empezar a hablar de la importancia del contacto físico para el ser humano en general y para el sistema inmune en partícular.
Que la falta de contacto físico provoca estrés es un hecho científicamente comprobado desde hace casi 100 años ( recordemos los experimentos de Harlow y Spitz). La distanciasocial no puede pasar a la nueva normalidad, a no ser que queramos una sociedad autista, psicopática, profundamente estresada y miedosa.
8.- Fomentar el diálogo entre expertos que discrepen.
No puede ser que todo lo que no sea la versión oficial sea mentira o conspiranoia.
9.- Aprender a pensar analogicamente.
Ya hemos vivido épocas en las que la gente denunciaba al prójimo repetidas veces a lo largo de la historia y estas cosas no suelen acabar bien. Recordemos a Hannah Arend que por cierto; es una mujer.
10.- No dar credibilidad a estudios chorra.
„El coronavirus provoca alopecia y ganas de llorar“ (de hecho parece ser que los médicos responsables de este estudio achacaban estos efectos al estrés del aislamiento, pero esto se perdió en algún punto de la cadena de información).
11.- No dar consejos que no puedes cumplir tu mismo, como han hecho algunos expertos.
Ahí lo dejo.
Hay algunos que creen que hoy somos capaces de entender mejor que nunca la naturaleza humana. Ingenuamente piensan que un pensador, antropólogo, psicólogo etc... actual debe ser más sabio que uno de la antigüedad (pues tiene más información).
Algunos están incluso convencidos de que ellos mismos son más listos que el populacho de siglos anteriores, porque saben leer, sumar, restar y alguna cosa más.
Hoy la arrogancia llega tan lejos que personas que en toda su vida no han tenido un pensamiento propio acusan a otras de ignorantes, confundiendo ignorancia con desobediencia a la autoridad.
No hay progreso intelectual en lo que a la naturaleza humana se refiere.
Sucede que en cada época hay unos pocos lúcidos capaces de separar la paja de la esencia y llegar a ciertas verdades universales, que, como la naturaleza humana, siempre son las mismas.
Esta creencia en la evolución del pensamiento se apoya en el error fundamental de confundir información con conocimiento. Si lo que queremos es entender la naturaleza humana nos bastaría con observar atentamente (sin escucharles demasiado, para que no nos confundan) a los que nos rodean e indagar en nosotros mismos.
No hace falta mucha más información.
Pero desde que el pensamiento científico lineal desbancó al mítico pareciera que la verdad es algo que alcanzaremos en algún momento. Y mientras tanto vamos viviendo de la mano de los científicos, esos representantes de la verdad. Una verdad que si hoy es blanca mañana puede ser negra.
Pues la ciencia rectifica y en eso se distingue de la religión. He ahí el nuevo dogma.
Si nos parásemos unos momentos a pensar un poco, sin prisa por citar a Copernico o a Einstein para justificar nuestra fe, nos dariamos cuenta que la realidad nunca ha cambiado al ritmo que hoy nos quieren hacer creer la OMS.
El pensamiento mítico tenía la ventaja de ser poliédrico, de admitir contradicciones, de no ser dicotómico. Hoy la lógica aristotélica ha calado tan hondo que hay gente incapaz de entender que por criticar al Gobierno no tienes que ser necesariamente de Vox.
Así de evolucionados estamos.
Allá por el siglo 400 antes de Cristo vivió un visionario que ya describió nuestro comportamiento en plena pandemia 2020; confinados en casa, enganchados a las sombras que se proyectaban en nuestras pantallas y tragándonoslo todo. Y después, al salir de la caverna, cegados por el sol veraniego, nos negabamos a creer que la realidad era lo que veiamos -gente más sumisa que nunca- y preferimos seguir pensando que las sombras eran lo cierto. Que el mundo esta plagado de irresponsables.
La realidad duele, ya lo decía Platón. Duele porque te impide seguir sosteniendo tu mentira. Duele porque te obliga a aceptar que has estado equivocado o peor aun; que has sido engañado por esos que suponias que te iban a cuidar. Por ello la mayoría ya nunca abandonará la cueva y la mayor parte de los que la abandonaron volverán a la virtualidad de la caverna, para poder seguir con su mentira consoladora y no tener que enfrentarse a una cruda realidad, que les obligaría a replantearse sus vidas enteras. O al menos los últimos meses.
Hoy, como antaño, el ser humano es, ante todo, cobarde. Y es esta misma cobardia -y no la curiosidad intelectual como quieren creer algunos humanistas- la que le ha llevado tan lejos.
Por eso los mayores avances están allí donde el hombre se tiene que defender de la naturaleza y, sobre todo, de sí mismo.
El 22.07.20 visitamos a Vicent Carrió en la Residencia Santa Lucia de Denia.
En ese momento los residentes llevaban más de cuatro meses sin poder salir y la mayor parte de este tiempo ni siquiera habían podido recibir visitas.
El motivo lo repetía como un mantra la recepcionista que nos recibió: „no hemos tenido brotes por las medidas que estamos tomando“ (confinamiento, desinfección, mascarilla y distancia -en este caso aislamiento- social). Gracias a estas medidas, según la versión oficial que defendía esta trabajadora, se habían conseguido salvar las vidas de todos los residentes, al menos salvarlos de la muerte por virus.
La residencia Santa Lucia no es un caso aislado. La mayoría de estos centros han seguido el mismo procédere y seguramente los responsables estén orgullosos de poder producir titulares como: "Ni un caso de coronavirus en la residencia Santa Lucia".
Pero como quizás a estas alturas ya nos hayamos dado cuenta, una cosa son los titulares, una cosa son las palabras, y otra muy distinta es la realidad. Y esta euforia oficial no era compartida por los residentes con los que tuvimos ocasión de hablar.
Más bien todo lo contrario.
Terminamos el vis a vis con Vicent Carrió con una sensación agridulce. Por una parte al constatar que probablemente la mezcla imaginación, elan vital y una misión humanista autoimpuesta y perseguida con ahinco le habían permitido sobrevivir estos meses sin caer en una depresión, que en estas edades puede ser fatal ya que puede devenir rápidamente en demencia. Por otra parte quedó patente que Vicent estaba sufriendo el aislamiento y avido de contacto social. Y que el mantra, tantas veces repetido, no había calado del todo.
-Qué penses de tot acó Vicent?
-Manipulació
Al salir la trabajadora se despidió de nosotros en un tono conciliador; "siento todo esto (supongo que se refería a las trabas y amonestaciones constantes) pero no hemos tenido brotes por las medidas que estamos tomando....ellos (los viejos) no lo entienden, dicen que los tenemos secuestrados."
Efectivamente; a punto de subir al coche, tres ancianos, dos mujeres y un hombre, nos llamaron, no para amonestarnos por no llevar mascarilla como supusimos en un primer momento, sino todo lo contrario: para dar rienda suelta a su indignación. Resumiendo vinieron a decir que el sacrificio que les estaban obligando a hacer con la intención de salvarles la vida, no les compensaba, que preferían asumir cierto riesgo a vivir encerrados. Se quejaron tambien de lo injusto de las medidas pues los trabajadores entraban y salían, iban de vacaciones y volvían impunemente y, sin embargo, cuando uno de ellos osó salir a la calle le confinaron en su habitación durante 15 días. Se quejaron también del insoportable tedio y de la falta de perspectiva,
-Antes bajabas a Denia a comprar, y al menos pasabas el día.
del papeleo inútil y omnipresente,
-Tanta firma para qué?
Nos marchamos conmocionados. Estos ancianos eran conscientes de que alargándoles la existencia les estaban robando vida a sus últimos años.
En los últimos meses no me he cruzado con mucha gente que se atreva a quejarse y a reivindicar sus ganas de vivir de este modo. La mayoría de las personas parecen haber interiorizado el miedo o haberse resignado. Sacrificaron su vida durante unas semanas, que luego fueron meses y ahora lleva camino de convertirse en un nuevo modus vivendi, y todo esto sin rechistar (si no es para amonestar al que no se sacrifica lo suficiente).
Valientes ancianos, puede que no lo sepan pero están más vivos que mucha gente.
Existe un prejuicio todavía muy arraigado en la sociedad que consiste en creer que la gente que va al psicólogo está más loca o es más débil.
Si hubiera una característica común de la gente que va a terapia es más bien la tendencia a la autocrítica. Pues la gente acude a terapia como antes acudía al confesionario; con disposición al mea culpa. Y esto a pesar (o precisamente por ello) de que la mayoría suele pertenecer a esa parte de la sociedad que estaba ya constantemente haciendo autocrítica. Una autocrítica que a menudo se parece peligrosamente a la autotortura.
Dicho esto habría que añadir que los seres humanos se parecen bastante más entre si de lo que les gustaría creer (aunque muchos crean que el psicólogo no va a ser capaz de entender su idiosincrasia) y las tecnologías (comenzando por el lenguaje) lo han ido uniformando aun más. Y tan poco originales como los humanos es su autocrítica que suele girar en torno a una misma temática: lo que la sociedad condena en ese momento.
Hoy a la gente le ha dado por condenar su EGO.
Cuando se les pregunta, qué es el ego ese que tanto odian, muchos no saben contestar.
No es, desde luego, el ego (el yo) de Freud, esa instancia que mediaba entre el superyo (la moral/conciencia) y el ello (nuestras necesidades más básicas) el que condenan.
