Ulises en el mástil

Ulises atado al mástil es una buena metáfora para describir la situación del hombre moderno.

 

El canto de las sirenas suena cada vez más fuerte y, al contrario que Ulises, el hombre moderno no quiere darse cuenta de que está encadenado.

Y es que esa es la letania que las sirenas entonan con más fuerza: si quieres puedes. No hay cadenas.

 

Y el hombre moderno lo intenta y vuelve a intentar y no acaba de entender porque fracasa repetidamente.

 

Pues todos fracasamos de alguna manera.

 

El otro día leí una entrevista a un conocido epidemiólogo en la que afirmaba que el 38% de las personas sufren actualmente de alguna enfermedad psíquica.

 

 

 

¿A qué se debe este incremento?, podría preguntarse uno. ¿No vivimos ahora mejor que nunca?

 

No es que haya habido un incremento, pero si es cierto que en el pasado reciente no se hubiese calificado de trastornada a más de un tercio de la población.

 

En parte este incremento tiene una explicación banal. Antes no pensábamos en esos términos; si no existen etiquetas ni epidemiólogos, tampoco existen los trastornos, al menos no oficialmente. No como materia de reflexión sociológica.

 

 

A los psicólogos, siguiendo la tradición de la medicina, nos hacen creer que un buen diagnóstico es el principio de todo.

 

Así por ejemplo, se supone que el hecho de saber que una depresión es una enfermedad tiene que suponer un alivio para el afectado.

 

Mi experiencia me esta enseñando que lo contrario es lo que suele ocurrir. Y que, aunque hay un primer momento en el que efectivamente puede ser un alivio, este efecto es efímero. Y si no me ofrecen un tratamiento efectivo este saber no me servirá de nada. (Más que la ganancia primaria de enfermedad, como la llamaba Freud).

 

Y, si es que alguna vez fue así, hace tiempo que el hecho de existir una terapia adecuada y efectiva dejó de ser un criterio para considerar un estado mental como una enfermedad. Y a pesar de que para muchos de los trastornos actuales no existe de momento ningún remedio, muchos médicos insiten en la importancia de un diagnóstico temprano.

 

Tomemos la enfermedad de Alzheimer, por ejemplo. En DSM-5 existe ahora el diagnóstico “Mild neurocognitive disorder”, al que se supone precursor del Alzheimer, a pesar de que ni existe tratamiento ni está demostrado que este sea un estadio previo al Alzheimer. Es decir; la mayoría de la gente a la que sediagnostique de MCD no llegará nunca a desarrollar la enfermedad de Alzheimer, de forma que este saber, en el mejor de los casos es un saber prescindible.

 

 

Pero juicios de utilidad aparte, al existir las denominacionen  se incrementan los afectados: que existan los diagnósticos explica en gran parte la inflación de los trastornos psíquicos.

 

 

 

 

Pero aun hay otro motivo que explica nuestro plus de sufrimiento posmoderno y es el mísmo canto de las sirenas.

 

El ser humano es un ser social cuyo autoconcepto se va formando a partir de la interacción y comparación con el resto de seres que lo rodean. Y no es lo mismo compararse con una vecina de carne y hueso que con una imagen de fotoshop.

O con una persona que gana cincuenta veces más que uno mismo.

 

Hoy en día tomos somos conscientes de que hay otro nivel de felicidad al que parece que por mucho que lo intentemos no llegamos. Esto es lo que sugieren muchos libros de autoayuda.

 

Este es el canto de las sirenas.

 

 

Y last by not least; nos sugieren que no existen las cadenas.

 

 

Pero las cadenas existen, son inherentes al ser humano y si hay algo que no existe es eso que proclaman las sirenas. Eso es lo irreal.

 

La última pelicula de Scorsese nos muestra la cara oculta de la moneda. Eso de lo que Ulises, a diferencia de nosotros, ya era consciente.

Los psicólogos no podemos caer en la trampa de aliarnos con las sirenas exacerbando el abismo entre la vida del paciente y su ideal.

 

Debemos evitar activamente esta alianza.

 

Peter Sloterdik, el filósofo alemán, propone en su libro:"Has de cambiar tu vida" un nuevo hombre, o más bien una vuelta a los orígenes: el hombre como ser que practica, como ser que, a través de sus ejercicios, se produce y se transciende a sí mismo. El hombre como artesano.

 

O en palabras de Albert Camus: "Uno debería imaginar a Sísifo como hombre feliz".