El hombre es un animal de costumbres. Y es que acostumbrarse es la opción más cómoda ante el cambio y la comodidad es la gran aspiración de la humanidad. Evolucionamos, sin duda, hacia una vida más cómoda. Sobre todo algunos.
Por lo demás, el cambio tiene buena fama. La concepción religiosa de progreso ha grabado a fuego en nuestras mentes la idea de que cualquier tiempo futuro será mejor (como los ipads) así que tenemos que estar siempre dispuesto a abandonar nuestra forma de vivir y sustituirla por la nueva.
En esas estamos; después de retirar silenciosamente los vistoso carteles de "todo ira bien" y de aceptar que la fiesta tan conjurada en aquel abril tan cruel nunca se celebrará, hemos asumido esta nueva vida y adoptado la costumbre de no profundizar demasiado en nuestras tímidas quejas cotidianas. No vaya a ser que la contradicción nos explote en la cara. La memoria (esa es su función) acude en nuestra ayuda difuminando los recuerdos. Para que no duelan.
Recién llegada (a Denia) de Berlin, todavía no me había acostumbrado a esta nueva versión de la farsa y confrontaba a la gente con aquello que no entendía o me costaba asumir. Lo acabé dejando rápido; la incomodidad y el rechazo del interlocutor eran demasiado patentes. Lo intenté de una manera más profunda con una persona muy cercana. En vano. Aquello se convirtió en una interacción bizarra e incómoda y yo me ví interpretando aquella mítica escena de They Live.
Decía Musil que el hombre tiene la facultad de poder sostener en su cerebro ideas contradictorias lo suficientemente alejadas entre sí para que nunca se toquen, recurso que sin duda hemos perfeccionando en este último año.
A los pocos que intentaban entender los rechazamos instintivamente, por negacionistas, conspiranoicos o ignorantes y es que la mayoría entendió rápidamente que allí no había nada que entender.
Se trataba de obedecer.
A día de hoy, con todo lo visto, decretado, sucedido, ignorado e impuesto cuesta imaginarse una conspiranoia más grande que la idea de que hay alguien ahí arriba que quiere nuestro bien.
Pero es nuestra condición humana; tan pronto gallinas espantadas como corderos solícitos. Nos sabemos solos e indefensos y no somos capaces de renunciar a ese ente protector que hoy representan los poderes seculares; médicos, científicos y farmacéuticas.
Ellos nos irán diciendo como debemos vivir y nosotros solo tendremos que ir acostumbrándonos.
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