En un momento de su vida, Proust debió de sentir que se le había acumulado demasiada vida sin procesar.
Decidió ir en busca de su pasado y comenzó a vivir retrospectivamente. Su búsqueda del tiempo perdido termina con el tiempo recobrado y poco después Proust muere.
La nostalgia es la búsqueda de un consuelo, que no se encuentra en el futuro ni en el presente, en el pasado.
Pero no hay consuelo duradero para el melancólico que, dudando constantemente de su persona, sus acciones y sus decisiones, no puede reconciliarse con su existencia y siente con dolor que se ha quedado atrás en las expectativas vitales que un día tuvo.
La inseguridad del melancólico -Proust lo era- se ve salpicada de momentos de inseguridad extrema, en los que la duda se somatiza y comienza a afectar al funcionamiento de su cuerpo (a priori independiente de su voluntad, pero no completamente desligado de esta).
Aquí comienza una fatal espiral que de no ser interrumpida le impedira vivir.
Nuestra sociedad esta viviendo un momento de hipocondria y pretende recuperarse -lo pretende verdaderamente?- con más control. Pero jamás ningún hipocondriaco se recuperó de esta manera. Al contrario, es necesario dejar de observar y medir para poder comenzar a buscar las causas donde están; fuera, en sus relaciones con el mundo -y no con su cuerpo- y entonces y solo entonces podrá comenzar su proceso de sanación.
En el pasado melancolía e hipocondria eran palabras intercambiables, pero la tendencia de la ciencia a separar y convertir cada síntoma en un trastorno independiente provoca que cada vez sea cada vez mas difícil comprender la esencia de los fenómenos.
Otro rasgo interesante del melancólico es que encuentra anclado en la forma verbal del pluscuamperfecto de subjuntivo. Su narcisismo fatal le hace asumir la responsabilidad -y por ende la culpa- de todo lo que ha ido mal en su vida. En su mente se ha instalado una voz que le dice:
"si (no) hubieras tomado aquella decisión, no habrías destrozado tu vida y ahora serias feliz".
Esta fórmula inútil pero irrebatible, pues parte de la falsa premisa de que se pudiese volver al pasado, le provoca un placer culpable, el de poder, al menos, imaginar una alternativa.
El problema del melancólico hace tiempo que se conoce y es su incapacidad de echarle la culpa al otro (de cuya presencia a menudo ni siquiera es consciente, preocupado como esta de si mismo). Y es que culpar al otro en una etapa muy temprana de la vida significa asumir demasiado pronto que estamos desprotegidos en un mundo que puede llegar a ser cruel y peligroso. Y eso es, para un niño, imposible de asumir.
Prefiere pensar que el malo es él, inconsciente de que de este modo está sembrando la semilla de la que será su futura y principal tortura.
El arrepentimiento que implica el pluscuamperfecto de subjuntivo tiene que ver con el peso excesivo que pone en sus decisiones, que le hacen concluir que su tristeza, que tiene un origen interpersonal, es el resultado de haber errado.
La sociedad rechaza estas explicaciones psicológicas. Todos tenemos grabado a fuego que no debemos echar la culpa a los demás, sino asumirla. Y mucho menos a nuestros padres, que son los que estaban -o a menudo no estaban- ahí cuando se formaba, al margen de nuestra voluntad, nuestra personalidad.
La liberación del melancólico -y esta lectura será rechazada por él, a menudo con fervor, para poder seguir protegiendo al otro y sientiendo cierto control culpable- comienza con el desprendimiento de la culpa.
De otro modo, la inseguridad adquirida provocará que base sus decisiones en criterios externos, o en complacer a otros, de modo que sus necesidades, deseos y potencialidades irán quedando atrás y esta traición a si mismo irá aumentando la tristeza que siente y de la que no consigue librarse.
La nostalgia y la utopía, aparte de la literatura, serán entonces sus únicos consuelos.
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