Cerca de mi casa hay un campo de Bolley.
Por motivos obvios los jóvenes no han podido acercarse por allí y sorprendentemente esa tierra baldia se ha llenado de plantitas.
La naturaleza se abre paso. Uno de los mantras más repetidos durantes estos meses de encierro.
Esta actitud de regocijo, que facilmente podría confundirse con una creciente conciencia ecológica, no es nueva. A finales del SXVIII, siendo Alemania uno de sus principales representantes, surgió un movimiento artístico, como respuesta a la Ilustración y al clasicismo: el Romanticismo.
Los románticos se caracterizaban por la crítica a la omnipresente y opresiva razón en la cual los ilustrados había depositado el excedente de fe que les quedó cuando comenzaron a cuestionar el cristianismo.
Para los románticos, lo importante eran los sentimientos pues a diferencia de la razón, los sentimientos eran personales e individuales.
El romántico era un individualista que pretendía devolver al Yo la voz perdida, anulada ante tanta concordia y sentido común. Anteponia la fantasia, la nostalgia y la imperfección a los cánones de belleza y el sentido de la realidad de ilustrados y clásicos.
Y a pesar de su mala fama y su fatal percepción del futuro, el romántico era un vitalista.
A los pintores románticos les gustaba representar el triunfo de los sentimientos sobre la razón con imagenes de ruinas; al final la naturaleza terminaba recuperando el territorio supuestamente perdido.
El mensaje era: la obra del hombre es efímera, la de la naturaleza eterna.
La tendencia actual a colgar fotos, detrás de las cuales se atisba cierta dosis de „Schadenfreude“ otra palabra alemana, que significa, alegrarse de las desgracias ajenas (en este caso la desgracia del ser humano encerrado) se podría confundir con la actitud romántica. Pero hay una diferencia sustancial.
Y es que ahora estamos defendiendo el triunfo de la naturaleza como sí nosotros no fuesemos naturaleza. Los nuevos románticos han sacrificado ya al ser humano. Prefieren ver plantitas en el campo de Bolley que jóvenes jugando. De hecho, cuando ven jóvenes se indignan.
Pero es también un triunfo de la naturaleza -aunque mucho más modesto y controlado desde los drones- las personas saliendo a la calle después de dos meses de encierro.
Pero ese retorno asusta. Un ser humano no es tan inocuo como una planta.
Aunque pensándolo bien....quizás nos parezcamos más a los románticos de lo que podria parecer a primera vista.
Ellos coqueteaban con la muerte (una muerte que los ilustrados habían comenzado a ver seriamente amenazada por la razón).
Y probablemente detrás de esa fascinación que experimentamos al observar desde la ventana, a través de la pantallas de nuestros ordenadores y bien encerrados en nuestras casitas, como la naturaleza va ganando territorio se esconda algo así como un coqueteo con la muerte, pero la muerte total esta vez, la extinción del homo sapiens. Nuestro instito autodestructivo, el Thanatos, florece esta primavera.
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