Que la realidad supera a la ficción es un lugar común que todos conocemos pero que, inmersos como estamos en nuestras rutinas cotidianas, todos parecemos querer olvidar. Esta falta de atención, quizás necesaria para vivir tranquilos, nos impide percatamos de los constantes excesos de la vida, los desvarios diarios de la curva de la normalidad, las situaciones aventurescas en las que día tras día nos vemos inmersos.
De este modo podemos vivir tranquilos, a menudo demasiado tranquilos.
Puede que sea esta misma tranquilidad la que nos motiva a abandonar la gemütlichkeit del hogar y salir desesperadamente en busca de una sala de cine. Esa sensación de no tener suficiente con nuestra vida, de querer más.
Aunque presa de este embrujo, me decanto a pensar que más que ante una realidad estamos ante un problema de percepción. Recordemos a Kafka o Pessoa, con vidas supuestamente monótonas pero cuyas plumas nos trasladan a mundos fantásticos (y basados en hechos reales).
Una suerte que exista el cine. En uno de estos improvisados cineforums berlineses ayer tuvimos ocasión de ver la película del director sueco Ruben Östlund "The Square".
The Square es un retrato sobre la vida y el ser humano moderno. Un retrato descarnado a través de los avatares del comisario de arte Christian que, durante dos horas y media, se verá confrontado con una serie de conflictos morales, con los cuales todos podemos identificarnos.
Como buen artísta Öslund nos pone un espejo y nos pregunta si aceptamos mirarnos en él.
La vida como farsa, el ser humano como gran postureador y la confianza como forma de continuar la mentira, tan frágil como necesaria.
La impostura; esa eterna e inflacionaria necesidad del ser humano de aparentar lo que no es. Ese aferrarse a sus míseros logros laureándolos con ridículos discursos. Esa incapacidad que tenemos de estar a la altura de nuestros ideales, de comportarnos acorde a nuestros propios principios.
Y la farsa, que consiste en justificar todas estas performance nuestras y hacer como si nos creyesemos nuestras propias justificaciones. Fingir que confiamos en el prójimo; en The Square, como en la carta de las naciones unidas, todos tenemos los mismos derechos y obligaciones. Seguiremos fingiendo confianza para que la fiesta (o el horror, depende del momento histórico) pueda seguir.
No contento con ponernos un espejo, en la escena cumbre de la película, Öslund se regodea con nuestra incapacidad de mirarnos en él. Pues ese es precisamente el gran drama del ser humano.
El gran problema del ser humano no es ni la violencia, ni la injustica (estos son meros efectos secundarios) como tendemos a pensar, el gran problema del ser humano es su incapacidad para aceptarse a sí mismo.
Negamos nuestra sombra. Jung decía que todo lo que tiene un lado claro tiene también un lado oscuro. Y cuanto más brille el primero, más turbio será el segundo. Pero no queremos admitir esto así que rechazamos de forma visceral y desesperada nuestro lado oscuro, el más animal. Y el individuo que ose comportarse como un animal será aniquilado por la multitud con violencia, pero de la buena, y buenas ostias, como diría Brech.
Esa es la tragedia humana; que por mucho que nos esforcemos en negar o esconder, con bellas palabras, ideologías o bonitos vestidos, nuestro lado oscuro, éste siempre retornará, vengándose de nuestro rechazo.
En The Square no hay buenos. Hasta los mendigos desempeñan su rol, que parece consistir en hacernos sentir incómodos.
Terminó la película, comenzó el debate y en medio de las disquisiciones sobre nuestra reprobable inhumanidad con los sin techo, la realidad le hizo un guiño a la ficción y por la puerta del cine apareció, triunfal, un mendigo como diciendo;
-Venga, poned en practica vuestro discurso.
Pero no hubo manera de comportarnos como es debido.
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