"Y apareció gente que empezó a idear maneras de juntar a los hombres de nuevo, para que cada individuo, sin dejar de apreciarse a sí mismo más que a los demás, no pudiera frustrar a ningún otro, y para que todos pudieran vivir en armonia. Y se libraron guerras en nombre de semajante idea. Todas las partes beligerantes coincidían en creer que la ciencia, la sabiduría y el instinto de conservación acabarían por obligar a los hombres a unirse en una sociedad racional y armoniosa, así que, a fin de acelerar el proceso intermedio, "los sabios" se propusieron destruir con la máxima premura a "los ignorantes" y a quienes no supieran entender su idea, para que no obstacularizaran el triunfo de esta" F. Dostoievski
Etimologicamente una utopía es un no-lugar. El ser humano tiene la tendencia a vivir con un pie en alguna de ellas y otro en la realidad. A veces incluso con los dos en la utopía.
Tan importantes son para nosotros las utopías que llegamos a considerar la capacidad de soñarlas como nuestro más preciado atributo.
Nos gusta vernos como optimistas-utopistas.
¿Cómo no aspirar a una sociedad perfectamente armónica en la que las mujeres estén en los puestos de poder, los catalanes no tengan que ser españoles y los votantes de derechas puedan montar sin ser molestados sus belenes e ir a ver los toros?
Sería poco menos que capitular. ¿Y quién esta dispuesto a capitular?
Aquel que se niega a soñar con mundos mejores es considerado pesimista, derrotista y aguafiesta. Pareciera que al abandonar el pensamiento utópico nos situaríamos directamente a las puertas del infierno de Dante.
Y sin embargo, es de sobra conocido que muchos de los desastres históricos han sido consecuencia directa de sueños positivos y redentores (y contagiosos) o dicho de otro modo: "el infierno esta lleno de buenas intenciones".
Y es que en el mismo momento que comienza a fraguarse una utopía aparecen los "ignorantes" a los que tenemos que combatir o convencer, dependiendo de la prisa que tengamos por llegar al final y de los recursos con los que contemos.
Condenados a la utopía, por miedo a la desesperanza. Ese parece ser nuestro sino.
Pero la verdadera utopía, como decía Melville "no estan en ningún mapa. Los verdaderos lugares nunca lo están" o como dijo Ignatius poco antes de disolver la suya: Moderdonia es (siempre lo fue) un estado mental.
Aceptémoslo. Ni tenemos, a pesar de nuestros apendices tecnológicos, la capacidad mental para diseñar un mundo que contemple la inconmensurable complejidad humana ni somos lo suficientemente honestos como para aceptar nuestras miserias como propias y dejar de proyectarlas fuera.
Y como -al contrario que las utopías- los finales no se eligen, me veo terminando con mi cita favorita:
"Arreglate tú (y deja de dar lecciones), es lo mejor que puedes hacer por el mundo".
La frase es de Kierkegaard, el paréntesis mio.
Lo propongo como único propósito para el 2019.
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