Lo que hoy esta puesto en cuestión es un ego supuestamente egoista e idividualista, que está mucho más cerca del ello (las necesidades individuales).
Hoy se condena unanimemente a aquel que ose anteponer sus necesidades/deseos individuales a los de la „sociedad“. Esta pandemia nos ha dado numerosos ejemplos de lo que esto significa en la práctica, pero el fenómeno es mucho más antigüo y típico de todas las sociedades que se organizan.
Pues para que las sociedades funcionen es necesario que se acepte el poder de los que lo ostentan y, como he dicho antes, al ser los seres humanos tan parecidos unos a otros, podrían surgir peligrosas dudas de porqué unos pueden mandar y otros no.
Esta situación, injusta por definición, será más fácil aceptar si los que mandan consiguen provocar en los destinados a obedecer la sensación de estar endeudados o lo que es lo mismo; hacerlos sentir culpables. Apelar a la culpa que es una vieja e infalible estrategia, pues lo primero que desaparece cuando alguien se siente en deuda es la capacidad crítica (que pasa a ser sustituida por la autocrítica).
Hasta aquí todo encajaría a la perfección sino fuera por un pequeño matiz. Y es que la gente no solo acude a terapia para hacer autocrítica.
También les gustaría sentirse mejor y por algún motivo que no entienden, a pesar de ser buenos ciudadanos, no se sienten bien (precisamente la culpa les tortura).
No parecen haberse percatado de que, al censurar lo que ellos llaman su ego, han sacrificado algunas de sus necesidades individuales y el coste es sentirse mal.
Los males subjetivos pueden tomar diversos rostros aunque hay algunos clásicos como por ejemplo el síndrome del impostor (por lo que escondemos), la soledad (por lo que no compartimos), la sensación de humillación, falta de valia o autoestima (porque en el fondo sí percibimos la diferencia de poder) etc.......
Todo estos sentimientos son consecuencia de la censura del ego, que comenzó ya mucho antes de lo que solemos creer.
Sufrimos y si hay una
cosa que al ser humano le cuesta aceptar es el sufrimiento; cuantas veces los psicólogos habremos oido la frase “esto no deberia afectarme” para referirse a algo que si debería afectarme. Pero
claro si me afecta tendré que hacer algo y si no me afecta puedo permanecer pasivo.
Esta aparente contradicción de estar portandose muy bien y sufriendo mucho radica en el malentendido de confundir la eliminación del ego, es decir la sumisión a las necesidades de la sociedad y el bienestar. Para sentirme bien necesito una porción de ego (ello), sin ella podré ser un ciudadano cívico (valga la redundancia) y aceptado pero no me sentiré bien.
Otra confusión que fomenta la condena del ego es la equiparación del ego narcisista y el ego entendido como amor propio.
El narcisista es una persona extremadamente insegura que necesita una ratificación externa constante para sentirse reconocido, por eso se mira sin parar en su espejo, que hoy son las redes sociales (que mienten mucho mejor que el espejo).
El amor de si es algo completamente distinto.
Comienza por una sana aceptación de mis necesidades y sigue con la capacidad de comunicarselas al otro. Esto presupone el dominio de ciertas habilidades, como la capacidad de decir no y de enfrentarme a los conflictos que ello me puede reportar (pues mis necesidades a menudo chocan contra las de los demás).
Si no soy capaz de decirle no al mundo (que por definición es más poderoso que yo) mis necesidades quedarán frustradas y yo me sentiré mal. Y tenderé a evitar en la medida de lo posible el contacto con el otro al que percibiré, desde mi impotencia, como coartador de mis necesidades.
Este fenómeno ha quedado muy visible en la pandemia; alguna gente incapaz de lidiar con el conflicto, viendose liberada de la necesidad de tener contacto con el otro se ha sentido mejor y ha tenido sentimientos muy ambivalentes a la vuelta a la normalidad.
Y es que para que el contacto con el otro sea satisfactorio es necesario saber lidar con los conflictos que el contacto social siempre implica. Paradójicamente para poder conectar con el
otro tengo que saber ponerle limites, los límites que empiezan allí donde terminan sus derechos y empiezan los mios (no somos martires).
Esos límites que la sociedad devalua cuando condena el ego.
A cambio hoy se nos propone el social distancing que es otra manera de ponerle limites al otro mucho más radical y conveniente al poder pues, al aislarnos unos de otros, fomenta el miedo, la desconfianza y la aceptación del poder que nos protege.
Y con ello la acatación sumisa de cualquier medida.
En un arrebato de arrogancia inducida hemos confundido el ego de la sociedad, este si muy poderoso, con nuestro ego individual, totalmente inocuo en solitario. Y hemos
entregado nuestra pequeña porción de poder para que desde las alturas se nos siga protegiendo.
Por nuestro bien.
Es un lugar común decir que no aprendemos de la historia.
Mark Twain dió en el clavo cuando dijo aquello de que la historia no se repetía pero rimaba, pues por ahí debe andar el problema.
Concedamos que no es totalmente cierto eso de que no aprendemos de la historia. Aprendemos -algunos y durante un breve periodo- a reconocer y rechazar errores (socialmente condenados) pero solo bajo una condición: que se presenten con el rostro de siempre.
Por desgracia los vestidos con los que adornamos nuestras inmutables motivaciones están progresando constantemente, de modo que a menudo resulta casi imposible reconocerlas. Alguien dijo que precisamente esto era lo que caracterizaba a los genios y artistas; su capacidad de ver lo eterno e inmutable en lo particular y nuevo. Por desgracias los genios y artistas en cada generación se pueden contar con los dedos de una mano.
Suma sumarum: para ser efectivo (sin ser reconocido como opresor) al poder le basta con cambiar de traje y de discurso. Inmediatamente creeremos que se trata de algo nuevo.
Uno de los muchos ejemplos de esto es la actual y (casi) unanime condena del racismo unida a una incapcidad bastante considerable de reconocer otras formas de opresión. O nuestra ofuscación en eliminar instituciones decadentes (en comparación) como la monarquia o la iglesia mientras entronamos y damos la bienvenida con aplausos a las que son, desde hace ya algún tiempo, nuestras nuevas tiranias.
Nos ensañamos contra opresores ya vencidos y adoramos a los nuevos.
Twain diría que nos falta el sentido poético para la historia, que no pillamos la rima si no es literal.
Por todo esto podría suceder que, concentrados (y orgullosos) en el nuevo discurso (anticapitalista, solidario, feminista, concienciado, responsable y ecológico) la catástrofe nos pille desprevenidos. No sería la primera vez que no la vemos venir acomodados en un presente en el cual todo nos parece normal (hoy ya hasta lo nuevo).
¿Cómo explicar si no que en un par de meses hayamos llegado a aceptar que (siempre por nuestro bien) se nos obligue a andar por el mundo como si fuesemos potenciales enfermos (y tratar así a los demás)? ¿Cómo comprender que hayamos aceptado que esto no va a ser pasajero sino que formará parte de una nueva normalidad, a la que ya nos estamos acostumbrando sin ni siquiera saber lo que es?
La pregunta es: ¿porqué aceptamos todo, obedecemos ciegamente y odiamos tanto al desobediente?
Posibles respuestas (no excluyentes):
1.- Porque somos fundamentalmente cobardes (tenemos miedo a todo) y no nos sentimos con nigún poder (y menos que lo vamos a sentir cuando la social distancing vaya surtiendo efecto) para enfrentarnos a nada que se nos imponga desde arriba.
2.- Porque tenemos una extraordinaria cualidad que se llama credulidad (o fe).
3.-Porque somos los reyes del engaño, pero sobre todo del autoengaño.
4,.- Porque podemos proyectar la frustración que la castración de nuestras libertades nos podría provocar, si aun fuesemos capaces de sentir y percibir, en cualquier lugar; en nosotros mismos (enfermando), en el extranjero (siendo xenófobos), en el partido rival (convirtiéndonos en fieles votantes), en el incívico (ejerciendo de policias sin uniforme, antes desde el balcón, ahora ya desde la calle). Todo esto sin ser siquiera conscientes de que son proyecciones de nuestas propias frustraciones. Lo único que nos importa es tener una válvula de escape y, perezosos como somos, si la prensa nos propone sitios donde proyectar nuestra rabia, los aceptaremos sin cuestionarlos.
En fin, es nuestra naturaleza humana y como dice el dicho; no hay que pedir peras al olmo.
Pero no deja de ser fascinante que, siendo como somos el rebaño de siempre, nos sintamos tan orgullosos y tan distintos de los pobres esclavos del pasado.
Y pensándolo bien, puede que la catástrofe ya este ahí pero que no la hayamos visto venir, probablemente porque tambien esperamos que se presente con el mismo rostro que en el pasado y, no siendo tan espectacular, no la hemos reconocido.
Que nos la han colado, vaya.
*dedicado a Denia.
Cuando comenzó el confinamiento, algunos se consolaban, intuyendo pero sin querer detenerse a pensar en ello, lo que se les venía encima, hablando de la fiesta se iba a celebrar cuando este terminase. No en vano evitaban pensar en profundidad pues, de haberlo hecho, se habrían dado cuenta de que había al menos tres motivos de peso para sospechar que tal fiesta, como hemos visto a posteriori, no iba a tener lugar.
El primero eran los efectos psicológicos del encierro. Nos imaginamos saliendo de él tal y como habiamos entrado, nadie contaba, y muchos aun se resisten a reconocerla, con la profunda huella que estos meses excepcionales iban a dejar en nosotros (es el miedo y no la razón la que nos aferra a la máscara).
