Antonio Altarriba es uno de mis grandes referentes. Sus libros, que versan sobre temas tan esenciales como el crimen, la locura o la mentira tienen en común que, independientemente de la materia que aborden, la tratan desde esa perspectiva que la mayoría de nosotros preferiría que quedase oculta. Pero como dice él, dándole la vuelta al dicho, las rosas hacia dentro y las espinas hacia fuera.
Decía C. G. Jung que todo lo que tiene un lado claro debe de tener necesariamente un lado oscuro y reprimirlo, negarlo o ignorarlo no es posible sin consecuencias; lo reprimido retornará siempre con fuerza. Precisamente con esa fuerza que habremos empleado previamente en reprimirlo.
La física siempre se impone.
Vivimos un momento histórico que se caracteriza por su creciente hipocresía y una de las herramientas para la impostura es el lenguaje que, como decía aquel ilustrado, sirve más que para comunicarnos para ocultar nuestras verdadera intenciones y justificar nuestras acciones viles. Y a pesar de la adopción del vocabulario woke (sostenible, resiliente, inclusivo, ecológico, diverso…), el conjurado salto mágico del lenguaje a la vida no se termina de producir. Incluso podria parecer que la frase de Lampedusa sigue vigente y, bajo otra máscara, seguimos siendo los mismos y nuestra progresada sociedad tan jerárquica, injusta, opresora, clasista y elitista como siempre. Y a medida que el dinero se concentra en menos manos, incluso más.
En su último libro „El cielo en la cabeza“ Antonio narra los avatares de un „sin papeles“ de esos que vienen a „quitarnos el trabajo“. Dos expresiones bastan para conseguir que la mayoría de nosotros albergue inconfesados (o confesos, todo depende del partido al que uno vote) pensamientos racistas. Pensamientos que hacen que proyectemos la culpa de nuestros males en estos pobres diablos y no en los poderosos que toman las decisiones guiados por sus bolsillos. Ya lo dijo Nietzsche: las palabras fueron inventadas por las clases superiores y nunca son inocentes. Y hay que andarse con ojo con ellas pues pueden hacer tanto daño como las armas.
Pero el humano, más pragmático y cobarde que lógico, intuye que cuestionar las palabras y mirar la realidad a la cara solo le hará sentirse peor. El hombre nunca ha buscado la verdad (y la mujer tampoco, por cierto). Sencillamente porque no la tolera.
Y el poder siempre ha tenido interés en hacernos creer que el síntoma es el problema.
Pero volviendo al libro: El cielo en la cabeza es la imperecedera historia del viaje del heroe, esa historia que la mayoría de nosotros ya solo conoce por Netflix. La última hazaña del heroe es volver a casa y compartir el conocimiento adquirido en la odisea, pero este mundo pone cada vez más fronteras a los que vienen a traer verdades. Por suerte, lo que no pudo hacer Nivek lo hace Altarriba.
Porque Antonio Altarriba, tambien es un heroe.
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