La atención es una función cerebral básica y su adecuado funcionamiento es requisito fundamental para que las demás capacidades cognitivas (memoria, capacidades visuo-espaciales etc...) puedan desarrollarse adecuadamente.
Intensidad y selectividad son, según la neurpsicología actual, las dos características que la definen.
La intensidad de la atención se refiere a la capacidad de un individuo para concentrarse durante un tiempo determinado en una tarea concreta. La selectividad se refiere a la facultad de atender selectivamente a estímulos relevantes e ignorar los que no lo son.
Esta última cualidad de la atención, un filtro que evita que seamos abrumados por un mundo repleto de estímulos irrelevantes, puede jugarnos malas pasadas.
Hay un experimento curiosísimo sobre atención selectiva que es ya un clásico de la psicología. Me abstengo de explicarlo por si alguien no lo conoce y prefiere realizarlo.
Clique aquí: atención selectiva.
A no ser que pertenezcas al bajísismo porcentaje de la población que contesta afirmativamente a la pregunta final, al realizarlo, uno se sorprenderá de la capacidad de ignorar estímulos irrelevante que tiene nuestro cerebro.
No percibimos el mundo tal y como es, sino como nuestros sentidos -condicionados por nuestras expectativas y experiencias personales- nos lo trasmiten. Aquello que no suscita nuestro interés, no conocemos o simplemente no esperamos muchas veces ni siquiera lo percibimos.
Un sistémico diría que hay tantos puntos de vista como observadores. Rilke -el poeta alemán- se preguntaba cuanto tiempo deberíamos vivir para ser capaces de valorar y sorprendernos adecuadamente ante la riqueza del mundo.
A lo largo de la vida y a partir de nuestras experiencias uno va formandose una idea más o menos coherente y estable de su propia personalidad. Para ello iremos adornadolo y despojándolo de atributos. Este "autoconcepto" está muy influido por cómo nos ve la gente que nos rodea, es un concepto social.
Los niños son esponjas que absorven lo que oyen. Este interés se acentua cuado los comentarios van referidos a su propia persona. Seguramente a muchos de nosotros no nos es ajena la experiencia de oir a nuestra familia repetir como un mantra lo ...que es uno, lo diferente de su hermano en..., lo parecido a su padre en...
No es raro que acabemos creyéndonoslo y adoptando estas cualidades.
Esto que en principio es algo positivo, pues es síntoma de que nuestro entorno nos percibe, que despertamos interés en la gente que nos rodea, puede acabar restringiendo nuestro desarrollo psicológico por esa tendencia tan humana a pensar de forma dicotómica.
Así, llegado un momento, nos consideraremos introvertidos o extravertido, valientes o cobardes, fuertes o débiles, dependientes o independientes y este esquema nos dificultará constatar que hay situaciones en las que nos comportamos de forma contraria a como somos. A veces incluso nos percataremos pero lo valoraremos como algo puntual, accidental y no integraremos esta cualidad en nuestro autoconcepto (al estar ya ocupado su lugar por la contraria). Otras veces actuaremos de forma robótica como pensamos que el resto de la gente espera de nosotros.
Al aferrarnos a una cualidad acabaremos reduciendo nuestra capacidad de acción y reacción.
El enfoque sistémico narrativo, y en general todas las formas de terapia que ahondan en la historia personal del paciente, tratan de ampliar o desviar -flexibilizar- su atención selectiva.
Quizás uno siempre (se) ha narrado su propia historia de determinada manera y se ha atribuido ciertas cualidades (y otras no).
A un interlocutor, en este caso un psicólogo, le llamarán la atención aquellos aspectos a los que la persona no ha prestado atención -los llamados puntos ciegos- o que este minusvaloriza o realza sistemáticamente.
Con ayuda del psicólogo el paciente podrá volver a contarse su propia historia desviando el foco de atención.
Y si esta nueva narración toca su fibra sensible -esto es un requisito imprescindible- se le abrirá un mundo nuevo, hasta entonces oculto, y con ello nuevas posibilidades de acción.
Pero ojo! estas cualidades recién descubiertas están, por decirlo de alguna manera, en pañales y deberemos practicarlas si queremos que lleguen a formar parte de nuestro repertorio.
Tambien la personalidad requiere practica.
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Ramón (lunes, 13 enero 2014 15:10)
Me parece enriquecedor, porque advierte sobre las posibilidades que podemos incorporar atendiendo a los rasgos de personalidad a los que no hemos atendido.
Yo propondría como ejercicio práctico y simple jugar a la "ventana de Johari". Accesible en Internet.