Los expertos

 El filósofo Martín Buber decía que cuando el hombre se veía confrontado con su propia complejidad quedaba tan abrumado que escapaba de ella de dos modos, o bien desviando la mirada al cielo y estudiando las estrellas y los astros, o dividiendo al hombre en partes y dedicándose apasionadamente al estudio de alguna de ellas.

 

Es fácil inferir que con ninguna de estas dos estrategias se podrá comprender nunca la naturaleza humana. En el primer caso esta claro porqué. En el segundo sucederá que la complejidad de cada una de estas partes irá aumentando y el momento de juntarlas nunca llegará.

 

Esta división, disgregación, separación o como se la suele llamar especialización ha ido in crescendo -hoy todo son especialidades y experto- como pudimos observar en el Festival de Humanidades celebrado en Denia este mes pasado.

 

En una de las últimas ponencias, trás escuchar al biólogo evolutivo Tomás Marqués i Bonet, un oyente le preguntó por la relación entre el cuerpo y el alma. El ponente se disculpó humildemente alegando que no podía responder a esa pregunta porque „él era un técnico“.

 

Alguien dijo que un experto es uno que lo sabe casi todo de casi nada. Tambien se podría decir que un experto es aquel al que los árboles le impiden ver el bosque. Y esto es así, entre otras cosas, porque no le han formado para ver el bosque o aun peor; le han formado en la idea de que el bosque es demasiado complejo y que debe seleccionar una parte y estudiarla a fondo, algún día, en un futuro cada vez más cercano el bosque aparecerá, por arte de magia.

 

En dirección a esa improbable utopía creemos movernos sin darnos cuenta de que cada día estamos más alejados de ella pues, a medida que aumenta nuestro conocimiento, aumenta tambien la dificultad de ver el bosque, en este caso el de nuestra naturaleza.

 

Lo peor de esto es que, sin siquiera conocerlo, los expertos ya están tomando las decisiones pertinentes para transformarlo, a ciegas, o guiándose por su conocimiento de los árboles (o de las hojas).

 

Puede que el bosque nos de miedo y aceptar que tiene miedo es algo que al hombre siempre le ha costado. No le gusta verse débil. Sobre todo al hombre optimista de acción.

 

John Gray, un gran pensador actual, decía que la mayoría de „los que trabajan en la mejora del mundo (y del hombre) no son rebeldes luchando contra el orden establecido, sino que buscan consuelo para una verdad que su debilidad no les permite soportar. En el fondo, su fe de que el mundo puede ser transformado a través de la voluntad humana es una negación de su propia mortalidad.“ El auge del transhumanismo es la consecuencia lógica de este modo de pensar.

 

 

Solemos pensar que la única alternativa al hombre de acción es el pesimista depresivo y perdedor que ninguno de nosotros quiere ser. Pero en realidad éste es el optimista confrontado con la realidad. En las antipodas del hombre de acción están el hombre de la contemplación y el artista. A ellos les dedicaré el siguiente artículo con el que cerraré mi reflexión sobre el Festival (de Humanidades celebrado en Denia el pasado Octubre).


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