"La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo".
Dylan Thomas
Hace unos años hubo en Berlín una exposición en la Neue National Galerie sobre la Melancolia. En el prólogo al catálogo se puede leer una reflexión interesante sobre la fenomenología de la melancolia.
¿Qué es la melancolia?, se pregunta el autor.
Una esperanza -contesta- que siempre resurge y siempre es decepcionada, una esperanza que no es un verdadero anhelo de la "vida auténtica" sino más bien la falta de aspiración a una vida autónoma. El melancólico sabe dónde y de qué manera querría vivir pero esta certeza es espejismo; una Idea platónica de como debería ser la vida, no la vida real.
Reconocer que corre tras un sueño inalcanzable por irreal obligaría al melancólico a volver atrás, a su vida anterior, volver a retomar los hilos, esta vez sin coartada, lo cual comprensiblemene no es una alternativa muy atractiva. La Ilusión que éste imagina y por la que tan atraido se siente es infinitamente mejor que ese desorden existencial al que tendría que regresar. Y....siendo esto así, ¿por qué no seguir soñando?, se pregunta el melancólico. ¿Por qué pagar tan alto -y doble- precio, el de dejar caer un sueño y el de regresar al caos de la propia existencia?.
Meláncolia, feliz infelicidad, existencial, oximoron existencial, la llama Yves Nonnefoy. El melancólico quiere y no quiere, y en ese dilema se deleita, amargamente, pero sin intención de resolverlo.
Melancolia, nostalgia de una patria que nunca se tuvo, de un Itaca del que nunca se partió y al cual no se puede regresar.
Freud decía que los melancólicos son aquellos que temen a la muerte, al paso del tiempo, quizás por esa lucidez inconsciente que les impide abandonarse completamente a ese sueño del que se alimentan, al ser demasiado conscientes de que este nunca llegará a realizarse. Melancolia; enfermedad que consiste en ver las cosas como son, decía alguien. Creo que fue Cioran el que dijo de ella que nunca nos deja solos; es nuestro yo vuelto para siempre cara a cara consigo mismo. Pessoa decia que la melancolia es un nada que duele.
Una amiga mia melancólica me decia que los de su estirpe se convierten en expertos en fingir o como decía Kertesz, " se trataba de una persona llamativa, alegre, agradable, divertida y sumamente ingeniosa, que era el uniforme que se ponía todas las mañanas".
La existencia melancólica, según Marek Bienczyk, es la del Palimpsesto; el melancolico pretende adherirse a algo ya existente, inscribirse en los margenes de algo que ya existe, de una existencia legitimada, necesita algo externo que lo sostenga por carecer de existencia por si mismo. Kierkegaard decía del melancólico que vive sumido en la desesperación por no ser otro y ser incapaz de ser uno mismo. Es camaleón que acumula fragmentos con los que va construyendo una frágil fachada.
Oliveiro Girondo, el protagonista de la película "El lado oscuro del corazón", incansable buscador de la mujer que sepa volar, es el melancólico ideal, sin intención de abandonar su estado, venciendo a la muerte constantemente con su hipertrofia de pasión, de sufrimiento, con su Leidenschaft.
Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda.
Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!
¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca.
En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio.
Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.
Oliveiro Girondo
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Yvonne (sábado, 02 agosto 2014 22:26)
Me encanta Oliverio Girondo
juan luis (miércoles, 06 agosto 2014 09:56)
Repito: 7ª acepción del verbo "sufrir", según la RAE