Existe un prejuicio todavía muy arraigado en la sociedad que consiste en creer que la gente que va al psicólogo está más loca o es más débil.
Si hubiera una característica común de la gente que va a terapia es más bien la tendencia a la autocrítica. Pues la gente acude a terapia como antes acudía al confesionario; con disposición al mea culpa. Y esto a pesar (o precisamente por ello) de que la mayoría suele pertenecer a esa parte de la sociedad que estaba ya constantemente haciendo autocrítica. Una autocrítica que a menudo se parece peligrosamente a la autotortura.
Dicho esto habría que añadir que los seres humanos se parecen bastante más entre si de lo que les gustaría creer (aunque muchos crean que el psicólogo no va a ser capaz de entender su idiosincrasia) y las tecnologías (comenzando por el lenguaje) lo han ido uniformando aun más. Y tan poco originales como los humanos es su autocrítica que suele girar en torno a una misma temática: lo que la sociedad condena en ese momento.
Hoy a la gente le ha dado por condenar su EGO.
Cuando se les pregunta, qué es el ego ese que tanto odian, muchos no saben contestar.
No es, desde luego, el ego (el yo) de Freud, esa instancia que mediaba entre el superyo (la moral/conciencia) y el ello (nuestras necesidades más básicas) el que condenan.
Lo que hoy esta puesto en cuestión es un ego supuestamente egoista e idividualista, que está mucho más cerca del ello (las necesidades individuales).
Hoy se condena unanimemente a aquel que ose anteponer sus necesidades/deseos individuales a los de la „sociedad“. Esta pandemia nos ha dado numerosos ejemplos de lo que esto significa en la práctica, pero el fenómeno es mucho más antigüo y típico de todas las sociedades que se organizan.
Pues para que las sociedades funcionen es necesario que se acepte el poder de los que lo ostentan y, como he dicho antes, al ser los seres humanos tan parecidos unos a otros, podrían surgir peligrosas dudas de porqué unos pueden mandar y otros no.
Esta situación, injusta por definición, será más fácil aceptar si los que mandan consiguen provocar en los destinados a obedecer la sensación de estar endeudados o lo que es lo mismo; hacerlos sentir culpables. Apelar a la culpa que es una vieja e infalible estrategia, pues lo primero que desaparece cuando alguien se siente en deuda es la capacidad crítica (que pasa a ser sustituida por la autocrítica).
Hasta aquí todo encajaría a la perfección sino fuera por un pequeño matiz. Y es que la gente no solo acude a terapia para hacer autocrítica.
También les gustaría sentirse mejor y por algún motivo que no entienden, a pesar de ser buenos ciudadanos, no se sienten bien (precisamente la culpa les tortura).
No parecen haberse percatado de que, al censurar lo que ellos llaman su ego, han sacrificado algunas de sus necesidades individuales y el coste es sentirse mal.
Los males subjetivos pueden tomar diversos rostros aunque hay algunos clásicos como por ejemplo el síndrome del impostor (por lo que escondemos), la soledad (por lo que no compartimos), la sensación de humillación, falta de valia o autoestima (porque en el fondo sí percibimos la diferencia de poder) etc.......
Todo estos sentimientos son consecuencia de la censura del ego, que comenzó ya mucho antes de lo que solemos creer.
Sufrimos y si hay una
cosa que al ser humano le cuesta aceptar es el sufrimiento; cuantas veces los psicólogos habremos oido la frase “esto no deberia afectarme” para referirse a algo que si debería afectarme. Pero
claro si me afecta tendré que hacer algo y si no me afecta puedo permanecer pasivo.
Esta aparente contradicción de estar portandose muy bien y sufriendo mucho radica en el malentendido de confundir la eliminación del ego, es decir la sumisión a las necesidades de la sociedad y el bienestar. Para sentirme bien necesito una porción de ego (ello), sin ella podré ser un ciudadano cívico (valga la redundancia) y aceptado pero no me sentiré bien.
Otra confusión que fomenta la condena del ego es la equiparación del ego narcisista y el ego entendido como amor propio.
El narcisista es una persona extremadamente insegura que necesita una ratificación externa constante para sentirse reconocido, por eso se mira sin parar en su espejo, que hoy son las redes sociales (que mienten mucho mejor que el espejo).
El amor de si es algo completamente distinto.
Comienza por una sana aceptación de mis necesidades y sigue con la capacidad de comunicarselas al otro. Esto presupone el dominio de ciertas habilidades, como la capacidad de decir no y de enfrentarme a los conflictos que ello me puede reportar (pues mis necesidades a menudo chocan contra las de los demás).
Si no soy capaz de decirle no al mundo (que por definición es más poderoso que yo) mis necesidades quedarán frustradas y yo me sentiré mal. Y tenderé a evitar en la medida de lo posible el contacto con el otro al que percibiré, desde mi impotencia, como coartador de mis necesidades.
Este fenómeno ha quedado muy visible en la pandemia; alguna gente incapaz de lidiar con el conflicto, viendose liberada de la necesidad de tener contacto con el otro se ha sentido mejor y ha tenido sentimientos muy ambivalentes a la vuelta a la normalidad.
Y es que para que el contacto con el otro sea satisfactorio es necesario saber lidar con los conflictos que el contacto social siempre implica. Paradójicamente para poder conectar con el
otro tengo que saber ponerle limites, los límites que empiezan allí donde terminan sus derechos y empiezan los mios (no somos martires).
Esos límites que la sociedad devalua cuando condena el ego.
A cambio hoy se nos propone el social distancing que es otra manera de ponerle limites al otro mucho más radical y conveniente al poder pues, al aislarnos unos de otros, fomenta el miedo, la desconfianza y la aceptación del poder que nos protege.
Y con ello la acatación sumisa de cualquier medida.
En un arrebato de arrogancia inducida hemos confundido el ego de la sociedad, este si muy poderoso, con nuestro ego individual, totalmente inocuo en solitario. Y hemos
entregado nuestra pequeña porción de poder para que desde las alturas se nos siga protegiendo.
Por nuestro bien.
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Blanca Rull (martes, 07 julio 2020 17:12)
Así es. Muy bien explicado Georgina, qué bien se te entiende.