El otro motivo, este algo menos obvio, era la misma naturaleza de la amenaza de la cual nadie podría darnos nunca un certificado que garantizase su inocuidad. Esto lo empezamos a intuir cuando comenzamos a ver la confusión de la ciencia, que algunos siguen sin ver, canonizados como están sus representantes, y su incapacidad para ofrecernos respuestas.
Y, last but not least, y dejando las conspiraciones a un lado, que el tiempo anterior ya no iba a volver sino que ibamos a pasar a una „nueva normalidad“ en la que la fiesta, de momento, no esta invitada.
Y efectivamente, el confinamiento terminó, pero el miedo -como el virus- siguió como si nada.
Y al miedo se le sumo la frustración que terminó deveniendo en odio que se descarga, según el día, contra incívicos varios, adolescentes disfrutones o extranjeros invasores de nuestras playas. Un clásico muy humano; descargar la frustración contra el primero que pase por debajo de la farola de la prensa.
Con esto no quiero decir que no tengamos motivos para estar frutrados (solo que no son los que creemos sino los que hemos vivido).
Ni que la idea de la fiesta fuese mala, de hecho, era muy buena.
La fiesta es catarsis y la catarsis sociales son necesarias para expulsar tensiones que, de no encontrar esta válvula de escape, deberán descargarse de otro modo.
Y Denia, un pueblo que siempre se pavoneo de ser el más festero (se rumoreaba que estaba en el Guiness de pueblo con más fiestas) de España, se ha convertido, en el tiempo que va de la primavera al verano, en un lugar hóstil en el que la fiesta (de los sustitutos que se nos proponen mejor ni hablar) esta prohibida hasta nuevo decreto.
Pero la vida solo se sostiene y se sostendrá como alternancia de trabajo y fiesta, de control y descontrol.
El trabajo nos exige una conducta razonable, en la que no se admiten los impulsos jubilosos que liberamos en la fiesta o, más generalmente, en el juego, en lo lúdico. En el trabajo el hombre se controla. Y en el tiempo sagrado que es la fiesta este orden se subviete; dilapidamos los recursos acumulados durante los meses de trabajo, suspendemos toda contención y consumimos sin pensar en el mañana (y mucho menos en la salud).
Pues la fiesta es erótica y dionisiaca.
Me pregunto cómo es posible que en unos pocos meses nos hayamos olvidado de la esencia de nuestra cultura festera, que hace (hacía) del caracter mediterraneos algo tan envidiable y era el motivo por el cual muchos extranjeros venían a visitarnos, queriendo impregnarse de lo nuestro.
Es muy triste observar desde la distancia como la fiesta ha terminado (antes de comenzar) y como los tímidos (o no tan tímidos) amagos de los que lo intentan son denunciados por los ciudadanos responsables en los que nos hemos convertido.
Se le dedicaron manuales enteros, cada uno de los elementos que lo componen fue analizado y explicado hasta el hartazgo (a excepción del poliedro), se intentó ver en él una crítica a la razón imperfecta e incluso encontrar el significado en la falta de conexión entre sus elementos, en su incapacidad de unirse en un todo.
Hoy sabemos que todas estas explicaciones radicaban en un profundo malentendido y no ha sido hasta hace muy poco que comenzamos a comprender. Melancolia I es una obra premonitoria , anunciadora de un nuevo periodo en la historia de la humanidad y es también, en contra de todas las interpretaciones, un cuadro optimista y esperanzador.
Gran parte del malentendido radicaba en el nombre de la obra, nombre que el pintor probablemente escogió para protegerse de los críticos de la época. Hace algunos años, en el marco de la iniciativa “Reinterpretación y adaptación de las obras de arte al nuevo lenguaje” se decidió rebautizarla y hoy ya nadie habla de Melencolia I sino de Esperanza I pues, gracias al progreso, ya nadie tendrá que sufrir la melancolia de su protagonista.
Recordemos el sufrimiento de los tiempos pasados y confusos, tiempos en los cuales el origen del sufrimiento humano, el motivo de su crónica insatisfaccción, nos era desconocido. Honremos también, sin negar sus graves errores, a los movimientos sociales progresistas de principios de milenio, pues todos ellos contribuyeron de alguna manera a liberarnos de nuestro lastre. Y no olvidemos, aunque hoy sintamos alivio de que toda aquella confusión haya sido superada, que fue gracias a movimientos como el feminismo que comenzamos a tomar conciencia del derecho a la diferencia y de la discriminación a través del lenguaje. Puede sonar paradójico pero fue gracias a estos movimientos que conseguimos eliminar palabras como cosificación o cosa de nuestro lenguaje, palabras a las que entonces dabamos un uso peyorativo.
Recordemos también la pandemia del 2020, pues una de sus consecuencias positivas fue que empezamos a ver claro y, con ayuda de los expertos, descubrimos el origen de nuestra desgracia, tantas veces malinterpretada en el cuadro de Durero.
La distancia que entonces comenzamos a tomar unos de otros, esa distancia que hoy nos parece fundamental, pero a la que algunos tanto se resistieron, nos permitió percatarnos finalmente de que el origen de todos nuestros males no era otro que nosotros mismos y nuestra obstinación en juntarnos. Fue gracias a la distancia, a la que en principio fuimos tan reticentes, que pudimos tomar perspectiva e ir aceptando esta realidad. Y sólo entonces nos permitimos vivir libremente lo que durante tanto tiempo nos avergonzó (recordemos que hasta el año 2023 el amor entre un objeto y un ser humano era considerado trastorno mental, Fetishistic Disorder DSM-5 302.81).
Durante los años que pasamos separados de otros humanos nos dimos cuenta de que eran los objects* los que nos hacían plenamente felices y comprendimos que la solución al sufrimiento humano no eran las relaciones virtuales, ni la creación de avatares (todos ellos demasiado similares al humano) sino el derecho del humano al amor a los objects.
*palabra politicamente correcta para lo que antes llamabamos cosa
Confieso que nunca pensé que viviría el día en que este derecho se legalizara. Demos las gracias a nuestro gobierno progresista que ha hecho posible que algo que hace una década se hubiese considerado un sacrilegio, haya pasado a formar parte de la nueva normalidad .
Es característico de los artistas ver el futuro y Durero fue uno de los grandes; hace más de 500 años, adivinó nuestro destino y creó esta obra en la que el humano aparece como un ser ambiguo -no ubicable en las superadas categorías hombre/mujer, que anhela la distancia de otros humanos y que sospecha que la unión persona-object podía ser mucho más satisfactoria de lo que nunca había sido una relación entre humanos. Hoy somos conscientes de la superioridad de los objects, que aman en silencio y de forma incondicional, quizá algún día podamos aprender de ellos, mientras tanto estamos agradecidos de tenerlos a nuestro lado.
He escogido este cuadro como fondo de zoom para honrar este día histórico, 11.03.2034 (también en esto Durero fue premonitorio) en el que vamos a ser testigos de la primera unión entre un humano y un zapato.
Desde nuestros hogares brindamos (con agua) con los amantes y os deseamos que seais muy felices.
En un panorama político cuya máxima ha sido siempre la de situarse en un bando y llevarle la contraria al otro puede suceder que cuando los progresistas se convierten de la noche a la mañana en los represores a los otros se les escape de vez en cuando una sensatez (aún en contra de su voluntad).
Al observarlo uno se siente como esos niños que jugando a aquello de si-no-si-no-no-si comprueban entusiasmados como el cerebro, en cuanto tiene ocasión, se relaja y deja de pensar para pasar al modus automático.
Y es que hay una cosa que todo político que quiera llegar lejos tiene que saber y es que, más importante que preocuparse por los problemas de la población, es el dominio de la dialéctica (una dialéctica muy básica eso si). Esta dialéctica consiste en que se ponga especial atención en que en los discursos se emitan siempre dos mensajes, uno directo y otro indirecto. El segundo, que es también el más importante, siempre debe dejar clara una cosa, lo peores que son los otros.
La finalidad es que los votantes terminen considerándolos a ellos como la única posibilidad, es decir, asegurarles el poder. Todo lo demás puede esperar.
Dicho todo esto, habría que añadir que si la oposición que no hiciese oposición la democracia no sería democracia.
Los votantes, por razones tanto históricas como neurobiológicas, completamos la jugada con nuestra tendencia al pensamiento dicotómico (que tan bien les viene a los partidos) que provoca que, por mucho que nos estrujemos el cerebro, siempre lleguemos a la misma conclusión: si cuestionamos a los unos, les damos la razón a los otros.
Y como los otros nos dan tanta grima, directamente no cuestionamos a los unos.
Hacerlo podría significar ampliar la democracia a algo más que el gesto de depositar el voto en una urna cada cuatro años (o cada dos por tres). Y luego quejarnos.
Viene a redondear la ecuación el miedo, que ha calado tan hondo que ya no somos capaces de pensamiento crítico, si es que lo fuimos alguna vez. La represión y el control los aceptamos ya como medidas imprescindibles, aunque insuficientes. Y criticamos al gobierno, no por privarnos de derechos básicos, sino por su falta de contundencia y su incapacidad de controlar a cuarenta millones de personas entre las cuales suponemos un alto porcentaje de incivicos e irresponsables.
