La envidia y el deseo

 Una gran mentira nos posee y nos impide ser felices ocupados como estamos en fingir felicidad.

 

Las redes sociales dejan esto en evidencia; nuestra tendencia a fingir, a imitar, a impostar y a sufrir viendo a otros que lo hacen mejor (y a los cuales creemos).

 

Tambien de este sufrimiento humano se ha intentado sacar partido creando un Instagram grotesco en el que uno ya no decide qué cuelga ni cuándo sino que es un algoritmo el que te dice cuando hacerte una foto y subirla. #Bereal...

Sorprende que una idea tan absurda acabase viendo la luz y que haya gente que participe de esta simulación convencida de que el resultado es real.

 

La tendecia a fingir -y la perfección que hemos alcanzado en ello- es uno de los rasgos que más nos distinguen de otras especies. Lo hacen los niños -y sobre todo las niñas- cuando de pequeños cuando juegan a ser los adultos. Es un rasgo de salud, pues los que no lo hacen suelen tener graves problemas de socialización. Así por ejemplo los autistas en cuyos juegos este hacer como si suele estar ausente y que intentan comprender la vida sin tener en cuenta la farsa social.

 

La gran mentira que nos posee es la del disfrute y el goce ajeno. Vemos la farsa, somos incluso participes y a pesar de eso nos la creemos.

 

 

Esta tendencia a la imitación con la que nacemos es la semilla que nos hace vulnerables al desvio de nuestro deseo. Desvio que la sociedad (que hace mella en cada uno de nosotros de manera distinta a traves de nuestros padres particulares) dirige para que creamos en ella inculcándonos sus mitologias sobre sí misma, sus maravillas y sus promesas. Y situando el goce, el éxito (ya lo dice la palabra) siempre se situa fuera de nosotros, pues como decía Rilke „..ya al niño en tierna edad lo ponemos de espaldas“.

El resultado es que la enorme mayoría de la población no es capaz de valorar su propio deseo y necesitan un mediador. alguien que lo valide. Alguien que les diga qué deben desear, a qué deben aspirar, qué deben aparentar. Esto no solamente tiene como resultado la disociación y la insatisfacción crónica (a la cual, sabido es, se le saca partido) sino que fomenta sentimientos como la envidia e incluso el odio. No sólo hacia aquellos en los que proyectamos disfrute, sino en especial y más intensamente hacia aquellos pocos ejemplares que, por una especie de milagro y a pesar de las circunstancias, son capaces de permanecer fieles a su deseo.

 

Rene Girard analiza el deseo mediado en su libro „Geometrias del deseo“ a través de la obra de autores clásicos como Cervantes, Flauvert, Proust o Dostojevski.

 

La teoría de Girard -a la que estos novelistas se adelantaron- es que en el deseo desviado la figura importante e imprescindible para suscitar el deseo no es tanto el objeto de nuestro deseo sino el mediador, a menudo rival. Es este el que hechiza el objeto que posteriormente desearemos.

 

La socialización nos ha llevado a un punto de disociación y autodesconfianza en el cual infravaloramos nuestro deseo tanto como nos infravaloramos a nosotros mismos.

 

Por supuesto que todo esto se desarrolla en la sombra, hacia fuera nos presentamos como seres disfrutones y autónomos. La envidia del deseo ajeno es nuestro secreto mejor guardado.

 

 


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