Pausa
una pausa
contemplarse a sí mismo
sin la fruición cotidiana
examinar el pasado
rubro por rubro
etapa por etapa
baldosa por baldosa
y no llorarse las mentiras
sino cantarse las verdades.
El otro día camino al trabajo me sobraba media hora e hice una pausa en Mmaah, un imbiss coreano que hay cerca del aeropuerto de Tempelhof.
Mientras esperaba mi comida me pedí un té y me senté fuera.
Había llovido y la luz tenia ese tinte particular que al iluminar los objetos cotidianos les confiere una cualidad distinta y es casi como si fuesemos capaces de ver la vida a través de otros ojos.
Unos ojos más puros.
El té tenia un sabor dulce y picante a la vez y de pronto mi cerebro hizo clic y entre en un momento perfecto.
El concepto de momento perfecto lo incorporé a mi vida desde que leí "La Nausea". Anni, la protagonista femenina con la que me gustaba identificarme durante mis años de estudiante, hablaba de ellos y a mi me fascinó la idea.
En el libro ella no acaba de explicar qué es un momento perfecto, dice que aparecen en lo que ella llama las situaciones privilegiadas.
Para Anni estas situaciones y estos momentos no tenian que ver necesariamente con la felicidad. Más bien con la sensación de transcendencia y unidad con algo y tambien de control, pues estos y aquellas eran muy susceptibles de estropearse si álguien externo se comportaba como no debía.
Mis momentos perfectos si tiene mucho que ver con la felicidad.
En un momento perfecto uno tiene la sensación de transcender, son como inyecciones intravenosas de ganas de vivir, cuyo efecto es de duración variable.
O quizá simplemente sean una pausa en la rutina.
Iba a aventurar una definición pero se me ha ocurrido que existe una que no es superable; "en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba?"
M. Proust. "En busca del tiempo perdido"
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