El mundo entero se ha puesto de acuerdo en que necesitamos encontrar un culpable para la situación en la que estamos.
En concreto se han localizado dos; el conspiranoico, que contagia sus locuras de pensamiento a gentes de buenas intenciones pero incapaces de distinguir las true de las fake news y el festero, que baila despreocupado en masificadas fiestas secretas.
El puritanismo está definido como esa insoportable sensación de que alguien, en algún lugar, está disfrutando. Al puritano genuino esto le molesta tánto, porque él no ha sido nunca capaz de disfrutar. Sus trabas mentales le vetan el camino del disfrute que supone, siempre, la asunción de cierto riesgo para la salud así como la pérdida momentanea de control. Esto requiere ciertas dotes que no todo el mundo tiene.
Y es que gozar, como todo, requiere aprendizaje.
Una de las consecuencias de la situación actual es que de la noche a la mañana, a base de true news, nos han convertido a todos en puritanos. Y a estas alturas de una curva que solo fluctua al alza, llevamos demasiado tiempo reprimidos, demasiado tiempo siendo responsables, demasiado tiempo solos.... y el cuerpo pide marcha. De algún tipo. Catarsis. Pero ahí nos encontramos con el problema de que todos los espacios de disfrute se han ido limitando hasta acabar prohibiendose completamente.
Es sabido que al ser humano no se le puede prohibir todo.
Los sentimientos reprimidos acaban encontrando siempre una válvula por la que escapar. O lo que es lo mismo, siempre encontraremos nuevos modos de disfrute. Por ejemplo, el castigo altruista, poco conocido, a pesar de que se ha practicado bastante.
Existen estudios científicos que han indagado en las bases neurológicas de esta conducta; " The neural basis of Altruistic Punishment", de. D.J.F. de Quervain y colaboradores, publicado en la revista Science en el 2004.
Se le llama altruista porque el beneficio del castigo no es directamente para el que castiga sino para otros. Castigar a alguien por saltarse la normas sociales, genera un coste energético en el castigador y como esto no provoca un beneficio directo en él, este debe obtener su beneficio del mismo acto de castigar. Esta tesis se basa en la teoría de la evolución que viene a decir que, ya que castigar no tiene un beneficio directo para el organismo, porque es un acto reflexivo debe de existir otro mecanismo que provoque satisfacción. A partir de un juego que se llama el dilema del prisionero se llegó a la conclusión de que el castigo altruista le reporta al castigador un alivio y satisfacción que se veía en la activación del nucleo accumbens (el llamado centro del placer).
Y como hoy estamos tan necesitados de alivios y satisfacciones y además este es el único placer que podemos practicar impunemente, nos hemos puesto a la labor.
Políticos, científicos, artistas, medios....todo el mundo parece coincidir en que es el maldito empeño en disfrutar de algunos sujetos, el motivo de que no termine todo esto.
La falta de lógica o pruebas que avalen esta afirmación no nos importa demasiado. Cada nueva fiesta descubierta se magnifica en nuestra memoria, nos hace olvidar lo que constatamos cotidianamente, es decir, que la gente se contagia en todo tipo de situaciones, y perder, un poco más si cabe, el sentido de la estadística que, por otra parte, al igual que el del disfute, la mayoría de nosotros nunca lo tuvo. Y es que como Tweek (South Park) por exceso de café, nosotros por exceso de alarma, hemos llegado a un estado en el que nos cuesta mucho pensar.
Podría ser que, para poder volver a hacerlo, pensar, nuestro cerebro necesitase un little reset, una pequeña pausa, una desinfoxicación.
Pues hemos llegado al estado de aquel científico de la novela el cual "había aprendido (...) tantas y tan diversas cosas, con demasiada frecuencia tan contradictorias sobre la enfermedad, que había llegado a serle muy difícil, como quién dice, imposible, formular en relación a ella y su tratamiento, la menor opinión concreta".
Estamos saturados de tanta información, necesitariamos una autoridad (y la buscamos y reclamamos con desesperación), una autoridad absoluta, que pretendemos encontrar en la ciencia (que nunca pretendió ser una autoridad!), una autoridad que nos proporcione el único derecho que nos interesa a estas alturas:
el derecho a no pensar.
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