Pobres de aquellos que, después de más de 40 días de encierro, comienzan a sufrir los efectos pero, al no poder cuestionar a los responsables a los que siempre han considerado "los sensatos", se ven obligados a a quejarse al vacio, arremter contra el virus (lo cual por algún motivo no les deja satisfechos) o a redirigir su frustración hacia a la oposición que se empeña, oh sorpresa!, en llevar la contraria.
-Menos mal que tenemos un gobierno progresista, sino sería peor, les gusta exclamar.
Estoy con Wittgenstein; hay que comenzar por el lenguaje. Definamos peor, sigamos con progresista, y así sucesivamente.
En lógica un argumento ad hominem es un tipo falacia que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación desacreditando al emisor.
Actualmente este tipo de recurso argumentativo se esta utilizando para desacreditar toda objeción a las medidas antipandemia. Identificando sistemáticamente a los críticos con radicales, conspiranoicos o votantes de ciertos partidos se evita tener que enfrentarse a los posibles argumentos.
El argumento ad hominem es una estrategia disuasoria muy efectiva pues la mayoría prefiere callarse antes que ser asociados con ciertas personas o colectivos o -peor aun- ser acusado de conspiranoico. Esto último significaría la pérdida del crédito social y perder el crédito social es de las peores cosas que nos pueden ocurrir. Así que, los que se consideran críticos, prefieren ser vistos como críticos moderados y razonables, y argumentan que si se comportan de un modo sumiso no es por miedo (ellos nunca tienen miedo) ni por estar de acuerdo con todo (tienen su propio punto de vista) sino por civismo, solidaridad o cualquier otro motivo, siempre loable.
Este tipo de críticos estan muy orgullosos de sí mismos, y no es para menos, pues consiguen tenerlo todo sin mojarse nada.
Ciertamente hay que ser algo paranoico para manifestarse contra algo tan indiscutible como las medidas antipandemia.
¿Como reconocer, entonces, la conspiranoia?
Se llama teorías conspirativas a ciertas teorías alternativas a las oficiales que explican un acontecimiento o una cadena de acontecimientos a través de la acción secreta de grupos poderosos, que en el fondo tienen intereses contrarios a los que abiertamente defienden.
Actualmente se consideraría conspiranoico pensar que detrás de las medidas antipandemia pesa más el intento de controlar a la población que el de protegerla o que el social distancing, con todo lo que conlleva, quedarse en casa, taparse la cara, ponerse guantes, mantener la distancia, es una forma de crear sospecha y distancia entre la gente.
En psiquiatría los conspiranoicos caen dentro de la categoría de los paranoicos y, dependiendo de lo inamovible de su creencia, esta puede llegar a considerarse un delirio y en el peor de los casos llevar al diagnóstico de esquizofrenia.
Cuando no es un brote sino un rasgo de personalidad hay -simplificando mucho- dos formas básicas de abordar este trastorno. La primera, biológica, consiste en considerar el pensamiento una perturbación de las neuronas y recurrir a la medicación para acabar con él. La segunda, terapéutica y en extinción, consiste en buscar el origen del sentimiento que ha llevado a la construcción del delirio. Y a menudo, detrás del delirio, se esconde motivos lícitos.
Hoy nos decantamos por la primera estrategia, pues la segunda podría plantear la incómoda pregunta de porqué desconfiamos de la bondad del estado.
Los detractores de las teoría conspiranoicas argumentan con la navaja de Ockam. Consideran que la explicación más probable es la que defiende más gente, es decir, la oficial. Y seguramente los que postulan intenciones ocultas pequen de paranoicos, pero resulta igualmente difícil no ver la venda en los ojos de los defensores de la versión oficial.
Y pensándolo bien, no haría falta postular ningún complot para criticar las medidas antipandemia.
El desarrollo tecnológico y la acumulación de datos, de conocimiento como se suele decir erroneamente, hace tiempo que han alcanzado una magnitud inabarcable para nuestra cabecita humana. Es por eso que hoy colgamos de un aparatito negro y liso para orientarnos por el mundo.
El exceso de información nos confronta con posibilidades y escenarios que nos sobrepasan. Y cuando el ser humano se ve sobrepasado, puede llegar a reaccionar con pánico.
Ya lo decía Proust, saber no es igual a poder evitar.
¿Es una paranoia que la gente esta más irritable, más despota, más dispuesta a amonestar y denunciar, con más miedo y más apagada? ¿es un virus motivo suficiente para que el mundo tenga que pasar a una nueva normalidad? ¿ es el precio que tenemos que pagar por no cuestionar la versión ofical?
Desde la cuádriga de la puerta de Brandenburgo, el ángel de Wim Wenders, se lamentaba hace medio siglo de que las personas solo creemos lo que vemos. No era un ángel visionario pues de serlo debería haber sabido que podía ser peor. Hoy ya ni vemos y solo creemos lo que nos cuentan.
Theodor Adorno dió palabras al horror que precedió a la toma de conciencia del Holocausto diciendo aquello de que después de Auschwitz no sería posible escribir poemas de amor -al menos no sin mala conciencia.
Algo menos conocido, pero más actual, es la reflexión de Bertol Brech, según el cual hablar de un árbol podía ser un sacrilegio, cuando implicaba callar tantas otras cosas.
Sin embargo, henos aquí, medio siglo después, haciendo poesia de amor y sobre todo, hablando -sin parar- de árboles (no tenemos memoria).
Los representantes de la autoayuda y la psicología positiva siempre fueron especialistas en ello. Y desde que comenzó el encierro nos comentan la importancia que tiene mantenerse activo, seguir con las rutinas, meditar, hacer yoga y ejercicios autoafirmativos.
Lo que sea con tal de que el taedium vitae que acecha cada mañana no haga su aparición y, sobre todo, que no pensemos demasiado. Pues es sabido, afirman también, que pensar demasiado es malo.
Pero por las noches, cuando la razón está turbada, se cuelan pensamiento no tan positivos provocándonos insomnio.
Y como no osamos poner en duda -quién duda de que lo que debería hacer un suicida es pensar en positivo- los consejos positivistas, nos vemos obligados a dudar de nosotros mismos, de nuestra capacidad para autodisciplinarnos y automotivarnos.
-Tenemos que mejorar, nos repetimos semana tras semana.
Sin embargo, a pesar de que el músculo crece, misteriosamente, también la tristeza, la ansiedad y la falta de energia van en aumento.
En „La sociedad del cansancio“ el filósofo Byun Chul Han ya hablaba de ese sujeto moderno que no necesita un jefe tirano porque se explota él mismo y lo hace incluso mejor.
Hoy algunos de esos sujetos cansados alzan la voz pidiendo al Estado más mano dura, más multas, más control. De lo que están cansados, aunque no lo saben, es de tanta
autodisciplina y quiere sentir claramente que alguién toma el relevo.
Aunque sea para someterlos.
Después de estos meses, no será posible hablar de libertad.
Al menos no sin mala conciencia.
En el centro de la ciudad de Berlín se erige un imponente edificio, emblema de lo que en el SXXI es nuestra nueva religión: la salud.
Nuestro malestar se ha adaptado a la modernidad y ahora buscamos la "redención", que antes recibiamos de los curas, en los médicos, que aquí en Alemania ya llevan el sobrenombre de Dioses de blanco.
A ellos acudimos regularmente a confesar nuestro malestar, confiando en que sus remedios nos absuelvan de nuestros males como antes lo hicieran los padresnuestros.
Platón ya lo decía: la obsesión con la salud es una enfermedad. Su precio inmediato es el sacrificio del placer, retrasándolo a un momento que nunca llegará, en aras de un bien que, por mucho que nos esforzemos, nunca alcanzaremos. Pues nadie sabe que es eso, la salud. Y se dice que es inversamente proporcional a la cantidad de diagnóstico a la que nos sometamos.
Sin embargo, hace tiempo que la doctrina de la salud se introdujo en nuestros hogares, y en nuestras mentes, y hemos interiorizado el credo que dice que no es suficiente con chequeos y controles y que, si queremos vivir más y más sanos, tenemos que ser responsables y coger las riendas del asunto; dejar los vicios y excesos (los nuevos pecados) y ser disciplinados.
Comer, por ejemplo, ha pasado de ser una necesidad (y un placer) a convertirse en medio para un fin.
La abundancia de alimentos pero sobre todo el exceso de datos, dudosos e inútiles en la mayoría de los casos, pero datos al fin y al cabo, nos han ido haciendo más "conscientes" y hoy dividimos los alimentos en categorías: saludables, grasos, prohibidos... Y casi al mismo ritmo al que aumentaba la información nutricional en los envases han ido proliferado las alergias y las intolerancias, los vegetarianos, veganos, ayunadores etc...
que hacen más necesario que nunca nuevos datos e informaciones.
Lo mismo ha ocurrido con el deporte. Lo que antes se practicaba por el placer de competir, en una sana sublimación de nuestos instintos más básicos, se ha transformado poco a poco en algo aburrido, pero obligatorio, que se practica en solitario con el mismo fin por el que hoy comemos quinoa pero un efecto más rápido y visible.
Atrás quedo el placer.
En las viejas religiones ya existieron periodos de sacrificio y abstinencia como la Cuaresma o el Ramadán pero estos, además de ser bastante menos hostiles, tenían la ventaja de que terminaban y la vida volvía a la normalidad. La cuarentena también terminará. Pero no volveremos a la normalidad sino a la "nueva normalidad". Una nueva normalidad en la que los muros entre personas nos permitirán, por fin, concentrarnos en nosotros mismos y seremos cada vez más sanos, más guapos, más longevos (o no) y más infelices.
