En 1845 el médico de Frankfurt Heinrich Hoffmann describió en su algo macabro libro "Der Struwwelpeter"- que es una especie de manual de educación en verso e ilustrado- algunas conductas típicas de niños con problemas de atención e hiperactividad. Felipe-el-agitado (Zappel-Philipp) y Juan-mira-al cielo (Hanns Guck-in-die-Luft), hiperactivo uno y soñador el otro, son en Alemania personajes míticos.
Hoffmann entendía estos trastornos como consecuencia de una educación insuficiente y no como trastornos psíquicos.
En 1902 el pediatra George Frederic Still describió el cuadro clínico por primera vez bajo el aspecto de enfermedad y además postuló que no era consecuencia de condiciones sociales adversas o educación insuficiente sino que se trataba de un trastorno neurobiológico.
Huelga decir que ni entonces ni ahora existe una base neurobiológica que explique el trastorno y que, de existir, estamos muy alejados de saber que fue antes, si el huevo o la gallina.
Recuerdo que cuando estudiaba la carrera de psicología cursaba una especie de dogma que decía que la mayoría de los trastornos psíquicos remitían con la edad.
Poco a poco este dogma se ha ido poniendo en entredicho y hoy, aunque sigue teniendo seguidores, nos hemos dado cuenta de que, por regla general, desgraciadamente esto no es así.
Al contrario, yo me atrevería a decir que los trastornos psíquicos -o la tristeza-, como los físicos, aumentan con la edad, ya que nuestra salud va deteriorándose, nuestra fuerza decrece, las pérdidas se suceden, etc.
Lógico pero, cómo decía un escritor conocido, la naturaleza parece empeñada en desviar nuestra mirada e intentar confundirnos respecto a las cosas más sencillas.
En niños he observado una capacidad de afrontar adversidades que supera sorprendentemente la de los adultos. Digo sorprendentemente porque los niños no cuentan con muchos de los recursos que tiene un adulto.
Puede que sea su frescura la que les proteja, quizás una confianza nata en que todo se arreglará, o puede que todavía no haya llegado la gota que colmará el vaso.
No debiéramos dejarnos engañar por esta, voy a llamarla pseudoresilencia, pues, en aquellos que lo son a pesar de las calamidades que les toca vivir, esta no suele ser más que una fase de latencia. Una latencia que dajará paso en la pubertad o en la temprana edad adulta a la tristeza, los miedos, la baja autoestima y demás problemas de los que adolece la psique.
Según las estadisticas el porcentaje de niños con trastornos psíquicos es más o menos el ismo que el de adultos, un 20% (datos alemanes).
Pero ocurre que los trastornos psíquicos evolucionan y lo que en la infancia aparece como una conducta inadaptada, en la pubertad puede ser un trastorno alimenticio, en la edad adulta un trastorno de personalidad, y en la vejez un suicidio o una depresión.
Si consideramos el carácter apelativo de los trastornos psíquicos esta progresión es lógica; la llamada de socorro se va apagando con el tiempo. En niños aún es muy efectiva -por molesta- y en los ancianos es ya casi imperceptible. Resignación, mutismo, abatimiento y amargura son cuadros frecuentes en esta edad.
Es decir, llega un momento en el que el trastorno psíquico pierde la función que haya podido tener y se convierte simplemente en una carga difícil de sobrellevar.
Los humanos estamos empeñados en deshacernos del pasado.
Nos interesa lo moderno, lo actual, lo que está de moda.
Y actualmente están de moda algunos trastornos, como el déficit de atención en niños, y últimamente también en adultos.
Y también está de moda sacar los trastornos psíquicos de contexto y entenderlos como desequilibrios neurobiológicos.
Y si antes estaba de moda la depresión y se decía que había que estar alerta pues los niños con depresión muestran síntomas distintos a los de los adultos, por ejemplo, problemas de atención, irritabilidad y trastornos de conducta, hoy en día estos síntomas han sido agrupados bajo la rúbrica de "déficit de atención" y se ha creado una nueva enfermedad.
Así, lo que antes era un síntoma bastante común a casi todos los diagnósticos (problemas de atención y concentración), hoy en día tiene un lugar privilegiado en las biblias diagnósticas DSM-5 y CIE-10 (pronto 11).
Y ahí aparecen las empresas farmacéuticas que casualmente tienen la solución, es decir, la droga efectiva- al menos a corto plazo y sobre todo desde el punto de vista de los adultos- de turno.
En EEUU, donde los lobbies son mucho más fuertes, las farmacéuticas pueden dirigirse directamente al usuario a la hora de promocionar sus medicamentos. Luego éste le relatará su trastorno -con solución incluida- al médico de cabecera, que bajo la presión del paciente, de las farmacéuticas o por convicción propia, le proporcionará la receta.
Y si antes se decía que esta conducta en niños -irritabilidad, problemas de concentración o conducta oposicional- premonizaban la depresión en adultos, ahora le hemos dado la vuelta a la tortilla -gracias en parte a las farmacéuticas- y nos hemos dado cuenta de que todos esos síntomas que hoy identificamos como bulimia, el ansiedad, depresión o falta de autoestima puede que no sean más que la consecuencia de un déficit de atención no tratado adecuadamente en la infancia.
Ay... ¡no haberlo sabido antes!, dirán algunos con pesar. Aunque tambien podríamos pensar que de buena nos hemos librado.
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