Escuela de padres

Jose Antonio Marina, un conocido filósofo y ensayista español se ha embarcado en un interesante y, al parecer, exitoso proyecto: la escuela de padres.

En Alemania existen proyectos parecidos, el más conocido de ellos se llama "padres fuertes, hijos fuertes" y promete, no sólo un aumento en las competencias educativas a padres y abuelos, sino también un aumento de la satisfacción y levedad en la educación de nuestros hijos.

 

La escuela de padres está de moda.

 

El problema de estos cursos -y en general de todo enfoque pedagógico- es que la mayoría de las veces no consiguen penetrar la barrera que existe entre aquello que sabemos y aquello que hacemos.

 

Si estas dos cosas fuesen equivalentes entonces los psicólogos, pedagogos, educadores e incluso los neurocientíficos serían automáticamente mejores padres. Que esto no es así lo habrán podido observar quizás ustedes si tienen amigos que se dediquen a alguna de estas profesiones; no suelen ser ni mejores ni peores padres que el resto de los mortales. (Pues ya lo dice el refrán: "Haz lo que yo digo, no lo que yo hago".)

 

¿Qué mueve a los padres a matricularse en estos cursos? ¿aspiran a convertirse en superpadres, con diploma y conocimiento que poder ir esparciendo por los parques infantiles entre padres sin diploma, es decir, aspiran a formar parte de una élite?, ¿pretenden -como es tendencia - hacer de sus hijos niños superdotados y exitosos, es decir que sus hijos formen parte de una élite?. 

¿O les mueve verdaderamente una motivación altruista dirigida a mejorar la calidad de vida de sus hijos?.

 

Una educación sin errores no es posible, como no lo es una vida sin errores, y toda pretensión de perfección esta condenada de antemano al fracaso o a la frustración. Esto me imagino que será una de las primeras lecciones que se den en estos cursos.

 

Además hoy se sabe que no es la falta de información la que lleva a los padres a cometer errores en la educación de los hijos.

 

De hecho son los factores menos conscientes y más automatizados los que determinan nuestra conducta como padres. Y será esta conducta lo que el día de mañana nuestros hijos nos echen en cara o nos agradezcan y la que formará su personalidad.

 

 

Y es que a los hijos les enseñamos por medio de dos mecanismos: 

  • el verbal, lo que decimos, los famosos sermones y
  • el conductual o procedimental, lo que hacemos, el ejemplo.

De estos dos mecanismos el más potente y directo es el segundo.  Además cuanto más se contradiga la información que les transmitimos por medio de estos dos canales, más discordancia habrá entre aquello que nuestros hijos aprendan a decir y aquello que aprendan a hacer.

 

El saber verbal, por ser más consciente es más fácil de modificar, llegado un momento podrán elegir si quieren sermonear a sus hijos como fueron sermoneados o prefieren cambiar el discurso.  Sin embargo de aquello que hemos aprendido a través del ejemplo no nos podremos, por el contrario, desprender tan facilmente - como de los malos vicios.

 

El ejemplo más paradigmático es la conducta de fumar. Un padre o madre que fuma y dice a su hijo que no lo haga le está transmitiendo información contradictoria.

 

Y como siempre, es importante subrayar que los hijos tampoco harán automaticamente aquello que nosotros hagamos, entre otras muchas cosas por el simple hecho de que los padres son dos y se comportan de modo diferente (y además están los hermanos, los profesores, los amigos y los grados de libertad personales, que no los quiero discutir, aunque son mucho más pequeños de lo que solemos creer).

En terminos neuropsicológicos, esto se explica por el hecho de que  a la memoria procedimental - la conducta- y la memoria explícita o semántica - el saber acumulado, los sermones- las subyacen diferentes circuitos neuronales que funcionan con relativa independencia.

Para ilustrar esto sirva de ejemplo el paciente H.M, un paciente en el cual se ha estudiado el mecanismo de la memoria durante décadas sometiéndolo a todo tipo de pruebas neuropsicológicas.

H.M. era un hombre al que se le extirparon ambos hipocampos para tratarle una epilepsia farmacoresistente. Después de la operación H.M. fue incapaz de formar nuevos recuerdos, sin embargo su memoria procedimental, el aprendizaje de tareas nuevas, siguió funcionando normalmente.

Es decir, H.M. era potencialmente educable, pero no con sermones.

 En resumen se podría decir que la mejor manera de ayudar a nuestros hijos es intentar entendernos -reeducarnos- a nosotros mismos, dirigir la atención a nuestro comportamiento; qué hacemos y porqué lo hacemos.

 

Hay una escena en la película "La grande Bellezza" (Paolo Sorrentino) en la que el protagonista- a modo de espejo cruel- replica a una madre de la Jet Set italiana que se vanagloria de sus esfuerzos por ser madre y mujer, que deje de autoengañarse, pues ella está tan ocupada en organizar actividades (a veces incluso para sus hijos) que estos prácticamente no la ven en todo el día.

 

 Así que mi receta:

  • pasemos tiempo con ellos,
  • sirvámosles de ejemplo,
  • modifiquemos primero en nosotros aquello que no queramos que ellos hagan,
  • aceptemos que siempre vamos a cometer errores y sobre todo
  • no intentemos resolver nuestros propios conflictos, ni llegar a donde no hemos podido llegar nosotros, a través de ellos.

 

Y si nos queda tiempo aprendamos la teoría.


Escribir comentario

Comentarios: 1
  • #1

    Luis Antonio (viernes, 11 octubre 2013 10:49)

    Me gusta mucho esta entrada. En el caso concreto del "Fumar" añado que no solo se le está dando una información contradictoria al infante. Con la publicidad explícita que ostentan los paquetes de tabaco, el padre o la madre fumador le están diciendo a su hijo que, además, les da igual morirse.....cargándoles así de una angustia profunda y silenciosa.