Cerca de mi casa hay un campo de Bolley.
Por motivos obvios los jóvenes no han podido acercarse por allí y sorprendentemente esa tierra baldia se ha llenado de plantitas.
La naturaleza se abre paso. Uno de los mantras más repetidos durantes estos meses de encierro.
Esta actitud de regocijo, que facilmente podría confundirse con una creciente conciencia ecológica, no es nueva. A finales del SXVIII, siendo Alemania uno de sus principales representantes, surgió un movimiento artístico, como respuesta a la Ilustración y al clasicismo: el Romanticismo.
Los románticos se caracterizaban por la crítica a la omnipresente y opresiva razón en la cual los ilustrados había depositado el excedente de fe que les quedó cuando comenzaron a cuestionar el cristianismo.
Para los románticos, lo importante eran los sentimientos pues a diferencia de la razón, los sentimientos eran personales e individuales.
El romántico era un individualista que pretendía devolver al Yo la voz perdida, anulada ante tanta concordia y sentido común. Anteponia la fantasia, la nostalgia y la imperfección a los cánones de belleza y el sentido de la realidad de ilustrados y clásicos.
Y a pesar de su mala fama y su fatal percepción del futuro, el romántico era un vitalista.
A los pintores románticos les gustaba representar el triunfo de los sentimientos sobre la razón con imagenes de ruinas; al final la naturaleza terminaba recuperando el territorio supuestamente perdido.
El mensaje era: la obra del hombre es efímera, la de la naturaleza eterna.
La tendencia actual a colgar fotos, detrás de las cuales se atisba cierta dosis de „Schadenfreude“ otra palabra alemana, que significa, alegrarse de las desgracias ajenas (en este caso la desgracia del ser humano encerrado) se podría confundir con la actitud romántica. Pero hay una diferencia sustancial.
Y es que ahora estamos defendiendo el triunfo de la naturaleza como sí nosotros no fuesemos naturaleza. Los nuevos románticos han sacrificado ya al ser humano. Prefieren ver plantitas en el campo de Bolley que jóvenes jugando. De hecho, cuando ven jóvenes se indignan.
Pero es también un triunfo de la naturaleza -aunque mucho más modesto y controlado desde los drones- las personas saliendo a la calle después de dos meses de encierro.
Pero ese retorno asusta. Un ser humano no es tan inocuo como una planta.
Aunque pensándolo bien....quizás nos parezcamos más a los románticos de lo que podria parecer a primera vista.
Ellos coqueteaban con la muerte (una muerte que los ilustrados habían comenzado a ver seriamente amenazada por la razón).
Y probablemente detrás de esa fascinación que experimentamos al observar desde la ventana, a través de la pantallas de nuestros ordenadores y bien encerrados en nuestras casitas, como la naturaleza va ganando territorio se esconda algo así como un coqueteo con la muerte, pero la muerte total esta vez, la extinción del homo sapiens. Nuestro instito autodestructivo, el Thanatos, florece esta primavera.
Con un par de días de retraso arranco la hoja del calendario y me viene a la cabeza aquello de que abril es el más cruel de los meses. De pronto descubro que el 05.05 es el día de la "Higiene de manos" y del "Asma" y, por si esto fuera poco, el 23.05 el día de la constitución alemana (Grundgesetzt).
O sea, que si abril es el mes más cruel, este año mayo tiene todos los boletos para convertirse en el más cínico.
La limpieza se ha impuesto a todo tipo de derechos.
Ayer se "celebró" en Berlín el día del trabajo y la policia ya advirtió de antemano que todas las manifestaciones estaban sujetas al "Higieneschutzgesetz" -las normas de higiene- que lleva visos de convertirse en la "nueva constitución".
Ahora el supuesto derecho es a la mera vida y ante tan alta aspiración todo sacrificio es poco.
Por supuesto también hay que sacrificar las manifestaciones, pues son reuniones de gente potencialmente contagiosa.
Este año había en Berlin un grupo de gente, según la prensa locos (de la clase de los conspiranoicos) y radicales, con una causa nueva que, a juzgar por el despliege policial, parecían ser considerados altamente peligrosos. Su causa era cuestionar las medidas "Anticorona", preguntarse si el estado al que hemos llevado a la sociedad por un virus esta justificado .
Según la versión oficial, hay que estar muy loco o ser muy radical para siquiera plantearse esto.
Picada por la curiosidad me acerque al lugar de encuentro, al que fue imposible acceder. En las fronteras se acumulaba gente. Reinaba una "calma tensa" entre los manifestantes y no era para menos pues, cada cierto tiempo y sin previo aviso, los policias seleccionaban aleatoriamente a alguna persona -me fue imposible descubrir el criterio- y en un despliege teatral se la llevaban quién sabe a dónde.
Entonces la gente protestaba intentando despertar en los policias algo así como una vergüenza dormida.
A parte de gente corriente había algunos disfrazados. Estaba el preso preguntándose dónde había quedado la democracia, el de la nariz de payaso y la bailarina con la cara cubierta pero la barriga destapada, en la mano un ejemplar del "Mundo como voluntad y representación" de Schopenhauer. Un señor exhibía descaradamente el "Grundgesetz" y un par llevaban pancartas con preguntas ilegitimas.
Puede que este confundiendo memoría con deseo pero lo que en aquella Plaza a nadie parecía preocuparle era el metro y medio, a pesar de las advetencias que llegaban desde el megáfono.
Sin duda alguna aquellos eran los locos pero por algún motivo me marché de allí pensando en los radicales.
"Hace tanta soledad que las palabras se suicidan". A. Pizarnik
La neolengua es una lengua artificial que aparece en la novela 1984, de Georges Orwell.
Era una lengua que se creo con una función muy concreta: impedir el pensamiento libre y facilitarle al poder la manipulación de las mentes, evitando a la vez tener que soportar la tensión entre lenguaje y realidad. Anatomicamente, se pretendía desconectar la parte mecánica del habla de las estructuras cerebrales implicadas en la reflexión. Es decir, el objetivo era que la gente hablase sin pensar y dijes lo que el Partido quería que dijese.
Las feministas intentaron algo similar con el objetivo loable de evitar la discriminación del género femenino. Ya casi nos habían acostumbrado a vacilar cada vez que teníamos que escribir una palabra a la que patriarcalmente se le había asignado un género. Los más progres comenzaban a hablar en femenino o con la e. Y sin embargo, la insatisfacción iba en aumento.
Parecia que algo estaba obstaculizando el objetivo feminista de cambiar la realidad cambiando el lenguaje. Puede que la meta de un mundo sin género y sin discriminación fuese poco realista para la naturaleza del homo sapiens. O tal vez se había simplificado demasiado al considerar el patriarcado única fuente y origen del malestar de la mujer.
Hoy estamos asistiendo a la aparición de una nueva lengua que sí esta echando raices en la sociedad. Probablemente sea porque esta vez el cambio en la realidad ha precedido al cambio en el lenguaje.
Nuestra realidad llevaba años transformandose, al margen de nuestra conciencia, y solo necesitaba un MacGuffin para dar el salto cuántico y transportarnos a un nuevo estado.
Practicamente de la noche a la mañana la sociedad se ha transformado y de pronto nos parecen normales cosas que hace solo unos meses hubiesemos considerado ciencia ficción de la mala.
Ejemplo (cita del Marina Plaza Denia, jueves 30.04.20)
Calle Bautista Mateo: se localiza en la vía pública a tres personas charlando y bebiendo cerveza, son sancionadas las tres.
Plaza de Cholet: vehículo con dos ocupantes que no justifican su presencia en la vía pública, excusándose con incoherencias. Se sanciona a ambos.
Calle Mussola: se localiza a una persona bañándose en la playa. Señala que ha ido a tomarse una copa de vino en la orilla y que, finalmente, se ha bañado.
Y una sociedad en la que estos son los nuevos crímenes, necesita urgentemente una nueva lengua para no sentir que ha perdido la cabeza.
Por eso nos esmeramos en practicar y hablamos de "nueva normalidad" o de nuestra "libertad de encerrarnos", hacemos hagstags oximorónicos como #togetheralone, reducimos el significado de palabras como respeto o cívico (o incívico) a un aspecto concreto y consensuado tácitamente, insistimos en hablar de coherencia ante la locura y decimos que todo irá bien mientras nos asomamos al abismo.
Hablando así al menos podremos mantener las apariencias.
Probablemente las apariencias han sido siempre lo más importante para el ser humano, pero poco a poco, con ayuda de la tecnologia, van siendo no solo lo más importante sino lo único que nos queda.
Una de las cosas que más clara y a la vez más imperceptiblemente se han visto afectadas en las últimas semanas ha sido el lenguaje. Nuevos conceptos eufemísticos han hecho su aparición, enmascarando, nunca mejor dicho, nuestra percepción de la realidad.
Decimos confinamiento en lugar de encierro y hablamos de nueva normalidad en vez de admitir que estamos ante una situación insostenible de violación de todas las
libertades. Llamamos incivica a esa persona que sale a airearse un poco, para no volverse loco (según dicen suelen ser hombres) y el significado de respeto va quedando reservado
para aquel que guardar la distancia con el otro, pues al parecer es la distancia lo único que hoy se merece respeto.
