Según la social brain hypothesis en algún momento de la evolución nuestros ancestros los monos comenzaron a tener "demasiados amigos" (relaciones sociales) para su capacidad cerebral. Por suerte todavía había espacio y flexibilidad dentro del craneo, además de no haber alternativa (aun no se había inventado el plástico ni descubierto el coltan), de modo que el cerebro se hipertrofió desarrollando esa protuberancia que hoy conocemos como lóbulo frontal. Nuestro primer smartphone
El lóbulo frontal es el ejecutivo de nuestro cerebro y, a pesar de que ya se sabe que hay otras regiones cerebrales mucho más importantes para la supervivencia, mucho mejor organizadas y bastante menos susceptibles a todo tipo de interferencias, es la parte de la que los neurocientíficos están más orgullosos. Pues con el cerebro ocurre como con las personas; admiramos lo que mejor se vende y esto es algo que el lóbulo frontal hace como nadie, no en vano alberga el lenguaje.
Y como no nos gusta nada que nos relacionen con el resto de especies, vemos en el lóbulo frontal y en sus funciones ese detalle importante que nos hace especiales, mejores.
Es curioso que cuando hablamos de tecnología tendamos siempre a exagerar sus ventajas e ignorar sus inconvenientes.
Y ello a pesar de que son obvios; los inconvenientes de la hipertrofia del cerebro (recordemos que el lóbulo frontal es el precursor de la tecnología) los hemos sufrido todas las madres al parir: el craneo humano ya apenas puede salir al mundo por el agujero que le corresponde (que por algún motivo no se ha ensanchado a la misma velocidad). Como tarde en ese momento las mujeres renunciariamos a todo progreso y evolución.
La cuestión es que llegó un momento en el que ya teniamos tantos amigos y tanta información (la mayor parte de ella irrelevante) que nuestro lóbulo frontal ya no podía gestionarlo y entonces apareció el ordenador que luego derivó en smartphone, pues todos creimos que teniamos preciosa información que guardar. El smartphone es nuestro nuevo órgano de los sentidos y en él el intentamos delegar lo máximo posible.
A esta delegación de funciones la consideramos avanzar y nadie parece acordarse de lo que hemos perdido, sacrificado en el camino. Pero es ley de vida; lo que no se usa se atrofia.
Imaginamos la vida sin smatphone como una vida de renuncias, no como una vida cualitativamente distinta. Por ejemplo como una vida sin interrupciones constantes. Una vida en la que no teniamos que saber tantas cosas de nuestros amigos. En la que nuestro corazón latía sin que tuviesemos que estar pendientes de él. En la que no importaba si andabamos 10.000 pasos o sólo 9.999.
Una vida distinta.
La pandemia 2020, por ejemplo, no hubiese tenido las repercusiones que esta teniendo sin tecnología. El miedo no se hubiese expandido a esa velocidad. Las figuras retóricas virtuales, por ejemplo el tan conjurado irresponsable, no existirían porque quizás todos seriamos un poco más conscientes de que cuando la ley lo prohibe todo en algún momento todos nos vemos obligados a ser irresponsables.
Es imposible ya un mundo sin tecnología. Pero la tecnología no es una fatalidad y es posible encontrar una relación con ella que no sea de esclavitud y subordinación. Pero para ello tendríamos que recorar lo que perdimos. Y la memoria es una de las funciones que estamos sacrificando.
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