En el centro de la ciudad de Berlín se erige un imponente edificio, emblema de lo que en el SXXI es nuestra nueva religión: la salud.
Nuestro malestar se ha adaptado a la modernidad y ahora buscamos la "redención", que antes recibiamos de los curas, en los médicos, que aquí en Alemania ya llevan el sobrenombre de Dioses de blanco.
A ellos acudimos regularmente a confesar nuestro malestar, confiando en que sus remedios nos absuelvan de nuestros males como antes lo hicieran los padresnuestros.
Platón ya lo decía: la obsesión con la salud es una enfermedad. Su precio inmediato es el sacrificio del placer, retrasándolo a un momento que nunca llegará, en aras de un bien que, por mucho que nos esforzemos, nunca alcanzaremos. Pues nadie sabe que es eso, la salud. Y se dice que es inversamente proporcional a la cantidad de diagnóstico a la que nos sometamos.
Sin embargo, hace tiempo que la doctrina de la salud se introdujo en nuestros hogares, y en nuestras mentes, y hemos interiorizado el credo que dice que no es suficiente con chequeos y controles y que, si queremos vivir más y más sanos, tenemos que ser responsables y coger las riendas del asunto; dejar los vicios y excesos (los nuevos pecados) y ser disciplinados.
Comer, por ejemplo, ha pasado de ser una necesidad (y un placer) a convertirse en medio para un fin.
La abundancia de alimentos pero sobre todo el exceso de datos, dudosos e inútiles en la mayoría de los casos, pero datos al fin y al cabo, nos han ido haciendo más "conscientes" y hoy dividimos los alimentos en categorías: saludables, grasos, prohibidos... Y casi al mismo ritmo al que aumentaba la información nutricional en los envases han ido proliferado las alergias y las intolerancias, los vegetarianos, veganos, ayunadores etc...
que hacen más necesario que nunca nuevos datos e informaciones.
Lo mismo ha ocurrido con el deporte. Lo que antes se practicaba por el placer de competir, en una sana sublimación de nuestos instintos más básicos, se ha transformado poco a poco en algo aburrido, pero obligatorio, que se practica en solitario con el mismo fin por el que hoy comemos quinoa pero un efecto más rápido y visible.
Atrás quedo el placer.
En las viejas religiones ya existieron periodos de sacrificio y abstinencia como la Cuaresma o el Ramadán pero estos, además de ser bastante menos hostiles, tenían la ventaja de que terminaban y la vida volvía a la normalidad. La cuarentena también terminará. Pero no volveremos a la normalidad sino a la "nueva normalidad". Una nueva normalidad en la que los muros entre personas nos permitirán, por fin, concentrarnos en nosotros mismos y seremos cada vez más sanos, más guapos, más longevos (o no) y más infelices.
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