Paralelamente otros conceptos pierden el sentido. Como le ha ocurrido al concepto de heroe. Hasta ahora un heroe era lo contrario a lo que hoy significa. De entrada era un fenómeno individual y
poco frecuente y no algo que le sucede a la masa. Además no era algo que te sucedía sino que implicaba una decisión coonsciente.
Sin embargo, aunque algunos más que otros, hoy todos somos heroes; los médicos y sanitarios que acuden a su trabajo, las farmacéuticas que buscan con esmero esa vacuna que las sacará de la
pobreza, los científicos, los que se quedan en casa, los policias etc...etc...
El único que no puede ser hoy un heroe es el que no acata la ley y sale a la calle sin un motivo de peso.
Hasta ahora a una persona que soportaba con sacrificio y sin emitir queja alguna su destino no se le llamaba heroe. Para ello había otras denominaciones como sumiso, obediente, manipulable, bienmandado, manejable, subyugado y alguno más.
El mitólogo Joseph Cambell, uno de los mayores expertos en el tema decía que:
"las historias del héroe siempre implican una suerte de viaje. Un héroe abandona su entorno cómodo y cotidiano para embarcarse en una empresa que habrá de conducirlo a través de un
mundo extraño y plagado de desafíos“.
Hay un punto en el viaje en que la persona debe tomar una decisión. Si la toma, se decide por el viaje y si no, se rinde a su destino. Sin embargo la situación que vivimos hoy es incompatible con decidir invididualmente. La única decisión que hoy se puede tomar individualmente es desobedecer.
Es decir: hoy es imposible ser reconocido como heroe. Así que piensa que si te llaman heroe, te estan llamando sumiso.
¿Y cuál es la población sumisa por definición?
Aquellos que no tienen poder de decisión. Los más debiles, es decir, los niños y los ancianos en residencias.
A los segundos se les ha dejado morir.
Y a los primeros se les ha nombrado superheroes. (El ayuntamiento de Denia les ha otorgado el título de superheroes y heroinas. El título se puede descargar por internet no vaya a ser que a alguno de estos heroes se le ocurriese, ahora que tienen una hora de libertad vigilada, ir ellos mismos a recogerlo y por el camino contagiasen a alguien.)
Fanfarrones que llegaron proclamando la guerra
Ciudadanos que aplauden desde sus balcones
Policias con cojones, poniendo sanciones
leyes sin sentido
Y el sueño eterno en el que hemos caido....
Y ahi está (cualquier monumento)
ahi está, ahi esta, viendo pasar el tiempo
Todos los tiranos se pelean como hermanos
Exhibiendo a las gentes redecillas indecentes
Manadas de mandantes,
ningún estudiante
inicia la revuelta
.....son los años veinte....
Y ahi está (cualquier monumento)
ahi está, ahi esta, viendo pasar el tiempo
Un hombre blanco perdido, un guardia pendenciero
perros liberados, niños encadenados
Rockeros obedientes, expertos complacientes
Poetas y colgados, todos encerrados
Y ahi está (cualquier monumento)
ahi está, ahi esta, viendo pasar el tiempo
Todo pasará, todo irá bien
saldremos del barco
haremos una fiesta
brindaremos sin alcohol
dejaremos de fumar y comeremos vegano...
Y ahi está (cualquier monumento)
ahi está, ahi esta, viendo pasar el tiempo
Cumpliremos las reglas,
mantendremos la distancia
instalaremos las apps
que sean necesarias
y si no bastase
volveremos a la carcel....
Y ahi está (cualquier monumento)
ahi está, ahi esta, viendo pasar el tiempo...
Hay un lugar común que dice que la gente se divide en dos grupos y escuchando M-Clan me doy cuenta de que, si bien los tópicos dan rabia, pueden servir para ordenar la realidad y que, sin duda alguna, yo pertenezco a ese grupo de gente que se niega a imaginar un mundo sin bares.
He pasado demasiado tiempo a ambos lados de las barras como para no ser consciente de su importancia.
En los bares he aprendido más psicología que en la facultad. Fueron los bares, más que los libros, los que despertaron en mi la fascinación por las biografías humanas. Ha sido con clientes y camareros -y no con científicos- con quienes he tenido las mejores conversaciones, pues liberado de métodos y sistemas, en los bares el pensamiento fluye con más libertad que en más de un centro de investigación. Y también en los bares tomé conciencia por primera vez de la profundidad del sufrimiento humano y del consuelo que supone para algunas personas que, al menos un vez a día, un camarero se interese por ellos.
Aprendí que no es principalmente para adquirir medicinas que no se venden en farmacia legal por lo que la gente acude a los bares, sino que es la falta de amor la que los llena, pues algunos encuentran solo allí las cosas más imprescindibles para la vida; consuelo, comprensión y compañia.
Cosas que de forma abrupta hemos dejado de valorar.
Estoy segura de que, aunque hoy no se oyen sus voces, no estoy sola en ese grupo de gente, para los que la vida sin bares no es vida. Y que, más o menos conscientemente, todo este grupo estamos de duelo por no poder apoyar el codo en una barra amiga -que por cierto en Berlin me costó encontrar- charlar con los camareros y olvidar por unos momentos las miserias de la vida compartiéndolas con otras personas.
Por desgracia, en la lista de prioridades de los gobiernos, los bares han quedado los últimos de la fila. Pues a juzgar por los hechos la gente que toma decisiones pertenece al otro grupo y no han descubierto el poder sanador de las barras, al no haber Papers que lo avalen. No hay estudios científicos sobre el efecto de una sonrisa amable, de una pregunta en el momento adecuado, de una mirada de complicidad, de una queja compartida, un flirteo o unas risas....así que los del primer grupo, van a buscar sus sustitutos a las farmacias, las cuales, al contrario que los bares, no solo no han cerrado sino que encabezan la lista de prioridades.
El optimismo, decía Voltaire, es la manía de sostener que todo está bien cuando uno está muy mal.
Dicho esto no sorprende que uno de los primeros perfiles que aparecieron en redes (ya que no podían aparecer por otro sitio) al principio de todo este estropicio fuese el del optimista. El optimista aparecía cantando o dando consejos, nos decía que el futuro no existe, que todo es una proyección nuestra, que la fe mueve montañas, que íbamos hacía un mundo mejor y que hay que aprender a ver lo positivo (como él).
Con argumentos más o menos currados nos regalaba los oidos cantándonos todo eso que necesitabamos oir.
Pues si hay algo que el optimista sabe, y por eso parece tan convencido a pesar de que practicamente nunca acierta en sus predicciones, es que su homilía va a ser bien recibida. Le consta que, en el fondo, al ser humano la realidad se la trae floja lo cual se traduce en la práctica en que, independientemente de lo que ocurra, nunca será criticado.
Así que impunemente se dedica a cantar sus alabanzas asegurandose de antemano su dosis de reconocimiento. Que le quiten lo bailaó.
Pero la fe, y el optimismo es una fe, casi nunca va acompañado de acciones, ni siquiera de análisis, pues el optimista se siente tan abrumado por lo negativo que en cuanto esto asoma vuelve su cabeza automáticamente hacia el otro lado, en busca del consuelo que luego ofrecerá a los demás.
Y es precisamente ese volver la cabeza la semilla de su, de nuestra, trágica existencia, pues con ese imperceptible movimiento estamos sacrificando toda posibilidad de crítica, sobre todo de una crítica que pudiese implicar algún tipo de acción.
Y ese es otro de los motivos por los que el optimista es tan querido; porque según su discurso lo que hay que hacer es nada.
Volver la cabeza y tener fe.
El optimista quiere creer que el ser humano en el fondo es noble, que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que todavía puede mejorar.....pero terminando de nuevo con Voltaire, si este es
el mejor de los mundos posibles.....¿Cómo
serán los otros?
Decía Moliere que aquel que crea que el humano es racional es porque no ha sido nunca humano.
Nos creemos racionales por haber abandonando la fe religiosa, hartos ya del silencio de Dios.
Pero matado Dios -cual eterno enamorado que, incapaz de estar solo, va emplamando relaciones- hemos sido seducidos de inmediato por los brillantes bezerros del progreso tecnológico. Nuevas doctrinas en las que depositar nuestra fe no se han hecho esperar.
El progreso nos convence porque constantemente materializa pruebas que certifican el advenimiento inminente de la tierra prometida. Algunos científicos optimistas consideran incluso que ya vivimos en ella; a partir de una selección de datos concluyen que es éste el mejor de los mundos posibles.
Una de esas pruebas es la proliferación de la vida (humana); cada vez somos más y será por algo. El hecho de que mueran menos niños y madres durante el parto así como que vivamos más años es, según ellos, la prueba última de que vamos hacia delante.
Pero aquí surge la pregunta (algo sacrílega) de si vivir es un fin en sí mismo.
Si al reducir la vida a lo tangible y material estaremos perdiendo la sensibilidad para juzgar -cada uno para si- lo que es una vida que merezca la pena ser vivida. Si, como decía Tarkovski, la sociedad moderna, concentrada en el progreso tecnológico, no ha terminado por despojar al mundo de su espiritualidad. Si en el intento por conquistar lo infinito con lo finito no habremos perdido la noción misma de infinito. Un infinito que ha terminado por identificarse con la mera duración en el tiempo, que significa por ende la erradicación de la muerte.
La espiritualidad se ha diluido en la empresa de la superviviencia, una supervivencia que perseguimos ciegamente, aunque sea para seguir viendo la tele.
