En su libro Fantasmagoria, Ramón Mayrata, nos cuenta que las aventuras de Don Quijote pueden leerse como "el desarrollo de un itinerario que se inicia en la creencia y conduce a la supresión de la credulidad".
Es el intento desesperado de un personaje, un tanto idealista, por re-encantar un mundo que había perdido parte de su misterio (y sentido) a consecuencia del proceso progresivo de racionalización de la sociedad, que se inició en el Renacimiento y ha avanzado desde entonces en caida libre sin fricciones.
La supresión de la creencia conduce directamente al desencanto, desencanto que en el caso de Alonso Quijano culmina en muerte por desilusión.
Una de las observaciones que les producen quebraderos de cabeza a los psiquiatras es que, con demasiada frecuencia, la supresión neuroléptica del delirio en el esquizofrénico acaba con la locura pero a costa de una melancolia existencial desde la cual la vida tiene pocos alicientes. Seguramente sea este el efecto secundario del fármaco que mejor explica la insumisión de muchos locos ante la medicación.
Y es que la ilusión, de la cual el delirio es su expresión más desesperada, es lo que dota de sentido a una vida que en sí no lo tiene.
Y el ser humano es, en el fondo, un inconformista y no se da por satisfecho con la seguridad prometida a cambio de nuestra verdad más íntima. No salen las cuentas. Es por ello que de vez en cuando necesita explotar, esto el loco lo sabe bien.
Necesitamos ser engañados y autoengañarnos. Necesitamos la mentira y la ilusión. Y cuando más tediosa sea nuestra vida más precisaremos de ella.
Mayrata nos habla de dos personajes que representaron una vez esa eterna lucha entre razón e irracionalidad. Dos archienemigos: mago uno, científico el otro, pragmático el mago, idealista el científico.
El científico había emprendido un peligroso viaje que, aunque aparentemente opuesto al del Quijote, era en el fondo el mismo.
Cual fuego prometeico, el científico quiso entregarle al hombre la verdad, desengañarle. Se propuso desenmascarar al mago, por deshonesto, confiando en que el hombre estaba preparado para recibir la verdad que le permitiría pensar por su cuenta. Creyó que éste había alcanzado la mayoría de edad y la esperaba con ansia.
El libro que escribió explicando los trucos del mago no tuvo muchos lectores pero, de naturaleza obstinada, no dudo en recurrir a artimañas menos sutiles.
Noble y triste personaje que pretendió dar al hombre unas gafas para ver y pensar por su cuenta que eran lo último que éste deseaba poseer.
Y es que ¿qué placer puede proporcionar el desencanto?
Ay...ue inocentes fuimos. Sin embargo hoy sí hemos alcanzado esa mayoría de edad. La ciencia y la razón han reemplazado, por fín!, a la irracionalidad, a la magia, a la religión.
Nada más lejos. Ha cambiado la forma, pero el fondo sigue siendo el mismo. Pues en nuestra sociedad secularizada la magia ES la ciencia.
El pragmático mago de ayer, es el científico de hoy.
Ese que nos deslumbra con su jerga inninteligible, sus promesas de un futuro mejor, de una vida eterna o al menos más larga, sus artilugios hipermodernos que nos permiten asomarnos a nuestras entrañas (aunque de momento no entendamos lo que vemos). Tenemos que ser pacientes (ese es su conjuro).
Esperar pacientemente a la proxima función.
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Ramón (domingo, 13 mayo 2018 12:32)
Tan interesante me parece el tema que me estoy terminando de leer los dos tomos con las ponencias sobre el Quijote y el pensamiento moderno. Hay ponencias que te resultaría interesante conocer, ya sea por ser más científicas que otras, más literárias, u otras, más elucubrativas. Yo voy subrayando los párrafos que más me van llamando la atención. Te recomendaría que ojearas los libros y creo que encontrarías cosas que te podrían interesar relacionadas con la reflexión que haces en este escrito. Recordarás lo de García Marquez sobre la Patafísica y lo de Borges sobre la biblioteca Alef.