En su búsqueda del tiempo perdido, Proust fantaseaba con idea de levantarse un día y constatar que, por arte de magia, se hubiese producido un intercambio de información de modo que, en el periódico que leemos concienzudamente todos los días, apareciesen de repente Los pensée de Balzac desplazando la actualidad a ese volumen polvoriento que guardamos en la biblioteca y que -con suerte- ojeamos una vez cada diez años.
Para aquellos que piensen que no nos falta, sino que nos sobra, información les propongo desconectar un rato, sin dejar de reflexionar sobre lo que está ocurriendo. Para ello propongo tres libros que no solo no han pasado de moda -como sí lo harán la mayoría de las cosas que leemos estos días- sino que nunca lo harán. Y es que los humanos hemos ido cambiado de motivaciones, pero en esencia hemos permanecido los mismos. Y por ello puede resultar más interesante profundizar en patrones invariables, que intentar encontrar resuestas en la temática del momento, pues esta es, en el fondo, intercambiable.
El hombre sin atributos, de Robert Musil
Escrito en los prolegómenos de la segunda guerra mundial, Musil se proponía analizar los factores que acabaron eclosionando en la primera guerra mundial, una guerra que muchos saludaron y aplaudieron como posibilidad de mejorar el mundo. Para ello se sirve del análisis psicológico-matemático de una serie de personajes, las relaciones que estos mantienen entre si y como estas se van desarrollando.
El mensaje de Musil: "El mundo no mejorará mientras no hay amantes felices".
La Peste, Albert Camus
Lo interesante de este libro no es la epidemia, en realidad un subterfugio, sino de nuevo el análisis de una serie de personajes, representantes de la humanidad entera, en situación límite. Camus sabía que únicamente bajo ciertas condiciones podemos conocer a las personas, que en el día a día tenemos la costumbre de escondernos tras escogidas palabras y cuidadas apariencias.
Muerte y alteridad, Byun Chul Han
Según Han el hombre teme a lo distinto. Al Otro. Somos incapaces de tolerar la alteridad e intentamos por todos los medios mantenerla controlada o fuera de nuestro alcance. La muerte representa al Otro por excelencia y es por ello que nos provoca tanto pavor. Según Han, "ante la inminencia de la muerte se puede despertar un yo heróico, en el que el yo deja paso al otro y así se promete la supervivencia". Pero nuestro instinto de autoconservación puede llegar al paroxismo "descontrolandose salvajemente" y acabar transformado en fuerza autodestructora.
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