Y sería esta perdida de espiritualidad la que explicaría el hecho de que hayamos aceptado , e incluso reclamado, el encierro, como sacrificio necesario.
Pero a fuerza de evitar la muerte estamos convirtiendo (todavía puede empeorar) el mundo en un lugar ordenado y rígido, en el que todo riesgo, toda posibilidad de aventura, de contacto, de
erotismo se ve sofocado de antemano en aras de la seguridad.
Sin embargo, desde las profundidades de nuestra alma, desde ese lugar donde reposan nuestros deseos más inconfesables, los que ni siquiera queremos saber, sentimos que esta vida segura es insoportable y nos regocijamos en silencio contemplando desde los balcones la destrucción de la sociedad. Como la tia autoconfinada de Proust que, por falta de energia o imaginación, era incapaz de dar a su vida el impulso necesario para salir al mundo y deseaba en secreto que éste impulso llegara de fuera, así fuese en forma de catástrofe o de dolor, pues sospechaba que no había ya otra manera de salvarla de su parálisis.
No podremos evitar la muerte, pero podriamos evitar la muerte en vida.
Era inevitable. El olor del café matutino me recordaba cada día que no podía compartirlo con la persona amada. Más tarde, al salir a la calle, la visión de la gente enmascarada me removía el estómago provocándome una emoción incierta que se asemejaba a la tristeza.
El sentido real de las máscaras había sido puesto en duda demasiadas veces por los mismos expertos que ahora las recomendaban, de modo que lo que se iba imponiendo poco a poco como gesto obligatorio de respeto hacia el otro, me parecía más un símbolo de distancia que iba más allá del metro y medio.
"Social distancing".
Pandemia arriba o abajo, las cosas no emergen de la nada y la social distancing que ahora mantenemos, convencidos u obligados, es algo que llevamos practicando hace mucho tiempo. La tecnología
nos ha ido facilitando las cosas de tal modo, nos ha independizado de tantas dependencias, que hemos sucumbido a la ilusión de que no necesitamos a nadie (más que a nuestro aparatito
anexo).
La consecuencia de esto es que a fuerza de no encontrarnos (hablo de un encuentro verdadero, que solo puede acontecer si nos mostramos auténticos y vulnerables) con el Otro (que
representa lo distinto) hemos perdido la capacidad de enfrentarnos a él, de negociar con él, de hacer compromisos y por ende de intimar.
Ya solo lidiamos con el otro, al que tendemos a convertir en enemigo, en masa y escondidos detrás de alguna causa.
El acercamiento real al Otro nos da miedo porque sabemos que es susceptible de herirnos. Pues como decía Kafka el verdadero sufrimiento -como la cura- solo es transmisible de persona a persona.
Poco a poco nos hemos ido convirtiendo en personas aparentemente hipersociales y profundamente aisladas.
Y el social distancing es la culminación de este proceso.
El presentador de "La vida moderna", David Broncano, se sorprendía estos días de las conclusiones de un estudio científico que había caido en sus manos. Según este los niños abandonados en
orfanatos enfermaban por falta de contacto.
Uno de los primeros estudios que advirtió este efecto es el de Rene Spitz y se remonta a los años 50 del siglo pasado. Spitz observó que los niños abandonados, a pesar de ser alimentados, no solo
enfermaban sino que se atrofiaban en su desarrollo y moría. De hecho existen estadísticas de casas de acogida de finales del SXIX y las cifras de las muertes en las capitales europeas oscilan
entre el 70 y el 99 %. Casi todos morían poco después de ser abandonados.
O quizás
haya leido el estudio longitudinal que se esta llevando a cabo en Rumania desde hace algunos años, el Budapest Early Intervention Proyect. En este país, a causa de una política nefasta que
promovía la procreación como inversión, abundan los niños abandonados y los científicos los están utiliando de sujetos experimentales para probar teorías que llevan tiempo probadas. Efectivamente,
los resultados de este estudio confirma con creces las conclusiones de Spitz; necesitamos el contacto humano.
El contacto es fundamental para el desarrollo, para el sistema inmune y para la vida en general.
Pero hay verdades científicas que nos cuestan más de creer que otras, aunque sean obvias, y son aquellas que nos obligaría a replantearnos nuestra existencia.
Hoy hemos canjeado contacto por higienismo y el Otro, como advertía el filosofo alemán Peter Sloterdijk estos días, adquiere ahora una nueva capacidad, esta vez biológica, de hacernos
daño.
Así que ya tenemos un motivo más, esta vez científicamente probado, para evitarlo.
No deja de ser curioso que, en medio de todo esto, muera Aute, el cantante del contacto, del amor y la concupiscencia.
Preservar la vida y la salud es el imperativo vigente estos días. El "Bleib Gesund" (mantente sano) resuena en todos lados y el tono no es amable.
Hemos convertido el mundo en un laboratorio que pretendemos mantener libre de gérmenes.
Lejos quedaron los días en los que voces progresistas insistían en que un mínimo de "suciedad" era positiva para el sistema inmune. Y es que ya lo dijo alguién: la confianza esta bien, pero el control es mejor y sistema inmune arriba o abajo, la limpieza total es más concreta.
Hemos equiparado higiene con vida.
Hace ya tiempo que las ciencias de la salud, en las que rige el paradigma biológico, actuan como si la vida fuese explicable y reducible a la biología. Y ahora que, despues de años ignorándola, nos encontramos frente a frente con la muerte, pretendemos reducirla a ella también.
Pero, como decía un famoso pesimista; la vida es fundamentalmente ambigüa y los seres humanos somos psicologia y sociologia, además de biología.
Los occidentales, deslumbrados por el brillo de nuestros avances tecnológicos, creimos que con el progreso la muerte y la enfermedad habían desaparecido. Pero solo habían mutado. El progreso ha multiplicado las cosas y la muerte y la enfermedad no iban a ser menos: hoy hay más formas de enfermar y morir.
A pesar de esto nos encontramos atribuyendo todas y cada una de las muertes de los positivos a la ferocidad del virus.
Pero incluso en tiempos de pandemia hay diversas posibilidades de morir.
La muerte por nocebo, por ejemplo. Hermano maligno del placebo, el efecto nocebo aparece allí donde nuestras expectativas, conscientes o no, de los efectos negativos de una enfermedad o tratamiento provocan un empeoramiento de los síntomas. Y así como el efecto placebo puede culminar en una recuperación espontanea e inesperada, el efecto nocebo puede provocar la muerte*.
El efecto nocebo viene a decir que es posible morir de miedo, de soledad o de agotamiento, por ejemplo.
Y probablemente el pánico que algunos medios de comunicación -que pretenden hacernos creer que publicar datos sin analizar acompañados de interpretaciones dudosas y proyecciones ad hoc es informar- están esparciendo, ha convertido al virus en una condena a muerte; en especial para los llamados "de riesgo".
El efecto nocebo, como casi todo lo psicológico, tiene la desventaja de no ser mesurable. Y en ciencia lo no mesurable sencillamente se ignora. Pero si nos parasemos un momento a pensar constataríamos que tampoco están demostradas la mayoría de las teorías científicas que cursan actualmente. Pero como son científicas, hay que creerlas y actuar en consecuencia: los resultados ya vendrán después.
Y por si nos quedaba alguna duda, un médico muy reputado en esta crisis ha acabado con ella de forma lapidaria apelando a una vieja máxima inapelable que dice que:
"Absence of evidence is not evidence of absence".
En estos momentos la ciencia no tiene que demostrar sus verdades.
Puede que salvemos los hospitales, esperemos que no a costa de la sociedad.
*Para los interesados en el tema les recomiendo el libro "Tod durch Vorstellungskraft" del físico y psicólogo Gary Bruno Schmid.
Antes de la pandemia, el derecho a la libertad personal y a la presunción de inocencia eran derechos fundamentales (artículos 17 y 24.2 de la Constitución Española.)
Estos derechos implicaban que una persona no puede ser privada de su libertad si no es tras un juicio justo, y que una persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario.
Sin embargo, para casos excepcionales, por ejemplo , crisis sanitarias tales como epidemias y situaciones de contaminación graves, puede decretarse el estado de alarma y entonces, como diría
Groucho Marx, si esos eran tus derechos, aquí tienes otros.
La privación de libertad tiene, como se sabe, efectos psicológico.
El desarrollo de los síntomas dependerá de diversos factores como por ejemplo la estabilidad emocional previa al encierro, las características, incluidas las personas, del lugar donde se
permanecerá durante el encierro, la precariedad laboral, la posibilidad de mantener relaciones sociales o la duración del encierro.
Algunos consiguen mantenerse tranquilos durante un tiempo pero a partir de cierto momento el encierro acaba afectando incluso al más conformista.
En un principio no todo es negativo, alguna gente que sufre de ansiedad o que tiene un superyo imperativo puede sentir al principio una mejora abrupta de sus síntomas. Esto ocurre porque al
pararse el mundo y reducirse el espectro de actividades posibles, la voz omnipresente y taladrante puede desaparecer de las cabezas durante un tiempo. En este caso las personas experimentan el
alivio de escapar de una vida que habían estado malviviendo. Pero es un estado ilusorio ya que, o bien sigue el encierro y los síntomas mutan, o la vida cotidiana vuelve y con ella los problemas
y las dudas.
Uno de los principales motivos de sufrimiento actualmente es la incertidumbre.
La incertidumbre provoca ansiedad, bloqueo emocional, situaciones de presión intensa y miedo e incremento de la tendencia a la autoobservación, con la aparición de problemas de hipocóndria
-actualmente fomentados por la prensa- así como temor por la pérdida de los vínculos con el exterior.
En algunos casos, sobre todo si previamente existían problemas, las consecuenciar del encierro serán más graves, pudiendo llegar a aparecer depresiones, conductas suicidas y violentas.
Otra de las reacciones probables es el quiebre de la voluntad y la tendencia al sometimiento, es decir un estado de resignación en el cual la persona renuncia a cualquier atisbo de pensamiento indócil, al percibir la instancia punitiva como extremadamente poderosa. Para evitar la impotencia que esto provoca, algunos desarrollan lo que en psicología se llama "identificación con el agresor" (en este caso la instancia punitiva) que provoca odio contra el insurrecto llegando a generar la inmunda figura del "policia del balcón".
Se dice que a todo se acostumbra uno, lo cual es especialmente cierto en el caso del ser humano, lo que no se dice es lo que en este proceso de adaptación se sacrifica.
Lo iremos viendo.
La imagen urbana, cada vez más normalizada, de personas con mascarilla, guantes y spray desinfectante evocan a la vieja Henrouille del "Viaje al fin de la noche", la cual"se había encogido para defenderse del exterior, (...) como si todo lo horrible y la muerte sólo debíeran venir de él, no de dentro. De dentro nada parecía temer, parecía absolutamente segura de su cabeza (...)".
La invisibilidad del enemigo nos ha obligando a cortar por lo sano y renunciar a aquello que decían que nos definía como humanos; nuestra sociabilidad. Hoy pretendemos mantener al otro a la distancia prudente de dos metros, pues todo otro es un posible portador.
Que nos haya costado tan poco renunciar al contacto probablemente se deba a que la tecnología llevaba años preparando el terreno. Algunos ni se han dado cuenta. El resto ha convenido tácitamente actuar como si los sentimientos individuales no existiesen. Quitándoles toda importancia con un par de bromas. Más nos vale pues quién se atreva a nombrarlos en serio ahora será acusado rápidamente de egoista insolidario.
Pero las apariencias engañan y, aunque observamos al otro con desconfianza, es la culpa la que se ha instalado en nuestras almas.
Ya el simple acto de salir a la calle nos hace sentir pecadores.
Nos había costado tantos años despojar de poder a la religión y la iglesia y ahora vemos que no eran necesarios para convertirnos, en un abrir y cerrar de ojos, en fieles corderos.
Resulta que el nombre de Dios es indistinto. Que podemos cambiar de dioses.
Hoy nuestros dioses son la ciencia y la tecnología y sus representantes en la tierra, los que filtran sus misteriosos discursos que no entendemos, los periodistas. Han sometido el discurso de la ciencia a su interés de que no pare el espectáculo, demostrando ser tanto o más eficaces que sus antecesores a la hora de someternos. Y como además hoy todos somos un poco periodistas, hemos aprovechado el poder que no dan las nuevas tecnologías para repetir los imperativos; #mantente sano, #quedate en casa, #quedate en tu puta casa.....pues perdido todo poder lo único que nos queda es encontrar a alguien a quien señalar.
Si algo va haciendose patente poco a poco es que, a pesar de todo el progreso, de todo el conocimiento acumulado, de Ilustraciones y Odas a la razón, seguimos siendo los mismos seres irracionales, impotentes y temerosos de siempre.
Y que lo único que no ha cambiado es el temor.
Cuando la muerte era más cotidiana -y no bastaba como amenaza- se tuvo que inventar el infierno. Hoy el infierno esta obsoleto. Ante la perspectiva de la muerte corremos a comprar papel higiénico.
Musil proponía una solución que, cien años después, ya no parece tan absurda como en su momento; si el hombre moderno nace y muere en hospitales, porqué no vivir como si estuviesemos en una clínica.
"La realidad es tan poco visible como el aire que respiramos"
R. Musil
El principio de incertidumbre de Heisenberg establece que es imposible conocer simultáneamente la posición y la velocidad del electrón, y, por tanto, es imposible determinar su trayectoria.
Aplicado a los sistemas humanos esto significa que uno no puede observar un acontecimiento y describirlo ni predecirlo con precisión, pues al observarlo esta influyendo en él.
Con respecto a la pandemia actual, esto se traduce en que todas las predicciones que hacemos, incluida la más candente, es decir, la saturación de los hospitales, se están viendo influidas por la información que difundimos y las mismas predicciones que hacemos (esa famosa gráfica de dos campanas de Gauss superpuestas).
Nunca sabremos a ciencia cierta, ni siquiera en el supuesto de que haya países que tomen medidas distintas, pues la información fluye entre los países y el miedo se transmite a través de los móviles, como hubiese evolucionado la pandemia si no hubiese habido tanta información alarmante y de no haberse tomado ciertas medidas. No lo sabremos.
De momento observamos un fenómeno curioso y es que la pandemia parece afectar más a los paises ricos, que son también los más movilizados y los que más informan.
Por todo esto, la ola de odio que se va generando hacia aquellos que "inclumplen" las medidas no esta justificada
pues posiblemente ellos no sean el factor más influyente en la evolución de la pandemia. Aunque si el más visible.
Otra de las características de los sistemas vivos es que aprenden y evolucionan.
Esto significa que de ninguna manera el mundo que nos vamos a encontrar cuando esto acabe, suponiendo que esto acabe en algún momento, va a ser el mismo que dejamos cuando comenzó la catastrofe. Los efectos psicológicos del encierro -que son conocidos desde hace mucho tiempo- no van a desaparecer, los odios que se están generando (fundamentalmente contra aquellos que buscan grietas de libertad o hacia el extranjero como transmisor) no van a desaparecer, las desconfianzas entre los estados, que se atribuyen la génesis del virus mutuamente, no van a desaparecer, el miedo al otro y a los gérmenes no van a desaparecer, la tendencia a amonestar al otro no va a desaparecer y alguna gente no va a poder volver a sus trabajos porque estos si habrán desaparecido.
El ser humano cuando se ve sobrepasado por las circunstancias tiende a aumentar las medidas de control. Francis Bacon, el filósofo, decía ya en el siglo dieciocho que "la naturaleza (y el virus forma parte de ella), ha de ser acosada en sus vagabundeos..., sometida y obligada a servir....esclavizada. Torturada hasta arrancarle sus secretos".
La ciencia y su metodología sirven a este propósito; someter a la naturaleza, introducirla en nuestros esquemas rígidos para hacer predicciones y protegernos de ella. Para anularla. Pero la naturaleza, como bien sabían los románticos, siempre vence, porque ella siempre encuentra grietas.
Y tenemos que contar con la posibilidad, decía ayer Ignatius Farray, de que mientras estamos todos concentrados mirando a un
lado, el peligro nos adelante por la derecha. Si fuesemos capaces de aprender de la historia sabriamos que si bien la naturaleza es peligrosa para el hombre, el hombre no lo es menos y en
masacres humanas llevamos ventaja.
En su búsqueda del tiempo perdido, Proust fantaseaba con idea de levantarse un día y constatar que, por arte de magia, se hubiese producido un intercambio de información de modo que, en el periódico que leemos concienzudamente todos los días, apareciesen de repente Los pensée de Balzac desplazando la actualidad a ese volumen polvoriento que guardamos en la biblioteca y que -con suerte- ojeamos una vez cada diez años.
Para aquellos que piensen que no nos falta, sino que nos sobra, información les propongo desconectar un rato, sin dejar de reflexionar sobre lo que está ocurriendo. Para ello propongo tres libros que no solo no han pasado de moda -como sí lo harán la mayoría de las cosas que leemos estos días- sino que nunca lo harán. Y es que los humanos hemos ido cambiado de motivaciones, pero en esencia hemos permanecido los mismos. Y por ello puede resultar más interesante profundizar en patrones invariables, que intentar encontrar resuestas en la temática del momento, pues esta es, en el fondo, intercambiable.
El hombre sin atributos, de Robert Musil
Escrito en los prolegómenos de la segunda guerra mundial, Musil se proponía analizar los factores que acabaron eclosionando en la primera guerra mundial, una guerra que muchos saludaron y aplaudieron como posibilidad de mejorar el mundo. Para ello se sirve del análisis psicológico-matemático de una serie de personajes, las relaciones que estos mantienen entre si y como estas se van desarrollando.
El mensaje de Musil: "El mundo no mejorará mientras no hay amantes felices".
La Peste, Albert Camus
Lo interesante de este libro no es la epidemia, en realidad un subterfugio, sino de nuevo el análisis de una serie de personajes, representantes de la humanidad entera, en situación límite. Camus sabía que únicamente bajo ciertas condiciones podemos conocer a las personas, que en el día a día tenemos la costumbre de escondernos tras escogidas palabras y cuidadas apariencias.
Muerte y alteridad, Byun Chul Han
Según Han el hombre teme a lo distinto. Al Otro. Somos incapaces de tolerar la alteridad e intentamos por todos los medios mantenerla controlada o fuera de nuestro alcance. La muerte representa al Otro por excelencia y es por ello que nos provoca tanto pavor. Según Han, "ante la inminencia de la muerte se puede despertar un yo heróico, en el que el yo deja paso al otro y así se promete la supervivencia". Pero nuestro instinto de autoconservación puede llegar al paroxismo "descontrolandose salvajemente" y acabar transformado en fuerza autodestructora.